El 14 de diciembre de 1977 figura en las páginas de la historia de Cáceres porque, por fin, tras una larga insistencia y batalla que estaba presentando desde hacía años la Asociación de Amas de Casa de Cáceres, se ponía en marcha el Mercado franco de la ciudad.
Una idea, un proyecto y una lucha, la del Mercado franco, que salió adelante con la llegada de UCD al Gobierno, gracias en buena parte a la sensibilidad del primer gobernador civil de la democracia, Luis García Tafalla, que amparó la idea de las amas de casa de Cáceres, cuya fundadora y presidenta fue Josefa Toboso.
Su objetivo era, sencilla y llanamente, el de luchar con ahínco contra la subida de los precios así como de la cesta de la compra, que, por alguna extraña teoría, nadie sabe explicar por qué crecen más que los salarios.
No obstante nuestro querido amigo y compañero José María Parra, ya fallecido, en su conferencia «Nuestro Cáceres de ayer y hoy«, dentro del ciclo titulada «Los Misterios de Cáceres«, que impartiera bajo la coordinación del profesor Esteban Cortijo, señalaba, respecto al Mercado franco, lo siguiente:
«Luis García Tafalla erra inspector de trabajo en Badajoz y le gustaba la buena vida. Viene a Cáceres y se da cuenta de que aquí el coñac «Torres» de cinco años es más caro que en unos almacenes de Badajoz, y esto le hace pensar que Cáceres es una ciudad cara y buscó una solución que no tardó en encontrar y poner en marcha: el Mercado Franco, de la mano de la Asociación de Amas de Casa y del alcalde, a la sazón Manuel López. El precio del coñac hizo que en diciembre de 1.997 se creara el Mercado Franco del que aún continúan protestando los empresarios cacereños. Ahora tenemos 500 puestos y un problema que no hay quien lo salte«.
Con la inauguración del mercado franco en Camino Llano, como me comentara Luis García Tafalla aquel mismo de su arranque, se daría marcha a la competencia, alegría al ciudadano y vida a la ciudad. Aunque otros, subrayaba con ironía y deportividad, se cabreen un poco por la rivalidad comercial. Ese otro, claro es, eran los comerciantes.
Todos aunaron fuerzas y dicho y hecho. Aquel mercadillo, que se aglutinaba por la Plaza, aprovechando el tirón de la gente que acudía al antiguo mercado, donde se vendían frutas, pescado y carne, que arrancara en 1931, y que en su día llegó a tener hasta pavos, gallinas, patos y navideños en un guirigay de escandalera descomunal, ahora que se acercan las fechas, ya se convertía en Mercado franco.
Desde entonces, de miércoles en miércoles, se escuchan en el Mercado franco miles de voces, de ofertas, de pregones del tenor de «¡Venga guapa, vamos!«. «¡Aprovecha la oferta que hoy estamos que lo tiramos todo por la ventana!«, «¡Por el precio de uno te llevas no dos ni tres, sino hasta cuatro!«, «¡Bueno bonito y barato…!«. «¡Vamos, que nos vamos!«, «¡Vaya chollo, señora!«…
También había, lógico, y se continúan ofertando buenos productos de las huertas cacereñas. Desde tomates hasta repollos, desde coliflores a higos, desde acelgas a escarolas, aceitunas, peras, uvas, toda clase de embutidos, quesos diversos, ferretería, menaje, pasando por las más variadas prendas de tela, cosméticos, todo tipo de los siempre riquísimos dulces cacereños, industriales y artesanales, calzado, plantas, flores, aluminio, plástico, cerámica artesanal y un puzle de mil propuestas para el consumo.
Un mercado variopinto, festivo, de color, de mirar por el cuidado del bolsillo y del monedero casero y de curioseo ciudadano. Por la compra, por el regateo, por la variedad de la oferta y el estudio del cliente sobre los precios comparativos y, también, por aquello de pasar la mañana de un modo divertido.
Su emplazamiento inicial llenó al Camino Llano y zonas aledañas, de puestos ambulantes, de calor humano, de griterío imparable de un mercado de vendedores de múltiples ofertas, de curiosidades, de amas y amos de casa tirando del carrito de la compra, de visitantes de todo tipo y condición. O sea, de murmullo callejero y de trajín. Y de vida.
