Don Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros y de San Miguel, 1899-1972, toda una figura de la historia en Cáceres, siempre lleno de pasión y de amor eterno por la ciudad, uno de los más firmes baluartes para la rehabilitación del Casco Histórico-Monumental, al que tanto debemos, se volcó, en su propia erudición, como un adelantado de su tiempo, por el Cáceres de su alma.
Y, como consecuencia, siempre pendiente de su Cáceres del alma, de su mimo, de su caricia, de su cuidado, de su conservación, de su progreso, dejó para la posteridad y para la eternidad, para el conocimiento de todos, un legado de una extraordinaria dimensión. Y no solo histórico-artística. También social, humana, coloquial, popular, literaria, poética. Pronunciar su nombre es decir, a la vez, Cáceres.
Un día cualquiera, allá por el año 1942, hace ya ni más ni menos que la friolera de 73 años, en una de sus tardes contemplativas de belleza, a caballo entre el murmullo de la paz emocional del paisaje de la tierra y de su propia inspiración, compuso este poema, de hondura y de sensibilidad, titulado, sencillamente, «CACERES Y LA LUNA«.
Un paseo de relieve sencillo, cercano, próximo, ensimismado en la inspiración del canto de su amor y de su entrega, de su latido permanente con el corazón pegado al ritmo de los latidos, delicados y genuinamente hermosos, en cada uno de sus pasos en la proyección y en cada segundo de las pulsaciones de la Ciudad Medieval cacereña, siempre tan gigantescamente sugestiva, heroica, misteriosa, aventurera, enigmática, sublime.
Preñada, siempre, de sus preocupaciones, de sus inquietudes, de sus anhelos. Un día le dijo a mi padre que él, que vivía en la Plaza de Santa María, uno de los lugares más genuinamente histórico-populares de la Ciudad Medieval, no podía vivir sin Cáceres, que Cáceres era algo que llevaba adosado a su alma por y para la eternidad.
Y, conociendo su altura de miras, su franqueza moral, su calidad humana, a fe que así debió de ser. Y que ahora, donde quiera que se halle, estará visionando la ensoñación de su poema de amor eterno por esta ciudad llamada ni más ni menos que Cáceres.
Para conocer más la figura de don Miguel Muñoz de San Pedro, Conde de Canilleros y de San Miguel, podeis encontrar en este mismo Blog un capítulo titulado «EL CONDE DE CANILLEROS, UNO DE LOS ARTÍFICES DE LA REHABILITACION DEL CASCO HISTÓRICO-MONUMENTAL«, que también se publicó en el periódico «EXTREMADURA» el pasado 27 de septiembre y en el periódico digital extremeño «REGION DIGITAL» el 21 de septiembre.
«CACERES Y LA LUNA«.
La ciudad duerme en la noche
su sueño ancestral y vago,
que añora cielos de trópico
y azules mares indianos…
La luna, en telar de almenas
de la torre de Bujaco,
teje tapices moriscos
con cruces de Santiago.
–La Ceres tiende la gracia
de los pliegues de su manto,
con río eterno y ambiguo,
esotérico y pagano–.
La liturgia del silencio
dogmatiza en los espacios,
mientras callejas oscuras
suspiran perdidos pasos
y en las playas se desmayan
los luceros de topacio…
La luna –¡siempre la luna!–
sube al torreón más alto,
luces de glorias pretéritas,
insomne de eterno arcano,
en busca de una teoría
de blasones y palacios…
Locura de lambrequines
la reciben, deshilando
sobre el frío de las piedras
madejas de besos blancos…
Un corazón de granito
late en recuerdos lejanos,
con ritmo de muchos siglos
y orgullos de muchos rangos.
La luna –¡siempre la luna!–
en un parteluz de mármol
–gracia mudéjar prendida
en gótico cañamazo–
se queda quieta, muy quieta,
llena de mundos llorados…
Luego va a morir, ingrave,
en la torre de Bujaco,
junto a la Ceres eterna,
entre el morisco almenado,
amortajada en ensueños
guerreros y milenarios,
sangrando aurora cercana
por los heridos costados,
traspasada con pañales
de cruces de Santiago…
El alba triunfa en la gloria
de su despertar de nardos…
Las alas de las cigüeñas
dan al olvido el pasado,
sobre un aire azul, inquieto
de campanas y de pájaros.
NOTA: La fotografía está captada del blog poetajosecercas