NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, TAMBIEN MOROS

La calle Margallo, de Cáceres, también llamada calle Moros, fue uno de los ejes viarios más significativos de la ciudad durante mucho tiempo. Un día cualquiera la recorría, tantos años después. Y pude percatarme de cómo habían desaparecido aquellos impresionantes paisajes humanos de mi niñez y adolescencia. Mientras se me iban escapando unas lágrimas, que fluían por los carriles de la cara, al comprobar que, ya, nadie, me decía: «¡Hola!», «¡Adiós!», «¡Hasta luego!»…

La calle Margallo.
La calle Margallo.

La calle Moros, como se la conoció prácticamente de siempre, de Cáceres, rebautizada posteriormente como calle Margallo, fue durante largo tiempo, una calle que estuvo llena de vida, de tiendas, de comercios, de carpinterías, de escuelas y colegios, de tinaos, de algunos despachos de diversa índole. Y que, al tiempo, estuvo llena de numerosos ciudadanos. Algunos de ellos, hijos ilustres de la ciudad, y personajes muy conocidos en el relieve social y humano de la ciudad de Cáceres.

 Una calle Moros, luego General Margallo, con un montón de comercios, de tiendas, de personas, de trasiegos constantes a lo largo de la historia y de los tiempos y que llenaban de vida a una de las rúas más largas y de mayor tránsito, en su tiempo. Primero, de lo que era la Villa, y, posteriormente, de lo que ya pasó a ser ciudad.

Una calle plena de humanidad, de hermosos tiempos que se fueron por la cuesta del paso del tiempo, lamentablemente, para no regresar en el jamás de los jamases.

Pero que, a la vez, nos marcó, durante mucho, largo y buenos años, infinidad de imágenes, de recuerdos, de paisajes humanos, de estampas, que se nos iban quedando grabados en el alma por y para siempre, gracias a los armónicos pasos del compás de la memoria. Entre saludos, charlas, tertulias, juegos, carreras, adioses… Y, siempre, claro es, repleto de esa inmensidad de sensaciones que emanan de los paisajes físicos de las casas, y, al tiempo, del paisaje humano que durante tanto tiempo nos acompañara en la vida.

callemoros-tallerdearmeriaycerrajeriaalmanaque1887Una calle, la Moros, de Cáceres, de la que, antes de pasar a denominarse con el nombre de General Margallo, queda constancia expresa, por ejemplo, en esta fotografía del anuncio que aparecía publicado en el Almanaque en aquellos lejanos tiempos, cuando corría, ni más ni menos, que el año 1887. Un tiempo en el que el empresario Rafael Laso, muy conocido en el sector de la Armería y cerrajería, se decidió a abrir un taller en el número 11 de la calle Moros.

Cómo han cambiado, ahora, ya, con el paso del tiempo, los paisajes físicos y los paisajes humanos del paisanaje de la calle Margallo…!

Siempre, en la radiografía existencial de la vida, Cáceres. Como un inmenso rayo de luz, como un arco iris de mil colores y danzas de fuego, como un horizonte interminable de hondura penetrante en el alma.

He cabalgado a lomos de la noche. Pero en silencio. Sintiendo, solo, el murmullo de la noche, los pasos de la reflexión, la honda y eterna llamada de Cáceres. Acaso para la confesión conmigo mismo, entre borracheras de soledad, el dulce sabor del cacereñeo, la paz del alma, las evocaciones del prisma de la vida.

Y me he lanzado, en tropel, desde la calle General Margallo, 96, donde me nacieron, donde pasé la magia de la infancia, las contradicciones de la niñez, las incomprensiones de la adolescencia, hasta los confines de la vida.

Justo en el límite donde desembocan los ríos espirituales del camino y, al tiempo, de mis propios pasos. Quizás, perdidos. Me dejé fluir, como cuentan los soñadores, los románticos, los nostálgicos. Pero quería más. Y hasta me dejé llevar de la mano, como cuando se la daba a mi madre, que trataba de encarrilarme junto a mi padre por los vericuetos educacionales para formar al hombrecito del mañana que se solía hacer el rebelde aunque, al final, acababa siguiendo los pasos paternos.

Aquella calle General Margallo, conocida en su día como calle Moros, que contemplaba dicha denominación, y que nació para acoger a los moriscos que el rey Felipe II deportó desde Las Alpujarras. Cáceres terminaba, en aquellos tiempos de entonces, hacia el Norte en la parte baja de la Judería Nueva, en torno a lo que hoy es Ríos Verdes y Santo Domingo.

Y una calle, la denominada como Moros, al tiempo, siguiendo el pulso, el paso y el pálpito de la historia que, a lo largo de unos días, allá a lo largo y el correr del año 1823, que fue escenario de sangrientas peleas entre las tropas liberales, comandadas por Juan Martín, el Empecinado, contra los realistas/absolutistas, que recibieron a los atacantes en medio de un profundo fuego, hasta que los primeros derrotaron a los segundos en medio de un derramamiento de sangre. Todo ello en ese pulso de la guerra que finalizó cuando los atacantes llegaron a tomar la entonces villa de Cáceres, dejando atrás, en los combates llevados a cabo en la calle Moros, todo un reguero de muertos.

GENERAL MARGALLO CACERES
El general Juan García Margallo, en retrato de la revista La Ilustración Española, y que da nombre a la calle.

A finales del siglo XIX la muerte del general Juan García Margallo, natural de la localidad cacereña de Montánchez, General de Brigada y Comandante General de la Plaza de Melilla, en la Guerra de Melilla, 1839-1893, que en el transcurso de uno de los combates fue abatido de tres balazos, hizo que se procediera al cambio de denominación, a petición, al parecer de los estudiantes del Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres.

En este sentido el periodista Fernando García Morales señala que confundiendo a esos moros medievales con los marroquíes, hicieron una manifestación para cambiar el nombre de la calle.

Si bien el Ayuntamiento de la ciudad procede a cambiar el nombre de la calle en el año 1893, con José Trujillo Lanuza como alcalde, cuando la misma pasa de la denominación de calle Moros a la de calle General Margallo y que se llevó a cabo como consecuencia del sentimiento de carácter antimarroquí que se produjo  a causa de la Guerra de Marruecos.

Una calle que, según el historiador Fernando Jiménez Berrocal, con el cambio de denominación, perdió gran parte de su historia al dejar atrás la toponimia, que siempre es un rasgo importante para los lugares. Una denominación, creemos, de gran calado social e intelectual.

Asimismo es de señalar que el General Juan García Margallo era bisabuelo del actual Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, como en su día le comentara personalmente el mismo, cuando era diputado de UCD, al periodista y autor de este Blog que se iniciaba, entonces, como cronista parlamentario de TVE.

Doblaban las campanas en el repiqueteo de la ciudad que se expandían por doquier. Y desde la calle Margallo, también Moros, emprendí un tránsito, tras soltar una lagrimilla ante los balcones por los que trepé en numerosas ocasiones, siempre llenos de flores. Una de las pasiones de mi madre. Flores en los balcones, en el pasillo, en la terraza, en el patio.

Retrato de Valeriano Gutiérrez Macías por el pintor extremeño Solís Avila.

Ya no aparecía por aquellos pagos de la ya lejana, pero siempre emocional y espiritual  calle Moros, o MargalloValeriano Gutiérrez Macías, (1914-2006), mi padre, maestro nacional, escritor investigador, historiador, autor de numerosos artículos y publicaciones, que se dejó siempre, en todo momento y lugar, lo que place subrayar en honor a la verdad, el alma por Cáceres. Coronel del Ejército, Primer Teniente de Alcalde, Presidente de la Comisión de Ferias y Fiestas, Vicepresidente de la Diputación Provincial, corresponsal de numerosos periódicos y revistas de carácter nacional, conferenciante, pregonero, con presencia en numerosos Congresos, Certámenes, Seminarios…

Y de quien se puede leer una semblanza de tintes biográficos, con el título de «Valeriano Gutiérrez Macías, mi padre«, en este mismo Blog, en la sección de «Personajes«…

En el mismo se trata de hacer un recorrido sobre el perfil, la hondura, la sensibilidad, el humanismo, la poesía espiritual y la entrega a la ciudad y a la provincia de Cáceres, que llevó a cabo desde siempre, un hombre tan sencillo y cercano como entregado a la panorámica  cultural, tradicional, social y popular por parte de Valeriano Gutiérrez Macías.

Lo que hizo, además, con la máxima entrega. Porque creo que es de justicia reconocerlo y dejar constancia expresa de ello para las páginas, siempre inmortales, que se van deslizando, de forma paulatina, alrededor de la historia y la vida de Cáceres.

Lo que siempre, claro es, llena y embarga el alma de las emociones más cálidas al pasar, al cabo de los años, por el asfalto de la calle Margallo, entre una ingente cantidad de emociones, de recuerdos, de sensaciones, de vibraciones, que desde siempre se apegaron a lo más hondo de mi propia existencia.

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Retrato de Adoración Gómez Sánchez, por el pintor Antonio Solís Avila.

Ni tampoco estaba Dorita, (1920-1988), mi madre del alma, como la llamaban sus amigas y mi padre, doña Adoración para otros. Una mujer esmerada, trabajadora, cuidadosa en el cultivo del hogar y tratando de sacar adelante un hogar con siete hijos, uno de los cuales, el más pequeño, Valín, de mis recuerdos inolvidables, falleció con tan solo ocho años. Esposa querida de mi padre, a la que dedicó una de sus publicaciones con un texto, tan sencillo como profundo, y que rezaba, solo y sencillamente, del siguiente tenor: «A Dorita, alma soñadora y poética, con mi amor de esposo«.

Como no aparecían mi abuelo paterno, Gracia Gutiérrez Julián, que con su paga de guardia civil sacó adelante cuatro hijos, ni tampoco aparecía mi abuela paterna, Estefanía Macías Acto, toda una vida de sacrificios a cuestas.

Lo mismo que no veía, en medio de la acuosa lluvia de mis lágrimas, todo un manantial de vibraciones emocionales y de hondura, a mi abuelo materno, Andrés Gómez Carrasco, que abandonó el campo de Herguijuela y llegó a alcanzar en aquellos complejos y nada fáciles tiempos el grado de Teniente de la Guardia Civil, ni la imagen de mi abuela materna, Patrocinio Sánchez.

¡Qué tristeza de lluvia de nostalgias, de recuerdos, de estampas, de fotografías, de radiografías humanas que se iban perdiendo, paulatinamente, casi sin que nos diéramos cuenta, en el compás del paso del tiempo!

¡Eran tantos los  vecinos, los paisajes, los escenarios, las anécdotas que transitaban por aquella calle desbordada de cotidianeidad ciudadana…!

En la fotografía el entonces teniente coronel Manuel Rodríguez Montero.

Y es que, en aquel paseo de soledades por la calle Margallo, sin adioses, sin llamadas de nadie que me dijera «¡Juanito…!«, para girar la cabeza entre las emociones de una voz conocida, no lograba encontrar ni a don Manuel Rodríguez Montero, (1915-1999), que llegó a alcanzar el grado de coronel y la jefatura del CIR Santa Ana número 3 de Cáceres.

Ni me encontré por parte alguna a su mujer, la siempre cariñosa doña Pepita Rodriguez, maestra, compañera en tantas tardes de cine y de café con pasta en compañía con mi madre, Dorita.

Ni, tampoco, porque la vida es así de fugaz y cruel, en ocasiones, a ninguno de sus hijos, con los que compartíamos una larga y cálida relación familiar. De  padres a padres y de hijos a hijos. Todos ellos compañeros de juegos, de paseos, de películas, de aventuras: José Manuel, Germán, coronel en Las Palmas, Conchita, Pili, Miguel y Jesús… 

¡Cómo se nos iba escapando, sin embargo, de las manos, el correr y el paso del tiempo que, sin embargo, emana de la propia vida…!

Paso a paso, segundo a segundo, día a día, sendero a sendero…!

Entre estampas que, tal vez, no tuvieran, entonces, mayor importancia, entre adioses y charlas, entre juegos y voces de vendedores ambulantes, en medio del ajetreo de aquel vecindario que nos marcara, un día, el camino de la vida a todos y cada uno de nosotros.

JUAN CHECA CAMPOS
Don Juan Checa Campos, eminente pedagogo, con parte de su alumnado en la fotografía de curso.

Habían cambiado, y de qué modo y manera, los paisajes físicos, los paisajes humanos del paisanaje y los parajes urbanos. Y me chocó que ya no estaban por aquellos lares mis compañeros del Perejil o Pérez Gil, ni la escuela de don Juan Checa Campos, cualificado maestro y pedagogo, que nos enseñaba hasta las reglas de urbanidad, nos metía en la mollera la geografía cantando a ritmo de sonsonete y de matraca las provincias de las regiones de España y la geometría con dibujos que elaboraba en noches de trabajo en su casa y con esmero docente ayudado por sus hijas, Geles, María Jesús, a la que los escolares llamábamos señorita Chuli, que llegó a ser senadora y preceptora del entonces Príncipe Felipe, y Pilar, aprovechando el reverso de los mapas de geografía.

Como tampoco estaban la muchachada de la pandilla del barrio y de las excursiones, clandestinas, al Paseo Alto, a la Charca Musia, acaso para echarnos el primer cigarrillo de anís, ni las miradas enamoradizas de los primeros años a las guapas chiquillas de la calle de siempre.

enciclopedia de grado medio
Con enciclopedias como esta se formaron numerosas generaciones de escolares cacereños.

Ni tampoco aparecía el profesor y maestro don Juan Muriel, siempre exigente, en el relato de sus alumnos, que enseñaba a escolares y a opositores, sobre todo para el Ejército y las Fuerzas Armadas, que dirigió durante mucho tiempo el Colegio de la Inmaculada, con la enciclopedia de Dalmau Carles, y que, posteriormente, sería la Escuela de don Juan Checa Campos, en cuyas dos escuelas, una como continuación de la otra nos formamos legiones y legiones de cacereños, bajo las enseñanzas de dos maestros de una reconocida talla pedadógica. Como resultan, claro es, los nombres de los citados, ya, anteriormente.

Dos profesores, dos maestros, dos enseñantes, dos pedagogos, dos educadores, don Juan Muriel y don Juan Checa Campos, que ayudaron a diseñar el recorrido de legiones de alumnos, en base a su calidad humana, a su preocupación por el aprendizaje de los escolares y a su infinita paciencia con todos y cada uno de sus alumnos.

Pero el recorrido de mis pasos, perdidos, sin sentido, por la calle Margallo, la calle Moros de siempre, tal cual figura en los anales de la historia, iban avanzando y pasando páginas del calendario.

Atrás quedaban, pues, los hechos, las anécdotas, los pasos, los juegos, las tertulias pegando la hebra, las parrafadas del vecindario del ayer…

Todo un largo de tiempo de emociones, de sensaciones, de vibraciones, del alma, y que nos llevaban de la mano, tal cual, de la propia vida.

¡Noche de soledad en mi calle Margallo…!

noche de soledad en mi calle margallo (antonio rubio. hoy.es)
Antonio Rubio Rojas, Cronista Oficial de Cáceres, y uno de los vecinos más ilustres de la calle Margallo.

Ni tampoco estaba el paisaje humano, de gran relieve cultural,  ni se escuchaba el vozarrón de los aprendizajes memorísticos de Antonio Rubio Rojas, que estudiaba Historia, por libre, como se decía entonces en la Universidad de Sevilla, y viajaba en un coche, quizás un Biscuter, en el que nadie se explicaba cómo cabía de pequeño que era su auto y alto de estatura del mismo, gran aficionado a los toros y posteriormente Cronista Oficial de Cáceres, mientras su padre despachaba objetos variados en su tienda de la calle General Ezponda, justo al lado de los agradables aromas de la pastelería Cabeig y el bar Amador.

Antonio Rubio Rojas nos legaría obras de tan extraordinario calado como «Cáceres, Ciudad Histórico-Artística«, «Guía Callejera de Cáceres» o «Cáceres, resumen de Historia Local«, «La Ruta de las Chimeneas«, como una Guía Turística por Malpartida de Cáceres, Arroyo de la Luz, Navas del Madroño, Brozas, Alcántara, Mata de Alcántara y Garrovillas…

margallo-rufinorubio.lafalange31agosto1936Y tampoco me encontraba, entre los vericuetos y perdidos rumbos de la calle General Margallo, cruzada con el nombre de Calle Moros, con la imagen de don Rufino Rubio Rosado, padre de Antonio Rubio Rojas, que regentaba un establecimiento de Ultramarinos , Loza y Cristal y que, según podemos  ver en un anuncio de la prensa cacereña de 1936, estaba situado en el número 6 de la calle General Ezponda. Pared con pared, por aquellos tiempos, ya lejanos, con la Pastelería Cabeig, de donde emanaban los ricos olores de la repostería cacereña.

Rufino Rubio se configuraba como un hombre cortés, aunque de estampa distraída, y muy aficionado, eso sí, a los espectáculos taurinos, con localidad habitual en la contrabarrera de sol, esquinada a la valla de separación con la de sombra, y a los que acudía, siempre, en compañía de su hijo. Otro gran entusiasta de la fiesta de los toros y que hoy nos acompañan en este recorrido por la eternidad del Cáceres de Aquellos Tiempos y que pudimos palpar, en lo más hondo, con toda su integridad. Con sus gentes, su paisaje humano, sus aventuras, sus anécdotas, sus estampas…

Me extrañé de mi calle de siempre porque apenas si la conocía. Al contrario, la desconocía. Me pudo la lluvia, la tormenta y el vendaval de los recuerdos ante una calle que ya, con el transcurso del tiempo, me había dicho adiós y despedido con pañuelos sin que yo me enterara porque aquello, entonces, válgame Dios, parece que no iba lo más mínimo conmigo, cuando luego, tan solo unas décadas después, el recuerdo emocional de los pasos y de los recorridos por los senderos y caminos de la vida te hace transitar en medio de un vaho, de un hálito, de todo un mundo de soledades.

Y, lo que aún resulta más doloroso, de miradas de paisanos indiferentes que ya no te dicen ¡Adiós!, ¡Hola!, ¡Buenos días!, ¡Hasta Luego!, ¡¿Qué hay?!… Y que, en el fondo, ni saben quién eres ni le interesas lo más mínimo. Pero, aún así, había que levantar el ánimo y continuar en este recorrido de recuperar las sensaciones, las imágenes y la belleza de alma de aquella calle Margallo, también Moros, de siempre.

No había forma humana de encontrar por aquellos pagos, porque la vida es así, el paisaje humano de aquellos años de ese hombretón extraordinario, alto, de gran humanidad, buena voz, muy trabajador y grandes principios que era Cayetano Polo Garrudo, Polito, 1922-1995, que vivía en Margallo, número 15, popularísimo radiofonista, y que desde las ondas de La Voz de Extremadura, antes de transformarse en Radio Cáceres, arrastraba, con su solidaridad, con sus mensajes, con su cacereñismo a toda la ciudad. ¡Qué digo, a toda la provincia!

