DE LAS ENCRUCIJADAS DE EXTREMADURA

Extremadura lleva en su mochila una serie de encrucijadas tan relevantes como preocupantes ante las que o se despierta o se continúa hiriéndose de gravedad en su alma.

Extremadura continúa desangrándose en habitantes. Y, como consecuencia en calidad de vida y, lo que aún resulta peor, en expectativas y horizontes de futuro. Sobre todo en lo que se refiere al panorama desarrollista, considerado por los analistas como el objetivo más importante de la sociedad actual. Por lo que los campos económicos, industriales, sociales, culturales, inversores y competitivos extremeños, así como otros, se encuentran en grave riesgo de regresión. Sobre todo en la panorámica de los más jóvenes. Una, pues, más que señalada encrucijada.

Los datos son tan claros que en 1920 nuestra región contaba con 1.064.318 habitantes, de los que 651.156 pertenecían a la provincia de Badajoz y 413.162 a la de Cáceres. Hoy, 98 años después, la Comunidad Autónoma de Extremadura registra una cifra prácticamente igual, con 1.070.586 personas, perteneciendo 686.730 de ellas a la provincia pacense y 400.036 a la geografía altoextremeña.

Unas cifras que ponen bastante alto el listón de encontrar las soluciones más adecuadas para, primero, mantener la sostenibilidad demográfica, lo que solo podría alcanzarse con firmes impulsos económico-industriales y empresariales, y posteriormente, reforzar la estabilidad de los más jóvenes, que son los que muestran una mayor tendencia a marcharse de Extremadura. Lo que no dice mucho de los proyectos y dinámicas que se llevan a cabo en las diferentes administraciones, nacional, autonómica, provincial y local, al tiempo que continúan poniéndose en cuestión los caminos por los que debiera de orientarse, siempre con la mayor claridad y seguridad, el futuro de la región para converger tanto en la confianza como en la estabilidad regional.

Y todo ello mientras España cuenta con 46.700.000 habitantes y con Extremadura colocada en un depresivo decimotercer lugar poblacional de las diecisiete Comunidades Autónomas, solo por delante de cuatro regiones uniprovinciales, como son Asturias, Navarra, Cantabria y La Rioja.

A ello debemos añadir que el PIB (Producto Interior Bruto) de Madrid se encuentra en 38.723 euros, un 36,5 por ciento más que la media, mientras que el PIB de Extremadura es el más bajo de España, con 16.369 euros, o, lo que es lo mismo, un 31,7 por ciento menos que la media.

Unas cifras que, con tantos estudios e informes que se publican periódicamente por organismos estatales, empresariales y universidades debieran de plantearse con el mayor grado de responsabilidad en quienes tienen la competencia de pilotar las soluciones hacia unos mejores niveles de bienestar y de futuro para los extremeños.

Son numerosos los ejemplos que podemos entresacar –tanto históricos como de la propia actualidad—con referencia a Extremadura, que representan un firme problema, así como la desatención, o, cuando menos, desacierto por parte de las actuaciones políticas que se llevan a cabo en las diferentes administraciones.

Mientras los pueblos extremeños –cuanto más pequeños, peor, claro es– se abaten y se derrumban en medio de manifiestos y dramáticos desalientos humanos, casas desvencijadas y campos abandonados, con unas cuasi imposibles posibilidades de recuperación, cuando la propia pérdida de población ya ha llegado y ha hincado el diente a las grandes ciudades y capitales extremeñas, la conclusión es que el panorama se presenta más que desolador en la hondura y sensibilidad de los extremeños.

Podríamos señalar, como referencias de esa desatención hacia Extremadura, el efecto llamada hacia el desarrollismo, que entre los años 50 al 80 del pasado siglo se producía con la puesta en marcha de grandes polos de crecimiento y progreso económico sobre todo y con clara preferencia en Cataluña, en el País Vasco y en Madrid, que provocó lo que podríamos denominar como la mayor tragedia histórico-social de Extremadura en un impresionante vaciado humano, del mismo modo que debemos referenciar la manifiesta desatención a las estructuras del campo extremeño, de tantas y tan buenas perspectivas –si se invirtiera seriamente en ellas– tanto en la agricultura como en la ganadería.

Asimismo, entre esas desatenciones desde Madrid para con Extremadura, siempre al Este, podemos citar la demanda que se lleva a cabo desde hace largo tiempo, entre artículos, reportajes y declaraciones, con una gran carga de razones, hacia el Arzobispado de Toledo para que Guadalupe, capital religiosa de Extremadura, donde se encuentra la Patrona de la Comunidad Autónoma, Extremadura, deje de pertenecer, de una vez por todas, a la diócesis de Toledo, en lo que supone un profundo desacoplamiento de la política eclesiástica con la estructura geográfica y administrativa del Estado.

O, sin ir más lejos, la más que deficiente situación ferroviaria en y con la región, desde siempre, para no engañarnos entre nosotros mismos, que tantas quejas lleva causando, desde una perspectiva histórica, ante una política del Ministerio de Fomento que ignora, con absoluta indiferencia, a Extremadura. De este modo podríamos citar muchos y más que lamentables ejemplos.

Y no son temas, precisamente los citados, creemos, con la mayor modestia, de hoy. Son temas que afectan, de un modo muy profundo, a la sensibilidad, a la hondura y al futuro de las gentes de la Extremadura de hoy que siguen luchando, como buenamente pueden, por alcanzar ese horizonte que determinan, por unas u otras causas, nombres y apellidos de personas en cargos de grandes e importantes apuestas y decisiones y también siglas de partidos políticos y determinaciones de altas instancias.

Podríamos convenir, pues, en que la capacidad de fortaleza de ánimo, de paciencia y resignación del pueblo extremeño que siempre se manifiesta con tanta prudencia, respeto y buenas maneras, vale de poco y que en ciertos casos sería preciso actuar tal cual llevan a cabo otras Comunidades en determinadas aspiraciones.

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