ROMERO MONTESINO-ESPARTERO, UNA SAGA CACEREÑEADORA

La familia conformada por Pedro Romero Mendoza, 1896-1969, una eminencia en la historia de Cáceres, intelectual de relieve, director del periódico liberal «El Noticiero de Cáceres» cuando tan solo contaba con 25 años de edad, que dirigió la revista «Alcántara» durante 20 años, premio «Cartagena», de la Real Academia Española, y Eladia Montesino-Espartero Averly, 1897-1999, afincada allí en aquel chalet de Gómez Becerra, 2, abrazada y besándose junto al Paseo, eterno, de Cánovas, fue y sigue siendo un lujo de las letras cacereñas y, como suelo señalar, cacereñeadora.
pedro romero mendoza y eladia
Pedro Romero Mendoza y Eladia Montesino-Espartero y Averly.

Allí, en aquel precioso rincón del Cáceres años sesenta, hoy desmontado por la excavadora y también, claro es, por el paso del tiempo, se escribían ríos de poemas, de ensayos, de versos, de sueños, de pasiones, de inquietudes, de anhelos, de historias, que fluían, de forma esbelta de mientras se miraba, ay, al horizonte de la pasión por Cáceres y por los aconteceres del paisaje cultural de aquel entonces, mientras él, don Pedro, se esmeraba y se constituía en uno de los pilotos de tamaño y complejo sendero.

Lo que, moralmente, se constituía en su gran reto. Ahí es nada: La lucha por el panorama cultural del Cáceres de aquellos tiempos. Al tiempo iba creando en sus hijos ese compromiso con la ligazón, eterna, por y para Cáceres.

Lo que Pedro Romero Mendoza, ensayista, humanista, erudito, filósofo de la vida, novelista, lector de eternidad de vida, siempre, cuajado de identiddad romántica, –no en balde su obra «Siete ensayos sobre el Romanticismo español» fue galardonada con el Premio Cartagena de la Real Academia Española– y Eladia Montesino-Espartero y Averly, inculcaban a sus hijos. El sabor de Cáceres en lo más hondo de la sensibilidad.

pedro romero mendoza
Pedro Romero Mendoza, una eminencia de las letras y de la cultura extremeña.

Pedro Romero Mendoza dejó tras sí una brillante estela, hasta el punto de que, desde nuestra modesta opinión, el mismo se conforma como una figura imprescindible e indiscutible del panorama de las letras y de la cultura extremeña. Y en las páginas de la historia quedan publicaciones suyas como «La humanidad murmura«, «Caminos de servidumbre«, «El Chupao y otros cuentos«, «Viaje al cielo«, «¡Quién tuviera de cristal el alma!«…

Valeriano Gutiérrez Macías, miembro de la Real Academia de la Historia, ya escribió en su día sobre Pedro Romero Mendoza, que era un «purista del idioma, su celoso guardador, su vigia constan¬te, se preocupaba intensamente de velar por la propiedad de las palabras y de que se expresase el pensamiento con claridad y corrección«. Y, añadiendo que el mismo es «uno de los eminentes escritores del siglo XX«.
.
Un día de inspiración, como tantos y tantos le presidieron a lo largo de su fecunda vida literaria, Pedro Romero Mendoza, fundador de la Sociedad Literaria Cacereña en 1917 y uno de los creadores del Ateneo en 1925, escribía, en un poema titulado «Cáceres, una Ciudad Antigua«, estos versos:

Quiebra el sol su haz de oro

en el recio bastión de la muralla,

y un fuerte resplandor de fuego arranca

de la vetusta torre a su cimborrio.

 

La calle está desierta;

de luz ciegan, brillantes, los guijarros;

asciende un viejo cochambroso al atrio

y un zanquilargo cura el templo deja.

 

Carrizo en los tejados

de achaparradas casas con saetías,

y en adusta plazuela una hornacina

con la imagen de Dios crucificado.

 

La voz de bronce hiere.

¡Tan duro y vigoroso es su tañido!

Un pájaro abandona el blando asilo

y con su pico agudo el éter hiende.

 

Huraña y plúmbea paz

en las calles angostas se respira,

y es tal la soledad, que el alma, herida,

nunca sintió cual hoy la eternidad.

 

eladia montesino-espartero
Eladia Montesino-Espartero y Averly, una mujer enamorada y apasionada de Cáceres.

