«IMPRESION DE CACERES», POR ALBERT T´SERSTEVENS

Albert T´Serstevens, 1886-1974, es un escritor francés, aunque de origen belga, que un día de 1933 emprendió un viaje por España para escribir un libro titulado «L´itinéraire espagnol«. Durante el mismo, con la compañía de su esposa, la ilustradora Amandine Dore, hizo parada y fonda en Cáceres, se enamoró de la ciudad y, producto de sus paseos de admiración por la vieja y antigua ciudad. como en aquel entonces se la denominaba, se inspiró con el artículo «IMPRESION DE CACERES«.

 

palacio episcopal 1898
Palacio Episcopal de Cáceres en postal del año 1898.

Albert S´ersventens, bohemio, poeta, novelista, ensayista, traductor, viajero impenitente por Grecia, Marruecos, Turquía, Yugoslavia, Italia, España, Egipto, Tahití, narrador, escritor de meridiana lucidez, ensayista, nacido en Uccle, Bruselas, con galardones como el Gran Premio Literario del Mar. con una larga serie de obras, es uno de esos escritores que dejaron huella en su país. Como aquí, en nuestra ciudad, la dejó con este hermoso artículo y de un título ya, de por sí, sugerente y atractivo, poético. Acaso, también, dulce. «IMPRESION DE CACERES«. Albert S´ersventens fue, desde entonces, sin lugar a dudas, un cacereñador sublime.

albert t´Sterstevens
Albert T´Sterstevens, autor del artículo «Impresión de Cáceres», escrito en 1833.

Y que un día, incluso, en su anarquía, como él mismo se calificaba, renunció a formar parte de la Academia Francesa, lo que se dice pronto, mientras sus obras como «Noches de París«, «Los corsarios del Rey«, «El Dios que baila«, «El sentimental«, «El amor por la casa«, «La fiesta en Amalfi«, «El libro de Marco Polo» y otras eran devoradas por los lectores y siendo muy perseguido, dicen las crónicas, por los coleccionistas.

Todo indica que Albert T´Sterstevens era, pues, un escritor encerrado en sus propios planteamientos filosóficos de vida. Acaso, tal como se señala en algunos textos, porque siempre prefirió ir por libre.

No obstante lo anterior, y a la hora de ir por libre, aquí os dejo su artículo, que apareció publicado en la revista «Alcántara«, en su número 22, correspondiente al mes de enero del año 1949.

IMPRESION DE CACERES

Se llega a Cáceres (1) por la venida trivial que conduce a todas las estaciones en todos los países, y se desciende por una brecha sangrante, en plena carne de la vieja ciudad, a la Plaza Mayor, que es una cualquiera de esas plazas con soportales como se ven en todos los pueblos de esta región.
Nada hace presentir el carácter excepcional de esta ciudad, ni sobre todo su imparable unidad.

He dicho, a propósito de Ronda, lo que quería expresar con esta palabra y la importancia que le concedo a la atmósfera (2). Cáceres no tiene solamente esta doble atracción, sino que reúne además un conjunto de perfección y de nobleza arquitectónica que no tiene nada de análogo en España, ni quizá en Italia. La ciudad antigua, la única que nos interesa, está edificada en la cumbre y sobre las faldas de una colina rodeada de una muralla que el parasitismo de la vida invadió también, que se hace difícil encontrarla. La Torre de Bujaco, en la Plaza Mayor, es, sin duda, un fragmento de ella o un reducto, como también Arco de la Estrella y el del Cristo, del otro lado de la colina. En ciertas callejuelas se sigue, a veces, algo parecido a la muralla, pero está agujereada por tantas puertas y ventanas y tan a menudo cubierta de tejados que no se puede decir dónde acaba la muralla y dónde comienzan las viviendas.