Polito, diminutivo de su primer apellido, en contraste a que era un hombre de una talla inmensa. Gigante de altura y gigante de corazón. Y a quien conocía, prácticamente, todo Cáceres. «Polito es un gran tipo, buena gente, esforzado, extraordinario cacereño!, nos decía mi padre, mientras nos contaba anécdotas de y sobre Polito, todas ellas de una tipología humana, a la estirpe. Y a fe que don Valeriano no se equivocaba lo más mínimo. Polito cuenta hoy, afortunadamente, con una calle en Cáceres, muy cerca por cierto de la conocida con el nombre de Valeriano Gutiérrez Macías.

Enmudecí ante la lluvia de los pasajes y los parajes de la vida con sabor a gratitud al Cáceres de mi alma, el que serpentea por mis venas, con los dulces y bellos acordes musicales del maestro Eduardo Castillo Duque, una eminencia musical, Juanito, me decía mi padre, y que se transparentaban artísticamente, desde la radiografía de la ventana, cuando ya había dirigido la grabación del disco «Cantos de Extremadura«. Todo un éxito de aquellos tiempos en Cáceres, con canciones y jotas tradicionales de la región, a cargo de la Rondalla y Coros del Colegio Calasancio de Madrid, con el dibujo de una montehermoseña en la portada, y que se esmeraba en bellas composiciones de todos los estilos, volcándose, afanosamente, en educarnos en la cultura y en la sensibilidad de la palabra mágica, decía con énfasis, de la Música. Para subrayar, posteriormente: «Y que representa una página cultural de gran importancia». Eduardo Castillo compaginaba su trabajo en la dependencia de la Eléctrica, con sus inquietudes musicales. Y, en el disco, entre otras, «Para subir la cuesta«, «El Redoble«, «Jota de la Uva«, «Copla de los quintos«, «Jota del limón«…

Y allá, en su casa, ya cerca del esquinazo que ocupaba el colegio de D. Juan Checa Campos, acudíamos algunos chiquillos a aprender los primeros acordes de la bandurria que nos impartía el profesor Castillo Duque con su magisterio humano y musical, que quede constancia.

gerardogarciadelcamino
Gerardo García del Camino, Catedrático de Historia de la Literatura Española

Ni me encontraba la imagen, siempre amable, correcta y exquisita de una persona de la filosofía y el conocimiento de don Víctor Gerardo García del Camino, catedrático de Historia de la Literatura Española, un cualificado humanista de profunda sabiduría, director de la Biblioteca, creador del Primer Cine-Club  de Cáceres, como tampoco aparecía la imagen de doña Luisa Burgos, su mujer, cariñosa y muy cordial siempre, ni sus hijos, Luis, que componía bellas poesías ya en la adolescencia, Merche, Inocencio y Carlos…

Todos ellos buenos amigos, vecinos un largo tiempo, y compañeros en el paisaje y el panorama de los horizontes de la vida y hasta de la armonía de sus paisajes que se pintarrajeaban por aquella calle Margallo.

Y entre sus pasos, en los de las dos estirpes, las correspondientes a las de los García-Camino Burgos y los Gutiérrez Gómez, se abrieron esos lazos de buena relación, de amistad, que nacían en nuestros progenitores…

Pero el relato tiene, por fuerza, que seguir adelante en aquella caminata en soledad que me iba dando, paso a paso, con miles de fotografías en la mente, por una calle General Margallo que ya solo se conformaba como una soledad de llanto y de pena.

… Y, mientras tanto, yo soltaba un abanico de colores y de adioses…

Pero, ay, no respondía, ya, nadie…

Como tampoco andaba por aquellos pagos la familia Margallo, que eran nueve hermanos, uno de los cuales, Juan, optó por la vía del teatro independiente, en una profesión de hartas complejidades en función de los momentos políticos y que llegó a ser un señalado actor, director y autor teatral,  que fundó compañía propia, con la que alcanzó la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, concedida por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. y que también luce en su vitrina artística la Medalla de Extremadura con la que fue galardonado en su día por la Junta.

Ahí le vemos, a la izquierda, con un expresivo gesto artístico. Acaso como uno de los muchos gestos que se le deslizaran cuando nos trasladaba a la chiquillería de la calle Margallo sus dotes teatrales entre juegos, magia, diversiones y toda una variada serie de pormenores que, también, claro es, quedaban, ya, atrás. Como el propio rayo fugaz de la vida.

¡Qué recorrido de pena y de pesar, de silencios y de mutismos, de desconsuelos y de soledades…! Me sentía apenado, perdido y triste en esa andadura de arriba abajo y de abajo arriba por la inmensa desnudez de amigos y vecinos de la vieja, entrañable, impresionante calle vecinal de charlas, de encuentros, de saludos, de adioses, de recados, de amigos, de conocidos de toda la vida, como quien dice…!

Tampoco hallaba por parte alguna la imagen, siempre serena, bondadosa y amifa siempre, de Juan Manuel Cuadrado Ceballos (Garcíaz, 1935).

Sacerdote humano y humanista, vital, amable y cercano.

Juan Manuel Cuadrado Ceballos vivía enfrente, justo enfrente de mi casa. Y allí tuvieron lugar algunas confesiones amigas y hasta charlas confidenciales de aquel chiquillo que, en ocasiones, se debatía entre sus problemas y esperanzas. Y quizás nos podamos entender.

Juan Manuel Cuadrado Ceballos, (Garciaz, 1935) que llegó a ser director del Colegio Diocesano «José Luis Cotallo«, rector del Seminario Mayor, párroco de la iglesia de Santiago, y Vicario de Pastoral, toda una vida entregado a la defensa de su fe y a la bondad que emana de su alma, y que un día, allá por aquellos tiempos, quiso enfocar mis pasos hacia el Seminario, aunque en vano.

Era, aquel, todo un recorrido de silencios, de ausencias, de caras desconocidas, extrañas… Era, pues, un recorrido triste y opaco, penoso, como un largo calvario intentando, muy en vano, encontrarme con tantas y tantas y tantas imágenes de mi niñez y de mi adolescencia, que se habían perdido por la fugacidad del paso de la vida caminando, entre esos propios silencios en medio de un poema recitado en el clamor del desierto con las arenas volanderas llevándose la existencia.

JOSE LUIS RUBIO PULIDO
José Luis Rubio Pulido, sacerdote, organista de la Concatedral, de gran predicamento entre la juventud cacereña de aquel entonces.

Atrás, en la historia existencial de la niñez, la que se nos fue despidiendo, ya no se veía, tan siquiera, la habitación en la que me daba clases particulares el sacerdote don José Luis Rubio Pulido, que fuera capellán de las Trinitarias, autor de numerosas composiciones musicales, organista de la Concatedral, director del Coro, compositor y amigo de una gran parte de la juventud cacereña, que trataba de meternos las canciones populares, típicas y hasta de la moda en la mollera, como aquella canción, por ejemplo, que, en su boca, en su estilo, en su pasión, en sus deseos de enseñarnos por encima de todo, era un emblema más de su exquisita sensibilidad musical.

Como aquella canción que decía así:

Con el Guri, guri, guri,
que lleva la boticaria,
parece que va diciendo,
del Junquillo sale al agua.

Del Junquillo sale el agua,
de Medina sale el sol,
de Villarcarlos los rayos,
alégrate corazón.

Alégrate corazón,
aunque sea por la tarde,
corazón que no se alegra,
nunca cría buena sangre.

CUARTEL GUARDIA CIVIL CACERES 2
El antiguo edificio de la Guardia Civil, en la calle Margallo, hoy abandonado y desvencijado.

Se había despedido de mi vista el Cuartel de la Guardia Civil, de la Benemérita, en cuyo pasillo de acceso a las dependencias se podía leer en un arco que destacaba a la vista desde el exterior la máxima «El honor es la divisa del Cuerpo«, con el entonces teniente coronel José Moreno Antequera al frente de la 232 Comandancia de la Guardia Civil, y cuyo hijo, José María, compañero de andanzas juveniles, alcanzó el grado de coronel de la Guardia Civil. Ni estaba don José Moreno Morán, amigo y compañero de tertulia de mi abuelo Andrés Gómez Carrasco, ni aparecía la imagen de María de los Angeles Moreno-Antequera…!

No entendendía, sencillamente, nada de cuanto transcurría en la calle de mis amores del alma, de mi niñez, de mi infancia, de mi adolescencia, tan repleta de caras conocidas, y, ahora, tan desnuda de adioses…

Ni tampoco se hallaba el Cuartel de los Carabineros, a cuya puerta nació el primer bar de la calle, quizás fuera el de la señora Teresa, donde se despachaban chatos de vino y pistolas de tinto o del país en botellas de gaseosa de La Polar, que para los críos suponía una delicia dominical, refrescos de naranja y limón y alguna copa de sol y sombra o carajillo para los albañiles del regreso de sus tareas entre andamios, y a quien la chiquillería pedíamos las chapas para nuestros juegos, de fútbol, de carreras como si fueran coches entre pistas pintarrajeadas con tiza en el asfalto de la calle, como tampoco estaban aquellosa hermanos, los Almeida, que se conformaban como unos bichos y unos águilas, y campeones, siempre, del juego de la villorda.

juanita franco
Juanita Franco, maestra, que en 1983 recuperó, a base de un gran entusiasmo, la Romería de los Santos Mártires.

Según iba caminando desde el Arandel hasta Margallo abajo del todo, o viceversa, con una lentitud pasmosa, mientras me recreaba con las estampas de tantos años, se me iba cayendo encima todo el peso y el pesar del mundo como un torrente de emociones que, por mucho que cabalguen por el alma, ya no volverán a aparecer con aquellos personajes, con aquellos vecinos, con aquellos conocidos, con aquellas caras amigas, siempre entrañables todas. Pensé en la fugacidad de la vida. Tampoco aparecía Juanita Franco Santillana, (1931-2015), maestra, que en aquel entonces vivía en Margallo, 85, enfrente justo del Cuartel de los Carabineros, y que fallecía en mayo de 2015, con ochenta y tres años, verdadera impulsora y recuperadora, allá por 1983, de la Fiesta de los Santos Mártires, San Fabián y San Sebastián, con la romería en el Paseo Alto, entre misa, canciones y danzas, y reparto de roscas de anís. Una fiesta que, según los datos, iniciaron sus antepasados, que fueron los mayordomos de los Santos Mártires.

Parecía que se había desplomado el decorado de la calle Margallo, también Moros, como en una película. ¡Cómo habían cambiado los paisajes urbanos, y, también, ay, los paisajes humanos con las que tantas charlas, adioses, saludos, compartimos en una infancia a las que nos unía el destino de la carretera y el tránsito de la vida por el paso, los surcos y hasta los trasiegos existenciales, emocionales y espirituales que de forma tan rápida pasan, acaso galopadamente, ante nosotros. Y, además, así, día a día, mes a mes, año a año, sin que nos diéramos y nos demos cuenta del paso, lento, sin pausa y sin prisa, de la propia vida que va trasegando hacia adelante, segundo a segundo, de una forma irrevocable.

¡Y es que resulta una lástima que aún no se haya inventado la máquina que pare el tiempo y detenga las agujas del reloj cuando quisiéramos hacerlo…!  

Pepi Suárez, con los Coros y Danzas de la Sección Femenina en 1959.

Mirando de forma detenida tampoco me encontraba con la siempre guapa y cariñosa Pepi Suárez, que trabajaba en la Guardería del Paseo Alto, directora del Grupo de Coros y Danzas de la Sección Femenina, al ritmo del Redoble, la Jota de Guadalupe, el Perantón, la Jerteña, la Jota Cuadrada, de Monroy, Los Pajarillos, los Sones de Montehermoso, la Jota de Alcuéscar o El Candil, la Carta…

Y que logró llevar a cabo una señalada labor con jóvenes y más jóvenes entusiasmándolos con la belleza y hondura de las canciones y danzas populares de la Alta Extremadura.

Y a la que vemos en las páginas de la revista «Mundo Hispánico«, correspondiente al mes de julio del año 1959, con motivo de la celebración de los Festivales Folklóricos Hispanoamericanos-Luso-Filipinos en Cáceres, creados, precisamente, entre otros, por Valeriano Gutiérrez Macías, que se dejó el alma y la vida en su lucha y defensa por Cáceres.

Como es el caso. también, de su larga serie de afanes por la rehabilitación y revitalización del Casco Histórico-Monumental de Cáceres, ciudad, hoy, Patrimonio de la Humanidad. Y con su Ciudad Medieval como un ingente atractivo para la visita continuada de miles de turistas que dinamizan hoy, creemos que bastante, la vida económico-industrial de Cáceres.

SANBLAS DON JOSE REVIRIEGO
Don José Reviriego Pedrazo, al frente de la ermita de San Blas, con los primeros monaguillos, como José Tomás Carvajal, sobre el que tiene puestas las manos.

Ni me encontraba la imagen, siempre entrañable, bonachona y humilde de don José Reviriego Pedrazo, un sacerdote de altas cualidades de trabajo pastoral en la entonces ermita de San Blas y que, en base a una tarea ímproba, a su humanidad y humanismo cristiano, a su conciencia social, en aquellos comprometidos y difíciles tiempos, desde una óptica socioeconómica, enfiló la parroquia hacia los mejores destinos

Quedaba tan atrás, como si el tiempo no hubiera pasado en una extensión de medio siglo, toda la gigantesca panorámica de la calle General Margallo, a la que iba pasando revista conmigo mismo, en medio de una nube de reflexiones, de silencios, de estampas, de imágenes, de despedidas y adioses de tanta y tan buena gente con las que la vida me permitió encontrarme en el camino.

Pero, en aquel recorrido, se imponía, por fuerza, el silencio.

Como se imponían infinidades de recuerdos, de juegos, de compases, de fotografías, de personas, entre adioses constantes.

Tiempos entrañables cuajados de vida en su consistencia por la propia configuración del vecindario.

Tiempos, pues, de adioses.

Tiempo, pues, de soledades.

Tiempo, pues, de silencios.

Tiempos, pues, que se desdibujaban por el campo de contenidas emociones

Luis María Gil y Gil, primero por la izquierda, recibiendo a un grupo de legionarios.

Tampoco lograba encontrarme o reencontrarme por parte alguna, por más que miraba de forma detenida, casi analítica, como no queriendo perder detalle alguno en mi visión, porque el esquema de la vida había dejado al medio más o menos un riachuelo de cincuenta años, lo que se dice pronto, pero que es ni más ni menos que medio siglo, la familia de don Luis María Gil y Gil, otorrinolaringólogo de prestigio, que anduvo de médico en la Legión, que fuera también concejal del Ayuntamiento de Cáceres y uno de los hombres de confianza del entonces alcalde, Alfonso Díaz de Bustamante y Quijano. Una familia que conformaban don Luis María, su esposa, Soledad Herreros, hija de Emilio Herreros, abogado, presidente de la Diputación y Presidente de la Comisión de Monumentos, y sus hijos Luis María y Soledad.

Todos ellos buenos amigos. Los padres, de mis padres, y sus hijos. míos.

Como casi todos los miembros y vecinos de la calle, como casi todos los miembros y vecinos del barrio, como casi todos los miembros y vecinos de aquel Cáceres, ahora apretujado entre lágrimas.

noche de soledad en mi calle margallo (jesus alviz. sierradegatadigital.es)
El prestigioso escritor y novelista Jesús Alviz

Ni tampoco existía, ya, tinao alguno, ni cuadra alguna, ni vaquería alguna, que tanto sabían, ay, de nuestras inquietudes, juegos y curiosidades de aquel puzzle misterioso y enigmático de la infancia, siempre agarrada, ay, a los pezones de los cuidados y mimos maternos y paternos. Ni tampoco se escuchaba el tecleo impenitente, incansable, incombustible de Jesús Alviz, 1946-1998.

Jesús Alviz fue un prestigioso novelista y escritor que nos dijo adiós con tan solo 52 años y en madurez, mientras dejaba desparramadas obras de tanto calado contestatario e inconformista de aquella etapa, como «Luego, ahora háblame de China«, 1977, «El frisónomo vino a Babel«, «El concierto de Ocarina«, 1986, entre otras, y teatro como «Inés María Calderón, virgen, mártir y ¿santa?«, 1985, junto a su señalado relieve de una literatura innovadora y comprometida en aquellos tiempos de entonces.

Adiós, pues, ahora, querido Jesús, con esa sonrisa que deja constancia, en la fotografía, mientras se me acumulan nuestras charlas y tu buen corazón.

ELEUTERIO MENDOZA YFAMILIA EN 1940
Eleuterio Mendoza figura, por derecho y mérito propio, en el escaparate de la historia comercial de la ciudad. de aquellos años…

Y andando despacio y desgarrado en mi soledad, a solas con mis propios recuerdos de la historia de la niñez y de la adolescencia cacereña en la calle Margallo, ay, tampoco aparecía la figura de aquel gran empresario, Eleuterio Mendoza Moreno, procedente de Arroyo de la Luz, que vivían frente al Cuartel de la Guardia Civil, creador e impulsor de los Almacenes Mendoza, primero en la calle General Ezponda, y, después, en la calle Pintores, junto al Precio Fijo. Uno de los epicentros comerciales más relevantes y señeros del Cáceres de Aquellos Tiempos.

Eleuterio Mendoza Moreno asentó su establecimiento primero e inicialmente en la calle General Ezponda, esquina a la calle Ríos Verdes, con una especie de multicomercio, desde alpargatas hasta ropa y desde garbanzos hasta chocolate para atraer, paulatinamente, la clientela que el mismo deseaba ir afianzando en sus dinámicas comerciales. Posteriormente, cuando fue imprimiendo el carácter y el cartel de su calidad, de su afabilidad, de su respeto y de su seriedad, como un buen cocktail de ingredientes, en el año 1958 ya procedió al adecuado traslado a la calle Pintores.

Tampoco se encontraban, ya, por los pagos de la melancolía, que se imponían tras el inapelable e implacable paso del tiempo, la familia de los Márquez Tosina de donde desciende la rama de sus hijos Diego, militar, y Emilio, médico. Ni tampoco se veía imagen alguna de la familia con los apellidos Hurtado Ricafort. ¡Qué diferencia, ay, de la calle Margallo del Cáceres de Aquellos Tiempos a la de la calle Margallo, de hoy…! Ni tan siquiera se encontraban chiquillos jugando a la pelota, niñas saltando a la comba o haciendo un círculo con la canción del «Corro de las Patatas«.

Basilio Pacheco Ojeda y Ana Guerra Vallejo.

Ni aparecía por aquel sendero y aquel recorrido por la calle Margallo, sencillamente porque la vida es así de sorprendente, otro vecino, como resultaba ese buen amigo de mi familia, con domicilio en el número 73, el entonces capitán Basilio Pacheco Ojeda, (1902-1969).

Basilio Pacheco Ojeda, mutilado de guerra y ciego por arma de fuego desde los 22 años, a consecuencia de las heridas que sufrió en la contienda de Africa, donde fue un héroe, que alcanzara el grado de coronel, era una gran persona, que gozaba del cariño y consideración de todo el vecindario que se honraba con su amistad, con sus tertulias, con su generosidad.

Pero el caso es que en este recorrido, empañado de lágrimas de dolor por ese recorrido impregnado de ausencias humanas, tampoco aparecía su mujer, Ana Guerra Vallejo, , con la que todas las tardes caminaba hasta el Paseo Alto para respirar aire puro, decía, y también, claro es, para enfrascarse en una larga charla con don Aureliano Moreno, que llegara a alcanzar el grado de teniente coronel de la Guardia Civil.

