CANOVAS, SENCILLAMENTE (Ante una fotografía de 1961)

¡Cómo pasa el tiempo entre adioses y sonrisas, entre recuerdos y nostalgias, entre los senderos, los caminos, los vericuetos de la vida…! Golpe a golpe, verso a verso, que escribiera Antonio Machado, que cantara Serrat y que, entre otras cosas dice: Yo amo los mundos sutiles,/ingrávidos y gentiles. Siempre, claro es, en el Cáceres de nuestras pasiones…

 

caceres.plangeneral1961.canovasHoy, contemplando esta fotografía, fechada en 1961, he retrocedido, de una tacada, 55 años. Me he situado en la atalaya de aquel Cáceres por el que el entonces mochuelillo y bachiller de calzón corto transitaba sin más importancia que sus propias andanzas y correrías: Una fuga de una clase de don Pablo Naranjo o de don Daniel Serrano, o de don Juan Delgado Valhondo, señalados pedagogos, una mirada fugaz a aquella hermosa chiquilla, por la que uno bebía los tiempos y se juramentaba amor eterno, aunque hoy ya quizás el viento del olvido se llevó los amoríos niños por delante, una charla insubstancial sobre los aconteceres ciudadanos y propia de la muchachada. O, tal vez, el recorte del esquinazo de las Avenidas de España con la de la Montaña para las clases particulares de don Ricardo Durán, Buena gente, compañero. O en la ruta hacia la Escuela Normal donde andaban con sus magistrales enseñanzas don Isaías Lucero o don Julio Merino.

Se me ha hecho y se me ha echado encima, el silencio, la brisa del Paseo. Todo un arcoriris de adioses y de hasta luego, con sabor a Cáceres. Y hasta aquel viejo dicho popular cacereño que reza: Paseo, pipas y pa casa.

Cánovas, ay, siempre.

He sentido un pálpito contemplando, sin pestañear, la fotografía. He suspirado, he galopado, no se si he temblequeado, mientras, probablemente, se me caían algunas lagrimillas pespunteadas de Cáceres. Tan solo me he atrevido a decir, con aquellas secuencias, que un día fueron vitales, como la de echarnos agua de los estanques de Cánovas, –¡Ya veis, qué juegos…!–, que la fotografía contiene y se conforme de una belleza honda, penetrante… Acaso manando luz de vida o esplendor de aquellas escenas, sin embargo, cotidianas.

Por allí, aquel Cáceres que se apretujaba en el paseo de Cánovas, se andaba el Cine Norba como una explosión de distracción, el Asilo de los Pobres donde tantos muchachillos, y otros no tanto, íbamos a visitar a los ancianos, la Casa de los Málaga, en la fotografía adjunta, edificio singular («A las ocho nos vemos en la esquina de los Málaga«), el Café señorial del Avenida, con los limpiabotas, gitanos de pura cepa, colándose con sus aparejos, su cigarrillo en la comisura de los labios, su melena, larga y brillante, también gitana de pura cepa, y con aquella caja de cepillos, de cremas, de gamuzas, de cartas de la baraja que se colocaban por los laterales de los pies para no manchar los calcecines…

Lo mismo que se andaba Peluca que dejó las tijeras, el peine y la maquinilla por el tintineo de las pesetas rubias cuando los críos nos picábamos y nos empicábamos con las eternas partidas del futbolín. ¡Vaya un personaje, Peluca, para los críos y adolescentes y jóvenes, comandando aquellos catorce o quince futbolines…!

Como emanaban los aires y aromas del Café-café kiosko Colón. Lo mismo que se salpicoteaba la esquina del Requeté, de nuestro querido Getulio, que lograba colas que ni en un partido del Club Deportivo Cacereño contra la Unión Deportiva Plasencia, a ver si les zurrábamos la badana, el pase de alguna peli de por Aquellos Tiempos. Acaso «Molokai«, «El puente sobre el río Kwai«, «Los cañones de Navarone«, o el desfile, no se si insondable, de la rutina y del trasiego.

Y la estampa de Caldera, Santiago, el creador de la saga fotográfica, con sus burrillos, sus toritos, sus caballitos, la imagen de la cara conocida, los vendedores de polos, de pipas, de almendras saladas, de garrapiñadas, de cigarrillos sueltos, o el grito de «¡Patatas Fritas El Galloooooo….!», y que eran, qué duda cabe, las mejores de España.

También, claro es, arriba del todo, el Parador del Carmen. O un puñado de periodistas y escritores de raza y de ley, maestros de este modesto periodista, cacereños cacereñeadores que siempre galopaban cacereñeando, que no paraban, ¿verdad, Fernando (García Morales), Dionisio (Acedo Iglesias), Germán (Sellers de Paz), Narciso (Puig Megías), Domingo (Tomás Navarro), Enrique (Romero Ruiz), Domingo (Salas de la Cámara)?

Y tantos notables y paisanos de a pie que transitaban por el sosiego del Paseo de Cánovas, una de las columnas vertebrales de Cáceres. Sobre todo desde aquel día del año 1881, en que Su Majestad el Rey inauguraba la línea férrea Madrid-Lisboa. Una época, entonces, en la que el Paseo de Cánovas tan solo contaba con tres edificios: El Hospital, El Asilo de Ancianos y, claro es, el Parador del Carmen, otra imagen emblemática, que se abrían al correr de los nuevos tiempos, entre cercados y descampados, al trasiego de las nuevas etapas, a la inquietud de los nuevos aires del crecimiento de lo que se conforma como el Aquel Entonces.

¡Uf…! Acaso como el grito de guerra que un día se impuso en el fútbol pero que lo he trasvasado a Cánovas: Mucho Cánovas, mucho Cánovas, mucho Cánovas, eh, eh, mucho Cánovas, eh…

Golpe a golpe, verso a verso…

Y añado:

Y Cánovas siempre con mis besos…

NOTA;: La fotografía aparece en el Plan de Urbanismo de Cáceres del año 1961.

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