Tras la Torre de Bujaco se llega a la vieja ciudad, pasando bajo una bóveda que soporta una casa blanca y cruzando enseguida el Arco de la Estrella, que es ancho y rebajado, una capillita de estilo barroco, la corona entre las almenas del recinto árabe, pero no se ve la huella de la estrella (3) que ha dado su nombre a la puerta. Se dejará luego uno ir a su gusto, bien yendo directamente hacia la Iglesia de Santa María, bien caminando a la izquierda donde ya se encuentran bellas casas solariegas, pero se evitará subir la callejuela de la derecha que no conduce a nada.

plaza mayor 1926-1930. cercadelasretamas
La Plaza Mayor de Cáceres en postal entre los años 1926-1930.

Yendo del lado de Santa María, se entra progresivamente en contacto con el alma de Cáceres. No se encuentran a primera vista más que algunos palacios aislados entre casas bajas sin carácter. Tal la de los Vizcondes de Rodas: son majestuosos y ceñudos, altos muros desprovistos de ventanas con un balcón de piedra muy saliente, antepecho ángulo de la pared, en lo alto de la fachada.

Están construidas, como todos los edificios de Cáceres, con un granito amarillo tostado, muy duro y muy resistente. A esta dureza de la piedra, tanto como la mentalidad de los constructores, se debe la gran simplicidad de los ornamentos, y a su resistencia, a la intemperie, el estado de conservación de esta ciudad, intacta hasta en los menores detalles. Por otra parte, la vida jamás la abandonó, el silencio que reina en sus calles no es el del abandono sino un aspecto más de su aristocracia.

Si se continúa subiendo, se ve cada vez mejor cómo se coordinan los elementos que hacen de Cáceres una ciudad única. Los palacios y las iglesias están vecinos, casi pegados; unos y otros marcados con cierta altivez defensiva, como si fuese una armadura. Sus muros unidos, cuya belleza está hecha de líneas y de materias constructivas, no tienen nada que pueda distraer la admiración; tiene aquella estabilidad que solo se encuentra en los monumentos del antiguo Egipto y ante ciertas páginas nuestras del siglo XVI.

Cuando se penetra en la Plaza de Santa María, se comprende que vamos a encontrarnos ante la realización de esta ciudad altiva, pero lo que no se puede adivinar es que esto no es más que la entrada de todo un barrio de la misma esencia espiritual. Esta plaza está formada por la Iglesia, el Palacio Episcopal y el del Conde de Torre de Mayoralgo que es una de esas viviendas nobiliarias que se llaman en español casas solariegas. Todo esto crea un conjunto de una perfecta unidad, donde su época y sus estilos se confunden en un mismo espíritu.

Esta es la ciudad de los conquistadores que han drenado todas las riquezas de las Indias. Volvían relucientes de polvo de oro y se hacían edificar moradas a su imagen, cerradas como fortalezas, para esconder en ellas los tesoros que habían amasado.

Los pisos bajos no tienen ventanas. Las dos o tres casas que las poseen las han guardado con rejas que forman nudos de hierro. La puerta se abre en una pared desnuda. Es maciza, claveteada de arriba abajo y cobijada por un arco de enormes piedras talladas en sección de bóveda que forman un amplio abanico. Con frecuencia no hay en la parte baja de la casa otro ornamento que esta construcción sumaria. A la casa solariega. A veces, sin embargo, como en el Palacio Episcopal y en la casa solariega, está encuadrada por un pórtico de pilastras con medallones en los ángulos. Los aventureros de México y del Perú pusieron en esos medallones caras de caciques y de indios.

La casa no tiene generalmente más que un piso y nunca pasa de dos. Las de la Plaza de Santa María tienen uno solo. La parte alta de la puerta está ocupada por blasones de alto relieve, el escudo ordinariamente inclinado hacia la calle y coronado por un casco. Una ventana con balcón, cuadrada o con arco, se abre a cada lado del escudo. Otras dos, si la fachada es muy ancha, rompen además el muro a la misma altura. La cornisa del techo no es más que una moldura que sostiene las últimas tejas. No habrá otro ornamento si la fachada no estuviese cortada por un grueso cordón de piedra que parte verticalmente de una ménsula puesta a la altura de un hombre, y a cada lado de la puerta, encuadrando con pesadas líneas rectas la puerta y su escudo, o todo el centro de la fachada comprendiendo las dos ventanas, hasta la cornisa del tejado. Creo firmemente que es este cordón el que da a las casas de Cáceres la mayor parte de su majestad.