¡Qué largo se hace, ahora, el camino en el recorrido del calvario de los adioses, de los encuentros y de los desencuentros, de las soledades de aquella siempre querida calle Margallo de mi alma…!

Puri Pacheco, bibliotecaria, Margallo, 37.

Ni tampoco figuraba ya, por aquellos lugares, de tanta sensibilidad emocional, la hija de don Basilio y doña Ana, anteriormente citados, la siempre guapa Purificación, (1929), que, tras estudiar Magisterio accedió a la Biblioteca, cuando la misma se encontraba en el Instituto Nacional de Enseñanza Media «El Brocense», accediéndose a la misma por aquella callejina que se encontraba tras la iglesia de San Francisco Javier. Puri, a quien conoce todo Cáceres, fue durante un tiempo Secretaria y Coordinadora de las Bibliotecas de la provincia de Cáceres, y, posteriormente, pasó a la Biblioteca de la Universidad Laboral. Purificación Pacheco fue una mujer que también se entregó junto a Juanita Franco y Luisina Harto en la recuperación de la festividad de la romería de los Santos Mártires, que anualmente se lleva a cabo junto a la ermita del Paseo Alto. Y lo que comenzó siendo un primer encuentro con un poco de patatera, de queso, y no mucho más, hoy ya se encuentra en el calendario de las fiestas cacereñas por excelencia.

— ¡Vaya un recorrido humano más doloroso y triste…!–, me dije para mis adentros.

Se hizo un silencio cruel, duro, severo, inhumano, triste. Y añadí:

— ¿Y mis vecinos? ¿Y mis amigos? ¿Y mis conocidos de aquella calle Margallo que tanto pateé y recorrí, con libros, entre juegos?

No respondía, claro es, nada. Ni, lo que es peor, nadie.

Lo mismo que a lo largo de ese dolorido recorrido, cuajado de ausencias y de silencios, como si de un vaciado del paisaje humano se tratara, entre soledades de toda soledad,  tampoco aparecía la figura de Basilio Antonio Pacheco.

Basilio Antonio Pacheco, como tantos y tantos vecinos de la calle Margallo, siguió, inicialmente, la carrera militar, Y tras alcanzar el grado de comandante del Ejército de Tierra, abandonó su trayectoria para ocuparse en los afanes de una agencia inmobiliaria.

Ahí está , en la fotografía, Basilio Antonio Pacheco Guerra el día de su boda y con Rafael García-Plata Parra y su hermana Purificación como padrinos del enlace matrimonial.

Aquella calle Margallo del Cáceres de Aquellos Tiempos ya no existía. Se me nublaba la vista en el mareo de la falta de vecinos, de amigos, de conocidos, de un recorrido interminable de adioses y saludos, de sonrisas y tertulias, de pegar la hebra, de echarse una parrafada o de darle a la húmeda. Que de las tres formas se explican las secuencias del encuentro de las charlas entre unos y otros.

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Enrique Baltar entrevistando a Antonio Díaz Miguel, entrenador del Real Madrid de baloncesto, en los años 70.

Ni se veía en aquel recorrido de silencios y de extraños paisajes, tan queridos por mí, a mi querido amigo y maestro en las lides periodísticas, Enrique Baltar Ruiz, persona de gran corazón, periodista en las columnas del diario «Extremadura«, con especial entrega al panorama deportivo, que lo bordaba. Entre otros motivos porque Enrique Baltar vivía y vive con pasión el Cáceres de los aconteceres y las noticias, de sus gentes y su actualidad, de sus perfiles sociales y humanos, de sus trasiegos ciudadanos al ritmo de andanzas periodísticas de la escuela de la vida.

También fue Jefe de la Sección Provincial de Turismo en la delegación ministerial en Cáceres, funcionario del Ministerio de Cultura, tesorero y vocal, en su día, de la Asociación de la Prensa de Cáceres.

Enrique Baltar Ruiz, una bella persona, compañero y amigo del autor de estas líneas, es un cacereño de esos que siempre saben hacer, cada día Más y Mejor Cáceres.

Todo un lujo, pues, de persona cálida, entrañable, cercana y conocedor, siempre, de los entresijos del ritmo del cacereñeo a lo largo de la historia. Todo un tiempo, en aquella larga caminata de la andadura, como un rosario interminable de secuencias, de estampas, de emociones, de fotografías, de saludos, de juegos, de charlas, de inquietudes, de carreras, de anhelos, de estudios, de crecimiento con el paso del tiempo, de un desfile continuado y eterno de muy cálidos y entrañables paisajes humanos de aquella calle Margallo de Aquellos Tiempos.

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José Luis Pérez Cambero, siempre Perche para todos. Un tipo extraordinario.

Ni tampoco se presentaba ante mis ojos el ultramarinos de Bernardo Cascos Paulín, cuyo hijo, llegó a ser un cualificado baloncestista que paseó con orgullo el nombre del San Fernando, todo un conjunto emblemático, que arrastraba en masa a la juventud cacereña en apoyo de sus colores.

Como hizo un tipo extraordinario, también de la calle Margallo, José Luis Pérez Cambero, al que todos conocíamos por Perche, que también destacó defendiendo los colores del baloncesto local en un esfuerzo sin precedentes y en base a todo tipo de sacrificios, como pudimos vivir junto a ellos, auténticos legionarios del baloncesto, que lograron unas cotas de extraordinario relieve.

Sencillamente, una cota de señalados logros la que fueron consiguiendo Perche y otros buenos jóvenes de la calle Margallo, siempre conocida como Moros.

Y es que aquella calle Margallo, la que se pespunteaba entre los años cincuenta y sesenta era y se configuraba, a la vez, como un mundo cuajado de buena gente vecina, de buena gente amiga, de buena gente en las dinámicas humanas…

Una calle de la que ahora, desde aquel inmenso recuerdo de tantos y tantos años, nos quedan lad añoranzas, los sabores, la calidad humana de aquellas estampas que tanto nos marcaron en el camino y en el recorrido de la vida a tantos y tantos cacereños.

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Manuel Arroyo Fernández, Club San Fernando.

Por cierto, y hablando de margallianos y baloncestistas cacereños. La calle Margallo se distinguió por otros cualificados jugadores como fueron Manuel Arroyo Fernández, Lete, una persona la mar de agradable y cordial, ingeniero técnico industrial, siempre querido por todos, a quien vemos en una fotografía reciente…

La verdad es que la calle Moros/Margallo aportó en el Cáceres de Aquellos Tiempos duna cualificada serie de destacados miembros para el deporte de la canast

Vecinos de la calle Margallo que, de haber coincidido en el mismo tiempo podrían haber conformado un «cinco» bastante competitivo e ideal en las canchas baloncestísticas defendiendo la bandera del deporte de la canasta local y que tantas jornadas de gloria dieron a todos los cacereños y cacereñas, a caballo entre las canchas de Talleres Municipales y del Colegio de San Antonio…

Y, también, en las canchas de tantas ciudades a caballo de las competiciones en las que tomaban parte los mismos.

Es el caso, además de los ya citados José Luis Pérez Cambero, a quien todos conocíamos como Perche, y de Manuel Arroyo Fernández, Lete, de siempre y para todos, de otros notorios baloncestistas como es el caso de Bernardo Cascos, al que vemos en la fotografía, que se inició en la cancha del Colegio de San Antonio y de manos del entusiasmo colectivo que creó en el centro educativo de los franciscanos el siempre muy querido y añorado Padre Agustín Barrios.

Otros buen jugador de baloncesto, que vivió por aquella época largo tiempo en la calle Margallo, y que formó parte de aquella esencia de la histórica rúa cacereña, fue Esteban Ayúcar de Soto, que se inició en el equipo de baloncesto de Acción Católica, y en la estrecha cancha del Palacio de la Generala y que, desde muy joven, se convirtió en otro de los señalados practicantes y difusores del baloncesto cacereño.

La radiografía de aquel Cáceres, sencillamente, tan entrañable.

Rafael Rodríguez Salas.

Y es que con jugadores y personas del calibre y del amor propio como el que desde siempre plasmara y dejara constancia mi querido amigo Rafael Rodríguez Salas, no era difícil, no, seguir la línea de cualquier objetivo.

Una persona de excelente factura humana, de gran coraje, de profundo amor propio y que con su quehacer dejó constancia de unas cualidades que le distinguieron sobremanera.

Destacó, de modo especial, en el terreno del baloncesto. Primero como jugador, donde dejó una gran y profunda huella, sobre todo, y fundamentalmente, por su espíritu deportivo y por su capacidad de superación.

Y, posteriormente, por los caminos de sus compromisos desde la Federación Cacereña de Baloncesto, donde llevó a cabo numerosas actividades, más tarde en sus responsabilidades dentro de la Federación Extremeña del Deporte de la Canasta, y, posteriormente, en la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura.

Fallecido en septiembre del año 2016 Rafael Rodríguez Salas se despidió de los cacereños con la Primera Insignia de Oro de la Federación Extremeña de Baloncesto y que le fue concedida e impuesta, en un acto repleto e invadido de emociones, en el año 2006. Rafael estaba considerado como uno de esos máximos activos en el crecimiento, en el desarrollo y en la evolución del baloncesto en Extremadura.

Lo mismo que destacó otro jugador de señaladas facultades profesionales como fue mi querido amigo Luis Guillén Zancas, de gran coraje y empeño, de pundonor, que también dio y entregó lo mejor de sus facultades en pro del baloncesto de Cáceres.

También, por supuesto, citar a Jesús Sanguino, otro nombre legendario en el panorama de las aportaciones de la calle Margallo al mundo del baloncesto.

Gestos, hoy, mirando hacia atrás, muy de agradecer.

Acaso porque todos ellos, juntos, podrían haber conformado un gran equipo de baloncesto denominado, por ejemplo, Club Baloncesto Calle Moros. La hinchada, desde luego, habría estado, a buen seguro, con todos ellos.

Todos ellos, puedo dar fe, humana y periodísticamente hablando, buena gente, esforzados deportistas, que lograron hacer del baloncesto en Cáceres, junto a otros muchos, un esquema colectivo de ilusión, de afición y de pasión.

Y a fe que lo consiguieron a base de un entusiasmo y de una constancia heroica y sin límites. De lo que hay que dejar constancia en honor a todos ellos.

Antonia Fernández Hidalgo, comadrona. Margallo, 50.

Y, precisamente, por ese motivo de las soledades y de las ausencias, casi escritas en el lento pero decidido marchamo de la calle Margallo, como el de la propia vida, ya no me encontré, tampoco, con la familia Fajardo Hernández, que vivía en el número 50 de la calle, posteriormente 52, con Antonita Fernández Hidalgo, (Madrid, 1923), la comadrona, madre de Juan Antonio, y que vio nacer a medio Cáceres, como se dice coloquialmente, en el ejercicio de sus funciones auxiliares en los partos, allá en la Casa de la Madre.

Y que también dejó sus labores de enfermera y comadrona, o matrona, como se decía, en la Clínica del Trabajo del Instituto Nacional de Previsión, en la clínica de la Consolación, del doctor Juan Pablos Abril, en la clínica del doctor don Andrés Merás, en la clínica del doctor Mingo…

Antonita, como la conocía prácticamente el todo Cáceres, era una institución. Unja distinción popular y social del callejero cacereño que la misma se ganó a pulso por su cariño, dedicación y profesionalidad de esmero.

Curiosa, llamativamente, un día cualquiera, en uno de los balcones de su casa, Antoñita, la comadrona por excelencia de Cáceres, puso ese curioso y llamativo rótulo, que llamaría la atención de todos por su originalidad, en el que se podía leer: «Antonia Fernández Hidalgo. Profesora en Partos«.

Juan Fajardo Patrón, (1919-1960), un cacereño de toda la vida, descendiente de una larga distanía del apellido Fajardo y sus variables al irse abriendo las familias, que fuera interior derecha del Club Deportivo Cacereño y funcionario del Instituto Nacional de Previsión, en la época de Perete, Cayetano Martínez, Barbero y Mangut, entre otros, se casó Antonia Fernández Hidalgo y con la que tuvo como descendencia a Juan Antonio, que ejerciera como maestro en el Colegio Diocesano, y, posteriormente, funcionario en el Instituto Nacional de Previsión. Y aún, afortunadamente, una recia voz en el siempre prestigioso Orfeón cacereño

Allí en el ritmo del transcurso del tiempo, y, también, incrustada en el sabor vecinal de aquella calle, cruzada entre los nombres de Moros y General Margallo, calle, siempre, por otra parte, de nuestros amores y recuerdos, de nuestros recorridos y emociones, por aquel entonces, eran vecinos de la familia Fajardo FernándezJuan Palomar, que trabajaba en la Sombrerería Terio, en los soportales de la Plaza Mayor, y de don Aureliano Moreno, que alcanzaría el rango de teniente coronel en el ejército.

Y allí, en el número 52 de la calle Margallo, vivía Juan Fernández Hidalgo, hermano de Antonita, la comadrona, que seguiría la trayectoria de la carrera militar llegando  a alcanzar el rango de coronel de Estado Mayor.

Eulogio Saavedra, el taxista, con su famoso Chevrolet…

Aquel paisaje de la calle Moros/Margallo se había transformado por completo. Tanto que ni tan siquiera alcanzaba a ver la imagen de Eulogio Saavedra, (1902-1975), en Margallo 29, y luego 33, uno de los taxistas más populares del Cáceres de Aquellos Tiempos. Entre otras razones por su don de gentes, su amabilidad y las exigencias , por decirlo de algún modo, de su trabajo.

Eulogio Saavedra, que llegó a Cáceres desde su pueblo de Villar del Rey, en Badajoz, donde le buscó un empleo su tío Rafael Saavedra,  que combatió en la Guerra de Africa y que posteriormente fue destinado como capitán a Cáceres, inició su trayectoria como chófer de don Marcial Higuero. Y, cuando buenamente pudo, se hizo con un taxi, de la marca Chevrolet que llamaba la atención por las calles de Cáceres y las carreteras de la provincia.

En el decir del murmullo popular el coche de Eulogio Saavedra, pudo haber sido, probablemente, el primer coche de un vecino de la calle Margallo. Aunque ya cuenta su hijo, también Eulogio Saavedra Fernández, que, además del Chevrolet, su padre tuvo un Renault 4,4, un Gordini y un Renault 8. Automóviles por los que, muy probablemente, desfilara el todo Cáceres. Eulogio Saavedra, una persona de exquisita cordialidad con todos, se casó con Concepción Fernández Hidalgo, (1918-2011) emparentada con los Fajardo, a los que nos referíamos unas líneas más atrás, con la que tuvo tres hijos, Petra, Concepción y Eulogio, (1954) que fuera maestro en Zarauz.

Un camino, vaya, plagado, pues, de recuerdos. Sí, pero también de ausencias. ¿Cómo es posible que no me encontrara, por ejemplo, tampoco, en este recorrido preñado y cuajado de un impresionante puzle de sensibilidades, con aquella Escuela, que era conocida, de modo coloquial y popular, como «La Teresina«, que era como se llamaba la señora maestra, y que se encontraba situada algo así como cuatro o cinco portales más arriba del Colegio Franciscano de San Antonio de Padua?

La Teresina, por cierto, según la memoria viva y amiga de uno de sus alumnos, Eulogio Saavedra Fernández, que nos ha facilitado muy amablemente la fotografía adjunta, datada entre el año 1957 y 1958, le sobraba arte para tener entretenidos por la mañana a los más pequeños y tratando, a la vez, por todos los medios, de enseñarles las primeras letras junto a juegos, canciones y educación.

Pero aquel recorrido por la larga calle Margallo, que nace al final de Sancti Spíritu y terminaba sus pasos de largo recorrido en la que todos conocíamos como Plaza del Perejil, era, ahora, tantos después, todo un mundo de silencios, de muchas estampas desconocidas en el rumbo del cambio dentro de las páginas de la historia de Cáceres que se van apelmazando, quién sabe por qué, entre esos adioses en silencio de tanta querida y buena gente.

Como consecuencia del paso del tiempo en el recorrido de la vida, ay, tampoco lograba ver la imagen de don Fabián Guerra, hermano de Ana Guerra, comandante del Ejército, casado con Francisca Saavedra, y hermana, a su vez, de Eulogio, el taxista del Chevrolet. 

Fabián Guerra y Francisca Saavedra tuvieron tres hijos: Petra, Emilia y Rafael.

Ahí está la fotografía y la imagen de Fabián Guerra y de Francisca Saavedra.

Y así, pues, poco a poco, entre estampas de ayer, entre silencios, sin adioses, ni charlas, ni saludos, ni cantos niños, ni peroratas de mayores, iban pasando, si se quiere, de forma paulatina, los fotogramas de la película en el recuerdo, eterno, de la calle Margallo/Moros, de Aquellos años.

Todo ello, claro es, en medio de un atronador silencio cuando mi memoria quería resurgir entre cantos de tantas y tantas caras del Cáceres de Aquellos Tiempos.

Y, mientras tanto, la soledad de aquellas estampas, para que engañarnos, desgarra tantas emociones…!

Curro Alvarez, a la derecha, con Paco Martín y Juan José Moreno Doncel., Fotografía de Juan Guerrero.

Una calle Moros/Margallo que también se deleitó, ay, con los acordes musicales de Curro Alvarez Macedo, el gran Currino, (1950-2003), una figura muy popular y conocida en el paisaje humano de Cáceres, que soñara entre aquellas canciones de The Beatles y los Rolling Stones, que allá por los años 60 puso en marcha un conjunto musical, de nombre «Los Santos«, cuando sus estudios en el Colegio San Antonio, junto a Pedro Almodóvar, José María Jiménez Campos y Paco Martín, a quien acompañaría, con la guitarra, en numerosos conciertos.  Funcionario de la Seguridad Social, tertuliano incansable, cacereño de pro, versatil, incansable en su más profundo concepto de saber sentir y vivir Cáceres. Currino también puso en marcha y tocaba la guitarra y el bajo, allá por los años noventa, el grupo Antikracia, de punk rock y hardcore melódico, con un trasfondo de crítica social. Y asimismo, en ese recorrido incansable por la música, formó parte del grupo musical «Miscelánea«.

Arsenio Pacios, segundo por la izquierda, junto a los profesores Miguel Antonio Esteban, Arsenio Gállego y Rodrigo Dávila.

Tampoco aparecía por ningún lado, por mucho que quisiera mirar con el mayor detenimiento, don Arsenio Pacios López, buena gente, compañero, buena gente, con domicilio en el número 73.

Don Arsenio Pacios López, otra de esas eminencias de la calle y de la ciudad, era catedrático de Filosofía, enseñaba la asignatura en el Instituto Nacional de Enseñanza Media «El Brocense«, y también impartió la docencia de la asignatura Filosofía de la Educación y Psicología en la Escuela de Magisterio «Rufino Blanco», de la que fue nombrado director el año 1954.

Don Arsenio Pacios también fue Catedrático de Didáctica de la Universidad de Madrid, Inspector General de Enseñanza Media y nos legó el libro «Lógica y Etica«, que se publicó en la cacereña imprenta de El Noticiero en el año 1954.

