En junio de 1908 Miguel de Unamuno, una gloria de las letras españolas, que nos dejó un gran legado, que viajaba por nuestra ciudad, donde pronunció un señalado discurso con motivo de la entrega de premios del Concurso Pedagógico, en el Teatro Principal, compuso un poema titulado CACERES.

Miguel de Unamuno en el Instituto General y Técnico de Cáceres, en 1908.
Miguel de Unamuno en el Instituto General y Técnico de Cáceres, en 1908.

Miguel de Unamuno se llegó desde el rectorado de la Universidad Literaria de Salamanca a Cáceres. Se admiró, de nuevo, de la Ciudad Antigua, paseó por la Plaza Mayor, asistió en el Teatro «Variedades» a la representación de «Alma de Dios», visitó el Instituto General y Técnico y la Escuela Normal de Maestras, se acercó hasta el Santuario de la Virgen de la Montaña.

Y, como consecuencia, se empapó de Cáceres, cuyas autoridades, gentes, y, preferentemente el mundo cultural y estudiantil, le aguardaba con extraordinaria expectación. Tal era la relevancia, ya, de su nombre con 44 años.

Unamuno, 1864-1936, fue un viajero impenitente por las tierras extremeñas, como queda constancia en sus obras «Por tierras de Portugal y España«, «Andanzas y visiones españolas» y «Paisajes del alma«.

Miguel de Unamuno, fotografía aparecida en el periódico "El Noticiero", de Cáceres, en los días de su visita a la ciudad,
Miguel de Unamuno, fotografía aparecida en el periódico «El Noticiero», de Cáceres, en los días de su visita a la ciudad.

Filósofo, a caballo entre el racionalismo y el positivismo, ensayista, novelista, poeta, autor teatral, catedrático de griego, diputado del Congreso como independiente por la Conjunción Republicano-Socialista, entre 1931-1933. Y también fue uno de los máximos exponentes de la Generación del 98, valiente, crítico con aquella España que le dolía en el alma, Rector de la Universidad de Salamanca, cargo que ostentó por primera vez con tan solo 36 años, sufrió destierro en la isla de Fuerteventura, durante la dictadura del general Primo de Rivera, y dejó un imponente legado, volcándose con Extremadura, pero con el prisma, ay, de aquellas duras y severas realidades de principios del siglo pasado.

Miguel de Unamuno, observador de la realidad, fue un apasionado caminante por las tierras extremeñas, como recoge en su testimonio, con su intelectualidad humanista, como la que le presidía, y deslizando su pluma por lo más hondo de la región, de sus pueblos, de sus aldeas, de sus gentes, de sus desesperanzas, de sus anhelos, de sus crudezas y severidades, de sus ciudades.

Lo que hizo con la singularidad de su talento y la capacidad y rigor analítico, desde la honradez personal, que de siempre le distinguió.

El Palacio de Godoy, Casino y Círculo de la Concordia, en el año 1910.
El Palacio de Godoy, Casino y Círculo de la Concordia, en el año 1910.

Un poema, CACERES, que, por circunstancias indeterminadas, quedó guardado durante largo tiempo en el cajón de los silencios. ¿Acaso por un despiste del profesor, del intelectual, del sabio y poeta Miguel de Unamuno?

Hasta que un día, en el correr del tiempo, lo rescató, tantos años después un estudioso, eminentemente unamuniano, como es Manuel García Blanco, publicando el mismo en la revista «Papeles de Son Armadans«, que lanzó en 1956 Camilo José Cela, e incrustado en un estudio titulado «Las andanzas de Unamuno por tierras extremeñas«.

Un poema, CACERES, que quedó guardado durante largo tiempo en el cajón del olvido. ¿Acaso un despiste del intelectual, del sabio, del poeta?

El autor de «Niebla«, de «Vida de Don Quijote y Sancho«, del estudio «Del sentimiento trágico de la vida«, de «La agonía del cristianismo«, de «La tía Tula«, de «San Manuel Bueno, mártir«, en la que habla de un sacerdote que predica algo en lo que él no logra creer, de «Fedra«, de «Don Sandalio«, de «Tulio Montalbán«, del «Rosario de sonetos líricos«, del «Romancero del destierro«, entre otras muchas obras, ya señala que «la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir».