Su mujer, Eladia Montesino-Espartero y Averly, 1897-1999, biznieta del general Espartero, que llegó a ser regente de España entre los años 1840-1843, y tres veces presidente del Consejo de Ministros, la primera mujer española que voló en un avión, el 3 de abril de 1920, en aquellos años ya jugaba al tenis, montaba en moto, practicaba la equitación y aprendía francés e inglés, vivió 64 años en Cáceres.

Una ciudad, Cáceres, de la que Eladia Montesino-Espartero y Averly, se convirtió en devota apasionada, y, al tiempo, devota del Casco Histórico, poetisa, escritora, serena y vital en todos los ámbitos sociales y humanos, profesora en el Instituto «El Brocense» y en la Escuela Normal…

Y otro día, como hiciera su marido un tiempo atrás, componía el poema «¡Ay, Cáceres, viejo Cáceres!«:

Me gustan tus viejas calles

estrechas y solitarias

y los viejos torreones

testigos de mil hazañas.

 

Me gusta el grave silencio

que te envuelve y te amortaja

solo turbado de pronto

por atrevidas pisadas,

y el canto de la lechuza

que parece decir… ¡calla!

 

Me gusta la soledad

de tus calles empinadas

y el granito de tus piedras,

de tus piedras centenarias.

(¡Si ellas pudieran hablar,

cuántas cosas nos contaran!).

 

Me gustan los matacanes

y gárgolas de tus casas

y los finos parteluces

con que adornas tus ventanas.

 

Me gusta la gallardía

de tus torres almenadas

y la casita mudéjar,

hechizo, primor y gala

con que el mágico recinto

pregonando está su fama.

 

¡Qué poético misterio

encierra tu cuesta Aldana,

tu convento de San Pablo

y tu calle de la Manga!

 

¡Cuántas veces habreis visto

desenvainar las espadas,

quedando en tierra un valiente

amortajado en su capa!

 

¡Ay torre de las Cigüeñas,

de Espaderos, de los Plata,

famosa torre Bujaco,

desde donde presenciaban

los más vistosos torneos

las más linajudas damas!

 

¡Torre de los Carvajales,

vieja torre desmochada,

os elevais a los cielos,

magníficas, soberanas!

 

Parecéis dos favoritas

de un sultán ya abandonadas

por otra joven y hermosa

de cuyo amor disfrutara.

 

¡Palacio de los Golfines,

Mayoralgo, bella casa

de don Hernando de Ovando;

¡qué señoril estampa!…

 

Templo de Santa María;

mansión de García Galarza

(hoy Palacio del Obispo)

qué rango dais a la plaza!

 

¡Ay casa de las Veletas

sobre cimientos de alcázar

que tienes bajo tus pies

la reliquia musulmana,

(aljibe de bellos arcos

reflejándose en el agua);

 

Iglesia de San Mateo,

de Santiago, Santa Clara…

severo solar del Sol,

casa de la Generala,

os contemplo y os admiro

bajo la noche estrellada.

 

¡Si la luna os acaricia

parecéis hechas de plata!

 

Los siglos duermen… ¡silencio!

en sus calles y en sus plazas.

No hagáis ruido y al andar

«pisad con planta de lana».

 

¡Ay, Cáceres, viejo Cáceres!

entre tus viejas murallas

enajenaste mi espíritu,

me tienes cautiva el alma!

Versos de amor y de pasión en el recorrido de Pedro Romero Mendoza y Eladia Montesino-Espadero y Averly.

JUAN JOSE ROMERO MONTESINO-ESPARTERO
Juan José Romero Montesino-Espartero, un poeta de hondura y de relieve…

Posteriormente su hijo Juan José, 1941, con la mirada preñada de luz de la noche, de la madrugada, soñando, ensimismado, en el Cáceres eterno, que mamara en el domicilio familiar de la calle Gómez Becerra, en un chalet de estructura norteña, dejaba el pulso de sus recorridos, ante la fascinación de la historia hecha piedra y arte, con otro poema.

También titulado «Cáceres«, como una asignatura de enseñanza permanente por los pasillos de la casa, por las conversaciones familiares, por la instrucción paterna, por el hechizo de ir creciendo por las calles y plazas de Cáceres. Cáceres, pues, en los versos de Pedro Romero Mendoza, de Eladia Montesino-Espartero y Averly. Y, ahora, a través de su vástago Juan José, con la imagen, siempre, de Cáceres, en una de esas madrugadas poéticas, con el cielo pinbtarrajeado de una apasionante luz de oscuridad, escribió este poema de hermosa creación. Y propia, claro es, de quien siente el ardor de la belleza eterna de la ciudad:

CACERES

Se incendia por instantes la ciudad

y en vivas llamaradas arde el cielo,

la luz del sol se esparce por torreones

que pinta con reflejos de oro viejo.

