Aquel Cáceres que tratamos de retratar, entre historias, fotografías, estampas, vivencias, sensaciones, recuerdos, anécdotas, curiosidades, era una pequeña capital de provincia con un entrañable sabor en el que, salvando las distancias, nos conocíamos casi todos. Y que se encontraba repleto de comercios y de tiendas de entrañables estampas y recuerdos que ahora se almacenan, como una catarata de nostalgias y emociones, en la senda, siempre inmensa, siempre hermosa, pero ya atrás, del paso del tiempo, en nuestras imágenes niñas.

 

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Novedades José Correa uno de los iconos que marcaba la moda en aquellos años de Cáceres.

Se trataba de unos comercios, de unas tiendas, de unos almacenes, con tipologías familiares, donde la figura clave se basaba en el conocimiento y en la buena relación, por lo general, entre el vendedor y el cliente, de donde partía, pues, la confianza para la adquisición de los productos o las compras, y el habitual descuento que, de uno u otro modo, se hacía, como consecuencia, precisamente, de ese conocimiento entre comprador y vendedor.

Comercios, tiendas, bodegas, almacenes, bares, en unas estampas que afloraban por doquier. Y que hoy nos llegan a lo más hondo del alma con su viejo sabor costumbrista, entre semblanzas de tantas riquezas humanas y donde, más allá de la compra se establecía una conversación que comenzaba con la pregunta por el estado de salud de los familiares, por los estudios de los hijos, por la carestía de la vida.

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Modas Dioni fue otro de los señalados emblemas comerciales en la calle Pintores.

Camiserías, ultramarinos, zapaterías, ferreterías, librerías, pastelerías y confiterías, imprentas, joyerías, sombrererías, jugueterías, estancos, panaderías, que iban rellenando los espacios centrales de la ciudad, en el eje fundamental, primero, entre la Plaza Mayor y la Plaza de San Juan, con la proyección de la calle Pintores, la más comercial de todo Cáceres, y cuyo trazado se fue alargando, de forma paulatina hasta los primeros trazados de Cánóvas para llegar, allá por los sesenta, poco a poco, con el crecimiento de la ciudad, hasta la Cruz de los Caídos.

Al medio, por dicho eje comercial, y calles adyacentes, toda una estructura ambiental llena y pletórica de sabor ciudadano, humano, cálido, sencillo, entrañable, cercano, próximo, agradable, casi, casi familiar… Donde había hueco para la tertulia sin prisas, para la paciente atención de los dependientes sacando objetos y desenvolviéndolos para volverlos a colocar posteriormente, para preguntar por los familiares, por la marcha de los estudios, por el trabajo, por los novios o novias… Y también, claro es, para ampliar el volumen de la sensibilidad comercial en la cálida relación humana de una ciudad que entonces andaba por los cincuenta y tantos mil habitantes.

El Barato, en la Plaza Mayor
El Barato fue, de siempre, uno de los escaparates y comercios más perseguidos por la chiquillería cacereña.

Una ciudad en la que la posibilidad de encontrarse con conocidos, sobre todo en los circuitos habituales de la ciudadanía, como el que se mueve alrededor de esos bares, de esas tiendas, de esos comercios más céntricos, incardinados de siempre entre la Plaza de San Juan y el final de la Plaza Mayor, acerca al «¡Hola!«, el «¡Adiós!«, el «¡Hasta Luego!«, el «¿Qué hay?«, el «¡Vaya usted con Dios!«, el «¡Recuerdos para todos!«, el «¡A ver cuándo quedamos y echamos una parrafada!«, el «¡Vamos andando!«, el «¡Ea!«, el «¡Me alegro de verte!«, el «¿Qué tal estás y cómo va la vida?«. Estampas frecuentes, constantes, pletóricas de sabor. Y es la que recorrer esos trayectos eran y se conformaban como una inmensidad de saludos ciudadanos con sabor a años de trato y de conocimiento.

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Sombrererías Terio, en los soportales de la Plaza Mayor de Cáceres.

Los comercios, las tiendas, los bares, las bodegas, las cafeterías, los paseos habituales constituían un núcleo de sensaciones humanas y en el que si uno se lo proponía encontraba a cualquier otra persona. Si no era hoy ya sería mañana. Y, como consecuencia, un pegar la hebra sobre las dinámicas y fenomenología de Cáceres, que se enriquecía con el palique, que decíamos entonces, que nacía en el murmullo y en el rumor callejero.