El Poema CACERES, reza así:

Y así van las horas,
paso a paso,
al pie de las torres,
donde se alzan, centinelas de modorra,
las cigüeñas
de Cáceres.

Su cielo de fuego,
recorren palomas,
aviones, cernícalos,
y la gente,
paso a paso
come, bebe, duerme,
se propaga.

El porquero congrega a los puercos
de mañana,
los suelta de tarde
y se van calle arriba buscando
cada cual su morada.

La plazuela en que alfombra
la yerba las piedras
recoge la sombra
solitaria
del viejo palacio
de escudos y rejas,
antaño boyante y hogaño ya lacio
que al cielo de fuego dormita su siesta.

Y a la tarde
descalzas y en pelo
–arracadas enormes,
gargantillas de oro–
en bandas uniformes
van las mozas cual vencejos
a la fuente del Concejo
chachareando.

Si subís a la Montaña
en redondo
soledades desoladas
a que azota el sol desnudo
en crudo.

Solo queda como abrigo
contra el sol que escalda el suelo
el casino.
Se habla allí de caza y jacos,
de mujeres,
de lo mismo de que hablaban hace siglos
los señores que habitaron con sus perros
los palacios hoy vacíos.

Se habla allí de caza y jacos,
de mujeres
y se juega.

Y así van las horas
paso a paso en Cáceres.

No obstante tuvo que transcurrir casi medio siglo para que el profesor García Blanco, en 1956, sacara a la luz este poema de los cajones y rincones del olvido. ¿Por qué?

Y, situándonos en aquel tiempo y en aquella época, que cada uno saque sus propias conclusiones de los escritos de Miguel de Unamuno en sus viajes por Extremadura.

Unos «Viajes por Extremadura«, de Unamuno, que publicó en un libro la Editora Regional de Extremadura. Sobre el mismo Juan Domingo Fernández escribe en el diario «Hoy» el 4 de noviembre de 2011: «Producen escozor muchas de sus sentencias y aún, pasado un siglo, nos ruboriza el hecho de que no fueran gratuitas sino que estuvieran cargadas de razón«.

Asimismo añade Juan Domingo Fernández que «Unamuno es implacable con la modorra intelectual, con la pura molicie, que atribuye a buena parte del paisanaje«, para subrayar sobre Plasencia «las intestinas disensiones de su bélico cabildo, luchas de canónigos que ponen en conmoción al pueblo entero». O, en otro de sus pasajes extremeños, «la hostilidad de arrieros, carreteros y trajinantes a los automóviles, porque «les obliga a ir despiertos por los caminos, a no dejarse dormir sobre sus carros, y una de las peores ofensas que a un español puede hacerse es interrumpirle la siesta, obligarle a andar despierto por los caminos de la vida», así como su referencia «contra los señoritos que se pasan el día en Trujillo jugando en el casino. Un casino con «una biblioteca pobrísima», solitaria, y un sala de juego atestada«.

Juan Domingo Fernández finaliza su acertado análisis subrayando que «Don Miguel retrata, sin embargo, una Extremadura que afortunadamente no existe, que ha sido superada por las circunstancias o que el martillo del tiempo se ha encargado de ajustar… Acompañándole en sus caminatas por Extremadura sentimos que nos golpea a veces en lo más íntimo de nuestro orgullo, pero leídos ahora, casi cien años después de haber sido escritos, esos textos tienen más de estampa del pasado que de fotografía del presente«.

Por cierto y como exposición de curisosa relevancia. Los restos de Miguel de Unamuno reposan en el cementerio San Carlos Borromeo, de Salamanca, con el siguiente epitafio: «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.

NOTAS:

1: La fotografía se corresponde con la visita efectuada por Miguel de Unamuno al Instituto General y Técnico de Cáceres, en 1908, cuando escribió el poema «Cáceres«.

2: La fotografía del Palacio de Godoy, en postal del año 1910, de Ediciones Cilleros, cuando dicho edificio albergaba el Casino Círculo de la Concordia.

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«CACERES», POEMA DE UNAMUNO by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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