DON AGUSTIN BRAVO RIESCO, «EL MONA», PROFESOR DEL INSTI (1928)

En el Cáceres de Aquellos Tiempos don Agustín Bravo Riesco, catedrático de Historia de la Literatura Española, conocido popular y cariñosamente como El Mona, por su parecido con el espécimen simiesco, de señalada tipología, se andaba, casi correteando siempre, acaso de forma como trotona, como si marchase con una prisa inaudita, y, al tiempo, con un aire de intelectual despistado.

Agustín Bravo Riesco era natural de la pequeña localidad salmantina de Calzada de Valdeunciel.

Tras estudiar Filosofía y Letras, y finalizar la carrera hizo la tesis doctoral de la misma titulada, “Noticias de las traducciones en Lengua Castellana de las comedias de Plauto”, ahí es nada y que defendió en Salamanca en el correr del año 1927.

Posteriormente impartió clases en el Instituto “Pérez Galdós” de Las Palmas de Gran Canaria en 1926 y, más tarde, en el Instituto de la ciudad salmantina de Ciudad Rodrigo, en el que llegó a ejercer el cargo de Comisario Regio, para pasar, posteriormente, ya en el año 1930, como catedrático numerario al Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Cáceres, viviendo, de forma habitual, en la habitación número 7 del Hotel Alvarez, allá en la calle Moret, que levantara Federico Rodríguez Serradell y dirigiera Antonio Alvarez, donde don Agustín celebraba señaladas tertulias junto a don Casimiro García García, también sacerdote y profesor de Religión, y otros...

De manifiesta personalidad y exigencia profesoral, (cuentan que, en el transcurso de las clases que impartía, repetía de forma monótona un reiterativo sonsonete como el de «no quiero oir ni el ruido de una mosca«), de peculiares particularidades, hay alumnos cacereños que recuerdan aquella anécdota inolvidable cuando, ante el rumor y el cuchicheo de los bachilleres en el transcurso de una de sus siempre doctas explicaciones, don Agustín, de repente, superponiendo los ojos por encima de las gafas, percatándose de la zona de procedencia del murmullo escolar, y señalando con el dedo índice de la mano derecha, dijo en tono de sublime enfado:
— ¡Aquel banco, a la calle…!

Y, claro es, los alumnos, quién lo diría, ni cortos ni perezosos, siguiendo al dictado la orden dirigida por don Agustín Bravo Riesco, «El Mona«, decidieron sacar el pupitre al pasillo, entre el alborozo de la mayoría de los bachilleres y el silencio cauteloso de otros, «por si las moscas, por si acaso el Mona nos ve y toma nota«, así como de la perplejidad del propio don Agustín, que trataba de meter en la mollera de los estudiantes, clase tras clase, como a machamartillo, ahí es nada, una obra ni más que ni menos como la que lleva por título “El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”.

Don Agustín Bravo, el Mona, de siempre, tanto en Las Palmas de Gran Canaria, como en Ciudad Rodrigo, como en Cáceres, estimuló a los padres de familia a coadyuvar con el profesorado en la educación de sus hijos.

Elogiado por una figura de la talla de Miguel de Unamuno, según subraya Vicente González Ramos en su ponencia “Reyes Huertas, el sentido de la medida”, en los VII Coloquios Históricos de Extremadura, fue autor de libros como los que llevan por título “Estampas vivas de una España inmortal”, editado en la Imprenta cacereña de La Minerva y “Con la Virgen y por la Virgen, el gran remedio”, editado en el Establecimiento Tipográfico Calatrava, de Salamanca, 1931.

Asimismo se encuentra publicada su intervención en la apertura del curso académico del Instituto de Cáceres correspondiente al año 1936-1937, y que tituló: “Exaltación Patriótica y Apertura de Curso Académico 1936-1937”, que fuera editada en la Imprenta de Editorial Extremadura, en la calle Segura Saez, 2.

Igualmente fue colaborador de la revista cultural y quincenal cacereña «Cristal«, con redacción en la calle Veletas, y la participación de personalidades cacereñas como las que emanaba de las figuras de José Ibarrola, Miguel Angel Orti Belmonte, Antonio Hernández Gil, Pedro Lumbreras Valiente

Su imagen era muy conocida en el Cáceres de Aquellos Tiempos. Su carácter, para no engañarnos, áspero en cierto modo, y como marcando distancias, sobre todo con el alumnado, y sus compañeros en la mesa del claustro profesoral dejaban constancia y admiración por su manifiesta formación docente.

La fotografía se corresponde con el año 1928.

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Un comentario

  1. ANGEL RUIZ CANO-CORTÉS

    Mis agridulces recuerdos de D. Agustín «El Mona» serán siempre imborrables. Su cultura y formación docente eran inmensas. Aun recuerdo, 70 años después su erudito comentario sobre los Libros Sagrados escritos por Moisés al decir textualmente : » Sobrenada en sus narraciones un indefinible encanto». Y también recuerdo como, siendo el primero de la clase con los máximos elogios por parte de D. Agustín me expulsó de clase y me suspendió inapelablemente por contener la risa ante una gamberrada de un compañero de clase. Con ello echó el único «borrón» a mi Bachillerato cacereño.
    Pese a todo mi afecto y cariño de todo corazón para él y que descanse en paz.

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