Mi calle Moros/Margallo se despedazaba en medio de un atronador griterío de silencios en el panorama sentimental, afectivo, nostálgico y humano de quien ya, tras tantos años de correrías y andanzas por aquella larga rúa, recogía, ahora, el duro y lejano testimonio de una estampa que había cambiado por completo el relieve y el paisaje de la acuarela del Cáceres de Aquellos Tiempos.

Ni se veía por parte la figura de tres entrañables mujeres, la señora Ceferina y las dos hermanas Moraleda, que vivían en el número 62, justo encima de tienda de Cascos, y que conocían, al dedillo, el transcurrir de las historias de buena parte de las familias de la calle Margallo.  Las mismas vivían casi enfrente del señor Diego, que estuvo, al parecer, si seguimos sus relatos, en la Guerra de Cuba, y que era vernos y alguna de sus largas aventuras de tiempos demasiado remotos para un chaval de calzón corto.

En la fotografía, realizada, por cierto, en el Paseo Alto, o de Ibarrola, que dirían los más puristas del lenguaje en el recorrido del callejero cacereño, se puede apreciar a las hermanas Moraleda Roa.

La primera que está en el plano de la fotografía es Tomasa. Y la que se encuentra delante del árbol es María. Y que conste en acta que la señora Ceferina, vestía siempre, siguiendo un largo ritual histórico-costumbrista,  de negro de luto riguroso. Acaso por aquello de continuar las imposiciones del tradicionalismo y el ritual.

Estampas, pues, cobijadas por los dibujos de la vida…

Antonio Moraleda Burillo, Inspector de Higiene y Sanidad Pecuarias, con el carnet fechado en 1930.

El padre de las hermanas Moraleda, don Antonio Moraleda Burillo, (1875-1933), que vivió sus cincuenta y ocho años en el número 19 de la calle Margallo, fue un personaje de relieve en el Cáceres de Aquellos Tiempos.

Antonio Moraleda Burillo, que fuera Inspector Provincial de Higiene y Sanidad Pecuaria, tal cual como se puede apreciar en el carnet adjunto, también llegó a ser el primer presidente del Colegio Oficial de Veterinarios de Cáceres y cuyos destinos rigió entre 1922 y 1925. En su domicilio, por cierto, Margallo, 19, estuvo, asimismo, la primera sede de dicho Colegio.

Esa etapa, bajo la batuta de Antonio Moraleda Burillo, estuvo marcada, básicamente, por la lucha contra el intrusismo. Una labor que se alargaría hasta los años cuarenta y con una actuación, fundamentalmente, como inspectores de alimentos destinados al consumo humano.

Su tarjeta de identidad como Inspector está expedida en 1930, siendo la misma debidamente visada por el Gobernador Civil de aquellos tiempos. Y que a la sazón era Tomás Sandalio Carbonell y Arqués.

Antonio Moraleda Burillo matrimonió con Rosario Roa Pérez, dos de cuyas hijas, María y Tomasa, vivirían en el Cáceres de Aquellos Tiempos, en el número 62 de la calle Margallo. Muy amigas, por cierto, de mi madre.

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Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, un ilustre vecino de la calle Margallo, marino y Capitán de Marina Mercante.

Ni tampoco encontraba por el número 77 de la siempre calle Margallo a Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, aquel marino mercante con que contaba la calle en sus tiempos de permiso en sus recorridos naúticos, hijo de Pedro Romero Mendoza, una eminencia cultural, y que vivía al lado de la casa de Antonio Rubio Rojas. 

Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, marino y capitán de Marina Mercante, navegó y surcó mares y océanos durante muchos años, y a estas horas sigue recopilando sueños, a caballo entre la calle Margallo, Cáceres y la mar, siempre el enigma de la mar, eterna, azulada, inmensa.

Juan Manuel, marino de tierra adentro, qué curioso en la hondura de su trayectoria por el panorama de la navegación, surcando mares, océanos, olas, temporales, puertos, se abraza ahora, al menos una vez por año, a la sombra y el recuerdo, preñado de emociones, de su domicilio familiar, en la calle Gómez Becerra, dos, un precioso chalet norteño, que fue barrido por la excavadora de la modernidad que no sabe de nostalgias, de emociones, de estampas, de recuerdos sagrados en el alma de la vida de las gentes…

Juan Manuel matrimonió con una elegante, cariñosa, agradable y culta joven que nació en la calle Margallo numero 79, donde vivió con su marido.

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María Victoria Cerro Barbancho, con una amiga, ante la ermita del Paseo Alto.

Se trata de María Victoria Cerro Barbancho, hija de Francisco Cerro Pérez, Comandante del Ejército en aquel entonces, y Ana Barbancho Martín. Una familia muy querida por todos los vecinos de la calle General Margallo y, al tiempo, muy amiga de mis padres, Valeriano y Dorita, que gloria hayan, como se solía decir en aquel entonces.

María Victoria, aparece a la derecha de la fotografía con una amiga, y se encontraba, en la instantánea, en la bandeja del Paseo Alto, Paseo de Ibarrola como nombre oficial en el callejero cacereño. Y, al fondo de la fotografía, la ermita de Los Santos Mártires.

Juan Manuel y María Victoria, fueron padres de dos preciosas chiquillas, María Victoria y Ana, que abrieron sus ojos, también, en aquella siempre emocional calle Margallo de nuestras infancias, adolescencias y parte de la juventud.

Por cierto y como dato para la historia. Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, es tataranieto del General Espartero, que fuera Regente de España entre 1840-1843, y tres veces presidente del Consejo de Ministros.

Mientras deambulaba por la calle Margallo, así como ido, pensaba en los destinos que nos marca la vida, en sus propias secuencias y consecuencias, a todos y cada uno de nosotros. Y por qué, en un moment puntual, nos encontramos, y, al con el paso del desfile del tiempo, desaparecemos del entorno en el que nos nacieron…

El caso es, dándoles vueltas a la reflexión de la vecindad amiga de aquella eterna calle Margallo del Cáceres de Aquellos  Tiempos, que recorría con el pálpito emocional latiendo a un ritmo acelerado de sentimientos de hace ya cincuenta años, me percaté, que tampoco aparecía, en el número 75, Antonio García Rodríguez, que, aunque se diga pronto, ejerció como Fiscal, Magistrado de Trabajo y, posteriormente, Magistrado del Tribunal Supremo de Cataluña.

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Isabel Arroyo Fernández.

Ni tampoco estaban por aquellos pagos del Cáceres, ay, de Aquellos Tiempos, Isabel Arroyo Fernández, que afortunadamente frecuenta estos foros de Facebook,  ni su hermana Mamen Arroyo Fernández, hermana de Lete.

Quizás es que la historia social y generacional de la calle iba galopando. Tal cual la vida misma.

Atrás quedaban, por consiguiente, estampas y paisajes humanos, que van, vamos, trasegando por los páramos de la vida. Y que, a medida que damos un paso hacia adelante, pareciera que la vida lo hacia atrás.

¿O somos nosotros, ahora que me sentía invadido por la soledad de mi soledad en el recorrido de soledades por la calle Margallo cuando en aquellos tiempos, mi querida calle Moros, se encontraba repleta de gente?

¡Qué cambio de tiempos en la calle Moros…!

Como, por ejemplo, la de esta misma estampa. La de una familia buena, cordial y muy querida por todos. Y en la que podemos ver al matrimonio compuesto por José Arroyo, veterinario, y Josefa Fernández, maestra, con sus hijos Mamen, Isabel y Lete.

Toda una calle, de hondura y sabor cacereño, de eternidad, aunque ahora, ya, con el alma desdibujada por las lágrimas, se habían perdido las gentes, los compañeros, los amigos, los vecinos, las personas, sus vecinos y moradores del Cáceres inveterado de Aquellos Tiempos incrustados en una etapa de señalada significación, al menos para los chiquillos que dividíamos nuestros territorios entre el rigor de las escuelas y colegios, la disciplina y educación familiar y la necesidad vital de galopar en la calle, cuanto más tiempo mejor, con lo que ahora se llaman colegas. Y que, antes, en aquel entonces, eran amigos de confidencias clandestinas en nuestras vivencias.

Lo mismo que en el recorrido de la calle Moros/Margallo del Cáceres de Aquellos Otros Tiempos habitó un personaje de la talla de Oscar Madrigal Tapioles, que fuera presidente de la Diputación Provincial de Cáceres y, también, presidente del Club Deportivo Cacereño.

La calle Margallo, pues, me facilitaba el protagonismo de mis propios recuerdos que se agolpaban en la memoria de aquellos años cincuenta y sesenta, por las que tanto anduvo y pateó el autor de estas lineas, que va cogiendo al hilo y al compás de la vida la calle que, de siempre, llamábamos Moros.

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Saturnino Durán, en 1953, en Pescueza.

Miraba por todas partes, por todos los rincones a mi alcance. Pero tampoco  apreciaba a ver por alguno de los rincones  de la calle Margallo a Saturnino Durán, practicante en la Casa de Socorro, que tuvo una de las primeras Vespas de Cáceres, y que su tiempo libre se lo dedicaba a su gran pasión de la canaricultura, con la que obtuvo señalados trofeos, ni Angelita Mozo, su mujer, que procedían de Holguera y de Pescueza… Ni  aparecían sus tres hijos: Florentino, a quien llamábamos Tini, ni Angelines, ni Mercedes

Ni figuraba por aquellos lugares en los que se perdía mi vista y hasta mi corazón entre lagrimillas de pesar y nostalgia Severo Durán Granados, que durante largo tiempo regentara el bar Severo, con exquisita cocina casera, ni aparecían, por ninguna parte, sus hijos, Bemba, que defendiera los colores del Club Deportivo Cacereño, y Angel

¿Pero qué es esto?, pensaba. Solo, solo, por mi honor, que solo me respondía la soledad del silencio. O, si lo prefieres, el silencio de la soledad. tan siquiera la cuadra, de tantos juegos niños, del padre de Angelita, el señor Julián, en la que tantos buenos ratos pasábamos la chiquillería de aquel segmento de la calle Margallo, capitaneados por los hermanos Almeida, hijos de la señora Teresa, que regentaba el bar que estaba pared con pared a la altura del Cuartel de los Carabineros.

El adiós de la vida, ya, de modo rotundo, se hacía palpable, pues, en medio de la gigantesca mar de las soledades, de los silencios, de una caminata, Margallo arriba, Margallo abajo, cuajada de miradas perdidas en el laberinto de un recorrido, ya, casi sentido. Pero cogí fuerzas de flaqueza, dí un paso adelante y seguí por aquellos derroteros del Cáceres de Aquellos Tiempos.

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Bartolomé Ramos Rodríguez.

Ni pude toparme con Bartolomé Ramos Rodríguez, ni Felix Ramos Clemente, dos buenos estudiantes que se alojaban en el número 94 de la calle Margallo, casa vecina de la mía, amigos de numerosas andanzas, compañero de bancada bachiller el segundo y hasta de aquellas clases particulares en el despacho de don José Mariño. Confidentes ambos, Bartolomé y Félix, de tantas aventuras de aquellos tiempos. Cuyo recuerdo es, como tantos otros, imperecederos, Ambos dos ejercerían a lo largo de su vida el Magisterio implantando en las nuevas generaciones la hondura de la cultura que aprendieron en la Escuela Normal de la Escuela de tan entrañables docentes como los de Aquellos Tiempos. Bartolomé Ramos Rodríguez, que vive en la localidad de Pescueza, por cierto, me cuentan que fue, posteriormente, un señalado entusiasta de las celebraciones folklóricas con los coros y danzas.

Caminaba perdido. Acaso sintiendo un tremendo vendaval de silencios, de miradas perdidas, como queriendo rescatar un puñado de imágenes, de rostros, de gentes, de personas y charlar, acaso pausadamente, como si fuera con lágrimas en los ojos, de sus y nuestras familias, de aquellas estampas en el paisaje inveterado de la calle Margallo, que iba quedando adormilada en la férrea estructura del paso del tiempo.

Amelia Díaz Andreu en los años 60.
Amelia Díaz Andreu en los años 60.

Una calle en la que también vivió el matrimonio conformado por Juan Díaz Caro, Jefe de la Oficina de Correos, y Juana Andreu Medina, con domicilio en el número 25, posteriormente 29, que se situaba justamente enfrente de la Panadería de Joselito Romero.

Allí, en la siempre cacereñísima calle Moros/Margallo, que las dos acepciones son popularmente utilizadas por el paisanaje, nació su hija Amelia Díaz Andreu, (1940), a la que vemos en la fotografía.

Una extraordinaria mujer, todo corazón y cariño y cacereñismo, que un día del año 1965 contrajera nupcias matrimoniales, ante la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de la iglesia cacereña de Santiago el Mayor, y ante el sacerdote don José Bueno Rocha, con ese extraordinario e inquieto periodista, que fue Fernando García Morales.

Todo un personaje, entrañable y cercano, culto y generoso, que conocía como la palma de su mano la actualidad de Cáceres y las dinámicas de sus ambientes sociales, vecinales y ciudadanos de la ciudad, comprometido siempre al máximo con la tierra, nombrado Hijo Predilecto de Cáceres (1924-2011) que se sabía todo y mucho más de todos los entornos, ambientes y gentes de la tierra que le viera nacer.

En su obra destacan su libro «Ventana a la ciudad«, una parte mínima, tan solo, de sus cientos de columnas periodísticas, y «Cáceres, la historia viva«.

Domingo Salas de la Cámara, funcionario del INP y periodista.

Ni tampoco surgía la presencia de Domingo Salas de la Cámara, otro cacereño, cacereñista y cacereñeador, funcionario del Instituto Nacional de Previsión y periodista, ni era capaz de toparme con la imagen oronda de don Angel Campillo, hermano de la Cofradía de Jesús Nazareno, muy conocido y apreciado por las gentes de la calle, del barrio, de las secuencias de la ciudad. Lo mismo que, por mucho que mirara por aquel espacio urbano que representaba la calle Moros/Margallo al maestro Canelo, guitarrista, que siempre se encontraba inmerso en el mundo musical entre los rasgueos y acordes

Como tampoco se encontraba por aquellos misteriosos y enigmáticos pagos de aquel recorrido, cruzado de memoria y de oscuridad, de silencios y de despedidas en soledad, de tantos y tantos vecinos como deambulando y flotando por los aires, la imagen de Leonardo Orozco Márquez, que alcanzara el rango de general de la Guardia Civil, ni la imagen, siempre, amable, del entonces capitán Cornejo… Ni aparecía la estampa de Carmina Arjona que matrimoniara en su día con Paco Bonilla, a quien conoció en aquellos tiempos en que ambos acudían a las clases en la Universidad de Salamanca.

¡Cuántos silencios, ahora, sin embargo…!

Tampoco, qué dolor, se veía la imagen ni se escuchaba la palabra, siempre amable y formativa, de doña Ventura Durán Andrada (1915-1974), que fuera directora del Colegio Nacional «Delicias«, en el que estudió con su madre de maestra, colaboradora, también, de la revista «Alcántara» y cualificada poetisa. Doña Ventura, una institución, solía llamarnos a los pequeñuelos, al encontrarnos por la calle, e interrogarnos por nuestros estudios y cumplimiento de los deberes escolares. Y siempre, siempre, siempre, finalizaba diciendo:

— ¡Ay que estudiar un poquito más…!

Tampoco aparecía la familia Sarnago Bullón, conformada por don Primitivo Sarnago, que había ejercido como comandante de la Legión Española en alguna de las colonias españolas en Africa, su mujer, doña Carmina, guapa, elegante, cordial, cariñosa, ni sus hijos Pepe, Fernando y Mary Nati, grandes amigos todos ellos de mi familia. Ni comparecían ante los ojos del humilde trotamundos por la calle Margallo los Gamba, con cuatro hijos, Ernesto, Antonio, José y Pedro, hijos de un Cabo Primero de la Policía Nacional, ni los Toñi, dos primos, uno de ellos hijo de los aceiteros, en Margallo, 98, lindando con mi casa. Ni tampoco estaba la familia Banda Corrales, con sus hijos Sixto, que siguió su trayectoria profesional en el Ejército, y Ana, que vivían por encima de la carbonería y la zapatería en semiesquina hacia la calle José Antonio.

margallo-andrés-001Ni aparecían tampoco por aquellos pagos, de tan buenos y vivos recuerdos como los que quedan almacenados en el alma, en la flor de los sentimientos, en la espina medular de la hondura humana, estos cuatro margallos o margallianos que se encuentran en la fotografía adjunta, datada, aproximadamente, en el año 60 de la pasada centuria. Que la vida, pues, se nos va en suspiro tirando de las raíces estructurales del paso del tiempo entre los surcos de la existencia humana. Y es que, buscando esas raíces, ya aparecía tan solo, un largo páramo o vaciado humano de tantas caras amigas, cercanas, próximas, siempre entrañables todas ellas.

Se trata de Juanito Pérez, a la derecha, otro emblema de la mocedad de la calle Margallo de Aquellos Tiempos, que acabó poniendo una mercería en la calle General Primo de Rivera, de los hermanos Venancio y Luchi Romero Figueroa, hijos del capitán Luciano Romero, en el centro de la fotografía, y agachado, respectivamente, y de Andrés Gutiérrez.

Una calle histórica en su trayectoria, en su recorrido, en sus gentes, en sus semblanzas, en sus estampas, en sus imágenes, en sus fotografías, en su recorrido y andadura por el Cáceres de ayer, de hoy, de mañana.

¡Pedazo de calle…!

Familia Romero Figueroa.

Por allí, en el recorrido de pesar y de soledad, no se aparecía, tampoco, ningún miembro de los Romero Figueroa, cuyo padre, capitán, se quedó ciego durante la Guerra Civil, ni su mujer, la señora María, ni sus cinco hijos, Luchi, Venancio, Guadalupe, Juan, que llegó a ser seminarista de los de banda roja en los paseos dominicales, y Pepín.

Ni tampoco aparecían por parte alguna de aquel recorrido de soledades, de silencios, de pesares, los Bamba, cuatro hermanos de una estatura que encajaría hoy en la NBA, tres de los cuales acabaron de militares, y los cuatro fueron gastadores, por su talla, precisamente, ni tampoco estaba su progenitor, el teniente-músico Maldonado, siempre de buen humor, siempre silbando o tarareando canciones, siempre, en todos los encuentros con la muchachada de Margallo, silueteando cabriolas, con la mano derecha, a modo de dirección de orquesta con la batuta.

También faltaba, en aquel recorrido adobado de infinitas nostalgias, en medio de una lluvia de imágenes difuminadas por las campas de la vida, entre lágrimas y pesares, de estampas de la radiografía niña y adolescente, la imagen de don José Luis Martín de Dios, militar y matemático, nacido en Cilleros, y profesor en el Colegio Licenciados Reunidos.

