LA EXCOMUNION DEL AYUNTAMIENTO DE CACERES EN 1726

Un día del Señor del año 1726 el Obispo de la diócesis de Coria procedió a la excomunión del Corregidor del Ayuntamiento de Cáceres, de varios Regidores Perpetuos y hasta del arquitecto Manuel de Larra y Churriguera.

 

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La ampliación de la Puerta Nueva, en 1726, originó un severo conflicto entre el Obispo y el Concejo de Cáceres.

Pero la excomunión del Ayuntamiento de Cáceres no fue una excomunión cualquiera, no. Fue fruto de una actitud del Obispo de aquel entonces, don Sancho Antonio de Velunzas y Corcuera, y cuyas cuentas, aún, a pesar del tiempo transcurridos, al parecer, quedan por resolver en los cajones y archivos de las dependencias vaticanas.

Todo arranca a principios del siglo XVIII. Lo que no resulta una cuestión baladí. Un tiempo en el que se consideraba que la Puerta Nueva, hoy Arco de la Estrella, ya era estimada, de cara al presente y sobre todo del futuro, un paso demasiado estrecho y angosto para los carruajes que, con frecuencia, transitaban por el mismo, sobre todo para sus misiones de tipología comercial. Y los comerciantes ya llevaban tiempo implorando por una Puerta más amplia para el mejor acceso con y desde la Plaza Pública o del Mercado.

De tal modo que en 1726, don Bernardino Carvajal y Sande, Segundo Conde de la Enjarada, Regidor Perpetuo de Cáceres y dueño del Palacio de Toledo Moctezuma, acuerda con el Concejo la reforma de ampliación de la Puerta Nueva, contando con la colaboración del arquitecto Manuel de Larra y Churriguera, para posibilitar el mejor acceso a los carruajes por aquellas estrechas calles intramuros, ya que, en virtud del trazado de las mismas se necesitaban maniobras varias con los carruajes, dificultando de forma señalada su tránsito.

Todos, pues, satisfechos. ¿Todos? No. Porque el señor Obispo de aquel entonces, don Sancho Antonio de Velunzas y Corcuera, que a la sazón residía con frecuencia en el Palacio Episcopal y contiguo a la Puerta, como se sabe, se opuso al desarrollo de la obra alegando en sus escritos y protestas que la protección espiritual de la misma era de la Virgen de la Estrella. Por lo que dicha obra necesitaba el correspondiente visto bueno eclesial. Añadiendo, asimismo, la autoridad religiosa que llevaba largo tiempo por situar una nueva imagen de la Virgen en el Arco. Aunque hay quien apunta que la razón verdadera es que en el Palacio Episcopal molestaba en exceso el ruido del paso de los carruajes en su trasiego permanente por el lugar.

Tras los correspondientes tiras y aflojas, emisario va, emisario viene, documento va, documento viene, correo va, correo viene, entre enojos e iras y severas discrepancias y desencuentros entre las fuerzas vivas, la Administración y Regiduría de la Villa, por una parte, y el señor Obispo por otra, se mantiene un pulso que se escucha y pregona por las callejuelas y por las plazoletas, por las tabernas y por las iglesias, por los mercados y por los paseos, por los corrillos por toda la Villa.

La cuestión, pues, se fue enconando, porque los mandatarios del Concejo no cejaban en su empeño, mientras facultaban con su autorización el proceso adecuado para la ampliación de la Puerta.

De tal guisa y modo que el Obispo, ni corto ni perezoso, se sacó de la manga de la vestidura talar el as que guardaba. Y que no era otro más que el de amenazar con la excomunión de todos los responsables y participantes en la decisión y ejecución de las obras que dieron comienzo con la llegada de don Manuel de Larra y Churriguera a Cáceres el 26 de agosto de 1796, que logró una obra en esviaje y de una más que señalada monumentalidad.

Al persistir las mismas, el Obispo procedió a la excomunión de don Bernardino de Carvajal y Sande, de José Joaquín de Mayoralgo y Chaves, también Regidor Perpetuo de Cáceres, del arquitecto don Manuel de Larra y Churriguera y de otros responsables del Concejo, además de los maestros y albañiles que trabajaban en las obras, con un documento redactado, ni más ni menos, que del siguiente tenor:

“Tengam Vmds. Por Públicos Excomulgados de Mandato del Señor Vicario y Juez Eclesiástico de esta Villa… oí sábado veinte y seis de octubre después del Toque de Visperas… al Señor Don Antonio de Olmedilla y Henao, Correxidor de esta Villa, Y a los Señores Don Joseph de Mayoralgo, Don Gonzalo Alvaro y Don Balthasar de Ulloa, Rexidores Perpetuos de esta Villa, a Don Bernardino de Carvajal… al Maestro Manuel de Churriguera…a Oficiales y peones que están travajando en la obra…”   

Así las cosas desde el Concejo se envió un correo a la sede papal del Vaticano, cuya cabeza visible era Benedicto XIII, solicitando aclaración de si la excomunión tenía validez. Desde El Vaticano, al parecer, no llegó respuesta alguna. Acaso porque las dificultades de la correspondencia de aquellos tiempos hizo que el documento se extraviara, quizás porque el mismo y la pregunta se archivaran en su carpeta correspondiente y hoy, tal vez, duerma el sueño de los justos, acaso porque alguien consideró que la cuestión era más que baladí, ante los trajines, afanes y preocupaciones papales.

¿Qué habrá sido, pues, de la pregunta formulada, en su día, ya un poco lejano, por el Concejo de Cáceres? Si bien, como narra el dicho popular, las cosas de Palacio, van despacio.

Cosas, pues, veredes, en la fascinante historia de una no menos fascinante Villa entonces y ahora ciudad de Cáceres.

NOTA: La fotografía está captada del blog vivirextremadura.es.

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LA EXCOMUNIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE CÁCERES EN 1726 by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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