«CACERES, MAGIA Y ESPLENDOR DE UNA CIUDAD MEDIEVAL» es el título de mi reportaje que acaba de aparecer en el número 5o de la Revista Digital «Traveling», en su edición española. Un paseo, siempre sorprendente, por una ciudad verdaderamente majestuosa… Aquí os lo dejo.
Cáceres, fascinante ciudad medieval, alberga en su casco histórico, artístico y monumental una joya, un hechizo. Cáceres tiene hechizo.
Un hechizo de larga andadura, en su conservación y exquisita rehabilitación, que la han convertido en una atractiva Ciudad Medieval entre palacios, torres, iglesias, retorcidas callejuelas, casonas nobiliarias, conventos, adarves, donde prima el turismo.
Tal es así que la ciudad fue ganando cotas de belleza en aquella parte que conocíamos como Ciudad Antigua y Vieja, y que desde 1986 luce el galardón de Patrimonio de la Humanidad. Un mérito, en letras de oro en su corpus, en medio de una algarabía de monumentos, donde la luz es arte, reflexión, silencio recogido, entre silbidos de vencejos, cernícalos, golondrinas, sorteando los campanarios y esquinazos, volando en una ciudad mágica y de cielos solemnes.
Ciudad Medieval donde se ruedan con frecuencia escenas, secuencias, series televisivas, películas, como son, por caso, “El tulipán negro”, “La lozana andaluza”, “Isabel”, “La catedral del mar”, “La Celestina”, “Juego de Tronos”, “Teresa, el cuerpo de Cristo”, “1492, la capital del paraíso”, «Inés del alma mía”, “Sequía”, con directores, actores y actrices como Alain Delon, Gerard Depardieu, y otros. Los escenarios, las calles y las plazuelas de ese Cáceres de siempre, “son un plató maravilloso”, como dijo Jordi Frades, director de la serie «Isabel«, en una frase que dio la vuelta por el mundo y el panorama cinematográfico.
De este modo se convierte con frecuencia generando una recreación de su identidad con la sensibilidad profunda, intensa, de un marco escénico en su estructura medieval que hace tiempo abrió un incentivo en los ámbitos emprendedores cacereños. Viajes, hoteles, bares, restaurantes, establecimientos de productos típicos, y otros, hasta situar al sector turístico en un lugar relevante del panorama socioeconómico.
Una Ciudad Medieval muy cuidada, en el corazón de la capital, conformando otra ciudad intramuros, con una serie de acontecimientos que infieren vida a la misma, recreándose un calendario de identidad específica prestigiando más a Cáceres.
Que por allí se concentran ferias tan sugestivas como la del Dulce Conventual, ciclos, como el de Teatro Clásico, festivales como el étnico y musical Womad, mercados, como el Medieval de las Tres Culturas, desfiles procesionales, el Cristo Negro, la procesión de la Madrugada…
Por sus aires y cielos se cuela una luz, la solar, cuajada de haces de magnificencia y otra luz eléctrica que hace que la noche se avive, sobremanera, con gamas y tonalidades que generan un sabor propio de belleza.
El casco histórico se configura como un poema cuajado de monumentos, arte, luces, colores, sentimientos, emociones, honduras y pasos que impulsan dinamismo y calor al sentir ciudadano. ¡Vive Dios que es así…!
En ese ámbito, la luz de Cáceres se hace arte, sublime, de rayos que se cuelan por entre el fulgor de las piedras…
El hechizo y la luz de Cáceres: Cáceres es luz. Y arte. Y hechizo. Todos más bellos que la belleza, expandiéndose hacia todos los confines.
El viajero, entonces, se llena de luz en sus emociones y andadura por la Ciudad Medieval, que se alza a la eternidad… El viajero se ahonda de sabor y pasión guiado por el pálpito de las luces de la historia, la calma del amanecer, el sosiego cuando los pasos transcienden en el atardecer, en los recorridos, de puntillas, por sus noches de admiraciones contemplativas, cuando el alma se serena y se radiografía, profundamente, la intensidad y riqueza de la luz de Cáceres.
En su recorrido por el Medievo, Cáceres destila aromas de una ensoñación que pareciera resurgir de sus cenizas en aras a lo más hermoso. Un recorrido al Medievo con aventuras, mercados, plazoletas, juglares, conquistas, peleas, suspiros, misterios, mientras un haz de tonalidades amarillentas, azules, naranjas, malvas, rojizas, grises, obscuras, blanquecinas, se dan cita con ese sentir de quien encuentra la vida como fuente de luz de Cáceres, de quien camina con la luz de Cáceres, de quien marcha hacia la genuina luz de Cáceres.
