FRAY ANTONIO CORREDOR, UN FRANCISCANO ILUSTRADO

El Padre Fray Antonio Corredor García, nacido en Montehermoso, 1913-2003, hijo de Ezequiel, jornalero, y de Marcelina, que aprendió las complicadas labores de monaguillo entre aquellos latines de tantos recovecos, de siempre tuvo ý sintió una significativa vocación religiosa.
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Fray Antonio Corredor García dejó una estela de gran sensibilidad cultural, docente y religiosa en Cáceres.

Por eso un día, cuando apenas levantaba un palmo, a eso de los once años, ingresó en el Colegio Seráfico, donde fue madurando su formación y sus anhelos religiosos como una llamada y una forma de vida. Tan es así que en plena Escuela ya decidió seguir los estudios eclesiásticos con predilección por el Latín y las Humanidades. Ya sentía la llamada sacerdotal y la literaria, como una combinación de factores de relieve que iban a guiar, para siempre, los pasos de su vida. Religión, Docencia y Cultura.

En el año 1928, en una sencilla ceremonia que siempre recordaría, por ser un día de interés vital en su trayectoria, el 14 de agosto, recibe los hábitos en la localidad sevillana de Espartinas. Se le cayeron unas lágrimas de intensidad emocional que, en su decir, seguramente se deslizarían hasta el suelo.

Posteriormente pasa al Monasterio de Guadalupe, uno de los templos y lugares más consistentes de la franciscanía, como le llamaban de forma coloquial a la orden los propios frailes. Un Convento y Monasterio en el que continúa formándose en estudios eclesiásticos y preparándose entre lectura de los clásicos, con textos religiosos y no religiosos. Ya había escrito, desde la juventud, numerosos poemas, apareciendo el primero de ellos en 1929 en la revista «El Monasterio de Guadalupe«.

Su vida en Guadalupe transcurre entre numerosas horas en la formación religiosa y franciscana más profunda, siguiendo la estela de su Guía, San Antonio de Padua. Tiempo que compaginaba con muchas horas en la Biblioteca, otras en la reflexión, otras en la investigación, otras mezclándose entre las tertulias ciudadanas para conocer, en aquellos difíciles y necesitados tiempos de tantas adversidades, a todos los guadalupanos. Labor que recuerdan, aún, los más mayores. Era, sencillamente, un padre franciscano ejemplar, como señalaría ese gran guadalupano que es Carlos Cordero Barroso.

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Desde su llegada a Cáceres Fray Antonio Corredor imprimió una gran vitalidad al Colegio San Antonio.

Posteriormente recibe el presbiterado. Y ya en el año 1941 los superiores de la Orden deciden trasladarle al Colegio San Antonio de Cáceres donde, en nada y menos, logra compaginar su amplia dedicación a los campos ya citados, pero añadiendo, además tanto el de la docencia, impartiendo clases de Lengua y Literatura, como el de la participación en todo tipo de actos culturales que se desarrollaban, por aquel entonces, en la capital cacereña.

Por lo que, enseguida, se granjea la buena relación con la sociedad cultural cacereña, con los cientos y cientos de alumnos que iban recibiendo sus enseñanzas, con la práctica de sus misiones franciscanas, con su misa diaria, eso, sí, sin fallar ni un día, a las nueve de la mañana, en el convento de Santa Clara.

Desde el mismo instante de su llegada al Colegio San Antonio de Padua da los pasos para poner en marcha una revista o boletín de tipología colegial que denomina «Lyceum» y que mantiene activo hasta el año 1967. Un Colegio, además, del que ejercería las funciones de Guardián Rector a lo largo de once activos años.

Fray Antonio Corredor era figura de la pedagogía bachiller mientras algunos alumnos, siempre irónicos, divertidos e imaginativos, le conocían, coloquialmente hablando entre ellos, como El Cabra y Ordine fatri minori.

De gran constancia, porque no paraba, según testimonios en su día de frailes compañeros suyos, desde que llegó al Colegio de San Antonio, enseguida se involucró, además de en la enseñanza, en la pedagogía religiosa, en los movimientos culturales, en los estudios e investigaciones de grandes figuras y temas vinculados con la tipología religiosa.

En 1945 puso en marcha la publicación «Cruzada mariana» de gran repercusión en todo el área latinoamericana.

Durante quince años, entre 1956-1971, también dirigió la revista «La Voz de San Antonio«, calificada como de vocero seráfico popular, y trabajó, intensamente, con el alumnado y la sociedad cacereña.

Estudioso de la historia franciscana llegó a alcanzar el grado de Director Nacional de las Asociaciones Marianas Franciscanas de España y de la Guardia de Honor del Inmaculado Corazón de María.

Cáceres, como siempre dijo, le marcó y le dejó su huella en lo más hondo y profundo de su sensibilidad. Y aquí quedó su impresionante estela, mientras colaboraba en numerosas publicaciones, se mezclaba con la juventud cacereña, sobre todo, claro es, de la antoniana, y participaba e intervenía en el panorama cultural de la ciudad. No demasiado abundante, por cierto, en aquella época, tan compleja, por otra parte.

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Fray Antonio Corredor se volcó en sus numerosas publicaciones, destacando el estudio a la vida, obra y milagros de San Antonio de Padua.

Fray Antonio Corredor era uno de los rostros más conocidos de aquel entonces. Y dejó señaladas publicaciones, como «Vida de San Antonio de Padua«, el devocionario mariano «Mi Virgen de la Montaña«, 1955, «Postales Guadalupenses«, 1978, «San Francisco de Asís«, 1980», «Voz del Amigo. Poemas«, «Cancionero Alcantarino«, «Por todos los caminos«, 1981, «No te vayas, Francisco«, 1982, «Milagros de San Antonio de Padua«, 1984, «Las apariciones de la Virgen de Fátima«, 1985, «Leyendas Marianas«, 1987, «Las Misas Gregorianas«, 1989, «La Divina Misericordia«, 1992, «Prodigios Eucarísticos«, y otras.

Asimismo publicó, en 1986, el libro «Montehermoso, Datos para su historia«. Municipio, por cierto, que le dio su nombre a la calle en la que nació, que puso una placa en su honor en la fachada de la vivienda natal y que le proclamó Hijo Predilecto.

Entre sus cientos de poemas, además de su larga colección de artículos y ensayos en numerosas publicaciones hay uno titulado «ESTAMPAS  CACEREÑAS: DE MADRUGADA«, que aquí os dejo:

Alancéame las carnes,
filo de la madrugada,
alancéame las carnes
mientras mi sombra escapa
de los opacos faroles
por entre las luces pálidas.

Ladra un can a los hirvientes
sonidos de la campana,
de un retirado cenobio
de San Pablo o Santa Clara.

Un hombre pasa corriendo
llevando un brasero con ascuas
y torbellinos, le brincan
de estrellas, de oro y plata…

Salta un felino, y un gallo
acuerda su aguda flauta…

Marca el reloj una hora,
y atruenan seis aldabadas
en un portalón antiguo
de vieja casona hidalga…
Nadie responde…

La calle
cruzan obscuros fantasmas…
y en las melladas almenas
se posa la luz del alba.

Sigue azotando mis carnes
el filo de la mañana…