Antonio Rubio Rojas, Cáceres, 1938-2011, fue, de siempre, uno de esos cacereños de pies a cabeza, y que, desde siempre también, tuvo a Cáceres en el altar sagrado de su pasión, de sus inquietudes, de sus estudios, de sus conocimientos, de sus anhelos.
Lo dice, sencillamente, el autor de estas líneas, vecino durante diecisiete años de Antonio Rubio Rojas, allá en la calle General Margallo, o Moros, que decimos algunos, aún, sin olvidar la memoria histórica, que fue alumno suyo de Latín, y que le escuchaba con deleite.
Llevaba la historia de Cáceres tan dentro que, en honor a su memoria, lo que es de justicia reseñar, que se hizo a sí mismo. Y lo digo ahora que recuerdo, como recordará casi toda la calle Margallo de aquel entonces, cómo se le veía y escuchaba estudiar en alta voz, queriendo memorizar y memorizando tomos y tomos, en el salón de su casa, que daba a la calle, y, en verano, con la ventana abierta se oía el vozarrón de sus estudios universitarios. Calle Margallo, 81.
Antonio Rubio Rojas, hijo de Rufino Rubio Rosado, que presumía, orgullosa, sencilla, humildemente, de ser cacereño, en su comercio de la calle General Ezponda, cuasi apresado entre el Bar Amador y la Pastelería Cabeig, de loza, cristal y cerámica, que descendían de antiguos escribanos del Ayuntamiento, quería que su hijo estudiara. Al menos Magisterio y, luego, con mando en plaza, decía el padre, que combine el sueldo con una carrera, como comentaba con mi padre, Valeriano Gutiérrez Macías, que comulgaba con dicho planteamiento y así trató de encarrilarnos a la prole.
Y dicho hecho. Ese santo y seña de exigencia paterna fue fundamental y la base de la trayectoria de un cacereño, de grandes zancadas físicas, por su estatura, que siempre siguió la enseñanza de don Rufino y que acabaría siendo Cronista Oficial de la Ciudad y miembro de la Real Academia de Extremadura.
Dicho y hecho. De tal forma que se formó en la Escuela Normal de Cáceres y desempeñaría funciones de maestro en Almaraz, primero, y en Torremocha, después, para matricularse en Filosofía y Letras, rama de Historia, tras hacer los Comunes, inicialmente, eso sí, por libre, ya que había esa opción, en la Universidad de Sevilla, y a la que acudía cada junio y septiembre con un Biscuter, que era muy conocido en Cáceres por su altura y de cómo tenía que retorcerse para ajustarse en el mismo.
Antonio Rubio participaba de aquel Cáceres, de sus movimientos culturales y tradicionales, con devoción especial por la Semana Santa, la Virgen de la Montaña, los toros. Y, claro es, la historia de Cáceres, que aprendía a conocer en las familias de la ciudad, en su presencia paulatina en conferencias, en cursos, en pregones. Y por allí aparecía, siempre, puntualmente, don Antonio Rubio Rojas. Porque soy cacereño de pies a cabeza, me decía.
Un buen día el alcalde de Cáceres, Alfonso Díaz de Bustamante, se reunió con una serie de personalidades cacereñas, de historiadores, de investigadores. Y entre todos llegaron a la conclusión de que, al quedar vacante la plaza de Archivero Municipal en 1972, la misma debería ocuparla, al menos inicialmente, Antonio Rubio Rojas, y que en 1975 llegaría a ser, ya , Cronista Oficial de la Ciudad.
Antonio Rubio Rojas combinaba curiosidades, investigaciones y afanes con los tesoros que iba descubriendo en los Archivos Municipales, una joya de relieve, en sus palabras, que habría que tratar de espolvorear lo antes posible, y ahondar en el conocimiento de ese riquísimo patrimonio que albergan las dependencias municipales sobre la fisonomía y la historia de Cáceres.
Fruto de tales trabajos, de una constancia ilimitada, de un tesón de gran fuerza, de una apasionada sensibilidad y de esas primeras experiencias hace sus incursiones por la prensa local con artículos históricos y cacereños hasta que decide iniciar una primera publicación, «Ordenanzas del Ayuntamiento de Cáceres, recopiladas en 1569«.
Ocupaciones, todas ellas, impregnadas de sabor cacereño mientras se incrustaba en las profundidades de la vida local, de la vida social, y hasta de la vida oficial. Lo que le iba abriendo puertas a nuevas iniciativas que le resultaban tan agotadoras como apasionantes. Pero el esfuerzo iba mereciendo la pena. Hasta el extremo de que en 1975, ya fue elegido miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, mientras se afanaba, con constancia y con rigor, en todo lo que le identificara con la palabra Cáceres.
Posteriormente en 1978 aparece una nueva publicación. De señalada enjundia. Un libro que lleva por título «Cáceres, Ciudad Histórico-Artística«, de una gran proyección, tanto por su exhaustiva temática como por el rigor que alberga el libro y las ricas ilustraciones con que se adorna el mismo. Y que se convierte en un gran éxito.