Más allá una impresionante serie de estampas: La Muralla árabe, el Adarve de la Estrella, la Plaza de Santa María, la Casa Mudéjar, la Cuesta de la Compañía, el Aljibe, el Palacio de las Veletas, sobre la Alcazaba almohade, la Puerta del Postigo, torres defensivas cristianas y árabes, la de los Púlpitos, la de la Yerba, la Mochada, La Enfermería de San Antonio, el Baluarte de los Pozos, el Arco del Cristo, con el sabor de la romana muralla, el Foro de los Balbos, donde se alzaba una de las puertas cuando la vieja Norba Caesarina, el Hospital de los Caballeros, el Balcón de los Fueros, la Casa del Judío Rico, la iglesia de San Mateo, sobre una mezquita, el conventual de San Pablo con monjas clarisas, un desfile de casas hidalgas, la Judería, con callejones sefardíes, con ermita sobre una sinagoga, donde una deslumbrante luz reverbera en sus casitas encaladas, calles con nombres como Amargura, de la Gloria, del Mono, Callejón del Gallo, la Calleja del Moral, Rincón de la Monja, amplias plazas, angostas callejuelas…
También entre fachadas platerescas, góticas, renacentistas, portadas adinteladas, otras adoveladas, con sillares almohadillados, retablos barrocos, espadañas, matacanes, arpilleras, escudos esculpidos en cantería, unos; en alabastro, otros, blasones heráldicos de familias nobiliarias, con torres, águilas, flores de lis, estrellas, osos, soles, becerras, perales, garzas, yelmos, escudos episcopales, muros de mampostería, almenas picudas, barbacanas, balcones esquinados, ramas de olivo, llamativas gárgolas, ventanas ojivales, gemelas otras, también enrejadas con hierro forjado, ajimeces cacereños, faroles, con preciosa luz que amarillea la noche, nobles medallones, alfices, saeteras, coronas voladas, conchas de peregrinos, leyendas pétreas por los siglos: “Esta es la casa de los Golfines”, “Sé tú Señor para nosotros torre de fortaleza y se renovará como la del águila, nuestra juventud”, hornacinas como la de la Puerta del Río, bóvedas de rosca, patios herrerianos, mudéjares, renacentistas, toscanos, con claustros porticados, policromados artesonados, una salpicadura de jardines, salas de linajes, tapices, capillas, sepulcros distinguidos que velan infinidad de retazos de la historia cacereña…
Piérdete, caminante, y comprenderás el sortilegio histórico-artístico de Cáceres. Poco a poco te irás contagiando por la magia, sorprendente, de la luz cacereña: Ayer, en los cauces de la historia y su legado entre raíces judaicas, de la morisma y de la cristiandad; hoy, serpenteando por sus suelos y rutas; mañana, como un cielo infinito de luces…
Avanza por la Ciudad Medieval de Cáceres, de la fuente de luz a las piedras monumentales. Con la riqueza que atesora la luz cacereña. Déjate ir, pues, hacia donde te lleve la vista, donde te guíen los ojos, donde te dirija el corazón, donde te pilote el alma. Te lo aconsejo. Pasearás, entonces, con esa serenidad emocional y sugerente que inducen las entrañas de la ciudad.
Penetra por la geografía del callejero, aprovecha esa inmensidad de luz, escucha el concierto del silencio y el encanto de la noche cacereña y sitúate en aquella villa de la Edad Media y el Renacimiento. Todo un privilegio, ahora que tus pasos avanzan con las múltiples combinaciones de los colores fundiéndose con las infinitas pinceladas que emanan de la luz de Cáceres.
Uno se enamora de la luz de Cáceres como una estampa sagrada de vida por ese conjunto amurallado presidido por la magia y el arte de la luz. Ahí radica el secreto del enigma, amigo: La combinación de la hermosura de la luz, plasmada sobre los lienzos y bordada sobre los tapices de Cáceres. Cáceres es luz, siempre luz. Mejor, Luz, con mayúscula. Cáceres, donde la luz es arte…
Siempre la luz inolvidable en el viajero y caminante intramuros de la Ciudad Medieval de Cáceres. Una joya.