Y A 124 KILÓMETROS, CACERES (CASILLA DE PEON CAMINERO)

Y, a tan solo 124 kilómetros de distancia, se alza, siempre hermosa y bella, la ciudad de Cáceres. Tal como se puede apreciar en la pared lateral de esta Casilla de Peón Caminero, instalada en la población pacense de Los Santos de Maimona.

 

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Caseta de Peón Caminero en la N-630, en el municipio de Los Santos de Maimona.

Si bien es de señalar que, coloquial y popularmente, a las mismas siempre se las conoció como Casetas de Peón Caminero. Un oficio y unas casillas nacidas para el desempeño de un cometido y servicio de responsabilidad pública.

Y es que los laterales, en su día, sirvieron para informar a los viandantes de la misma de la distancia para llegar a las principales poblaciones en el recorrido de ese mismo camino.  En este caso, pues, Con dirección y destino, según el rótulo, a Cáceres.

Una figura, la del Peón Caminero, que naciera a mediados del siglo XVIII, bajo el reinado de Fernando VI, para cuidar los caminos en un área aproximada de una legua, o, lo que es lo mismo, unos cinco kilómetros y medio, aproximadamente, 5572 metros, para ser más exactos, y que comenzó a adquirir un verdadero impulso en tiempos del rey Carlos III

Ya el diccionario define su figura la definición de Peón Caminero como la de un «obrero destinado a la conservación y reparación de los caminos públicos’«.

Una estampa pintoresca, la de la casilla de peón caminero, con la que era habitual toparse en un alto en las carreteras y caminos, para otear mejor el espacio de su responsabilidad. Casetas o casillas que ya, por lo general, duermen el sueño del abatimiento y del olvido.

Los peones camineros, considerados fuerza de orden público, tenían, entre otras, las funciones de «asistir todos los días al camino, aunque haga mal temporal, desde que salga el sol hasta ponerse, y aún los festivos para estar a la mira de lo que ocurra, ausentándose solo de él para ir a cobrar su sueldo en fin de cada mes a la Tesorería donde se le pague, porque de lo contrario no gozará de sueldo alguno«. También, en la legislación del año 1909, se subraya que «tienen que ejecutar los trabajos de conservación que sus Jefes le ordenen, sin más descanso que las horas señaladas para almuerzo, comida y merienda».

Sus principales funciones son las de recorrer todos los años todo el perímetro bajo su custodia para la comprobación del estado del mismo, igualar las rodadas que hicieren el carruaje, animales y transeúntes en el camino y hacerlo con los materiales adecuados, piedras, tierra y arena, limpiar y desembrazar el camino donde hubiere mucho barro, eliminar las piedras que obstruyeran el paso de los viandantes, quitar la vegetación que dificultase el camino, limpiar las zanjas o cunetas así como las alcantarillas o avisar a sus superiores, en este caso encarnado en la figura del Celador, de cualquier incidencia de interés en su espacio de vigilancia., como podría ser, asimismo, «si se hallaba alguna persona con apariencia de mal vivir y delinquiendo«.

 

Unos caminos, en definitiva, que cobraron una extraordinaria importancia con el paso de los tiempos y por los que de siempre trasegaron diligencias y carretas, galeras, viajeros, peregrinos y comerciantes, arrieros y pastores con piaras de cerdos y rebaños de merinas, ganaderos caminos de las ferias de los mercados ganaderos de ferias de las diversas poblaciones y, también,  pastores trashumantes con amplias vacadas, y hasta bandidos. 

En 1790 se procede a signar a los Peones Camineros funciones de guarda jurado y en el año 1852 ya aparecen las primeras Casillas de Peón Caminero.

En las mismas solía haber un sencillo salón comedor con un hogar y dos pequeñas alacenas, un par de dormitorios. Sin agua, sin luz, sin calefacción. Aunque contaban, eso sí, con un patio interior con leñero, escusado, cuadras, corrales y un pozo o aljibe. También solían disponer de un pequeño espacio destinado a huerta y un corral para la cría de gallinas y cerdos. 

Es a partir del año 1914 se exige que para ser peón caminero hay que contar «con más de veintitrés años y menos de cuarenta, servicio militar cumplido, no tener defecto físico, medir como mínimo 1,62 metros de estatura, acreditar buena conducta» y, también, pasar un examen práctico que constaba de lectura, escritura, las cuatro reglas aritméticas, saber elaborar una lista de jornales y materiales, conocer la normativa del reglamento de circulación de automóviles, policía y conservación de carreteras. Asimismo se requería a los Peones Camineros «saber formular una denuncia, efectuar y consolidar un bacheo y perfilar un trozo de paseo y cuneta«.

Los Peones Camineros, una figura ya extinguida en la historia de España, en la que cumplieron una eficaz labor, pasaron a depender, también del Ministerio de Obras Públicas, posteriormente, de las Diputaciones Provinciales, y por último de las Comunidades Autónomas,

Con el transcurso del tiempo se fueron cambiando normativas y criterios de funcionamiento. Y hasta se encargaban, en los últimos tiempos, de la reforestación de sus parcelas de cuidado.

Los últimos peones camineros, el escalafón más bajo de la red laboral de infraestructuras, se examinaban en oposiciones, vestían trajes de pana con gorra de plato o mono azul, según las labores pendientes, y desempeñaban buena parte de su trabajo con azadón, palo, rastrillo y espuerta, además de llevar consigo un boletín de anotaciones y denuncias como podía ser, por ejemplo, para el paso de rebaños de animales por zonas no marcadas para el mismo.

Un oficio que comenzó a morir, según testimonios de Peones Camineros, con la llegada de las máquinas y el asfaltado de las carreteras.

En Cáceres ya, malamente, se mantienen en pie algunos vestigios de casetas.

La fotografía es obra del profesor Emilio M. Arévalo Hernández, ingeniero de Caminos y Jefe de la Sección de Infraestructuras Viarias de la Junta de Extremadura, además de autor del trabajo «Las carreteras de Extremadura».

 

 

 

 

 

 

 

 

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