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El Club Deportivo Cacereño siempre se conformó como una pasión de relieve en el paisaje de la pequeña capital de provincia. Una historia de historias que siempre encontró el mejor apoyo en la afición y en el paisanaje, con jugadores que se batían el cobre en defensa de los colores locales.



Ayer, 4 de enero de 2021, se nos marchó otra imagen popular, conocida y muy querida en Cáceres. Pepi Suárez.









Pepi Suárez se conforma como una divulgadora del folklore típico y popular cacereño, al frente del grupo de Coros y Danzas de la Sección Femenina de Cáceres durante largos años. Un folklore recogido y recopilado por investigadores y estudiosos, con la colaboración de los más mayores de los pueblos altoextremeños… Y con la cooperación de tantos se expandían los aires de las canciones y danzas cacereñas del patrimonio folklórico de la tierra. Artículo publicado el 26 de octubre de 2020 en el periódico «Hoy».
Con su trabajo e inquietud, una imagen testimonial en las calles cacereñas, fue posibilitando la revitalización de esos sones y aires para conformar la base de un grupo de cacereños volcado en esa divulgación que tanto enriquecía, en certámenes, concursos, festividades, la dinámica de un folklore arraigado alrededor de las manifestaciones de los pueblos cacereños.
Una muestra con la jota dieciochesca cacereña por excelencia, “El Redoble”, o “Los Sones de Montehermoso”, las “bombas” o piropos, tan curiosos a mitad de la danza que lanzan los bailadores a las jóvenes, como “Eres como el pino verde, que arriba tiene la copa, eres como el caramelo, que se deshace en la boca”, en la “Jota de Alcúescar”, “La Rondeña”. “La Carta”, “Los Pajaritos”…
Una imagen llamativa, pregonando las esencias folklóricas de la tierra parda, con una agrupación volcada en la representación y difusión de esas estampas al compás de una manifiesta muestra de investigadores, que se esforzaron en recorrer muchos caminos entre pueblos y aldeas recuperando el sortilegio de una cultura popular a caballo de la canción y la danza.
Manuel Trinidad es un personaje comprometido, de modo firme, con Extremadura. Su blogspot «Biblioteca Virtual de Extremadura», a disposición de todos, ofrece numerosas publicaciones virtuales de la historia de nuestra Comunidad, en diferentes vertientes, y que no hay forma de encontrar por arte alguna.


Manuel Trinidad, un extremeño comprometido con la tierra parda.
Manuel Trinidad es un extremeño de pro, antropólogo, que está llevando a cabo, de forma paulatina, un trabajo de extraordinario interés sobre el panorama histórico y cultural de Extremadura, fruto de numerosas investigaciones y trabajos.
Bibliotecario en la Facultad de Derecho, apasionado de la hondura cultural y del panorama festivo extremeño, tan variopinto y rico en todas sus manifestaciones, un día se puso a aunar tantas inquietudes. Fruto de ello es la puesta en marcha en su día del blogspot bajo el nombre de “Diccionario Virtual de Extremadura”, en el que, en colaboración con diversas instituciones y autores, lo mismo se puede leer “Extremadura, la tierra en que nacían los dioses”, de Miguel Muñoz de San Pedro, que consultar el “Diccionario histórico geográfico de Extremadura”, de Pascual Madoz, o deleitarse con la “Revista de Extremadura”, con una manifiesta abundancia y presentación de libros, de textos, de documentales, que ya no se encuentran ni bajo las piedras, aportando un relevante testimonio a nuestra cultura.
Fruto, todo ello, de su vocación extremeñista y de abrir de par en par las puertas de esa biblioteca a todos. Lo mismo que hace con la página “Indumentaria Popular de Extremadura”.


Trinidad con traje de pastor del Valle del Jerte.
Una memoria viva y palpitante de la tierra parda que, desde nuestra perspectiva, es de justicia, promocionar y divulgar para el mayor prestigio y conocimiento de Extremadura, entre los miles de testimonios que pueden encontrarse en esta interesante propuesta.
