La inmensa mayoría de los pequeños pueblos de Extremadura se encuentran en una depresión demográfica irresoluble, sin visos, salvo error u omisión, de la menor recuperación. Y la escasa población de esos municipios, siempre cuajados de vida, envejece, irremediable, sin apenas cambio generacional alguno. Se trata «DE LA EXTREMADURA ABANDONADA». Titular de mi artículo que hoy, 10 de noviembre de 2022, aparece publicado en el periódico regional extremeño «HOY».
La larga lista de municipios extremeños que continúan desangrándose, a consecuencia del abandono contra el mundo agrícola y ganadero en nuestros pueblos y ciudades, con el paisanaje en un rosario continuado de emigrantes camino de las áreas desarrollistas, conforma un fenómeno que se expande con graves consecuencias humanas, rurales, sociales, económicas, agrícolas, ganaderas. Una marcha de pesares y adioses, con el llanto que riega los caminos, tan abandonados y dejados de la mano de Dios y de la tropa política, los pueblos desvencijándose, las fincas y los huertos padeciendo la crueldad de la desatención y el vacío demográfico, los surcos agrietados por el olvido de las yuntas, las granjas cerrando entre sufrimientos de forma alevosa.
Las proyecciones demográficas publicadas días pasados por Eurostat prevén que en el año 2050 nuestra región habrá perdido un 16,12 por ciento de sus habitantes –Cáceres pasaría de los 389.558, de 2021, a los 316.491 y Badajoz de 669.943 a 579.554–, destacándose que “el envejecimiento será especialmente intenso en Extremadura” en las tres próximas décadas.
Un desastroso panorama ante el que casi todos se cruzan de brazos. Se escucha el llanto en silencio de los mayores, que sobrecoge el alma del viajero, abundan en tropel los letreros de las casas con ese anuncio demoledor indicando que “Se Vende”, unas gallinas que serpentean por las calles, picotean la angustia que resquebraja los corrales, bares resentidos con el grito silencioso del vaciado humano, cada día con menos barajas y dominós para un tute, con las calles y plazuelas cada día con menos gentes. Pueblos empequeñeciendo a pasos agigantados, marcados por el paso pesado de sus gentes, que malamente pueden con su alma. Apenas se escuchan ruidos y voces, apenas se escucha un rebuzno o un mugido, apenas se escuchan las campanillas de las ovejas, apenas respira el pueblo.
Mientras esos núcleos vitales se reducen a meras formas residuales, sin que se perciban esquemas, proyectos, inquietudes, desde los resortes del Gobierno, que, en su dejación de funciones, siguen consintiendo la emigración en unos lugares presididos por una cada día más estremecedora soledad, como la que se sostiene en el misterio impenetrable de esa otra Extremadura tan olvidada. También, claro, en la inmensidad de sus paisajes, construcciones típicas, rebaños, tinados, guisos, remedios, de la sabiduría y aguante heroico de sus habitantes por la supervivencia en ese mundo que late, si bien cada día con menor aliento, en la pasión de la tierra parda. El gran y desconocido pecado de Extremadura.
Pueblos agonizantes en un latido de angustia irremediable, entre las más severas desatenciones y desprecios… Pueblos que van muriéndose de pena, sin familias completas, sin niños, sin maestros, sin médicos, sin veterinarios, sin farmacias, sin las tiendas de aquellos tiempos, sin carpinterías, sin herrerías, sin panaderías, sin pregoneros, sin pastores, sin aquellas matanzas festivas tan siquiera, perdidos por los ramales de cualquier carretera, lejana y desatendida, como ellos mismos, sus habitantes, que, a estas alturas, tan solo precisan de un mínimo de dignidad ajena.
Municipios que sienten en sus carnes desde hace décadas el dolor de las carencias, ausencias, olvidos, por las necedades de quienes pudieron evitarlo, mientras, sin el menor signo de apuntalamiento, se destartalan cada vez más en esos lugares resecos de ayudas…
Pueblos que van cayendo en picado en el censo poblacional, con las calles cuajadas de casas vacías y olvidadas, tambaleándose y desangrándose por la falta asistencial de quienes tienen la responsabilidad moral de auxiliarles.
En escasos meses tocan a elecciones municipales y autonómicas. Ya pronto se acercarán algunos con sus ropajes políticos, de antaño o de hogaño, de prepotencia y soberbia, cuando deberían de acudir con la humildad, que tampoco se han esforzado lo más mínimo en las tareas de la recuperación de nuestros pueblos, preñados de lugareños sitiados por la pérdida de un caudal de riquezas agrícolas, ganaderas, rurales, tradicionales, parrafadas que se difuminan sin remedio alguno, por ese afán de privilegiar grandes ciudades con impresionantes núcleos industriales… En un puñado de semanas algunos, desvergonzadamente, pretenderán obtener un rédito político de esas buenas gentes, todo humildad y esencia de pueblo y campo, todo resignación, que tan solo claman por las angustias de su aislamiento y necesidades básicas para salir adelante y de cuyos municipios son ya muy pocos los que apenas respiran. Entre otras razones porque apenas quedan paisanos, ya, en esos pueblos de la Extremadura Abandonada. Acaso volvamos a encontrarnos con las imágenes de la obra “El disputado voto del señor Cayo”, de Miguel Delibes.
Los núcleos rurales se van extinguiendo lentamente en la despoblación y en la ruina.
De cuando en vez se escucha una campanada de un solo y seco golpe, que repica con alguna frecuencia. Tocan a muerto.
¿Cómo no se van a morir el campo y los pueblos con tanta ruindad y desprecio contra ellos?
Líbrelos a esos pueblos y a sus gentes, quien pueda, de los que, ahora, en sus ruinas y declives, aún quieren rentabilizar sus últimos suspiros.
Juan, escribes con una sensibilidad,que consigues que nos duela el alma a los lectores, muchas gracias compartimos tus sentimientos.
Muchas gracias, Marisa, por tu comentario.
Un agrazo. Juan de la Cruz.