CUMBRE LLOPIS IVORRA Y LICINIO DE LA FUENTE POR LAS PISCINAS A FINALES DE LOS CINCUENTA

A finales de los años cincuenta del pasado siglo se produjo en Cáceres un par de cumbres de alto relieve entre el Obispo de la Diócesis Coria-Cáceres, don Manuel Llopis Ivorra, y el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, don Licinio de la Fuente y de la Fuente, que evitó, gracias a la personalidad de ambos, un posible y polémico conflicto social.

 

El Ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente, en una rueda de prensa
Licinio de la Fuente, gobernador civil de Cáceres entre 1956-1960, en una imagen de cuando ya era Ministro de Trabajo, 1969-1975.

Unas cumbres de relieve y de una curiosa y significativa fenomenología alrededor de las «costumbres», entre comillas, de la época. Y es que, curioseando, ya lo señalan las páginas de la historia y de la sociología popular, también se llegan a conocer aspectos y cuestiones, que, de uno u otro modo, forman parte de la propia fisonomía, dinámica o tipología de una ciudad y de un pueblo. Y de ahí, también, de esas curiosidades pues emanan, en muchas ocasiones, cuestiones que definen rasgos, costumbres, políticas, culturas, tradiciones. O, simplemente, formas de dirigir una comunidad.

Allá por los finales de la década de los años cincuenta de la pasada centuria, el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento en Cáceres era don Licinio de la Fuente y de la Fuente, que ejerció dicho cargo entre los años 1956 y 1960, y el obispo de la diócesis Coria-Cáceres, don Manuel Llopis Ivorra, que fue Prelado nada menos que entre los años 1950 y 1977, veintisiete años y que ya había traslado a la capital su sede, desde su instauración histórica en Coria, en medio, eso sí, de una gran controversia e insatisfacción y descontento de la población cauriense.

Los dos, Licinio de la Fuente y Manuel Llopis Iborra, eran personas afables, dialogantes, de buen talante, pero persistentes y firmes en sus ideas, constantes y exigentes en el desempeño de sus respectivas misiones. Y, afortunadamente, de buenas relaciones diplomáticas y personales entre los máximos responsables de los despachos del Gobierno Civil y del Palacio Episcopal. Como mandan los cánones. Y, también, tal cual se imponía, más aún en aquellos tiempos tan específicos, entre los dirigentes de las fuerzas vivas que dirigían, ahí es nada, el Gobierno Civil y la Jefatura Provincial del Movimiento, y, por tanto, tanto el control de la dinámica política por una parte, y, por otra la dirección de los asuntos eclesiales.

manuel llopis iborra
El Obispo, Manuel Llopis Ivorra, quería levantar un muro entre las piscinas de mujeres y hombres en Cáceres.

El caso es que uno de los días de los cuatro años en los que coincidieron en sus mandatos respectivos en la provincia de Cáceres, don Manuel Llopis Ivorra, que fue un obispo avanzado, sobre todo en el terreno social, y ahí está su obra en toda la provincia, de la que nos ocuparemos pronto, se entrevistó de urgencia con Licinio de la Fuente para mostrarle sus más firmes y enérgicas preocupaciones e inquietudes porque le habían informado que en las piscinas de la Ciudad Deportiva Sindical tan solo existía la separación de un cañizo entre la correspondiente a los varones y la correspondiente a las mujeres. Y eso, según le trasladó al Gobernador Civil, podría ir contra los principios de la castidad y de la moral religiosa, tan vigilante en los comportamientos y actuaciones sociales de la época, en función de los tiempos que corrían.

El Prelado de la Diócesis. ni corto ni perezoso, en función del cumplimiento de su cometido, trataba de convencer al excelentísimo señor Gobernador Civil de las complejidades morales que podría suponer en la sociedad cacereña dicho cañizo porque, a través del mismo, era sumamente fácil el poder contemplar a las mujeres en bañador. Como consecuencia le proponía a la máxima autoridad política de la provincia la posibilidad de que se levantase un férreo muro de separación entre ambas piscinas y evitar, de pasos, tentaciones de abrir las varas de los cañizos para ver a las mujeres en bañador.

En su tiempo, y ya ha llovido desde entonces, algunos colaboradores de ambos en su día señalaron, dentro de la panorámica de la rumorología social cacereña, que don Licinio de la Fuente, sumamente cuidadoso en el trato, en los gestos, en las palabras, en las precisiones y puntualizaciones, y extremadamente hábil para llevar el tema a su terreno trató durante un par de largas conversaciones de convencer al Prelado de que las piscinas públicas de la Ciudad Deportiva Sindical de Cáceres, se conformaban como un lugar de recreo, de esparcimiento, de sol, de agua, de almuerzos, de cervezas y refrescos, de juegos, de meriendas, de charlas, y, sobre todo de baños, de reuniones familiares y de amigos. Añadiendo, además, que todos los bañistas estaban debidamente controlados mediante la tarjeta de acceso al recinto y que, por tanto, la identificación de los mismos no resultaría muy difícil para los servicios policiales en caso de cualquier anomalía de las expuestas por don Manuel Llopis Ivorra.