Apasionado defensor de Extremadura, a través de estas aportaciones, con un calibre de excepcional relevancia, Manuel Trinidad ha entrado, con el bagaje de sus méritos, en ese panorama de cualificados extremeños y que, desde su generosidad, tiene las puertas abiertas de sus páginas como documentos ilustrativos de todos.
Un esfuerzo y una labor altruista, la de Trinidad, que destaca por facilitar a los usuarios una amplia hemeroteca, en tantas manifestaciones, como artículos, revistas, canciones o videos como los que sobresalen en sus páginas.
Gracias, muchas, de todo corazón, por esa labor tan abierta como profundamente humanista que tanto nos honra a todos los que seguimos una trayectoria tan vitalmente extremeñista como es la que llevas a cabo desde hace largo tiempo.
Extremadura, amigo mío, se encuentra en deuda contigo.
Pepe Higuero,profesional de relieve en el periodismo, en el radiofonismo y en el cacereñismo, director de Radio Popular en Cáceres y del periódico «Extremadura», amigo, compañero, buena gente,se nos ido. Aquí os dejo mis líneas de despedida que aparecen publicadas hoy, 29 de mayo, en el diario del que estuvo al frente.
Y me quedo, sencillamente, cercado por la consternación en la marcha de un cacereño y personaje, a la vez, del tiempo, como notario de la actualidad, como uno de esos apasionados por el fenómeno del cacereñismo. Como una idea de su propia filosofía de vida. ¡Qué importancia esa fuerza en su propia dinámica y en su propia concepción de un fenómeno que le presidió desde siempre!
Pepe Higuero, ahora que escribo estas líneas a vuelapluma, se configura como uno de los referentes del Cáceres de Aquellos Tiempos que algunos vamos tratando de recomponer como si fuera un puzle entre estampas, nostalgias, imágenes, relatos, recuerdos, curiosidades, fotografías, semblanzas, diseños, apuntes, y todo tipo de pormenores, intentando alzar la copia más exacta de aquel Cáceres que tanto nos marcó a los de aquellas quintas y aquellos tiempos. Que es, sencillamente, la memoria del paso de los días y años. Pero en la que quedan quienes marcan carácter, con su sello y tipología personal, y forman parte, a la vez, de esa radiografía que se conforma en nuestra ciudad y provincia. Como era y es el ejemplo de Pepe.
Pepe Higuero, buena gente, compañero, buena gente, cercano, cordial, humano, próximo, interesado por todo y con la mano abierta, al mismo tiempo, también, a todo. Luchador inveterado y constante por Cáceres donde desarrolló una trayectoria que hoy y ahora, en el tiempo del adiós, hemos de reconocer que es una marca del periodismo, del radiofonismo y de la inquietud cultural…
El, que, sencillamente, pasó por tantos puestos, siempre aprendiendo, siempre persistiendo, siempre instruyendo, siempre haciendo camino al andar entre ese tiempo de inquietud por el que conducía y reconducía sus pasos, que forma parte de una entrega sin límites a sus responsabilidades. Entre otras consideraciones porque su trabajo y sus quehaceres le nacían en lo más hondo y en lo más profundo de sus adentros.
Pepe era así, servicial, constante, persistente, abiertamente humanista, sencillo, laborioso, y presidido por la inquietud… Un todoterreno de la vida cacereña, que hoy le despide con el mayor y el mejor cariño, que es lo que se merece toda su trayectoria, ahora que recuerdo aquellos cordiales encuentros, a caballo de nuestros trabajos, alentándome a seguir informando cada día más, sobre Cáceres, desde el ventanal de Televisión Española.
En esta hora del adiós, querido Pepe, permíteme que te diga que unas lagrimillas han caído sobre el teclado de mi ordenador.
Hasta siempre, Pepe, amigo mío.
Gabriel Romero Ruiz (1930-1972), un comunicador de relieve en el Cáceres de Aquellos Tiempos.
De repente, por aquello del azar, me he encontrado en mi archivo con esta fotografía que me enviara hace unos meses Marcos. Su hijo.
Un día Gabriel Romero lanzó al aire de la inspiración un puñado de versos que esculpió en prensa uno de mis maestros en Radio Nacional de España. Hablamos de Tico Medina:
Quiero llenar mi corazón de tierra,
de tierra de secano, sin malicia.
