EL PASEO DE LAS ACACIAS, ROMANTICO Y DE PICOPARDEO

El Paseo de las Acacias, en Cáceres en aquellos tiempos, se abría como un oasis para las parejas en soledad romántica.

 

paseo de las acacias
El Paseo de las Acacias, en el Cáceres de los años sesenta, se abría como un oasis para las incursiones de los paseos de las parejas de novios sin atosigamiento de conocidos

Un Paseo, el de las Acacias abierto de par en par y, al tiempo, cerrado para muchos por los consejos de los mayores.

Tiempos complejos, aquellos, para que la juventud cacereña llevara a cabo sus delicadas incursiones amatorias en una ciudad pequeña, controlada, socialmente hablando…

Y en la que las parejas de novios o aspirantes tenían que buscarse sus lugares semisolitarios y poder pasear, por ejemplo de la mano, por ejemplo del brazo, por ejemplo abrazados, y con los dos contándose su día a día, sus afanes, sus tareas, sus ilusiones, sus sueños, sin incomodidades de vecinos de caminatas entre adioses, hola y hasta luego, con las manos separadas con un inmenso montón de caras conocidas por doquier. Tal cual sucedía, por ejemplo, si transitabas por el Paseo de Cánovas, por la calle Pintores, por la Plaza Mayor, por el Paseo de Cursilandia…

Otros se encaminaban por otros vericuetos. La imaginación al poder. Pongo por caso La Ronda, en la zona que se volcaba hacia el descampado y no por el área interior, repleta de casas y, por tanto, de hipotéticos viandantes. Claro que aquel tránsito, entonces, era un descampado de terreno irregular… Pero como la zona carecía de iluminación, porque solamente había luces en la zona contraria, que desembocaba en los barrancos el paseo era más bien oscuro, que es de lo que, en definitiva, se trataba. Y apurar los tramos, los lances y los trances que facilitaban, claro es, la falta de luces.

El Paseo de las Acacias se conformaba como un lugar de trazado romántico y de picopardeo, pero ya para parejas de tipología más bien avanzada en el noviazgo de los años sesenta. Un lugar tranquilo, bastante solitario, donde se asomaba tímidamente al mismo el Hotel Extremadura y poco más. aunque la ciudad ya comenzaba a estirarse Madrila arriba.

Los novios hacían sus incursiones desde la Calle General Primo de Rivera y se adentraban por aquel Paseo, diseñado con suaves tintes románticos en lo que aún eran las afueras de la ciudad, con escasas farolas de globos con muy suaves luces amarillentas, en un decorado de prudente y hasta muy discreta iluminación que invitaba, claro es, a esas pequeñas y afectivas intimidades que, por lo general, se permitían las parejas. Y al fondo la hojarasca de las acacias.

Un Paseo Central, que llegaba hasta la carretera de Salamanca, embadurnado de arena, y con unos incómodos bancos, en los que las parejas que decidían sentarse un rato, lo hacían mirando hacia el exterior, evitando las presuntas molestias de otras parejas paseantes en soledades románticas, que podían romper u obstaculizar sus intimidades. Aunque tampoco abundaban tanto las mismas.

Paseos de sosiego y de amoríos, de sueños y de ensueños, de serenidades al albur de la poca luz y de los planes con los que se iba edificando, de forma paulatina, el armazón de la consistencia de la pareja. Previamente acaso, habían pasado por el Bar de Sindicatos, por el kiosko Colón, por el Metropol, se habían tomado una cerveza o un refresco de limón, y se paseaba y hablaba con la manos unidas por la pasión y el cariño, como se diría coloquialmente, de los asuntos de cada uno de ellos.

El Paseo de las Acacias, conocido coloquialmente como lugar de picopardeo, contribuyó, con su sugestivo decorado intimista, a formalizar noviazgos y las parejas que ya se iban alejando del grupo de amigos y, por tanto, sin la presencia de carabinas.

Acaso, porque en aquella serena tranquilidad del paseo, más propio de lo más romántico y retirado de aquel Cáceres, y rodeado de una soledad, acompañada tal vez por ocho, diez, doce o catorce parejas y algún caminante despistado y solitario, resultaba más barato y afectivo cobijarse tras las tapias de la tarde y las entradas de la oscuridad de la noche, mientras, acaso, bajo cada paso acompasado rítmicamente de la pareja, se escuchaba, quizás a Raphael, cantando:

Yo soy aquel que cada noche te persigue,
yo soy aquel que por quererte ya no vive
el que te espera, el que te sueña,
el que quisiera ser dueño de tu amor, de tu amor…

Yo soy aquel que por tenerte da la vida,
yo soy aquel que estando lejos no te olvida,
el que te espera, el que te sueña,
aquel que reza cada noche por tu amor…

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EL PASEO DE LAS ACACIAS, ROMANTICO Y DE PICOPARDEO by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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