Comercios, tiendas, bares, bodegas, en los que se estiraba poco a poco, con la mayor delicadeza posible, la vida de las sensibilidades de los cacereños como una forma de enriquecerse en los centros comerciales y los ejes viarios de la ciudad como un oxígeno y un pulmón de calidez y de calidad de vida. Y que ahora, claro es, recordamos de forma entrañable.

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Ferretería Comercial Abad, en la calle Moret.

Acaso, sencillamente, porque todos y cada uno de los establecimientos comerciales de aquel entonces, Cáceres de los años sesenta y setenta, en los que, quiérase o no, se vivía de una forma social, económica, comercial, humana, popular, muy diferente a la de hoy.

Y mientras, al mismo tiempo, la ciudad seguía cabalgando al ritmo y las esencias y los sabores y los saberes y la propia historia de la fenomenología  que es, sencillamente, y, ni más ni menos, que el paso del tiempo, pero que, por la propia filosofía y esencia de las pequeñas capitales de provincia, parece y da la sensación de que se estira con más facilidad y consistencia de vida.

Comercios, tiendas, bares, bodegas, panaderías, carpinterías, churrerías, cafeterías y otros, que, paulatinamente, le iban dando nuevos impulsos día a día, sin darnos cuenta, a Cáceres. ¿Quién no se acuerda de aquella Relojería Alvarez, en la calle Moret, del bar Leoncio, del bar La Marina, en la Avenida de la Montaña, de la peluquería Macías, también en la Avenida de la Montaña, del bar Béjar, en la calle Colón, de la óptica Alegre, en la calle San Antón, de la sastrería Santos en la calle General Ezponda, a la que aún algunos seguían conociendo como La Empedrada, del Bar la Giralda, en la Gran Vía?

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La Cafetería Moulin Rouge fue un foco de aperturismo en las tertulias que albergaba su sede…

O de la cafetería Moulín Rouge, allá por la Avenida de La Montaña, que sonaba a aires europeos de modernidad, de las fotografías de Caldera, de Bravo Hernández y de Múñez, o de la papelería Mabel, entonces en la calle José Antonio, o de las inveteradas tertulias en las reboticas de las farmacias, o de las pelotas Gorila que regalaban por la compra de unos zapatos, o de la Imprenta La Minerva, o de la pensión La Machacona, o del bar La Cueva de Pernales, o de Galet, o de Eusebio González, o de Calzados Nati, o de la cafetería Toledo, o de Muebles Mirón, o de la pastelería El Horno de San Fernando, o de la pastelería La Granja, o del bar El Sanatorio, donde se un letrero en el ponía Sala de Operaciones daba acceso a la Cocina, otro donde se leía Sala de Urgencia era el wáter o aseo, en el que ponía Sala de Espera se refería al Mostrador y donde al pequeño comedor se daba acceso tras el letrero de Sala de Recuperación.

También, claro, dentro de infinitud e inmensidad de bares, de comercios, de tiendas, que trataban de hacer cada día Más y Mejor Cáceres la talabartería de la Plazuela de la Concepción, o la cafetería Mirón, o Zapatos Cañón, o plásticos Gima, o el Bar Gironés, en la Plaza de San Juan, o el Bar el Cazador, en la calle Moret, con un conejito con una escopeta al hombro en el letrero luminoso, o de la cafetería Lux, que por sus precios, elevados, claro es, hizo popular aquella frase con la que se decían unos a otros: «Bueno, pues nos vemos en lux, en lux, en lux portales…».

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Los almacenes Mendoza se convirtieronç, en aquel tiempo, en uno de los comercios más visitados por los cacereños.

Comercios que quedan grabados, como una estampa sagrada, en el alma de todos, cuando los traemos a colación por cualquiera de los pormenores de la vida. Por ejemplo, sin ir más lejos, en un encuentro imprevisto, y en el que el saludo se podía convertir en una cháchara casi, casi, de tipología interminable. Y lo que comenzaba en un saludo, un choque de manos o en un par de besos. Daba igual que fuera entre ciudadanos paseantes y curioseando por el ritmo y el sabor popular que por clientes y dependientes o dueños de los establecimientos comerciales. Porque en las mismas se generaban y se hilvanaban, también, buenas tertulias en el rato de la transacción comercial…

O aquel primer club de cierto alterne, así como una cosa suave, que se denominaba Totem Club, y que se encontraba bajando por la calle Clavellina hacia Camino Llano…

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AQUELLOS COMERCIOS Y TIENDAS… by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.
 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios

  1. ¡Qué emoción ver la fotografía de la tienda de mi tio Pepe Correa «NOVEDADES JOSÉ CORREA, TEJIDOS» no tenía ni idea de que pudiera existir una fotografía de ella.

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