Cáceres, siempre, como un abanico de sensibilidades histórico-monumentales. Una ciudad que, como Roma, es eterna. Y que tiene sus puertas abiertas de par en par, siempre, a las emociones, a la admiración, a la belleza.

Arco de la Estrella y fachada lateral del Palacio Episcopal. (1955)
Gracias a las páginas de la historia. Y, también, a las gentes que tanto se esforzaron por la recuperación y conservación de su patrimonio. Hoy, ya, desde hace treinta años, Patrimonio de la Humanidad. Y también, a cuantos fueron pregonando y pregonan sus excelencias.
Allá por el correr del año 1955 el escritor, poeta, dramaturgo y periodista Carlos Soldevila se decidió a llevar a cabo un largo paseo por la provincia de Cáceres.
En la capital cacereña el viajero se extasió nada más pasar bajo el Arco de la Estrella. Y admirar, a la derecha, la cuesta del Adarve.
Tal cual desgranaría, posteriormente, en la revista «Destino«, referente liberal de entonces, y por cuyas páginas era frecuente, según las épocas, encontrarse con las firmas de Azorín, de Camilo José Cela, de Miguel Delibes, de Francisco Umbral…

… Y, siempre, la Torre de Bujaco. Allá, claro, en la Plaza Mayor.
Una ciudad que le arrebató su sensibilidad anímica y emocional escribiendo que «no es posible permanecer indiferente a esta aglomeración de casas solariegas y de iglesias que tiene el viejo Cáceres«. Hoy, claro es, Ciudad Medieval y Conjunto Histórico-Monumental.
Un motivo, quizás, porque el que el cualificado periodista, señalado escritor, que se dejó cautivar por el conjunto del Casco Histórico de Cáceres, se fue recreando, segundo a segundo, monumento a monumento, torre a torre, casa a casa, convento a convento, plazoleta a plazoleta, por ese laberinto de hondura y de honduras que se conforma en las páginas, ay, de Cáceres.
Un lugar para la contemplación admirativa y el silencio, para detener el reloj del tiempo, para caminar y cabalgar sin prisas, para la reflexión sobre las páginas de la historia y las historias de aquella tierra que fuera romana, árabe…
Y que hoy, ahora, ofrece, sencillamente, una estampa mágica, fascinante, repleta de admiraciones de cuantos pasan por su recorrido de hechizos.
De sus fotografías Carlos Soldevila procedió a seleccionar estas tres, que acompañan este texto, para la publicación en las hojas volanderas de una prestigiosa revista de relieve internacional.
Y que habría de dar, claro es, más alas para el vuelo eterno por los aires de la más sorprendente hermosura a Cáceres. Y que, como un día escribiera ese ferviente historiador cacereño, Miguel Muñoz de San Pedro, un icono de Cáceres, se conformó como una tierra en la que nacían los dioses.