Dos años más tarde hace, en su escaso tiempo libre, otra curiosa incursión investigadora que se compendia en el libro «La Ruta de las Chimeneas«, un estudio de tipología turística alrededor de diversas poblaciones cacereñas, que son elogiadas por su amplio estudio e investigaciones, de señalado rigor, que llevaba a cabo.
Aunque, eso sí, nadie sabe de dónde sacaba tanto tiempo y cómo lo aprovechaba, de tan extraordinaria factura histórica y ejemplar y próspera, en beneficio y divulgación, siempre, de una ciudad que llevaba tan en sus adentros.
Sencillamente, Cáceres.
Una ciudad a la que se dedicó en cuerpo y alma porque es lo que mamó desde pequeño en el hogar familiar y donde se rezumaba, como solía decir al autor de estas líneas, una esencia de cacereñismo. Y a fe que lo aprendió y muy bien, tal como se desvela de su hondura biográfica, que gira, siempre, en numerosas materias, alrededor de nuestra ciudad.
Su nombre ya alcanza relieve de prestigio en todo Cáceres y en toda Extremadura. Hasta el extremo de que el año 1979 pasa a formar parte como uno de los cinco miembros que dan los pasos de formalidad absoluta para la constitución, creación y puesta en marcha de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes junto a don Antonio Vargas-Zúñiga y Montero de Espinosa, Académico de Número de la Real Academia de la Historia, don Antonio Hernández Gil, Académico de Número y Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, don Xavier de Salas y Bosch, Académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y don Manuel Terrón Albarrán, Académico Correspondiente de la Real Academia de la Historia. que les llenaron de trabajo, de debates, de estudios, de decisiones y de abrir las puertas, con solemnidad, de la Academia Extremeña, que formalizaron, entre esas cinco autoridades de la cultura y de la intelectualidad, sentando las bases de la máxima exigencia para revestir a la misma con los debidos laureles a los que aspiraban.
Una institución modélica que lleva a cabo un señalado recorrido acorde con los estatutos iniciales y respetando aquellos criterios con los que se puso en marcha y siendo de ejemplar proyección en la vida de la misma y espejo para otras Reales Academias.
Una institución en la que sentó cátedra por su saber, por su sabor, por su coloquialidad y jovialidad, por su hondura, por la amplitud de sus conocimientos en numerosas temáticas como las que abarca una Academia de tanta amplitud en sus conceptos.
En 1981 Antonio Rubio Rojas pronuncia su discurso de entrada en la Academia titulado “Cáceres y la sublevación de las Alpujarras”.
Mientras tanto Antonio Rubio Rojas, el profesor, el investigador, el historiador, el gran contertulio en la calle con los vecinos, en los cafés con los amigos de grandes parrafadas culturales, en la Universidad con sus alumnos, en el Ayuntamiento con sus estudios, en la Real Academia de Extremadura con su cualificado rigor, repartía su tiempo multiplicando sus actividades cacereñas, cacereñistas y cacereñeadoras al máximo. No se olvidaba de su Virgen de la Montaña, ¿cómo se iba a olvidar de su Virgen de la Montaña? ni de los toros, ¿cómo se iba a olvidar de los toros con todo lo que le atraía desde siempre, cuando ya compartía contrabarrera de sol y sombra con su padre?, participando en tertulias taurinas y como jurado de premios, aunque se declaraba poco amigo de los picadores, a los que llamaba coloquialmente herejes, ni de su Cofradía nazarena arraigada entre los muros históricos de la Iglesia de Santiago, ni de las calles cacereñas por las que tanto ahondaba entre adioses y charlas, entre cafés y libros, entre investigaciones y clases en diferentes centros y la Facultad de Formación del Profesorado de la Universidad de Extremadura.
Antonio Rubio Rojas, todo bondad, estudio, pasión y cacereñismo intenso, también fue miembro de la Real Academia de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla, de la Real Academia de Lusis Vélez de Guevara, de Ecija, puso en marcha y llegó a ser Hermano Mayor de la Cofradía Sacramental y Eucarística de la Sagrada Cena y Nuestra Señora del Sagrario, imprimiendo un gran impulso a la Semana Santa de Cáceres y de la que fue su pregonero en 1990.
Y un día 5 de febrero de 2011, lamentablemente, cuando se encontraba en plena fertilidad literaria, investigadora, histórica, cultural, semanasantera, cacereñeadora, como siempre hizo y llevó a cabo en el recorrido de su vida, un infarto, se lo llevó, para siempre, dejándonos, eso sí, un legado de extraordinario relieve. Porque ese fue su gran compromiso de siempre, y que cumplió de una forma de recuerdo permanente.
Todos los años el Ayuntamiento de Cáceres, en su memoria, convoca el Certamen de Cuentos y Leyendas Antonio Rubio Rojas, con el tema de Cáceres como eje central, a través de su historia, sus gentes, sus personajes históricos, sus plazas, calles, edificios, casas solariegas del propio conjunto monumental.
ANTONIO RUBIO ROJAS, UN CACEREÑEADOR DE SIEMPRE by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.