Ni tampoco aparecían por aquellos pagos de un tierno recorrido, entre los parajes de aquellos años, ya diluidos en el vaso de agua de la vida, que se bebe de un sorbo, los hermanos Julito y Mary Tere y a quienes en plena infancia la muerte se llevó a su padre, el señor Pedro, moreno de verde luna, porque en una tormenta, que le pilló en mitad del campo de los trabajos y sudores, se refugió bajo un árbol y un rayó, cruel, acaso, como la vida misma, a veces, se lo llevó de un seco tajo dejando desconsolada a su viuda, Florita. Con estos últimos, a la sazón, vivía don Juan Manuel Cuadrado Ceballos, que llegó a ser párroco de la iglesia de Santiago…

¡Qué hermosura de calle Margallo, siempre Moros, la de Aquellos Tiempos de pandillas, de tertulias y chascarrillos y de pegar la hebra entre el vecindario, de compartir adioses y saludos, rostros conocidos…! ¡Y que, sin embargo, se van perdiendo en la noche de los tiempos, que no es si no el transitar de la vida, ay, calle Margallo de mis diecisiete años de estancia entre tus brazos de amor, de pasión, de cobijo cuasi maternal…!

Pero la vida, con su terquedad, me atornillaba las clavijas de mis fuerzas, ya muy debilitadas,  y recordándome nuevas secuencias , más rostros de aquel entonces, más imágenes que, aquí, entre amigos, me forzaban a derramar un puñado de lágrimas que correteaban río abajo por los carriles de mi cara.

Entonces, suspiré.

Recorría la inveterada calle Margallo, ay, con la óptica de la soledad en mi recorrido humano. A veces se me caía una lágrima por aquel asfalto, por aquellas paredes, por aquellos ventanales, por aquellos balcones, por aquellos tejados.

Telesforo Pérez, Margallo 102.

Y, por más que lo intentaba tampoco aparecía el señor Telesforo Pérez, que comenzó trabajando en aquel gran almacén de Sobrinos de Gabino Díez, incrustado en el esquinazo, enorme, de la calle Moret y Pintores, y regentaba y atendía con todo cariño y dedicación una tienda de Ultramarinos en la calle que se conocía como José Antonio, en el Cáceres de Aquellos Tiempos.

Telesforo Pérez, buena gente, servicial y amable siempre, habitaba en el número 102 de aquella nuestra eterna e inolvidable calle Moros/Margallo, de tantas y tan largas vivencias, con la prole de sus hijos que iban creciendo en el campo de la educación recibida de sus padres.

Tiempos que se acumulaban, como una sangría de añoranzas, de recuerdos, de desesperanzas y hasta de muchos adioses, a tanta buena gente con la que me fui encontrando en el azar de los caminos y el recorrido de la propia vida, de los segmentos de sus riachuelos, de sus charcas, de sus páramos.

Pero, en definitiva, ese es el designio de los dioses, puede que el designio de los propios enigmas e interrogantes con los que nos sitia la propia vida con sus muy amplios y divergentes parámetros.

Y también en el número 102 de la calle Margallo vía Agustín Pérez, hermano del anterior, que ejercía sus labores de constructor de carruajes y que ya anunciaba su negocio en la «Guía del Comercio de Cáceres» allá por 1916, 1917 y 1918.

Agustín Pérez Hernández fue, pues, otro de los símbolos humanos del retrato vecinal y humano de la larga y siempre eterna calle Margallo.

¡Ay, calle Margallo de mi alma, que te escapas, en medio de un vendaval y un torrente y una catarata de silencios envueltos de misterios, lo mismo que te escapas de las manos y del alma, del corazón de las gentes, hombres, mujeres y niños que tanto te abrazaron, mejor aún, que tanto te abrazamos, a lo largo, sencillamente, del paso del tiempo y del paso, a la vez, de toda una vida cuajada en el sendero de recuerdos, de escenas, de fotografías, de imágenes, de caras amigas y conocidas, de semblanzas, de radiografías del caballo, siempre veloz, desbocado siempre, por las inconmensurables praderas que se dibujan en el camino.

Pero mientras canto el poema de la vida y de tantas caras vecinas, de aquellos tiempos, no me pierdo en el compás de los olvidos. Todo lo contrario: Recupero, aunque muchos no lo entiendan, el aire volandero de aquellas sensibilidades humanas que tanto tuvieron que ver en la niñez, en la infancia y en la adolescencia de este viajero de la calle Margallo, hoy atrapado entre los muros y las páginas del silencio.

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La margalliana Mamen Pérez Cambero con Paqui Antequera en una fotografía de Aquellos Tiempos…

Ni tampoco aparecía por aquellos recovecos, vaya, qué fatalidad, la imagen de la siempre alegre María del Carmen Pérez Cambero, hija de Telesforo Pérez, hermana de mi amigo Perche, que hoy permanece muy cacereñeadora en el grupo de Facebook «No eres de Cáceres si…«, ni distinguía resto alguno de la carpintería Porras, de tanto prestigio en todo Cáceres, en su esmero artesanal…

La calle Margallo, pues, pareciera que, de repente, se hubiera desdibujado y absorbida por una nube de imágenes, los paisajes humanos de Aquellos Tiempos, ay, muchos de los cuales, lamentablemente, ya no existen…

Y cuyas estampas, cuyos adioses, cuyos saludos, quedan, eso sí, retenidos en el alma viajera de la memoria del autor de estas líneas que, claro es, aparecen así como difuminadas en el agüilla lagrimal del solitario y nostálgico paseante por aquella calle, General Margallo, siempre Moros, incrustada en uno de los rincones preferidos del alma de tantos y tantas margallos y margallas o margallianos y margallianas…

Todo ello, ahora, por supuesto, incrustado en el pálpito de la geografía y de la historia humana de aquellos personajes que formaron parte de tantas y tantas vivencias vecinales de la calle Moros/Margallo, testigo, a lo largo de la historia, desde su nacimiento de una amplia multitud de acontecimientos, escenas y sensibilidades de sus gentes.

Pedro Agúndez con sus tres hijos.

Allí, en aquella calle, también vivió desde el año 1963 Pedro Agúndez, que llegó desde la localidad de Malpartida de Cáceres, donde ejercía como aperador y construía carros en el Cortaero de la Plaza de la Nora, para colocarse primero en una empresa de congelados y luego, como carpintero, en el Ayuntamiento de Cáceres.

Todo el día con el serrucho, con el berbiquí, con el formol, para sacar adelante una familia de seis hijos y con su esposa regentando una casa de huéspedes.

Una persona entrañable, esforzada y trabajadora, siempre amable y cordial, que gozaba de tanta simpatía como respeto y cordialidad en la calle Margallo, en el desempeño de su trabajo y en la dinámica de la ciudad.

Pedro Agúndez tuvo tres hijos.

Y en aquella calle Margallo, de hondura humana, en el corrimiento generacional, vivió muchos años, su hija Isabel, nacida en el correr del año 1951, autodidacta, ama de casa, casada con Luis Ciborro Gutiérrez, con cinco hijos, poetisa desde siempre, también pintora, que publicaba en 2008, en base al tesón y el amor propio, «Mi primera aventura«.

Isabel Agúndez con su libro «MI primera aventura».

Un relato conmovedor que gira alrededor de los campamentos que juveniles que organizaba el padre Pacífico, franciscano, enseñante, y unido a Cáceres, siempre, desde la enseñanza y su entrega en el Colegio San Antonio de Padua. También, qué casualidad, en la calle Margallo. Isabel Agúndez, a estas alturas, sigue pintando, componiendo poemas, escribiendo relatos, formando parte de la agrupación coral de su pueblo, Malpartida de Cáceres, de forma incansable,

Ni siquiera estaban las guapísimas chiquillas de la calle. Mary Luz, la hija de un carpintero que se encontraba frente al cuartel de la Guardia Civil, Mamen Guillén Zancas, hermana de Concepción, Pepe, Rosi y Luis, ni tampoco aparecían Guadalupe y Ana Mari, estas dos últimas vivían en el mismo edificio, enfrente justo de los FigueroaMari Pili, vecina de piso en Margallo 96, hija de don Santos, un funcionario de la Delegación del Ministerio de Información y Turismo y de Quiqui, familiar de los aceiteros de Margallo 98, la familia de los Murillo. Y que me perdonen tantas y tantas, también tantos y tantos, mientras me estrujo el cerebro para reencontrarme con tanta imagen de tan impresionantes sabores cuando el campo de la memoria se bate el cobre por la niñez de los años cincuenta y de la adolescencia de los primeros sesenta y la juventud.

Ni estaba la Panadería La Madrileña, donde se elaboraba de modo artesanal, como podía ser de otra manera, probablemente el mejor pan de Cáceres, y que se repartía a domicilio, ni aparecía la Dulcería de Guardado, se veía aquella casa en la que se estraperlaba con el tabaco y el café, porque de algo había que vivir, y, encima, se encontraba a dos pasos mal contados de la Guardia Civil. Ni se distinguía a ningún miembro de la familia de los Romero, que regentaban una tahona unos portales más abajos, precisamente, de la competencia de la panadería la Madrileña. Ni tampoco estaba en aquel paraje social, cambiante como la vida misma, la vendedora de las ricas patatas americanas, esposa de un distribuidor del periódico Extremadura, ni la familia Alvarez Macedo con Mary Paz, María José, Sebas, Juli, Curro

Aquella calle, aquel tiempo, aquella época, como la vida misma, había caído en las garras del paso del tiempo, entre los dolores de la ausencia de tantas y tantas estampas y de tantas y tantas personas que marcaran los caminos y los derroteros de la niñez y de la adolescencia de este modesto escritor; hoy, sencillamente, desgarrado entre la catarata, el vendaval, el huracán de recuerdos de cientos de personas que le miraban por Margallo, que le decían adiós por la calle Margallo, que le preguntaban por los deberes escolares y por sus padres y hermanos por la calle Margallo.

Una calle abatida, ahora, de soledades, de rostros desconocidos, de edificios que fueron cambiando la estructura física de la calle Margallo, ay, de aquellos tiempos.El articulista y en el Cáceres de Aquellos tiempos vecino de la calle Moro/Margallo tampoco pudo encontrarse con ninguno de los miembros de la familia del conocido y prestigioso empresario Rosendo Caso, aquel que durante tanto tiempo regentara el comercio denominado «La Muñeca«, de tanta y tan buena aceptación popular, y radicado en la calle Pintores.

Pero, mientras avanzaba, lenta, sosegada, nostágicamente, me dí cuenta que también habían desaparecido de aquella calle Margallo de nuestros amores y recuerdos y vivencias, que se cobijan y resguardan en el alma como oro en paño, la familia Hurtado Ricafort, conformada, a la sazón, por Ernesto Hurtado Medina, sargento de la Policía, Hortensia Ricafort Teomiro y sus cuatro hijos: Ernesto, Antonio, José Antonio, que fuera concejal en el Ayuntamiento de Cáceres, y Pedro 

Ni tampoco, ay, aparecía, más que en el recuerdo fotográfico del álbum de la mente, la figura de una siempre culta, caritativa y bondadosa de doña Valentina, que matrimonió con el señor Leandro, un criado y ayudante de su padre, y que con frecuencia visitaba a mi madre, Adoración Gómez Sánchez, siempre con unos ricos caramelitos minúsculos de Eucaliptus, como un detalle de cortesía, apuntaba visita tras visita, «por el agradable rato de la tertulia, y en correspondencia por el café con pastas que nos tomamos aquí en tu casa y donde pasamos revista al vecindario y a la actualidad de nuestra propia y cotidiana vida», mientras nos sonreía con una impecable amabilidad y cordialidad a cuantos encontrábamos, en esos momentos, deambulando por la casa.

Familia Roncero Cercas, Margallo 92.

Se había difuminado también, vaya, la imagen de la familia Roncero Cercas, con domicilio en el número 92 de la calle, a unos muy escasos metros de mi domicilio familiar, en el  número 96, y con cuya saga y estirpe de hermanos jugábamos tantas tardes de la infancia.

Ahí queda, pues, la imagen del matrimonio y la familia Roncero Cercas conformada por el brigada de Infantería Antonio Roncero Holgado (Torremocha, 1916) , que sirvió en Larache y en el Regimiento «Argel 27«, entre otros destinos, y Brígida Cercas Rodríguez (Ibahernando, 1921) y sus cinco hijos: De izquierda a derecha: Ana María, Antonio, Paqui, Petri y Manuel.

Lo mismo que jugamos muchas tardes, a todo tipo de entretenimientos, diversiones y ratos ya arrinconados en las hojas olvidadas del calendario, con los hermanos Rubio Luengo, que vivían, justo, enfrente de mi casa. A saber: En el número 91-A. Conformada por el padre, Rafael, capitán, entonces, del Ejército, su mujer, Maruja, y los cuatro descendientes de ambos: Rafael, que ingresó en la Academia del Ejército del Aire, pasando a la reserva con el grado de coronel del Ejército del Aire, José MaríaIrene y Juan Carlos, respetando el orden de nacimiento de los hermanos.

En ese recorrido emocional, que ahora aparece y desaparece como hojas volanderas del paso del tiempo, pero muy enriquecedoras en las sensibilidades de la vida, tampoco encontraba por parte alguna, ay, a Manuel Gil, que trabajaba en el Banco Hispano Americano, y que tuvo seis hijos: Joaquín, Enrique, José Manuel, Ramón e Isabel Gil Rodríguez. Isabel es una señalada cacereña y cacereñeadora, que vivía en el número 83 de la calle, que locutora de la COPE y de «La Voz de Extremadura». y que hoy sigue transitando con su exquisita y dulce sensibilidad, a través del pulso de sus recuerdos, desde los grupo de Facebook «No eres de Cáceres si…» y «Fotos antiguas de Cáceres«.

callemargallo-isabelgilrodriguezLa casa de Isabel Gil Rodríguez, en el numero 81 (más tarde, 83) de la calle Margallo, colindaba con la casa de Antonio Rubio Rojas y con la de la siempre inquieta y activa Juanita Franco. Y en aquel edificio vivían las familias Baltar Ruiz, Boticario, Morato Salas y Juan Dominguez, más conocidos como «El Aceitero«, sobrenombre que emanaba de la dedicación familiar, y cuya madre y hermanas vivían en el número 98 de la Calle Margallo, justo al lado de mi casa.

Todo se transformaba, pues, así, de repente, así, por las buenas, en todo un demoledor recorrido de silencios, de perturbadores silencios, que se expandían, ay, desde las campas y el remolino de los adioses en medio de un tumulto de compungidos silencios….

Y en ese recorrido por la calle Moros, ay, de Aquellos Tiempos, tampoco pude contemplar, por la fogosidad de mis lágrimas, nubladas de recuerdos y de nostalgias, de estampas pasajeras, con la familia de Miguel Cabello, policía nacional, que vivía en el número 50, cuyo hijo, Jose María, militar de profesión, que aparece en la fotografía, nos dejó con tan solo 29 años, y que  estaba casado con Carmen CuencaMiguel Cabello, asimismo, tuvo una hija, Victoria Cabello Redondo, que matrimonió con Nicolás Pérez Solana, delineante de la Diputación Provincial de Cáceres.

Ni aparecía por parte alguna el señor Avelino Rojo en su sastrería, con más dedicación a los trajes militares, que residía en el número 100, ni tampoco llegué a toparme con Muriel, árbitro de baloncesto, que me perdonaba compasivamente algunas faltas personales en mis escasas incursiones por el deporte de la canasta. Para cuya práctica me faltaban,  a la prueba está, bastantes dotes.

Ni tampoco se contemplaban por parte algunas los tebeos y las aventuras de aquel avispado muchacho que se apellidaba Gundín y que se ganaba algunas monedas los domingos por la mañana, allá en el añorado Jardín Central de la Plaza Mayor, alquilando los últimos números de nuestros héroes de entonces. El Capitán Trueno, El Guerrero del Antifaz, El Cachorro, El Jabato, el Cosaco Verde, Roberto Alcázar y Pedrín y tantos protagonistas que nos hacían vivir la semana entera pendiente del domingo y poder seguir las aventuras de los mismos.

callemargallo-bodapadresjuancarlosbravogarciaLa andadura de aquella noche, larga y corta al tiempo, tampoco me dejó encontrarme con Fulgencio Bravo Morcillo, (1923) mi su esposa, Demetria García Cisneros, que tras casarse en 1951 se fueron a vivir al número 75 de la calle Margallo, y que con 93 y 88 años, respectivamente, se encuentran la mar de bien. Ahí les tienen, en la fotografía, el día de su matrimonio, conformando la pareja de la derecha. Es de señalar que Fulgencio Bravo Morcillo pasó su vida laboral muy vinculado a la familia Rosado Ollero (Viguetas, Seguros, Gestoría, etc) desempeñando la responsabilidad contable del grupo de empresas.

Los muchachos de las cercanías vecinales de sus hijos desempeñamos juegos y estudios en el Cáceres, solemne, de Aquellos Tiempos plenos de vida, a caballo entre la escuela, la casa y la calle con las pandillas de amigos.

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Juan Carlos Bravo García, sus padres y hermana en el Paseo Alto.

Como es el caso de Juan Carlos, compañero en el paraje de la infancia y adolescencia, que actualmente desempeña la Jefatura de la Unidad de Festejos, y, que, además, luce y ostenta los galones de la presidencia del Orfeón Cacereño de tanta relevancia y todo un emblema de la canción y del nombre de la ciudad de Cáceres en el que se encuentra comprometido al máximo. Lo que se nota al máximo por el bien, el presente y el futuro de nuestra institución

Juan Carlos Bravo García, que aparece en la fotografía de la mano de su padre, y acompañado por su madre y una hermana pequeña, un buen y feliz día se enamoró, mire usted por donde, de una joven margalliana, Charo Pérez Moraleda, residente en el número 62, con la que se fue al altar, y de cuyo matrimonio cuenta con cuatro hijos.

¡Cómo fluía por las vías del ferrocarril de la vida aquel tren humano que despedía el humo como adioses de las imágenes de la calle Margallo, ay, de Aquellos Tiempos que cabalgan entre noviembre del 48, cuando aquel 23 de noviembre me trajo mi padre al mundo y estos días que galopan, desbocadamente, por la segunda decena del siglo XXI!

Por este recorrido seguimos cabalgando, hoy, de la mano de tantas imágenes y de tantos recuerdos del pasado… ¡Cómo merece la pena pasearse en estas soledades y silencios, ahora, de la mano de esa inmensa cantidad de sensaciones…!

callemargallo3Y aquí en esta fotografía aparece nuestro querido amigo y vecino y compañero de juegos Juan Carlos Bravo García con su mujer Charo Pérez Moraleda y con los padres del primero, Fulgencio Bravo Morcillo y Demetria García Cisneros, que tanto tiempo residieron con la familia en la calle Margallo, el día en que, en el correr y el avanzar del año 1988, nuestro querido vecino de siempre, como se suele decir, y en este caso con mucha más razón, el mismo decidió ingresar en las filas de la jubilación.

¡Qué camino, por todos los santos, con un pleno total de ausencias. Me fijé de forma detenida, como hacía en cada centímetro cuadrado de acera y asfalto, en cada milímetro cuadrado de paredes, de balcones, de miradores, de tejados, de espacio ambiental, de aire. Pero, prácticamente, había cambiado todo, todo, todo. Ya no había griteríos de chicuelos con sus carteras camino de la escuela, ni puertas abiertas a la tertulia y amenidad vecinal. NI aquellos saludos, como diríamos, de antaño. Y con cuyo saludo podía emanar una larga perorata o conversación vecinal pegando la hebra y dándole a la húmeda sobre los aconteceres del barrio. Un ennoviamiento, un trabajo, una descarga de la huerta, el paso de un melonero con su grito desgarragado de duro trabajo y de miseria, romana al hombro.