Todo un acierto en la socioeconomía local que festejaron casi todos. Menos algunos comerciantes. De ahí que, con el paso del tiempo, el aumento de los puestos invadiendo las zonas próximas, la Plaza Marrón, la calle Clavellinas o la calle Colón, el aumento, también de visitantes y compradores, y su incrustación en uno de los centros urbanos más señalados de la ciudad, las autoridades decidieran posteriormente, que el lugar ideal para ese mundo de comercio y transacción, entre la oferta y la demanda, era El Rodeo, por su capacidad expansiva y donde se instalarían un montón de puestos, alrededor de trescientos, a partir de 1988.
Una medida que conllevó, al principio, severas divergencias entre el Ayuntamiento y los comerciantes, que consideraban inadecuado el llevarlos a una zona supuestamente lejana.
Pero, al final, la paz fue posible, fructificaron los acuerdos, a pesar de que se negoció, y mucho, si el mismo se trasladaba a la Avenida de Portugal. Pero acabaron, claro es, en el Rodeo. Y aunque el acuerdo inicial era el de zona alrededor del pabellón «Juan Serrano Macayo» y sus cercanías, esto es, las avenidas de Pablo Naranjo Porras, del Brocense y de Muñoz Torrero, el hecho evidente es que se fue alargando, extendiendo y creciendo de modo considerable.
Más como todo evoluciona y la ciudad se iba expandiendo también por aquel área del Rodeo, el Mercado franco se traslada, once años después, ya en agosto de 1999, a la Ronda de la Pizarra, y que acoge sus instalaciones. Como consecuencia surgen, de nuevo, las discordancias y las protestas y las quejas de los comerciantes y mercaderes, que no le veían futuro como no se lo vieron al anterior cambio del Camino Llano al Rodeo, aunque a fe que nunca les fue mal. De lo contrario, como señala el dicho popular, puede que no estuvieran.
Mientras tanto van transcurriendo los años, continúa de forma paulatina, casi sin darnos cuenta, el crecimiento del entorno urbano de la ciudad, y el Mercado iba quedando semiencerrado en la Ronda de la Pizarra. Por lo que se llega a un nuevo debate acerca de su próximo traslado. Se barajan opciones como la Mejostilla, Casa Plata, Maltravieso y El Ferial.
Pero al final se decide el acuerdo de su traslado a la Vega del Mocho, donde se sitúa el mercado a partir de principios de 2012, y en el que, a estas alturas, ya se instalan semanalmente quinientos y pico largo de puestos. Lo que supone una parte importante para la economía de los vendedores del Mercado ambulante, que siguen quejándose de que el emplazamiento no les atrae. Lo mismo que los vecinos muestran su oposición al Ayuntamiento. Lo de siempre. Quejas de unos, enfados de otros, disconformidades de las tres partes en litigio. Consistorio, comerciantes y vecinos.
Al tiempo, la población visitante del mercado franco o mercadillo, como se señala en la tipología popular, aumenta. Como aumentan el flujo de operaciones mercantiles, las tertulias de los viandantes revolviendo entre las prendas, tocando y retocando la madurez de las frutas, comprobando la viabilidad entre el previo, el regateo y el acuerdo final para proceder a la compra, llenar el carro de una diversas de alimentos y prendas, de cosas necesarias e innecesarias, pero que «¡Era un chollo…!» o «¡Menuda ganga!«, comentan entre sí las vecinas…
Mientras tanto los mercaderes ambulantes cacereños siguen pensando que su lugar idóneo, hoy por hoy, como ya barajaron en su tiempo, es Casa Plata. O sea junto a la Charca Musia, donde hace cincuenta años los chiquillos y jovenzuelos de entonces acudíamos en bandadas, como las golondrinas, como los grajos, como los aviones, a bañarnos, clandestinamente, en los calurosos estíos de aquel Cáceres de entonces.
NOTA: La primera de las fotografías ha sido facilitada por Luis Montes Quijada, la segunda es de Teófilo Amores y la tercera está captada del periódico «Extremadura«.
38 AÑOS DEL MERCADO FRANCO by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.