 

La noche va cayendo inexorable

al rítmico crotar de las cigüeñas,

el áspero graznido de las chovas

se escucha en atalayas y callejas.

 

Cerrad la puerta, el Arco de la Estrella,

que nadie turbe el sepulcral sosiego,

sus empedradas y serenas calles

por siempre renunciaron al torneo.

 

Mostrad vuestro respeto, gente amiga,

la historia duerme el sueño de los siglos

mecida por sus piedras centenarias,

guardada por blasones de granito.

 

Permitid que descanse la nobleza,

que reposen moriscos y plebeyos,

judíos y valientes militares

y espadas que causaron tantos muertos.

Pablo romero montesino-espartero
Pablo Romero Montesino-Espartero que acaba de publicar una sentida ORACION DE UN CACEREÑO.

Un tiempo después, el pasado 9 de diciembre de 2015, otro miembro de la saga Romero-Montesino Espartero, Pablo, que un día se hizo de vocación marino, con la estampa de Cáceres adornándole, siempre, los galones en las aguas azuladas de inmensidad, escribía un bello canto, cuajado de hondura cacereña, cacereñista y cacereñeadora, titulado «Oración de un cacereño«.

Un escrito de una profunda identidad con la tierra, con la ciudad, con aquel Cáceres que le viera nacer, y que, desde que abriera los ojos, se le fuera quedando grabado en la retina de los recuerdos, de las emociones, de los compases del alma, mientras se acercaban los temidos años 60 que le llevan a incrustarse por las riadas migratorias, probablemente la mayor tragedia histórico-social de Cáceres y Extremadura.

Y Pablo, marino por océanos y mares infinitos, de aguas cuajadas de poemas en la soledad y la reflexión de la alta mar, iba, mientras, dibujando, en el camarote, la silueta emocional de Cáceres.

Silueta emocional de y sobre Cáceres que Pablo Romero Montesino-Espartero recorría en las redes sociales, el pasado 9 de diciembre de 2015, de este forma sencilla, cercana, humana, religiosa, poética y abriendo su corazón de par en par:

ORACIÓN DE UN CACEREÑO

Señor, soy de aquellos hombres, que en los años 60 se vieron obligados a dejar su terruño, buscando el pan y la sal, que la Patria nos negaba. Abandoné casa, hacienda y familia para poder, desde la lejanía y el frío, mantener esposa e hijos, cambiando la bondad del hogar y el calor de los míos, por el hielo y la soledad del norte.

Cansado y envejecido, invisible ya a los ojos de mis hijos que tan solo ven en mí a un viejo inadaptado a las costumbres de la nación que nos acogió y al que la falta de sol ha convertido su curtida piel de otrora, en un blanco sudario.

Yo me dirijo a Ti Señor , para pedirte que en los últimos años de mi vida, me permitas tornar a mi sur.

Quiero volver a sentir en mi rostro, la caricia del sol al despuntar el día tras la Montaña o coronando el campanario de la iglesia en que fui bautizado, rodeado de ese azul tan Tuyo, y tan nuestro,Señor.

Quiero volver a ver como se tiñe de oro el granito de las casas solariegas en el declinar de la tarde y escuchar en la noche a la lechuza alzar el vuelo, asustada por el eco de los pasos del alma en pena de algún hidalgo de capa y espada, en la ciudad monumental.

Quiero percibir a través de mis empobrecidos oídos, el crotorar de la cigüeña desde la torre a la que Isabel perdonó fuera desmochada y el “chi,chi,chi” del primilla al salir del agujero en que esconde su nido, de la pared en ruinas, testigo de tantas trifulcas, duelos y batallas familiares.

Dame Señor la oportunidad de rezar una vez más a mi Virgen y contemplar desde lo alto de la Montaña, la ciudad que me vio nacer y que tanto añoré a lo largo de mis años de ausencia; respirar el aire puro y fresco que desde el norte exhala Gredos y que al llegar a la ermita, es bendecido por Ella para disfrute de mis paisanos.