Asímismo el Gobernador Civil añadiría que en el interior del recinto también había mucha vigilancia. Pero que, no obstante, ante la preocupación del reverendísimo e ilustrísimo Señor Obispo transmitiría de urgencia y absoluto cumplimiento la orden de cuidar al máximo el celo de la vigilancia de las piscinas al alcalde de la ciudad, a la sazón don Luis Ordóñez Claros. Y así, de este modo, garantizar la tranquilidad de don Manuel Llopis Ivorra.

Añadiendo, además, al Señor Obispo de la diócesis, hasta donde hemos podido conocer desde el relato de la transmisión oral en su día, que quién iba a ser el valiente que se atreviera a exponerse a abrir unas varas de caña, ante la vista de todos los bañistas que se daban cita en las piscinas, y poder ser amonestado por el personal con las pertinentes sanciones que se pudieran derivar del caso. Y, de paso, añadió hábilmente don Licinio de la Fuente, se evitaba, con un criterio muy acertado por su parte, un hipotético contencioso que, tal vez, pudiera crear controversias problemáticas y, desde su punto de vista, convertirlo en una innecesaria polémica ciudadana, y que véte tú a saber si no pudiera ir a mayores consecuencias. Lo cual podría perturbar la tranquilidad de una pequeña capital de provincia, como era Cáceres en aquel tiempo.

Toda, pues, una larga serie de razonamientos de altura, de relieve, de justificaciones, de prevenciones y hasta de medidas que tranquilizaron, al menos relativamente, al Obispo, don Manuel Llopis Ivorra, que salió convencido, como resultado final, de los argumentos y de las razones expuestas por el joven Gobernador Civil, don Licinio de la Fuente, pero pidiéndole, por el amor de Dios, que se ocupara y preocupara al máximo del tema tratado. Todo por el bien de la moral religiosa imperante.

Don Licinio de la Fuente, cuando vio que había logrado convencer al Obispo, que era un hombre de sólidas y férreas argumentaciones, respiró a fondo. Porque se había quitado un problema que podría haber ido a mayores. Sobre todo porque podría haberse tratado de un delicado contencioso social.

Sea como fuere el muro de la discordia, que separaba a la autoridad política de la religiosa en Cáceres afortunadamente no llegó a levantarse. Muy probablemente porque se impuso la cordura del diálogo y la templanza de las negociaciones de dos personajes de alto relieve y carisma social que coincidieron cuatro años en Cáceres. Aunque es probable que muchos jovenzuelos abrieran de cuando en vez, disimuladamente, los famosos cañizos y alcanzar a ver alguna que otra fémina con aquellos bañadores de entonces.

Para dejar constancia de la altura negociadora de los interlocutores señalemos que uno de ellos, Licinio de la Fuente, alcanzó el rango de Ministro de Trabajo, 1969-1975, y hasta ocupó la Vicepresidencia del Gobierno con Carlos Arias Navarro, aunque dimitiera posteriormente por serias discrepancias con el entonces presidente del Gobierno

El otro interlocutor en el debate, cuya sangre no llegó al río, afortunadamente, don Manuel Llopis Ivorra, desempeñó la prelatura episcopal de la diócesis de Coria-Cáceres durante veintisiete años. El Obispo que más ha durado en el cargo desde la fundación de la diócesis. Y cuyas responsabilidades abandonó a petición propia, quedando como Obispo dimisionario hasta el fin de sus días y que permanece enterrado en el altar mayor de la Concatedral de Santa María, en Cáceres.

Señalemos, como resumen, que el diálogo entre dos personas de talante abierto y conciliador hizo posible, pues, evitar un debate que a saber cómo podría haber terminado en las piscinas del Cáceres de finales de los años cincuenta.

Pero se impuso el talante conciliador, el acuerdo y la confianza mútua. A la calle, eso sí, llegó un vago rumor sobre un tema al que prácticamente nadie dio crédito.

Y gracias a la habilidad de don Licinio de la Fuente se puso paz y después gloria, nunca mejor dicho, salvando, con extrema sensibilidad diplomática, propia de unas persona con grandes reflejos, y conocedor de los tiempos, que el remedio era peor que la enfermedad.

El asunto, pues, quedó, como se dice coloquialmente, en agua de borrajas y dio lugar, contaban algunos en su momento, a dos tes con pastas, mientras se aproximaban las conversaciones y se acercaban las posiciones.

Cañizos, que pasarán a la posteridad, y que en el correr de los tiempos, claro es, desaparecieron enseguida.

NOTA: La anécdota la revela, de un modo bastante más corto, pero curioso, don Licinio de la Fuente en su libro de memorias titulado «Valió la pena».

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