El Palacio del Conde Mayoralgo, en la plaza, ofrece el ejemplo de una fachada con doble cordón encerrando en sus verticales el conjunto de la puerta, el escudo y las dos ventanas y encuadrando con otras dos verticales el escudo y sus follajes.

Se irá también a ver, cerca de allí, la Casa del Padre Búfalo, que fue construida por los descendientes de Moctezuma, el último rey del México tolteca hecho prisionero por Cortés. Es una de las más emocionantes de Cáceres. Parece un conquistador con su armadura, la visera bajada y el escudo al pecho. El cordón de piedra encuadra la puerta y el blasón, cargado de un sol de dieciseis rayos, sostiene, no solamente la ventana del primer piso, sino también todo lo alto de la fachada que, sin él, no tendría ningún lazo con las bases.

El de la Casa de los Golfines se ha bastardeado. No tiene la misma calidad monumental. Es una guirnalda labrada, suspendida por bajo de la ventana más alta, que cae en curvas y ángulos de paño hasta los costados de la puerta. Esta Casa de los Golfines es la expresión decadente del estilo de Cáceres. Yo prefiero, sin duda, por su porte altivo, la Casa de los Carvajales. Aquí el cordón no encuadra más que el escudo, y la fachada parece una medalla.

En ella puede verse uno de los motivos más característicos de la casa de Cáceres: la ventana de ángulo, especie de tarja larga y estrecha, tallada en la fachada, en el ángulo de las calles y precedido de un balcón de balaustrada de hierro que permite ver en una y otra calle. El Casino de la Concordia, que se encuentra subiendo hacia Santa María, y otros palacios de la ciudad antigua, tienen este balcón de ángulo, pero ninguno tiene el estilo puro y austero del de los Carvajales.

A veces la casa se apoya en una torre que la sobrepasa en una altura de dos o tres pisos. Sería sin duda el último refugio del propietario en caso de motín o de luchas intestinas. Tiene generalmente almenas y ventanas árabes o de estilo mudéjar y lleva también la marca de su origen. La de las Cigüeñas, forma con la Iglesia de San Mateo, la Casa de las Veletas, y algún otro palacio un conjunto más vasto y aún más imponente que el de la Plaza de Santa María. Corona la cumbre de la ciudad con sus altaneras fachadas de granito. Está pavimentado, como toda la ciudad, de grandes piedras planas, irregulares, que acaban de dar a esta plaza el carácter rudo, un poco bárbaro, de los que la edificaron.

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La Casa de las Veletas, fotografiada por Thomas en la primera década del siglo pasado.

La Casa de las Veletas está construida sobre las ruinas del antiguo Alcázar. Conserva un bello aljibe parecido a los que se encuentran en la vieja Estambul.

Es preciso verlo a la hora en que el sol hiere la pequeña puerta que le da acceso. La luz invade por refracción los elegantes arcos de herradura que se apoyan sobre columnas, cuyo fuste emerge de una balsa límpida, con ese verde azulado de las aguas inmóviles. Es por este lado, en la trasera de la casa, donde se descubren los restos de la fachada musulmana, con su sorprendente balaustrada de cerámica verde, ante la cual una palmera hace la rueda.

El Palacio de los Golfines del que hablé no es la más bella, sino la más adornada de las casas de Cáceres. Lo está con esa sobriedad que impone un material difícil de trabajar. Todo el bajo está hecho, como en las otras, de grandes muros unidos donde se despliega el arco de la puerta. Una especie de torre cuadrada, sin una ventana, sin un listel, avanza en medio de la fachada. Está hecha, hasta los tres cuartos de su altura, de grandes bloques de granito encintados, la parte alta está decorada con un gran escudo en relieve puesto sobre follajes y encuadrados por una cartela y dos medallones. Está, como toda la fachada, coronada por un friso o crestería colada, hecha de delfines boca abajo, desde una riqueza un poco veneciana, pero de una economía de material típica de Cáceres. Las iglesias participan con el mismo granito, tienen el mismo aspecto de fortaleza, de la misma simplicidad de líneas y ornamentación.