Permíteme Señor, gozar con mi ya escasa vista, del discurrir del agua de los regatos en primavera, tapizados de flores blancas y flanqueadas sus orillas de lirios, en nuestros campos esteparios, arrullados por el canto de la alondra allá arriba en el cielo o el trino del jilguero desde su atalaya del cardo borriquero. Admirar de nuevo el vuelo impertérrito del buitre y escuchar el silbido del aire a su paso por sus alas o al cernícalo colgado en el aire, desafiando Tu ley de la gravedad, teniendo como fondo la sierra bañada por la luz aurirrosada del crepúsculo.

Concede Señor a mi disminuido olfato, rememorar con el penetrante olor de la saca del corcho en verano, vivencias de mi niñez, cuando contemplaba como el hachero, certero en sus golpes, dejaba impúdicamente desnudo el árbol,mientras en la siega de la mies, las voces y cánticos de las segadoras, alegraban el campo, bajo aquél sol ardiente del estío cacereño.

Quiero disfrutar de nuevo del frescor húmedo de la sombra del cancho en el berrocal y plácidamente abandonarme a la ensoñación mirando a Tu cielo, Señor. Gozar del reclamo de la perdiz entre las escobas floridas o el del triguero en las siembras o el de la tórtola en su nido o contemplar extasiado al lagarto, solazándose al sol, orgulloso de los ocelos de su preciosa piel…

Volver a acariciar con mis manos ya casi sin tacto, las viejas paredes alfombradas de musgo en Las Viñas que con mis hijos de la mano, recorría buscando esparragos trigueros en primavera, mientras del pueblo cercano, llegaban a nosotros el tañer de las campanas lanzadas al vuelo, llamando al rezo del Angelus.

Permite Señor, vuelvan a aflorar las lágrimas a mis ojos, al contemplar al «Cristo Negro» bajando por los Adarves en el silencio de la noche cacereña del Jueves Santo, solo roto por los golpes secos y unísonos de las horquillas de los portadores, sobre los guijarros del empedrado.

Déjame sentir otra vez en mis labios, el primer beso entre las sombras del parque de mis correrías de niño y sentarme en el banco en el que adornado de requiebros, declaré mi eterno amor a la madre de mis hijos. Quiero volver a admirar ese cielo estrellado único de mi Extremadura, tumbado boca arriba teniendo entre mis manos las de la compañera de mi vida, y con ella embriagarme de distancias infinitas.

Dame fuerzas Señor, para mantenerme cabal con mis creencias religiosas, sin que nada ni nadie perturbe mi amor por Ti, dador de cuanto de bueno pueda todavía quedar en mí. Manten alejados a mis hijos de los peligros de este mundo y danos fuerzas para que el amor de mi esposa no se extinga y el mío por ella, se acreciente cada día.

Concedeme por último Señor, llevar al lugar en que mis padres descansan en Tu paz, flores robadas a la naturaleza, esa que tanto amaron y que me enseñaron a amar, por ser ella la fiel demostración de Tu existencia.

Te pido en fín, Dios mío, permitas que las cenizas de mis huesos calcinados, sean esparcidas en la solana de una de nuestras sierras, para que después de muerto, sientan aún el calor de mi tierra extremeña y se impregnen en ella del olor a jaras, tomillo y romero…

Amén

Licencia de Creative Commons
ROMERO MONTESINO-ESPARTERO, UNA SAGA CACEREÑEADORA by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

2 comentarios

  1. Juan Manuel Romero Montesino-Espartero

    En primer lugar mi agradecimiento por la actitud y bondad de tus escritos hacia mi familia. Yo tambien soy marino. Navegue por muchos mares y oceanos pero siempre acompañado del espiritu entrañable de mi viejo Caceres.
    Y de mis hermanos que decirte…….heredaron el espiritu literario de nuestros padres.
    ¡¡Son dos fenomenos!!

    • Querido Juan Manuel: Resulta muy gratificante leer tu escrito. Y tras haberte respondido a tu escrito posterior, con mi estudio titulado NOCHE DE SOLEDAD EN MI CALLE MARGALLO, TAMBIEN MOROS, te agradezco profundamente tus palabras de cariño. Cáceres, amigo, es mucho Cáceres. Y allí la familia Romero Montesino-Espartero y Averly, encabezada por don Pedro y doña Eladia, dejaron una huella imborrable. Un abrazo grande como las rutas gigantes de tus travesías por los mares y océanos del mundo. Juan de la Cruz

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.