ADIOS, CARLOS…

Luis Carlos Gutiérrez, un humanista.
Luis Carlos Gutiérrez, un humanista.

Hoy quisiera intentar escribir unas líneas, quizás, mejor, depositar una oración ante el paisaje y el ventanal de la vida, que en determinadas ocasiones se cincela esculpida por el dolor y el pesar. Y es que en la madrugada del pasado miércoles, tras una intensa batalla contra una cruel enfermedad, nos dijo adiós mi hermano Luis Carlos.

Luis Carlos era una persona de tipología humanista, cercana y cordial, poeta de reflexión y dulzura, docto en las páginas de la hondura, como persona, como amigo, como tertuliano.

Bachiller en El Brocense, uno de los alumnos predilectos de don Martín Duque Fuentes, paseaba con compañeros de bancada estudiantil como Luis Nuño Gil, Noni Carballo, Alfonso Canal Macías, Luis María Delgado Bayo, acudía a todos los partidos del Club Deportivo Cacereño y del San Fernando, de baloncesto, aquel que capitaneaba Agusti, visitaba con frecuencia la biblioteca, leía sin parar en la serenidad de la larga madrugada, le gustaba la gente con la que hacer camino al andar, tapeaba en su juventud por el bar de Severo, allá en Gómez Becerra, por el de Fulgencio, en la entonces calle José Antonio, por Rialto, en la Plaza de la Concepción, El Pato, Amador, coleccionaba libros y discos de la época, de aquellos de 45 y 33 revoluciones por minuto, frecuentaba por las campas de Acción Católica, escribía relatos taurinos en la edición cacereña del “Hoy”, devoto de la Virgen de la Montaña y del Cristo de los Estudiantes… Soñaba con la poesía y se hizo con algunos galardones en diversos certámenes locales y provinciales.

Entre sus poemas he extraído el titulado “Verde” aparecido en la revista “Alcántara” en 1974:

Todo es verde.

El juego, el mar, la barca

que me lleva a vosotros,

mi poema en la distancia.

Es verde vuestro árbol y vuestra sangre

teñida de esperanza.

El viento, el sauce, el alba,

nuestra senda de estrellas.

¡Todo, todo es verde en nuestra morada!

Yo os he soñado alondras

verdes en mi ventana.

(Verdes alondras, verdes

lloviendo sobre mi alma).

He visto al mar llorando.

Los barcos se perdieron.

Silencio.

El mar se fue a buscarlos.

Al alba dio con ellos.

En el fondo,

estaban en el fondo.

¡Muertos!

He visto al mar llorando.

Sabía del arte de los toros desde muy joven y que ahondó cuando don Valeriano le presentó a Diodoro Canorea como empresario de la Plaza de Toros cacereña, era un intelectual del panorama taurino, bebía en las fuentes del Cossío, de la revista ·El Ruedo”, “Dígame”, de “Fiesta”, de las crónicas de Antonio Díaz Cañabate en “ABC”, de Alfonso Navalón en “Informaciones”, como se embebía con Manuel Lozano Sevilla en aquellas primeras retransmisiones taurinas de TVE. Luis Carlos siempre fue entusiasta y devoto de Curro Romero, por esencia, y de Luis Alviz, que, decía, dominaba el saber y el sabor torero, con seriedad y elegancia, y que, en su opinión, mereció mucho más en su carrera.

Devoraba los periódicos y revistas que llegaban a casa –Hoy, Extremadura, (que introducía el repartidor por debajo de la puerta), La Opinión de Trujillo, ABC, La Vanguardia, La Estafeta Literaria, El Noticiero, Blanco y Negro…– y creció en el cultivo de Valeriano Gutiérrez Macías con el esmero educativo de sus hijos.

Estudió Historia en Sevilla y mantuvo estrecha amistad con compañeros de Universidad y viajes como Antonio Rubio Rojas, Cronista Oficial de Cáceres, vecino de la calle Margallo, que preparó en la asignatura de Latín al autor de estas líneas, y con ese otro cronista de la historia de Cáceres que fue Manuel Vaz-Romero, que años más tarde escribiría el libro “Valeriano Gutiérrez Macías, el sencillo hombre de la tierra parda”, y con quienes sevillaneaba en el recinto y el templo del saber, allá por tierras hispalenses.

De Cáceres pasó a Jerez y, posteriormente, se instaló en Sevilla. Ahondó en la educación de sus vástagos, charlaba con parroquianos de la calle y bares del camino, paseaba observando el trayecto y los vericuetos de la vida, acaso con aire filosofal, escribía reflexiones sutiles en su poemario íntimo, esparcía semillas de dinámicas culturales por su Sevilla de tantos años entre Triana y La Maestranza, seguía al Betis, la Feria de Abril, ay, que ahora se inicia, y la Semana Santa, cada amanecer se detenía largo tiempo con la edición digital del “Hoy” y “Extremadura”, cada lunes miraba el resultado y la clasificación del Club Deportivo Cacereño, se entusiasmaba sin cesar con los pases algodonados de elegancia de los diestros extremeños Antonio Perera y Alejandro Talavante, y, siempre, estirando al máximo el crecimiento de los nietos de su alma y de su corazón…

Ahora, cuando en el descanso de este tiempo de jubilación preparaba una selección en el repaso de las páginas de sus archivos, creativos y fotográficos, con la memoria y la profundidad de los perfiles de sus pensamientos, de sus meditaciones, de su filosofía de vida, nos dijo adiós.

Ha sido un mazazo de esos que rasgan el alma de forma inmensamente severa.

Nos dejó un libro titulado “Poemas del Mar de las Soledades” y en el que apunta: “Yo nací en Cáceres. El silencio indescriptible, la soledad de la Ciudad Antigua me hicieron poeta. No podía ser menos para un alma enamorada del sueño y del vuelo de las golondrinas que presiden una ciudad milenaria”.

… Y ahora, probablemente, siga puliendo versos en el amplio balcón y en el tendido de la eternidad, por cuyas veredas navega, ya, sin parar. Como esos en los que se lee:

Ahora os hablo de nuevo.

Me siento ligero en mi voz

alazana. ¡Cómo cambian los rumbos!

Son como las naves que se confunden

con el agua. ¡Callad ahora!

Está cantando el arroyo en su inmensidad

de otorgarse, como se otorga,

el hueco en la montaña. Qué paz

irradia la sinfonía que desprende.

Hoy, a través de estas líneas, el mejor y más profundo, cálido y eterno abrazo para Luis Carlos, de sus hermanos Andrés, Jorge, Dori, Paco y Juan, y extensivo, claro es, a Marisol, su esposa, y a sus hijos, Begoña, Ete y Luis Carlos, que se impregnaron de los surcos inveterados de la vida paterna y que hoy le agradecen el calor de su mano, siempre, amiga, consejera, siempre, por los más que cotidianos pero relevantes eslabones de la cadena familiar.

3 comentarios

  1. Sebastian Castela

    Mi sentimiento más profundo Juan, por tu sentimiento de dolor por la ausencia querida.

    • Muchas gracias, querido amigo Sebastián, por tu sentido pésame. Y mientras seguimos remando por las aguas y los mares de la vida, mi navegación siempre irá acompañada desde el recuerdo fraternal más intenso al hermano que se nos ha ido. Un abrazo.

  2. Sebastian Castela

    Mi sentimiento Juan, junto a tus propios sentimientos por el dolor de la ausencia querida.

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