Tan solo la puerta está decorada, bien sea con una ojiva renacimiento, como San Mateo, parecido al de la casa solariega. Se ven allí los mismos escudos en medio de las superficies desnudas de la fachada o de la torre. El pórtico de Santiago está encuadrado por dos contrafuertes cuya base, vaciada en forma de arcada, se apoya sobre un enorme pilar redondo con capitel cuadrado. Es de una robustez que, por la voluntad e inteligencia de estos arquitectos incomparables, no excluye el atrevimiento. Esta piedra tan noble con que está edificada toda la ciudad embellece igualmente el interior de las iglesias. Las tres naves góticas de Santa María tienen ese color caliente del granito patinado por el incienso y los cirios. Los muros están revestidos de escudos, de cartelas, de severas figuras en relieve que son las tumbas de todos aquellos plebeyos andrajosos que partieron para las Indias y tornaron cargados de tesoros y blasones.

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Bajando del otro lado de la Plaza de San Mateo, se llega al barrio popular y al Arco del Cristo que, como el de la Estrella, es una parte del antiguo recinto. Nada hay tan típicamente español, ni tan característico, de lo que yo llamo el parasitismo de la vida.

Este arco es, me dicen, una antigua puerta romana. Quiero creerlo y la manera de estar colocadas las piedras de la bóveda parece confirmar esta hipótesis.

AGUADORAS VINIENDO DE FUENTE CONCEJO EN CRUCE CON CALLE CALEROS
Aguadoras viniendo de Fuente Concejo en el cruce con la calle Caleros. Postal antigua.

Descendemos por la cuesta que pasa bajo esta puerta y conduce a la Fuente Concejo, donde se recoge la mejor agua del país.

Todas las mozas van a buscarla. Con sus cántaros a la cabeza. Son como ánforas alargadas, con dos asas que arrancan de lo alto del cuello y se adhieren a lo alto de los flancos.

Bajo el alto capitel que sugiere este cántaro, parecen columnas rechonchas y participan, ellas también, de la arquitectura de esta ciudad …

Del libro «L´itinéraire espagnol».

NOTAS QUE APARECEN EN LA REVISTA «ALCANTARA«:

(1): Por la escasa difusión que en nuestro país ha tenido la obra de T´Serstevens creemos de interés para los lectores de esta revista el conocer la elevada opinión que le mereció el conjunto urbano de Cáceres.
Para el viajero francés, Cáceres, Ronda y Córdoba, por este mismo orden de preferencia, son las tres ciudades que encontró en el viaje realizado allá por 1933 a través de España, siguiendo la ruta del litoral mediterráneo, que empieza en Figueras y llega a Cádiz, para entrar luego por Córdoba en Extremadura y seguir más tarde por Castilla hasta Bilbao y Fuenterrabía.
Las palabras son terminantes cuando al hablar de Ronda asegura que «después de Cáceres la ciudad que prefiero en la España de este viaje».
Con la publicación de esta impresión de tan agudo y perspiscaz viajero ayudaremos a dar a conocerla vieja Cáceres, cada vez más estimada por todo viajero que acierta a visitarla.

(2): Se refiere el autor a la importancia del ambiente creado por el conjunto de detalles urbanos como el pavimento de las calles, el color de las piedras de las casas, la forma y color de los tejados, la composición de las fachadas, con sus rejas, puertas, etc.

(3): La Puerta toma su nombre de la imagen de la Virgen de la Estrella, que se guarda en el camarín colocado sobre aquella y no de ninguna estrella, como parece suponer el autor.

NOTA: La fotografía-postal de la Plaza Mayor está captada del blog Cerca de las retamas.

2 comentarios

  1. Fantástico artículo.

    • Una maravilla, Ros, a lo largo de un recorrido precioso. No se puede decir más en menos. Y, más aún, en palabras de un francés. Eso es, sencillamente, de chapeau. Tanto de él, en sus elogios hacia Cáceres, como a la hora de que nos demos cuenta que es un francés el que se deshace en elogios por algo que no es francés… Bs.

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