Quiero llenar la boca y la palabra
de tórtola, de surcos y de encina.
«Radio Cáceres. La Voz de Extremadura«, Cáceres de arriba a abajo, las gentes, la canción, la ciudad apretujada en su alma, la tierra crecida en sus raices, el paisanaje surgido entre parrafadas de la pequeña capital de provincia, el ritmo y el pulso y las esencias de cada día en una rutina de intensidad por las vías de la línea periodística. Gabriel Romero era, sencillamente, información.
Genuino Gabriel, que me estimulaba a trabajar mañana, tarde y noche en aquellas, las ya lejanas prácticas de la carrera universitaria de Periodismo. Palmada a la espaldas, palmada amiga, añadía:
— ¡Pero échale, siempre, amor y alegría al trabajo…!
Luego añadía con la solemnidad de su humor:
— ¡Que ya sabes que eres Gutiérrez, hijo de don Valeriano…!
Con Polito y Fernando García Morales y Tomás Pérez y Roberto García del Río… Haciendo cada día, de su objetivo, más y mejor Cáceres, en beneficio de toda la ciudad, de todos los cacereños… Como buenos notarios de la actualidad a través del curso de los aconteceres por las calles y plazas de la pequeña capital de provincia.
¡Aquella «Radio Cáceres, La Voz de Extremadura«, de tanta intensidad… Y tantos comunicadores que conforman una parte manifiesta de las esencias del Cáceres, ay, de Aquellos Tiempos…
Suelto la mirada hacia el horizonte del ventanal. Y me fijo, casi sin darme cuenta, en el paisaje del transcurrir de la vida. Por sus estrechos y largos railes trasiegan los ciudadanos:
— Lento, si se quiere hasta traqueteando… Pero sin pausa alguna…
Cierro los ojos en las tinieblas. Y de nuevo, al abrir nuevamente los ojos, el tren, con amigos, compañeros y conocidos como pasajeros, circula.
… ¡Cómo marcha, ay, el tren de la vida…!
Don Valeriano, fue, de siempre, un educador, generoso educador. Un aspecto importante y a destacar dentro de la panorámica familiar en la crianza de la saga que conformamos sus hijos. Apasionado por la esencia y raíz de la cultura, enamorado apasionadamente de Cáceres, buena gente, compañero, buena gente…
El almuerzo lo aprovechaba para fomentar esa vieja, noble y sana tradición que conforma la cultura del diálogo y la tertulia familiar, que en los tiempos que corren, anda más bien como desaparecida y evanescente. Acaso por el cambio de los tiempos, de época. Salvo error, que todo es posible, en la apreciación del escritor.
Todos los miembros de la familia sentados alrededor de la redonda mesa camilla y compartiendo mantel, comida y conversación. Don Valeriano impartía, en orden y con moral, generosas y humanas y humanísticas lecciones de vida, se interesaba por la marcha de la saga, por sus conocimientos de y sobre Cáceres, por su aplicación en los estudios, y trataba de seguir con la mayor atención los pasos formativos de la compañía que conformábamos sus hijos. Siete, aunque rápidamente, con el fallecimiento de Valín, el pequeño, víctima de una cruel enfermedad, nos quedamos en seis y huérfanos de la cariñosa compañía del benjamín, que llevaba los nombres de Valeriano José Rodrigo.
Ya por el atardecer, cuando sus ocupaciones se lo permitían, cogía a la saga y nos dictaba párrafos del terrible Miranda Podadera. Un libro que venía a suponer como una provocación para las faltas de ortografía, nos hacía leer en alto alguna página de cualquier libro que echara a mano de aquella amplia y espaciosa biblioteca. Lo mismo daba que fuera «Extremadura, la tierra en que nacían los dioses» como «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha«, «La familia de Pascual Duarte«, «Marcelino, pan y vino«, «La tía Tula» o vete a saber si no descolgaba «Los episodios nacionales«, mientras permanecía pendiente de nuestra pronunciación: «Esa ese del plural, Juanito«, o «esa vocalización, hay que vocalizar con claridad, que se entienda bien lo que lees y expresas«, o «cuida de entonación«, o «ese énfasis«, o «esa coma o ese punto, que denota la claridad expositiva de la frase, porque las comas y los puntos tienen su importancia en la lectura, obviamente«.