Llegué, entonces, a mi casa. Perdón, a la que fue mi casa. Ahí la teneis. Y en su portada pespunteé un poema de lágrimas, empapado de nostalgias, que, lástima, iban desapareciendo apenas escribir en sus paredes, en su puerta, en su balcón: «Esta fue mi casa«.

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El número 96 de la calle Margallo donde vivimos la familia Gutiérrez Gómez, en una imagen que ya, con el paso del tiempo, no tiene nada que ver con aquella de entonces.

La calle Margallo o Moros, más larga que un día sin pan, se estiraba desperezadamente hasta El Arandel, que convergía con el término de la entonces calle José Antonio, a la altura del Perejil, donde había un puesto de chucherías de la tía María y del tío Enrique, con largas noches de soledad, de pena y carburo para vender un puñado de altramuces, unas bolsas de pipas, algo de palacaduz, unos cacahuetes, unos cigarrillos sueltos, como se vendía el tabaco fuera de los estancos, y hasta un quiosco de un metro cuadrado escaso, de cambio de novelas, con preferencia por las del Oeste Americano, escritas fundamentalmente por Marcial Lafuente Estefanía, y de amor, debidas a la pluma magistral de Corín Tellado, regido por un señor con gafas de muy grueso calibre y que vivía en la calle Margallo.

Aquella calle Margallo contaba, además, con dos colegios de envergadura y por donde pasaron, estudiaron, se divirtieron, lloraron y rieron diversas generaciones de alumnos, que, a estas alturas de la vida, seguro, seguro, seguro, que tampoco habrán olvidado a sus compañeros de pupitre, a sus profesores. O, si se quiere, el recorrido de las caminatas, de las andanzas, de los deberes, de las clases que se impartían en los mismos.

Dos colegios de relieve, con multitud de lecciones, que dejaron una huella profunda en tantos estudiantes y de tantas generaciones que iban creciendo en la propia dinámica del crecimiento de Cáceres.

Se trataba del San Antonio de Padua, donde los frailes franciscanos llevaron a cabo una gran labor, y que se convirtió en una institución en el baloncesto cacereño, provincial, gracias a la labor del Padre Barrios, y en cuya cancha llegaron a jugar los Harlem Globers Trotters, americanos, en los años sesenta, en una especie de deporte, magia malabar y circo, y el Paideuterio fundado por don Fernando Marcos Calleja, licenciado en Letras y don Tomás Martín Gil, licenciado en Ciencias, el 1 de octubre de 1935, por donde transitaron cientos de caras conocidas de niños y niñas, de adolescentes, de jóvenes cacereños y cacereñas de gran familiaridad en la órbita social de la calle Margallo.

Dos centros educativos que tanta vida aportaron a la calle y a la ciudad con una gran cantidad de muchachos y de muchachas que llenaban la calle Margallo de paseos y caminatas. Y, al tiempo, de un muy especial murmullo de chácharas, de pegar la hebra, de echarse una parrafada, de darle a la húmeda, de canciones, de bromas, de amistades, de aromas, de lecciones, de aprobados y suspensos, de apuntes, de lecciones, de deberes, y, por qué no, de coqueteos.

Aunque es de señalar también, a la hora de la referencia colegial, que, según escribe Sara F. Vázquez Paredes, en la revista «Alcántara«. número 71, de la época IV, el 30 de noviembre de 1893 abría sus puertas en el número 36 de la calle Moros el Colegio «San Jorge«, de Primera y Segunda Enseñanza, con la dirección inicial de don Alfredo Tauler y Oliete, y «bajo la férula del Instituto de Segunda Enseñanza, entidad de referencia administrativa y académica«.

Y fui caminando con sosiego, con ansia, con lentitud, con anhelo, sin que me encontrara con el señor Pepe Luengo y sus vacas, con la zapatería del señor Mateos, padre de mi amigo Emilio, que levantó con hartos sudores sobre una carbonería, entre suelas remendonas, poniendo punteras en los zapatos y vendiendo cordones, cremas y cepillos para sacar la familia adelante.

Petra Zancas y familia.
Petra Zancas y familia.

Ni tampoco estaba, ya, porque había pasado más o menos medio siglo, lo que se dice pronto y fácil, pero que a fin de cuentas son cincuenta años, Petra Zancas Tercero, con despacho de habilitada en Clases Pasivas, ni su esposo, el señor Guillén, ni aquel cariñoso y buen docente que fuera don Antonio Luceño Rubio, ni Hipólito del Aguila, matrimoniado con Rosa Guillén, que abrió en la Plaza de la Concepción y en La Ronda dos de las primeras tiendas de embutidos de Cáceres, allá por los finales de los años cincuenta del pasado siglo. Lo que se dice, sí, pronto. Pero que, bien pensado, es una tacada de órdago.

¡Ay…! Ni tan siquiera estaba el cordial encuadernador que vivía en el tramo de la cuesta de la calle Margallo que llevaba al Arandel. Tampoco figuraba por aquellos pagos, como se suele decir, el ultramarinos del señor Agustín Gutiérrez, que hacía esquina con la callejuela que sube hacia la calle Barrio Nuevo, antes José Antonio, donde se vendía aceite a granel, carillas, patatas, judías verdes, lentejas, arroz, chocolate con monedas en su interior, garbanzos, dulce de membrillo, arroz, judías blancas, que a veces se enriquecían con otros acompañantes vivientes, y unas latas con agujas riquísimas y que conformaban muchos de los bocatas de las meriendas junto a las patateras y hasta pan con cebolla. Y que se mosqueaba cuando los chiquillos, siempre perversos, pasábamos ante su establecimiento cantando aquello de:

Y a mí me han dicho,

y a mí me han dicho,

que no coma judías,

que tienen bichos.

Y  tras soltarle la canción, para que la oyera, salíamos corriendo que los las pelábamos, que se decía en aquel entonces.

Ni aparecían por aquellos pagos, vaya, el matrimonio de Isidora y Juan Caro, que según creo recordar, trabajaba como dependiente en un comercio de la calle Pintores, ni con la familia de Rafael Marugán, que trabajaba en la Delegación de Obras Públicas y que vivían en el número 95…

Y, por mucho que miraba, con la vista revoloteando por las casas, por los balcones, por las ventanas, casi queriendo penetrar por los mismos patios del Cáceres de Aquella Infancia, que se había encogido hasta desaparecer misteriosamente, pintarrajeadas, eso sí, de acuosidad de lágrimas, tampoco aparecía aquel Guardia Civil, de Caballería, Valentín Leal, que vivía en una de las casas del Cuartel, ni sus tres hijos, José, Valentín y Trinidad. Esta última ahora dirige el Coro de la parroquia de la Sagrada Familia.

Ni siquiera me encontraba con la imagen de Guillermo Rey, aquel inquieto empresario de la hostelería, y que regentara el Bar «La Cueva de Pernales«, sito en la calle Ríos Verdes. Tan cerca del bar «El Pato» que pusiera en marcha su hermano Emilio Rey, que creara otra gran saga en ese gremio.

Ahí teneis, pues, a Guillermo Rey, que vivía en la calle Margallo, en el esquinazo que llevaba a la calle San Justo. Una fotografía en la que se ve, también, a Emilio y Paco Rey, captada de la subida a Facebook en su día por el gran y querido amigo de estas lides como es Fernando Montes Macías.

Tampoco estaban, ay, aquellas pensiones clandestinas que albergaban a estudiantes bachilleres de un montón de pueblos de la provincia, como la que existía enfrente de la Panadería La Madrileña, y donde en una habitación hacía su vida Monchi, compañero de estudios, hijo del médico de Zarza la Mayor y amigo, a su vez, de mi padre, que guardaba una exquisita relación diríase que con toda la provincia, a fe de las visitas que llegaban a nuestro domicilio y a fe de sus giras por todas las rutas y carreteras de Cáceres.

A aquella calle Margallo le habían cambiado el decorado humano con el paso y el peso de los años que median desde la acuarela y el paisaje en el horizonte del Cáceres de Aquellos Tiempos al de hoy.

Un argumento de relieve que justificaba que tampoco me encontrara por el camino repleto del mar de mis dudas, en medio de aquel recorrido de pesares y de ausencias humanas de la vecindad en la calle Margallo, con Manuel Sabio Bernal, (Ceuta, 1931-1987), que se instaló con su cámara fotográfica al llegar a nuestra ciudad en 1960, retratando a unos y a otros con el prisma de su sensibilidad humana y artística.

Manuel Sabio Bernal, que se casó con María del Carmen Carrero Chaparro, fue otro de esos buenos vecinos de la amabilidad e identidad con el largo y numeroso vecindario de la calle a lo largo de los tiempos.

Ni tan siquiera, aunque fuera por caridad o por milagro, me topé con la imagen de Crisóstomo Serrano, aquel peculiar gestor administrativo, que moraba en el número dos de la calle, justo en su abrazo de pasión y de vida con la calle Nidos.

Tampoco aparecía la señora Jacoba, que habitaba con su hija un poco más abajo del Cuartel de la Benemérita, con una más que modestísima y caritativa pensión, aunque vivía más, para no engañarnos, con las ayudas alimenticias de la parroquia con las que la auxiliaban desde la Iglesia de Santiago, que le venían la mar de bien, aunque se mostraban hartas de comer sopas de estrellas, mientras estiraban, apuradamente, las pesetas como los chicles. Ni estaba por el paraje de la calle Margallo, Filomeno, compañero de instituto, que llegó desde Las Hurdes, con una maleta de cartón y de ganas de prosperidad, aún a pesar de su timidez y vocación de estudios, mientras su padre se afanaba en las severas tareas agrícola-ganaderas en un prado alquilado en Cáceres, porque hay que luchar por los hijos.

Ni aparecían, acaso porque el compás del tiempo desdibujara del todo con extrema fuerza la radiografía humana y vecinal de entonces, ninguno de los componentes de la familia Arjona, ni tampoco los conocidos hermanos a quienes toda la calle conocíamos, aún no se por qué, como los Pistones.

Felipa Díaz Lindo

Ni tampoco era capaz de encontrarme, en el número 37 de la calle Moros/Margallo, con Andrés Díaz, que trabajaba en el Departamento de Intendencia, del Regimiento «Argel 27«, ni con su esposa, Victoria Lindo, a la que conocíamos, coloquial y popularmente, como Huevera, por la sencilla razón de que vendía huevos en el vecindario, ni con sus hijos, Manuel y Felipita,

Una calle, en fin, en la que por mucho que la recorriera de forma exhaustiva con mis propios ojos no lograba tampoco en encontrarme con la señora a la que conocíamos como la «Coca» y su  marido, el señor Julián…

Todo un recorrido, pues, en el que habían desaparecido todos los parajes humanos, todos los paisajes caminantes por los distintos senderos de la vida… Mientras este modesto transeúnte, que quería y anhelaba encontrarse con tantas y tantas y tantas caras conocidas, solo se encontraba con la severidad del eco de los adioses y de los silencios, mientras me parecía ver en las ventanas, en los balcones y en las puertas a esa multitud de vecinos que conformaron la calle Moros/Margallo, ay, de Aquellos Tiempos.

Como tampoco se podía ver ya, a esas alturas del paso de la vida, a Aureliano Moreno, teniente coronel de la Guardia Civil, ni a su esposa, ni a ninguno de sus cuatro hijos. A saber: Mary, Pilole, Charo y Manuel, que puso una Academia para opositar a Policía Local. 

Sargento Moya, Cornetín de Ordenes en el Regimiento Argel 27.

Todo resultaba, pues, un conflicto emocional de mi profunda ceguera causada en esa trayectoria que se llamaba, sencillamente, el paso de la vida, ay, el paso del tiempo.

Una causa, ignoro si justificada o no, pero por lo que tampoco resultaba factible encontrarse y recibir el saludo, siempre cordial, del sargento Enrique Moya Domínguez, Cornetín de Ordenes en el Cuartel que albergaba al Regimiento Argel 27, y por aquellos tiempos del recuerdo de los años cincuenta y sesenta al frente de la Banda de Cornetas y Tambores. Como anécdota curiosa señalemos que ya cuenta del mismo el periodista Sergio Lorenzo, en su blog «Dices tú de mili«, que «hizo de Don Tancredo antes de meterse a militar«.

Como tampoco era posible encontrarse con Vicente, el churrero, ni con su mujer, la «Jacinta«, que contaban con un montón de hijos, ni aparecían por aquel sombrío panorama los Gudiel… 

Un recorrido de ausencias. Por lo que en vano trataba de dar y encontrarme con la imagen de la familia a quien, popularmente, llamábamos los Pardillas. Una familia que encabezaba Jacinto de la Osa, de profesión lechero, con las vacas del sustento familiar pastando, de modo preferente, por la antigua fábrica de hielo. Jacinto de la Osa casado con Juana y con la que tuvo tres hijos, Benito, Marisa y Juana, que trasegaban, como toda la chiquillería, por las correrías de aquella calle Moros/Margallo,

Como tampoco, ¡vaya por Dios, éramos capaces de encontrar la estampa de Esteban Trujillo Crehuet y su familia, aunque llegara al número 23 de la calle Margallo a mediados de los años sesenta, cuando bastantes familias ya alzaban el vuelo hacia otros barrios cacereños, pero que, enseguida, como era habitual, se identificaron con las dinámicas que correteaban de siempre, como podemos apreciar, en la larga historia de la larga calle Margallo, anteriormente Moros.

Una casa antigua, claro, que constaba de tres pisos, el de abajo, deshabitado, el primer piso, la familia Trujillo, y el de arriba lo habitaba una señora llamada Hortensia.

La casa quedaba situada enfrente, al parecer, de una pensión de noches caídas y de mañanas de laboreo por sus clientes.

Esteban Trujillo Crehuet, funcionario de Justicia, trabajaba en los Juzgados de la capital y tenía cuatro hijos. A saber: Lete, que también ejerce como funcionario de Justicia en Cáceres, Esteban, Pedro y Nacho.

Esteban Trujillo era muy conocido en Cáceres, además de por sus dotes humanas, curiosamente, por su motocicleta Harley Davidson, que tuviera su orige, ni más ni menos,  en el año 1946, que ahora anda en poder de su hijo Esteban con la que el mismo corretea por esos regueros y caminos trotando con tantas imágenes y sensaciones cuando pulsa el acelerador…

El abuelo de los hermanos Trujillo, de nombre Pedro Quesada Rubio, tenía un taller mecánico en la calle Camino Llano, más o menos a la mitad de la calle, también el número 23. Casa y dos cocheras. Tenía fama porque era el único capaz de arreglar el problema de calentamiento de los Seat 600.

Fotografía publicada por el diario «Hoy» el 7 de agosto de 2016.

Inclusive caí en la cuenta de que un apellido tan célebre, el de Margallo, dio el nombre a un mendigo de la ciudad, entre los años cincuenta y sesenta, y a quien denominaban «El Margallo«. A este respecto cabe señalar que el periodista Fernando García Morales escribía el 5 de febrero de 1982 en el diario «Hoy» que «algún mendigo que pidió, hasta hace poco, en las calles de Cáceres era descendiente de dicho general…«. Pero la fortuna, parece evidente, que le fue adversa y esquiva al mismo.

Ahí está el «Margallo«, en fotografía de nuestro siempre querido Fernando García Múñez, que aparece insertada en el libro «Cáceres, Plaza Mayor«.

Es de señalar que el «Margallo«, a quien le faltaba una pierna, solía tener sus lugares de petición de limosnas. Entre otros sitios se situaba los domingos en el Arco de la Estrella, a la hora y salida de las principales misas en la iglesia de Santa María, por ser un lugar estratégico para el paso de los fieles. Y, en ocasiones, hasta cantaba, apoyado en su muleta, para recabar la atención de cuantos pasaban por su cercanía, con letrillas entre otras como la siguiente:

La Virgen del Carmen dice

en un letrero que tiene:

Socorre a los desgraciados…

¡Qué paseo de tristeza, de pesares, de penas, de recuerdos, de adioses, de personajes que se volatilizaron por los aires como por arte de magia y de misterio…!
O, simplemente, por las calles y plazas de la ciudad.
Calle Margallo, número 14. Donde nació Juan Ramón Marchena.
Calle Margallo, número 14. Donde nació Juan Ramón Marchena.

Allí, en el número 14 de la calle Margallo, nació un cacereño de manifiesto relieve humano, social y ciudadano. Nos referimos a Juan Ramón Marchena, que llegó a este mundo en el segundo piso de esa preciosa casa que se ve a la izquierda de estas líneas, del siglo XIX, pero que fue derribada en el año 1950.

Una estampa, una radiografía, una silueta emocional. Si bien, ahora, algunos de aquellos cacereños de la calle Margallo, o de aquellos margallianos de Cáceres, hoy nos reencontramos, al menos, en el paisaje, en el horizonte, en los caminos de Facebook. Como Juan Carlos Bravo García, actualmente Jefe de la Unidad de Festejos del Ayuntamiento y presidente del Orfeón Cacereño, que se casó con otra vecina de la calle Margallo, Charo Pérez Moraleda, Ana Mary Roncero Cercas, Isabel Gil Rodríguez, Juan Antonio Fajardo, Trinidad Leal Muriel, Isabel Agúndez, José Miguel de la Montaña, Eulogio Saavedra, Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, Lalyta Mateos Sánchez Quitián, nacida en Margallo, 90, Cuartel de los Carabineros.

Seguí caminando entre ese recorrido de pesadumbre. Un poco más tarde, en la cuesta, el Cine Capitol, donde un día me impregné de la hermosura de Raquel Welch, sex symbol del momento, mientras mis rodillas casi se juntaban con las de mi guapa acompañante y los codos se aproximaban como si fuera una aventura pletórica de entregas pasionales.

Se me mezclaba el llanto interior del alma, el de la incomprensión por el paso del tiempo, queriéndome abrazar a las pelis en el cine del Palacio del Obispo, aunque el proyeccionista pusiera la mano ante el proyector en determinadas escenas por orden expresa, cuentan las crónicas de don Manuel Llopis Iborra, que para eso era el prelado y las sesiones infantiles, a los partidos de baloncesto en la cancha de los Talleres Municipales, en el dibujo de los atractivos de las chiquillas que me gustaban, a los inveterados paseos entre el eje conformado por la Plaza de San Juan y el esquinazo de los soportales de abajo, en la Plaza Mayor, abrazado junto a la pastelería Isa, de ricas bambas y merengues que alían de su dulce horno, , a los encuentros donde los futbolines de Peluca, los cafés de domingo futbolístico en el Bar Béjar, sito en la calle Colón, a la espera del partido del Club Deportivo Cacereño con aquella incombustible defensa de Tate, Valero y Mandés, con Escalada o De Santos en la portería, y con Urruchurtu, Palma, Fabio o Nandi, entre otros, ahí es nada, mientras Camilo Liz, que llegaba del Atlético de Madrid o Busquets se sentaban en el banquillo del entrenador, las escapadas vespertinas dominicales a los siempre románticos y esperados guateques, las huidas a la Biblioteca, bajo las órdenes de doña Isabel Luna, siempre un primor, incluso las anunciadas salidas a misa, aunque no asistiéramos a las mismas, porque el caso era huir de casa y pasar el menor tiempo posible en ella, aunque siempre te preguntaban tus padres por el color de la casulla del cura oficiante. Y ahí, qué quieren que les diga, algunas veces nos pillaban en fuera de juego.