Igual que nos impregnaba con las páginas de su cacereñismo, que aquí, entre nosotros, más allá de la pasión de hijo, es de reconocer que, con las páginas de su trayectoria y de su biografía, mereciera la calificación de «cum laude«.
Como consecuencia, ya en este terreno del cacereñismo, que conocía con una esmerada dedicación de muchos años, nos hablaba de una figura insigne como la de don Miguel Muñoz de San Pedro, de la labor de la revista «Alcántara«, del sabor de las tertulias ciudadanas y callejeras, interesadas en la marcha y en la actualidad de la vida capitalina, del abanico de esencias que ofrece la pequeña capital de provincia, de Fernando Bravo Bravo, de Victor Gerardo García del Camino, de José Canal Macías, de notables e ilustres estudiosos y divulgadores de la historia de Norba Caesarina, de ayer y de hoy, de Antonio Floriano Cumbreño, de personajes populares de las cercanías ciudadanas, de profesores, comerciantes, empresarios, catedráticos, investigadores, del sabor y el costumbrismo histórico de las fiestas locales, como las de San Blas, las ferias de mayo y septiembre, la bajada anual de la Virgen de la Montaña, las biografías de los nombres que ilustraban los rótulos de las calles cacereñas, «porque eso es algo fundamental y que debéis de conocer«, porque lo mismo te espetaba en cualquier ocasión:
— ¿Y qué sabe el amigo, por ejemplo, de la insigne figura de don Diego María Crehuet?
El pequeño, entonces, se arrebujaba, pensando que ya le podía haber preguntado su progenitor por la calle Pintores, que entre comercios y la propia palabra pintores facilitaba siquiera fuera una mínima salida… Ante la cara de duda del estudiante, don Valeriano cambiaba el protagonista de la calle y exponía con una voz nítida:
— ¿Y de Gil Cordero, qué nos dice el amigo?
El amigo, como soltaba con su peculiar pero bonachona ironía, enrojecía de vergüenza por su ignorancia y desconocimiento de dato alguno sobre «la insigne figura de Diego María Crehuet«, y de Gil Cordero, y esperaba la correspondiente explicación, a fin de memorizarla en la medida de lo posible porque, a buen seguro, que tal o tales figuras habrían de ser repasadas por la tarde en el empeño paterno para ilustrarnos sobre la importancia de los rótulos del callejero como de tantas cuestiones alusivas en la nomenclatura de Cáceres.
Don Valeriano, asimismo, nos insistía en la necesidad de frecuentar por la Biblioteca Municipal, del aprendizaje por los parajes y los pasajes de la Ciudad, Vieja o Antigua, como se denominaba en Aquellos Tiempos a la hoy Ciudad Monumental, Patrimonio de la Humanidad, insistiendo, como se lograría, que tendría que rehabilitarse a costa de los esfuerzos que fueran necesarios, y de la amplitud de los valores culturales y humanos y urbanos que se condensaban en Cáceres… Hacía un alto. Y tan solo unos segundos después de un silencio añadía:
— ¡Que son muchos, hijo…!
Luego, quizás, acaso, tal vez, echaba una ojeada bondadosa, como la propia expresión que emanaba de su cara, por el horizonte del despacho: Los paisajes y casas de Victoriano Martínez Terrón, cuajados de figurativismo y de color, con tejas retorcidas, con calles así como tortuosas, con esplendor de campo, los retratos de Solís Avila, que en unos minutos te copiaba la expresión y los rasgos, la caricatura amiga de Lucas Burgos Capdevielle, la prensa del día, la de Cáceres, Madrid y Barcelona, el desfile de fotografías, con la belleza genuina del rostro de mi madre, con el documento de la familia entera, con las revistas nacionales y provinciales, «La Estafeta Literaria«, «Revista de Occidente«, «Ejército», «Monasterio de Guadalupe«, con los montones de cuartillas y folios en papel cebolla con sus apuntes, con sus artículos, con sus trabajos por el Cáceres de Aquellos Tiempos, con sus colaboraciones, con sus crónicas, con sus conferencias, con sus pregones, con sus recortes, con la instantánea de don Valeriano en su despacho munícipe como un servicio abierto de modo permanente en lo que ya entonces conocía, de forma servicial, como de atención al ciudadano, que le solicitaban los vecinos sobre los más variados y diversos temas… Pero que él, como servidor público, no podía por menos que atender. Dejando constancia expresa, que conste, de que hasta que no lograba solventar las demandas conciudadanas no dejaba el tema.
Así, al menos, lo denotaba y confesaba su pequeño cuadernillo de cuadrículas, siempre en el bolsillo de la americana, donde apuntaba, con perfecta y culta caligrafía todas las exposiciones, sugerencias, peticiones y solicitudes del paisanaje que se encontraba en el camino de sus rutas y tránsitos por la ciudad. Todo un largo listado de los que iba dando cumplida cuenta a sus demandantes.
Posteriormente, con la mirada tintada por esos brochazos permanentes de ilustración formativa, y mirada serena, aconsejaba:
— Sería conveniente que nunca olvidaras los consejos de tu padre… Que cuanto te dice no es más que por tu bien.
Nos hablaba y formaba con temas de educación, de deberes y obligaciones, de corrección, de modales, de cumplimientos, de esfuerzos, de aplicación en el estudio «para ser hombres de provecho«… Le preocupaba, sobremanera, la hondura y la sensibilidad del panorama de la cultura, como base en los pasos y en los andares por los caminos y caminares en la vida de cada uno de sus vástagos.
Don Valeriano (Gutiérrez Macías, claro es), se representaba, por tanto, como un culto perfeccionista. Porque, como solía aplicarnos, «siempre se puede mejorar todo«.
Una de las aficiones persistentes de don Valeriano, en el ámbito cultural, radicaba en la caligrafía. Lo que trataba de inculcarnos a la prole con ese sentido educativo que le distinguía. …
Leer, estudiar, observar, aprender, escribir, consultar el diccionario, la prensa, los libros, utilizar a base de bien los numerosos ejemplares que conformaban la Biblioteca y en la que no paraban de entrar volúmenes…
Un fío, con las porterías dibujadas por trazos de tiza en los bordillos de las aceras, o con las alcantarillas, y que solía durar hasta que nos llamaran para la cena o si asomaba un guindilla que, si nos pillaba desprevenidos, cosa extraña, porque siempre nos tenían ojo avizor, nos espabilaba la pelota…
Gracias, pues, querido papá, de todo corazón, ahora que me he permitido el lujo de pasear de tu mano por el recorrido que cada día queda, lamentablemente, un poco más atrás. Y también, por supuesto, a la vez, porque cada día, afortunadamente, queda, asimismo, un poco más cerca.
Y hoy, como añadido, con mayor gratitud que nunca. Y también, gracias, muchas, a ti, mi querida mamá, siempre con ese gesto, extraordinariamente cariñoso, que nos libró de alguna pequeña regañina y por aquellos gestos que nos permitían desarrollar aquellas otras inquietudes callejeras, que, sin aportarnos ningún futuro, nos daban alas de aquella, nuestra propia e ingenua libertad, que no pasaba de eludir un poco los estudios, de atrapar unos pajarillos, de mirar a las pequeñas vecinas o de jugar a burro nuevo, al rescate, al salto del estudiante, a mosca burrera, o de echarnos algún cigarrillo de anís entre las primeras toses…
Luego el transcurso del tiempo, sin darnos cuenta, iba dando uno y otro y otro paso que, todos unidos, conformaban, paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, como solían decirnos nuestros mayores, un espectacular salto de época. Tal como hoy, si hay suerte y lugar, podemos transmitir a quienes nos siguen… Otra cosa bien distinta resulta la de convencerles de que eso es así… Que en asuntos de razones, los mayores, de siempre, suelen llevarla, pero que, en los momentos puntuales de los debates, les son rebatidas por aquello de las inmensas distancias en los territorios generacionales.
(A la memoria de don Valeriano y doña Dorita, que gloria hayan, que tanto nos dieron y entregaron tan generosa, tan esforzadamente).
NOTA: La caricatura apareció publicada en la revista «Alcántara«, de allá por los años cincuenta de la pasada centuria.