Más allá, en la calle Margallo, una ristra de juegos, las chapas con los cromos de nuestros ídolos de Primera División, la taba, hilo negro, encima, el escondite, el pañuelo, veo veo, los bolindres, pares y nones, los pelotazos, la mosca burrera, las chapas, los patines, burro nuevo, el salto del estudiante, buenos y malos, un fío o partido de fútbol con una pelota Gorila y que regalaban con la compra de unos zapatos, ir a pájaros, patinar con un artilugio casero y prehistórico, las clases del Brocense, el Insti de siempre, el sueño de la disconformidad, de la contestación, de las interrogantes.

Una calle que en los días de sorteo militar se llenaba de quintos, llegados de todos los pueblos de la provincia, ataviados con sus mejores galas, que llenaban la calle del vaho de pueblo y rumor evanescente, esperando el destino para el cumplimiento del servicio militar.

Recorría, pues, la calle Margallo en el silencio de mi soledad y de mi pena. ¡Flotaban y se esparcían por el aire tantas imágenes –ahora, desaparecidas– que el alma, para no engañarnos, me temblequeaba de emociones…!

Ya no estaban los vecinos, los amigos, ni tan siquiera aquel asfaltado de los años sesenta, cuando me caí en la zanja de la conducción del agua por mirar ¿a quién? Quizás, ella, no lo sepa nunca. Me podía la timidez. Por no haber, claro, ya no había ni tinao alguno.

Y llegando a la Plaza de las Cuatro Esquinas, casi tocando con la punta de los dedos la Plaza Mayor, donde tantos adioses se elevan al cielo de las caras conocidas, miré hacia atrás. Enfilé con la mirada, compungida, la calle Margallo, y, de repente, desapareció.

Incluso me acordé que hasta en una pelea intervecinal, entre una pandilla de la calle Moros y otra de la calle José Antonio, sobre cuál de las dos era más importante, estos últimos nos decían que la suya porque por ella caminaban los «millonarios», como se conoce a los que sacan a hombros a los toreros y novilleros que abrían la puerta grande en los espectáculos taurinos. Un ejemplo que nos dolía en el alma y que no tenía respuesta. Sobre todo porque aquel mismo domingo el novillero Baldomero Martín, «Terremoto», triunfaba de modo espectacular y era llevado por los «millonarios» calle José Antonio arriba.

Y desde lo alto del Capitol aquel espejismo, brillaba la calle Margallo en el cruce del sol y del agüilla de las lágrimas que me resbalaban en mis emociones como si fuera un oasis de paz en la ensoñación al hilo de la memoria.

También, claro, en el inexpugnable paso del tiempo del alma por la calle Margallo de Cáceres.

Una calle, ay, la calle Margallo de mis andanzas infantiles y adolescentes, en la que su edificio más notable, artísticamente hablando, es el palacete que hoy alberga el Hotel Alameda. Tal cual se puede apreciar en la fotografía del archivo de ese impecable cacereño, cacereñeador y cacereñista que es Teófilo Amores Mendoza.

Instalado en el número 45 de la calle el palacete es una obra notable, de estructura modernista, y que destaca por su belleza, su elegancia y su fina y elegante alzada hacia los cielos de la eternidad de la ciudad de Cáceres, cuajada siempre, de historias de la historia, de páginas de la sencillez y calidad humana y de aventuras notables y notorias.

Un Palacete del que en el artículo «Delicias cacereñas del pasado siglo», publicado en el periódico «Extremadura«, el historiador e investigador cacereño Francis Acedo dice:

«Igualmente destacable es la Casa Higuero Viniegra (actual Hotel Palacete Alameda) de la Calle Moros. Su fachada ecléctica muestra profusión de elementos decorativos, entre los que destaca el magnífico mirador, y su ingreso, con grandes leones, nos habla de la profusión decorativa novecentista«.

callemargallo-pedrodelapeñaelpartidoliberal28-X-1893Ya en el ámbito de la estructura y de la dinámica comercial, alcanzando el año 1900, aparece en la Moros, de Cáceres,, antes de pasar a denominarse con el nombre de General Margallo, el anuncio que aparecía publicado en aquellos lejanos tiempos, cuando corría, ni más ni menos, que el 28 de octubre de 1893. Un tiempo en el que el empresario llamado Pedro de la Peña ya tenía instalado su despacho en el número 14 como «Agencia para la recepción de toda clase de mercancías en la estación de ferrocarriles, camiones y carros para mudanzas«, así como otros menesteres de Aquellos Tiempos, como era, por ejemplo, el Servicio Diario de Carros a Trujillo. ¡Todo un reto y un desafío, pues, a los nuevos tiempos…!

¡Cómo han cambiado, ahora, ya, con el paso del tiempo, los paisajes físicos y los paisajes humanos del paisanaje de la calle Margallo…!

Todo ello con ese compás de la historia que avanza en el paso, en la imposición  y el peso del tiempo que se refugiaba, porque la vida es así, en un mundo, ya, que solo queda atrás. Esto es, como si hubiera sido borrado por el vendaval de una tempestad.

margallo.agenciadetransportesUna calle en la que, poco a poco, paulatinamente, casi sin darse cuenta nadie en el correr del transcurso de la historia, iría surgiendo un cierto empuje económico-industrial, y, por tanto, comercial. Por lo que ya, allá por el año 1904, es decir, hace ya ni más ni menos que la friolera de tan solo 112 años, ya se anunciaba en el número 14 de la calle Margallo, Felipe Ramos, con su «Agencia General de Transportes, Comisiones y Consignaciones«. Además de ofrecer «Caballos de Alquiler«, tal como podemos leer en el anuncio publicado en el periódico «El Adarve«, correspondiente al 24 de febrero de 1910. Este último aspecto, el de alquiler de caballos, se supone, que ya debería de ir acorde con los tiempos.

Y allí, precisamente allí, en la calle Moros, en el año 1905, figuraba la sede de la Cofradía de la Virgen de la Montaña. Tal como certifica el Señor Registrador de la Propiedad de Cáceres al conformar la comprobación de bienes patrimoniales de José Trujillo Lanuza, que fuera alcalde de Cáceres en dos ocasiones, 1892-1893 y 1897-1898, senador, y gobernador civil de Málaga. Así se deduce, pues, del escrito en el que se señala que José Trujillo Lanuza era propietario de la casa número 91 moderno, de la «Calle Moros«, que lindaba, como podemos apreciar, junto a la Cofradía de la Virgen de la Montaña.

elbloqueprimernumero-001
En el número 1 del periódico El Bloque se puede leer: Redacción y Administración Margallo 64.

Señalemos que en la calle General Margallo además del Cuartel de los Carabineros y del Cuartel de la Guardia Civil, también estuvieron situadas, en su múmero 64, las dependencias de la Redacción y Administración del diario «El Bloque«, periódico demócrata, desde su puesta en marcha allá en el lejano 12 de noviembre del año 1907, de mano de Emilio Herreros Estevan, con uve, por cierto, y que alcanzaría a ser un personaje de notorio relieve en el Cáceres de Aquellos Tiempos.

margallo-despachoemilioherrerosPor esa época don Emilio Herreros Estevan, tal como se recoge y señala en el anuncio del periódico adjunto, ya tenía instalado su despacho como abogado en el mismo edificio.

Y allí fue donde inició su larga andadura jurídica, política y periodística, combinando los tres campos. y en los que, con una gran capacidad de trabajo y con unas señaladas cualidades, progresó de forma notoria y alcanzó el mayor relieve.

Emilio Herreros llegaría a alcanzar y desempeñar un significativo papel, a pesar de aquellos difíciles tiempos, en el panorama social e informativo cacereño, y que, entre otros cargos, desempeñó las responsabilidades de Diputado provincial por Trujillo y también por la jurisdicción de Montánchez.

Asimismo Emilio Herreros llegó a ejercer el cargo de Gobernador Civil interino, el de presidente de la Diputación Provincial de Cáceres, y, también fue, durante largo tiempo, presidente de la Comisión de Monumentos de Cáceres, con significativos logros a lo largo de todos sus cometidos y responsabilidades.

Del mismo modo en la cacereñísima calle General Margallo, anteriormente ya denominada calle Moros, surgida a consecuencia de la expansión paulatina de la ciudad, ya iban creciendo e instalándose, paulatinamente, también, en su momento, negocios y empresas de los que quedan testimonios gráficos, como el presente, gracias a sus anuncios que aparecían publicados en la prensa de aquellos tiempos.

Así, de este modo, en el año 1910, ya aparecía este llamativo anuncio, de gran presencia y extensión, en el periódico cacereño «El Noticiero«, y que podeis ver a la izquierda de estas líneas.

En la esperanza de sus propietarios, Hijos de F. Gutiérrez, que instalaba su negocio en el número 92 de dicha calle a principios del pasado siglo, de que la llamada de atención publicitaria le captara y arrastrara clientela hacia las instalaciones de sus dependencias y que estaban acorde con los tiempos en que se abría muy mucho el mercado de los carruajes.

Paso a paso, pues, en el recorrido del tiempo, la calle Margallo iba configurando la dinámica de sus esencias y de su propia historia, que aquí, en la humilde medida de nuestras posibilidades vamos dejando constancia.

Ese mismo año de 1910, tal como recoge el anuncio insertado en el periódico diario cacereño «El Noticiero«, ya se encontraba abierta a los visitantes de la ciudad la «Posada de Inés Rodríguez«, en el número 44, y que ofrece, además, «amplias y ventiladas cuadras para acomodamiento de ganado«.

Lo que, muy probablemente, fuera uan propuesta de negocio acorde con los tiempos que circulaban en el recorrido de la calle Moros, ya Margallo, en el año referencial de 1910. hace ya, pues, ni más ni menos, que la tacada de ciento seis años. Lo que se dice pronto, mis queridos amigos y lectores de este blog, CACEREÑEANDO, EL BLOG DE JUAN DE LA CRUZ.

margallo.colegiosuperiordeniñaselnoticiero14-I-1914Y unos años más tarde, ya situados en el correr de aquel año de 1914, hace tan solo ciento dos años, en el periódico «El Noticiero. Diario de Cáceres«, vemos insertado este anuncio en el que se deja constancia expresa de la aparición un Colegio Femenino en el Piso Principal del número 37 de la calle Margallo.

Un anuncio en el que reza la inscripción: «Colegio Superior de Niñas».

Y más adelante podemos enterarnos de que el mismo se encuentra «bajo la dirección de doña Dolores Hernández».

callemoroshijosdefugtierrez1914También en el año 1914, hace ya, ni más ni menos que la friolera de ciento dos años, que el establecimiento de los hijos del empresario cacereño F. Gutiérrez, citado dos párrafos atrás, presentaban este anuncio en la publicación de la «Guía del Comercio«, referente a ese mismo año. Y por el que se ofrecía, tal como podemos apreciar en el mismo, la «Venta de toda clase de carruajes» a «Construcción y reparación de coches«.

Como se puede apreciar en el documento fotográfico que aparece a la izquierda ya había algunas diferencias respecto al establecimiento anterior, heredado de su padre, como bien se señala en el mismo, y que, con toda probabilidad, estaría marcando el ritmo o el cambio de los tiempos que iban  llegando a una velocidad supersónica. Como suele suceder en todas las etapas. Y lo que, aún podría resultar mejor o peor, según se mire, que, en ocasiones, todo llega por la vía de las necesidades o de la propia evolución que se iba imponiendo.

Así se iba radiografiando la silueta de la propiedad realidad, sencillamente, del Cáceres, ay, de Aquellos Tiempos, y que tantos y tantos vecinos de aquella calle Moros y Margallo recordamos por lo mucho que nos marcaron en su momento.

margalloeloymoromartin-001Y como quiera que la ciudad iba incrementando poco a poco el número de sus habitantes y, como consecuencia de su expansión demográfica la misma iba creciendo en su espacio físico, ya se abrían de despachos en la calle General Margallo como, por ejemplo, precisamente, el que aparecía publicado en el referido semanario «El Bloque«, en fecha 23 de febrero de 1915, con el despacho que allí tenía el Procurador de los Tribunales, Eloy Moro Martín, en el piso segundo del número 37.

¡Qué enorme, qué de vecinos, qué cantidad de recuerdos en el álbum del paso de la vida…!

margalloclasesparticulares-001También ese mismo año, 1915, y en dicho periódico, «El Bloque«, aparecía con frecuencia el anuncio del Colegio de Primera Enseñanza para Señoritas dirigido por la Maestra Superior doña María Estrella Sellers, instalada en el piso principal del número 74.

Una Academia, fruto, muy probablemente de los nuevos tiempos formativos que se iban imponiendo y exigiendo al compás, claro es, de los avances propios de los nuevos tiempos, en función de una mayor y mejor formación de la chiquillería estudiantil y alcanzar rangos más elevados que sus progenitores.

Más, aún, teniendo en consideración aquellos difíciles, complejos y enrevesados tiempos que corrían. tal como podemos ir apreciando paso a paso…

callemoros-tallerdecarruajesjuanperezguiadelcomercio1916Ya en el número 102 de la calle General Margallo, cuando la misma había dejado de denominarse oficialmente como calle Moros, en los años 1916, 1917 y 1927, se anuncia en la «Guía del Comercio«, «Juan Pérez Hernández. Construcción de Carruajes«. Un establecimiento, allá en aquel esquinazo, que se conformaba como una de las entradas y salidas de la ya ciudad de Cáceres, en el ímpetu comercial de sus gentes por ganarse el pan y la sal, hacer frente a la vida y salir adelante. Que, a fin de cuentas, es de lo que se trata, en la apuesta.

En ese tiempo, en el año 1917, vivía entonces también en la calle Margallo, más concretamente en el número 37, principal, tal como podemos ver en la fotografía, captada del semanario taurino «El Toreo«, Ricardo Hernández que, a la sazón, se anunciaba como apoderado del torero cacereño Angel Fernández Pedraza, Angelete, (1892-1931), natural de Baños de Montemayor, que se doctoró en el arte de Cúchares en Salamanca, de la mano ni más ni menos que de Joselito, y que confirmó su alternativa en Madrid, con el gran Cocherito de Bilbao como padrino. Si bien el apoderado principal de Angelete, como se puede ver, era Avelino Blanco, que fue banderillero en las cuadrillas, entre otros, de Emilio Torres, «Bombita«. y que también apoderaba a un torero de la importancia de Mazzantinito.

callemargallo-lagripe-1920Poco más tarde, en 1919, aparece en la ciudad de Cáceres el periódico «La Gripe«, que se proclama como «Defensor de la Moral y de la Justicia» y que como antesala de su contenido exponía públicamente al lector con un curioso aviso y del siguiente tenor, tal como podemos apreciar: «De lo publicado responden sus autores«.

El periódico-semanario «La Gripe» disponía de su Redacción y Administración en el número 19 de la calle Margallo.

callemargallo.academiafedericoreañoAsimismo, allá por el año 1922, según podemos apreciar en un anuncio aparecido en el semanario cacereño «El Bloque«, correspondiente al día 5 de enero, también estaba instalado en el número 46 de la calle Margallo, mi calle Margallo o nuestra calle Margallo, como decíamos con orgullo la chiquillería de los años cincuenta y tantos y sesenta, el Centro Preparatorio Militar, que dirigía el Comandante y esmerado escritor y poeta, Federico Reaño García, y que fue una institución en el Cáceres de aquellos tiempos destacando tanto en el panorama militar, su carrera, en el panorama sociocultural, su gran pasión, y en el panorama de su identidad con Cáceres, ciudad a la que llegó como destino militar temporal y en la que, enamorado desde el principio con la misma, optó por quedarse a vivir en la capital, donde se casó y nacieron sus hijos.

margallo-laboratoriocorralesYa en el correr del año 1924, situándonos concretamente en la fecha del día 30 de Mayo, por cierto, durante la celebración de las siempre divertidas y atractivas Ferias y Fiestas en honor de San Fernando, el periódico cacereño «El Adarve» publica un anuncio que difunde la presencia en el número 58 de la calle Margallo del «Laboratorio Corrales«, y en el que se destaca, de modo claro y específico, la realización de «análisis de sangre, pus, orina…», además de otras cuestiones profesionales propias del despacho y laboratorio como resulta el «diagnóstico directo de la avariosis por el ultramicroscopio». 

Más y más pasos en la historia vecinal de la calle Margallo…

callemargallo.palaisdelamodeDe este modo llegamos a situarnos en el año 1927 y en el que en el periódico vespertino cacereño «Nuevo Día» correspondiente al 30 de mayo, ya podemos contemplar este también curiosísimo anuncio marcado por las tendencias de la época en lo que hace referencia a la moda femenina. Ahí se ve en la fotografía, pues, cómo en el número 18, un poco más arriba de lo que ya era el Colegio Franciscano de San Antonio de Padua se abría al público ni más ni menos que el «Palais de la Mode«, como «sombrerería de señoras, única en su clase«.

Y es que la calle Margallo, para no engañarnos, iba siendo en aquellos tiempos una calle que se iba estirando, desperezando y creciendo en las dinámicas de la expansión de la ciudad de Cáceres.

callemargallo-nuevodia27-9-27Y también en el transcurrir del año 1927, en el periódico «Nuevo Día«, se publicaba un anuncio informando de la brillantez de los expedientes escolares de los alumnos que pasaban por las aulas de la Academia de Don Francisco Campón Rico.

La misma se encontraba  ubicada en el número 31, se dedicaba a clases de Primera Enseñanza, de Bachillerato y de Magisterio y ofrecía, como reclamo las calificaciones de los alumnos que recibían las enseñanzas en dicha Academia.

Y que se convirtió, según contaban algunos, en una Academia de cierto relieve en el Cáceres de aquel entonces , por la calidad del profesorado. que impartía la docencia de todas las materias que necesitaban los estudiantes.

Lo que, como comprendereis, resulta muy grato de ir contando, de la mano de la prensa, de tantos amigos que nos van facilitando documentos y, también, de la mano de los recuerdos….

Un año después, esto es, ya en el correr del año 1928, ya podemos apreciar, un anuncio, aparecido en el periódico diario cacereño que obedece a la cabecera de «Nuevo Día» la presencia, en el número 78, de aquella nuestra calle Margallo, que también fue, casi siempre, calle Moros, de las representaciones que desempeñaba J. Valiente.

Lo que llevaba a cabo bajo la denominación de la marca «Rotarus«, para lo que solicitaba, desde las páginas del rotativo cacereño, la colaboración, eso sí, «a comisión«, como es debido, faltaría más, de representantes y de viajantes.

Todo, todo, todo, demuestra, al fin y a la postre, que la vida va quedando atrás al compás que nosotros vamos hacia adelante. ¿O, tal vez, sea todo lo contrario, y puede que, acaso, los seres humanos no nos enteremos de qué va la cosa? ¿O es que, si filosofamos, vamos regateando al presente, que ya es pasado, y nos agarramos al mañana?

¡Ay, cómo me duele la soledad de este recorrido cuando en sus buenos tiempos andar por la calle Margallo pareciera un desfile festivo: «¡Adiós, Juan!«, «¿Qué hay, amigo?«, «¿Dónde va el estudiante?«, «¿Qué hace el mozo?«. O, si se prefiere, aquel grito de guerra que esperaba ansioso: «¡Juanitooooooooo!«.

callemargallo-nuevodia26-1-31Y ya, en llegando al correr del año 1931, podemos apreciar cómo se anuncia, en el periódico cacereño «Nuevo Día«, por el 26 de enero el establecimiento denominado «Lobo«, instalado en el número 6 de la cacereña calle Margallo o Moros. Como ustees, queridos lectores, consideren oportuno.

Un comercio especializado, en aquel entonces, por lo que podemos apreciar, en «Decoración de habitaciones«. Y que, según ponemos, pasada la temporada navideña, después de la festividad de los Reyes Magos, su dueño se pone a tirar la casa por la ventana y, de este modo, proceder a liquidar, como especifica, las existencias de fin de año.

Una calle en la que en el mes septiembre de 1935 procede a instalarse en el número 46 las monjas del Sagrado Corazón de Jesús.

Lo que llevan a cabo las hermanas a partir del 8 de dicho mes, dejando, paulatinamente, la huella de su presencia entre gestos humanitarios, servicios sociales, ayudas caritativas y enseñanzas religiosas y morales a todos cuantos iban acercándose a conocer el mensaje de la propia orden.

Datos, datos, datos… Historias, historias, historias…

Y poco menos de dos meses después, concretamente el 1 de noviembre de ese año, 1935, echa a andar y comienza una andadura, lamentablemente corta, la revista literaria cacereña «Cristal«. Y en cuyas páginas, además de brillantes artículos y ensayos de Agustín Bravo Riesco, de Miguel Angel Orti Belmonte, de Antonio Hernández Gil, y otros, aparece este anuncio. Y en el que se nos da cuenta de que en el número 56 de la calle Margallo se encuentran las dependencias de Mirat con sus autobuses omnibus en el recorrido Cáceres-Trujillo-Madrid.

CALLEMARGALLO.COMERCIOLAFALANGE1SEPT1936Y ya en el año 1936, el periódico «La Falange«, correspondiente al día 1 de septiembre, daba cuenta del anuncio por el que se ofrecía a los lectores y para la más adecuada difusión publicitaria y comercial a través del boca a boca por el Cáceres de Aquellos Tiempos  «Jorge Polo Santos«, que dejaba constancia de su profesión como «Constructor de Obras«, y situado en el número 13 de dicha calle, tal como se puede apreciar en la fotografía adjunta.

Una calle, pues, que, a lo largo de la historia, iba estirándose en sus dinámica comerciales, impulsada por lo que venía a representar el pulso de los caminos de futuro y de crecimiento de la ciudad.

margallo.mirat.lafalange1sept1936Del mismo modo, y en el mismo periódico, «La Falange» también aparece, asimismo, el anuncio de los servicios de la cacereñísima empresa Mirat, con sus dependencias administrativas en el número 56 de la calle Margallo en el correr del año 1936, tal como señalamos, y ofreciendo la posibilidad a la clientela cacereña de la adquisición de un kilométrico, para «viajar barato«.

Todo ello, la presencia y evolución de comercios, de tiendas, de colegios, de almacenes, de todo tipo, se conformaba, pues, como una señal inequívoca, de que la calle Margallo y, a la vez, también, la ciudad de Cáceres, iba creciendo y estirándose poco a poco. Al compás de la propia evolución social en el dinamismo que marcan los compases en el pentagrama de la vida de cada uno de nosotros. es decir, de los seres humanos.

¿O, acaso, le importaba algo a alguien mi soledad, mi llanto interior, mi mirada de reconocimiento del aire y del cruel vaciado humano de aquella calle que tanta y tanta vida a todos los personajes, citados o no, en este recorrido?

callemargallo-5-2-37De este modo allá por el mes de febrero de 1937 el periódico local «La Falange» insertaba este anuncio que referenciaba a Margallo 36 como lugar de referencia de la levadura prensada de marca «Danubio«.

Una calle, siempre, en el largo, inmenso, y a la vez corto camino en el recorrido hacia la eternidad en el transcurso de los tiempos.

Y en la que, allá por los años cincuenta, se anunciaban, también, las oficinas de la Agencia de Negocios «El Aguila«, y cuyas dependencias se incardinaban en el duplicado del número 40 de la calle Margallo. Tal como se puede ver en esta octavilla publicitaria para el reclamo de la clientela.

NOTAS:

01.- La fotografía del general Juan Díaz Margallo está captada de la revista La Ilustración Española.

02.- Los retratos de mis padres, Valeriano Gutiérrez Macías y Adoración Gómez Sánchez, son obra de ilustre y prestigioso pintor extremeño Antonio Solís Avila, con quien siempre mantuvieron una muy entrañable amistad.

03.- La fotografía de Juan Checa Campos está captada del periódico «Extremadura«.

04.- Las fotografías de José Luis Rubio Pulido, Antonio Rubio Rojas y Victor Gerardo García del Camino están captadas del diario Hoy.

05.- La fotografía de Pepi Suárez se corresponde con una postal de la época.

06.- La fotografía de Jesús Alviz está captada del blog sierradegatadigital.com,

07.- La fotografía de Valeriano Gutiérrez Macías es de la colección personal.

08.- La fotografía del Cuartel de la Guardia Civil está captada del Blog Fotos Antiguas de Cáceres.

09.- La fotografía que se corresponde con el número 96 de la calle Margallo, número es obra de nuestra querida amiga Ana María Roncero.

10.- La fotografía de Luis María Gil y Gil es obra de Juan Guerrero.

11.- La fotografía del matrimonio Bravo García, ha sido facilitada por Juan Carlos Bravo García Bravo. Y en la misma aparecen Juan Escobar Antequera, Jefe de la Policía Local durante varios años,Juanita Bravo, hermana de Fulgencio Bravo, Demetria García y Fulgencio Bravo.

11.- La fotografía de Juanita Franco es obra de Javier Caldera.

AGRADECIMIENTOS:

El autor desea dejar constancia de su mayor agradecimiento a todos los vecinos de la calle Moros/Margallo, de siempre. Y citar, desde ese agradecimiento, a tantos y tantos, que, paulatinamente, me van facilitando datos, nombres, fotografías. Entre otros muchos, y que me perdonen los que me deje atrás, mi agradecimiento, pues, a Mamen Pérez Cambero,  a Juan Antonio Fajardo, a Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, a Eulogio Saavedra, a Puri Pacheco, a Juan Carlos Bravo García, a Ana María Roncero CercasIsabel Arroyo, a Isabel Gil Rodríguez, a Angel Moreno Amor, a Julita G. Parra, a Tomás González Hernández, a Esteban Trujillo… 

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NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, TAMBIÉN MOROS by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

18 comentarios

  1. Me has hecho llorar , es increible que ni el paso de los años ni el paso por otras ciudades de España borren de nuestra mente esos recuerdos infantiles llenos de ternura y emoción.
    Tu madre y la mia , mi madre y la tuya.
    Doña Dorita la inolvidable Doña Dorita.
    Y nosotros metidos en nuestros juegos infantiles allí en la calle » Moro «. Un placer leer tu articulo » Juanito «

    • Queridísima Conchita: ¡Ay, tantos años después!. He abierto el ordenador esta mañana otoñal, me encuentro con tu comentario, plagado de cariño, en esa estampa «eterna» de nuestras madres (sus paseos, sus tertulias, sus cafés, sus películas, sus encuentros), y, aquí, entre amigos, también se me han deslizado unas lagrimillas de emoción con el retorno de la calle Moros de nuestra infancia y niñez. Pero queda, al menos, el testimonio de esta inmortalidad, por la que se encuentran y reencuentran aquellos niños amigos de juegos, de diversiones, de despreocupaciones, de cariño… Tus lineas, querida Conchita, resultan emotivas, de la mano de tus padres y hermanos, que se ha reavivado el sentido de unos pasos comunes en el carril de la vida por el Cáceres de Aquellos Tiempos. Y, claro es, te remito un correo aparte, al tiempo que te mando un correo privado. ¡Todo un placer, queridísima Conchita…! Un besazo así de grande. Juan de la Cruz

    • VIRGINIA MOYANO GARCIA

      YO VIVI EN ESA CALLE 4 AÑOS DEL 1950 HASTA 1954 FUY AL CALEGIO DE JUAN MURIEL Y VIVIA EN LA CASA DE SU PROPIEDADE EN EL 104 MI PADRE DIRIGIO LOS CURSOS DE AEROMODELISMO Q SE DABAN EN LO Q HABIA SEDO LUGAR DE LOS BOMBEROS Y DESOUES LA CENTRAL LECHERA MI INFANCIA FUE PRE3CIOSA CON MIS AMIGAS MARUCHI MURIEL ANAMRIA BECERRA DELGADO MURUJA CORNEJO POBLADOR Q VIVIA ENCIMA NUESTRA EL PADRE ERA COMANDANTE DEL REJERCITO HAbia mas niños petri la hermana amparo etc nos poniamos a bailar en la calle danzas extremeñas ibamos al cine en verano en la plaza de toros al pergil o sea perz gil al paseo alto los lavaderos comiamos bellotas y trigo jugabamos al vlavo y a la pica comprabamos en la gavina una mujer q se oponia a vender caramelos y chicles venia el del picon gritando picontie habia un zapatero el horno de pan de los romeros por cierto mi amiga anamaria se caso con uno de ellos carlos q por cierto me he enterado q murio de covi me gustaria darle mi pesame a mi amoga pero no se ni sus señas ni nada de ella swoy virginia moyano garcia la hija del teniente de viaciopn q y de agripina mis oadres hoy ya muertos se q tambien murio mi maestr d.juan si alguin me quiere hablar vivo en gran canaria y tengo telefono fijo un fuerte abrazo a esa ciudad y a su calle margaLLO

      • Muchas gracias, estimada Virginia, por su comentario en trabajo de investigación titulado NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, TAMBIEN MOROS… Y esos recuerdos y datos que expone y de los que ya quedan constancia clara… Un saludo cordial. Juan de la Cruz

  2. Magnífico artículo. Extenso, documentado, redacción impecable. Da gusto leerte y seguirte. Un abrazo.
    Teófilo Amores

    • Muchas gracias, querido Teófilo, por tu cariñoso comentario a ese recorrido que Pasión Cacereña y Cacereñista que llevamos dentro, mientras tratamos, humildemente, de aportar esa serie de Semblanzas, de Estampas, de Fotografías, de Secuencias, de Emociones, de Personajes, de Sensibilidades, de Tipos Populares, deCalles… del Cáceres de Aquellos Tiempos. Y que ahora, al menos, se pueden inmortalizar en este recorrido al que todos tienen acceso.

      Tu comentario es de esos que incentivan la moral para continuar diseccionando, en la medida de nuestras posibilidades, el recorrido por los perfiles de una ciudad que, como Cáceres, es eterna. Y en la que además, trabajos y dedicaciones como la tuya, conforman un espejo y un esmero para seguir aportando cuanto buenamente podemos.

      Muchas gracias, de todo corazón, y un gran abrazo.

  3. Lourdes Mendoza

    Buscando algo sobre mi abuelo,Eleuterio Mendoza Moreno, me he encontrado con tu articulo-Yo vivÏ poco tiempo en la calle Margallo,mis padres se fueron de alli cuando solo tenia 7 años,pero si tengo buenos recuerdos de algunas personas que nombras ,me acuerdo de la panaderia Romero, Antoñita y juan ,que continuaron siendo amigos de mis padres,de Ventura,con la que también hemos tenido relación muchos años después….Nosotros vivíamos en el nº 19,hoy convertido en una residencia de estudiantes.
    Me alegra haberme encontrado con tu articulo.Un saludo.

    • Muchas gracias, estimada Lourdes, por su comentario en este recorrido que, poco a poco, voy aumentando en el capítulo NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, dentro de mi Blog. Una calle que, en el Cáceres de Aquellos Tiempos, se distinguió por su sensibilidad vecinal, por sus puertas abiertas, por la exquisita, humana y buena relación entre, prácticamente, todo el vecindario. Desde el inicio de la calle, allá donde acababa la calle Sancti Spíritu, hasta donde se enmarca la Plaza que entonces llamábamos del Perejil, en honor del Colegio. Un gran abrazo y muchas gracias por su testimonio.

  4. Pablo Romero Montesino-Espartero

    Querido amigo Juan:
    Me he paseado por tu blog y me he sentido rejuvenecido y orgulloso de tener como paisano y amigo a una persona que con su trabajo de investigación, nos alegra la vida a los cacereños que peinamos canas. Desde el poder que me otorga mi condición de extremeño de nacencia, vengo a concederte el título de Cacereño Ilustre, como lo fuera tu padre. Un abrazo

    • Querido amigo Pablo:

      Resulta todo un placer que te pasees, con tu magistral conocimiento y cultura, por mi modesto Blog, con el que trato de ahondar en el Cáceres, ay, de Aquellos Tiempos, y del que nos queda mucho por aportar, contribuir y tratar de divulgar por estas páginas volanderas, apalancadas en la belleza de nuestros siempre infinitos recuerdos. Donde se dan la mano y el abrazo el alma con la vida. Más: MI compromiso es seguir ahondando por esos paisajes, parajes y pasajes que nos otorga el paso de quienes nos precedieron con la filosofía del cariño, del aprendizaje, de la cultura, de la sensibilidad y hondura ciudadana y rendirles, a la vez, tributo de gratitud. Item más: Si encima me invistes con el título de Cacereño Ilustre me llega un torrente de nostalgias y de honor que, probablemente, no merezca. Cáceres resulta, sin embargo, demasiado Cáceres, ahora que reconozco, una vez más, que Cáceres, como Roma, es una Ciudad Eterna… Rindámosle, pues, el debido tributo de investigar para dar a conocer sus magnitudes de belleza, de historia, de riqueza tradicional, de sensibilidad, ya que nos dio el lujo de cobijarnos bajo el manto dorado de su privilegio. Un gran abrazo, amigo.

  5. Querido amigo Juan:
    quedo perplejo tras de leer este artículo de investigación sobre la Calle Margallo, documentado con todo tipo de detalles y de nombres de personas y personajes que le daban vida en aquellos años de nuestra niñez o juventud. Recuerdo muchos de los nombre que citas, incluido a Juan Margallo, amigo mío que fue allá por los años 50 a 60 y del que tengo el grato recuerdo de haber aprendido de él los juegos de mágia con los que en más de una ocasión he entretenido a mis nietos. Pero… ¡oh sorpresa! cuando en medio de la lectura me encuentro con el nombre de aquel marino mercante que pisaba los andenes de la calle y cuyo nombre, Juan Manuel Romero Montesino-Espartero, he reconocido como mi proopio hermano. Tu labor es ardua pero encomiable y enriquecedora para aquellas generaciones que han venido detrás y que no vivieron aquellos años. Un abrazo.

    • Todo un placer, querido Juanjo, seguir investigando y sacando a la luz ese pequeño estudio, llamémosle emocional, por la senda de aquella calle margallo, ay, de la infancia, de la adolescencia, de parte de la juventud. Donde se quedaron muchos sueños, muchas ilusiones y por donde transcurrió, sin embargo, el curso de una enorme historia de la calle. Un gran abrazo, amigo.

  6. Juan Manuel Romero Montesino-Espartero

    He leido con sumo interes tu articulo sobre la calle Margallo. Me ha parecido magnifico. Yo tambien vivi en ella pues me case con MARIA VICTORIA CERRO BARBANCHO que nacio en el 77 de dicha calle. Me ha hecho gracia que sin nombrarme hables de mi. Soy el Marino Mercante que cuando venia de vacaciones estaba puerta con puerta con ANTONIO RUBIO ROJAS. Hoy vivo en Barcelona pero con una gran añoranza por esa tierra que me vio nacer. Un fuerte abrazo

    • Querido amigo: Todo un placer encontrarte, o reencontrarte, mejor dicho, de la mano del sabio refranero castellano que reza que «el mundo es un pañuelo». Y sorprende cómo de la mano del azar hayamos llegado, a través de la vía informática, a dar con la buena relación entre nuestros padres, que gloria hayan, don Pedro y doña Eladia, y don Valeriano y doña Adoración, vinculándonos vía calle Margallo. Y recuerdo que en una etapa de la vida anhelé la Marina Mercante. Hoy, al leer tus líneas, he recordado que mi padre, en cuya casa don Pedro era una institución, cuando le dije que me quería hacer a la mar, me indicó «pues habrá que hablar con el Marino Mercante que vive al lado de Antonio Rubio Rojas y enfrente de don Lucio Romero…». Sonreía de forma irónica. Y añadía, «Claro que, para ello, antes tendrá que tocar puerto». Hoy mismo lo trasladaré a mi estudio NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, TAMBIÉN MOROS… Un gran abrazo y más, ahora, que nos hemos encontrado en el puerto marino del azar, donde se alzan las torres de la eternidad, con la forja que nos imprimieron nuestros padres… Y, gracias, Marino, con mayúsculas, mientras recuerdo los versos de tu madre entresacados del poema «Marino». Hoy, pues, una lectura del Poemario de Eladia Montesino-Espartero y Averly, me sosegará en medio de una barahúnda de nostalgias entre oleadas de calle Margallo arriba, calle Margallo abajo. Un abrazo, amigo.

    • antonio garcia rodríguez

      me ha parecido estupendo, ex 82 agostos, sigo en BCN. Lo mismo q. en mis visitas a Cáceres, con sentimientos contrapuestos al por 50%: a) ¡todo aquello se fue! ¡todo quedó en el olvido…! (aunque no todo…). Mis paseos – pocos- x Cáceres me producen ciertas decepciones, porque miro a ambos lados buscando personas…PERO: a) conservo a mi María de la Paz, versus Paci, abuela de nueve nietos, b) no me olvido de mrirar pa’delante, no vaya a caerme…ABRAZOS A TODOS.

      • Pablo Romero Montesino-Espartero

        Querido Antonio:
        Que alegría saber que añoras tu Cáceres. Cuando vuelvas mira bien a los lados, de frente y atrás y estoy seguro de que además de encontrar a tu minúscula sombra, verás a este ex-charnego encaramado en lo alto del ancla. Un abrazo para ti y para tu minúscula sombra

  7. Juan de la Cruz , como siempre magistral. En este recorrido por la calle donde te criaste, no has podido evitar la nostalgia,es cierto que cuando buscamos lo que dejamos tiempo atrás, nada está en su sitio. Felicidades por este articulo tan lleno de recuerdos y cariño por Cáceres.

    • Gracias mil, querida Puri, en este despertar ante el ordenador con tu comentario. Tienes razón. Al mirar hacia atrás en el paso del tiempo, ay, nada, como señalas, está en su sitio. Circunstancias, pues, del transcurrir de los días… Igual que, casi sin darnos cuenta, van cambiando los entornos, los jardines, los adoquines, las aceras, las casas, los edificios, los paisajes urbanos y hasta los paisajes humanos… Pero siempre quedará, al menos eso espero, la página de la hemeroteca, la fotografía, descriptiva o emocional, el retrato de nuestras propias sensibilidades, que, aunque subjetivo, trata de palpar la configuración de ese mismo paso del tiempo. Gracias, pues, querida amiga. Y a seguir Cacereñeando. Un abrazo.

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