DON CASIMIRO GARCÍA, LA RELIGION EN EL INSTI

… Y, de repente, en Cáceres, la figura de don Casimiro García y García, como profesor de Religión en Aquellos Tiempos.

elbrocense-doncasimiro… Y de repente, también se hacía un silencio sepulcral en la grillería del aula bachiller del Brocense, siempre el Insti. Ya llegaba la imagen, severa, de don Casimiro García, titular de la cátedra de Religión desde el año 1937.

Tras pasar lista, y antes de proceder a explicar la lección correspondiente, casi todos los compañeros de clase observábamos, así como con la cabeza gacha y tratando de bajar y elevar los ojos, alternativamente, una especie de pavor al estrado. Y desde allí, al otro lado de la mesa profesoral, don Casimiro era consciente de que temíamos que pronunciara nuestro nombre para tener que someternos a las preguntas de la lección anterior.

Por eso, caso, todos esperábamos que asomara la cabeza de alguno de los bedeles de la época, Sánchez, Zazo o Paco, y que avisaran de la hora de finalización de la clase.

Buena parte de los alumnos nos escondíamos de la imagen de don Casimiro por los pasillos, probablemente por la calle también. Y de cruzarnos la mirada, a pesar de su aire de despistado, el alumno solía correr a besarle la mano. Tal cual nos enseñaban en aquellos Tiempos.

El profesor marcó una etapa desde el criterio de su tipología de enseñante. Su fama de dureza decía que ya se la inculcaron desde su llegada a Cáceres. Si bien don Casimiro, por ser justo, impartía unas clases, las cosas como son, más bien amenas. Aunque demasiado rectas. Escribo, en el recuerdo, desde el run-rún colectivo.

Natural de la pequeña localidad salmantina de Calzada de Valldeunciel, casi abrazada a la hermosura plateresca de Salamanca, don Casimiro García y García, que se formó como sacerdote en el Seminario Conciliar de Salamanca, también se doctoró en un área de relieve como era la Sagrada Teología, además de ser licenciado en Derecho Canónico.

Contaba don Valeriano que don Casimiro, al que recordaba haber saludado luciendo sombrero de teja o ala ancha, a lo que no llegamos los bachilleres de mi generación, se enamoró de Cáceres y de su gente. Y que, desde su llegada, con su aire ligeramente desgarbado, correteando entre las callejuelas por las cercanías del Insti, o por todas partes, dejaba un regüero o una estela de figura inolvidable. La chiquillería de aquel entonces decíamos, clandestinamente, que don Casimiro no andaba ni caminaba, sino que galopaba, porque parecía que siempre siempre iba veloz y con prisas a todas partes.

Y en sus homilías, entre miradas casi de orden a los monaguillos, cuasi perdidos por el segmento de los latinajos, siempre dejaba la huella de las citas de o sobre miembros del santoral. Teresa de Jesús, Juana de Arco, Saulo de Tarso, Simeón el Estilita, Gregorio Nacianceno, Policarpo de Esmirna, Juan Nepomuceno, Junípero Serra o Wladimir de Kiev.

El hecho evidente es que en aquella ciudad, que se abanicaba entre los cuarenta mil y los cincuenta mil habitantes, de uno u otro modo don Casimiro fue un personaje conocido. Por sus prédicas, su magisterio, sus charlas, el respeto que imponía y su tipología que podríamos denominar como filosófico-social.

El caso es que su figura era, por decirlo en román paladino, de las más temidas. Que ya si se generaba alboroto en la clase te llamaba bolchevique, si escuchaba un rumorcillo desviaba la cabeza tratando de averiguar origen del ruido, si percibía algún distraído en la Misa… Y cuando a veces hacía un alto y no se escuchaba ni el ruido de una mosca. Don Casimiro solía señalar, no obstante, que la exigencia hacia los demás comenzaba por uno mismo.

Si bien en los claustros de aquellos tiempos imperaban las figuras doctas de docentes emblemáticos. Lo que no estaba reñido, claro es, con clases bachilleres de notoriedad. Pero, como siempre, el alumnado, a la hora de pasar revista a aquellos tiempos, entonces presentes, y hoy, lamentablemente demasiado atrás, tenía sus preferencias. Lógico.

Unos claustros de sabiduría, que imponían sus enseñanzas y cultivaban la formación. Con las figuras de don Abilio Rodríguez Rosillo, Ciencias, de don Martín Duque Fuentes, Latín, de don Fernando Marcos Calleja, Lengua y Literatura, de don Secundino Carvallo, Geografía, de don Rodrigo Dávila Martín, Matemáticas, de don Pablo Naranjo Porras, Historia, de don José Luis Turina, Dibujo, de don Eliseo Ortega, Filosofía…

Al final, claro, los bachilleres, entre lecciones y explicaciones, hincando los codos, con clases particulares, con consultas en la biblioteca, aguardábamos expectantes a que hacia mediados de junio –poco después, eso sí, de las Ferias de Mayo– los bedeles colocaran en los tablones de anuncio las calificaciones escolares.

Uno ya, a pesar de haber pasado los dedos de la mano en la fe de los pies de la estatua de San Pedro de Alcántara y de haber acudido al Santuario de la Montaña para depositar sus rogativas, se mascullaba, siempre, las notas. Con poca probabilidad de error.

Algunos, por esas cosas de la vida estudiantil, algunos nos veíamos obligados, a veces, a estudiar durante el verano.

Hoy, pues, el recuerdo de la figura de un profesor exigente y de una estampa peculiar por el callejero estudiantil y ciudadano de aquellos bachilleres, don Casimiro García y García, que también impartiera clases en la Escuela de Maestría Industrial y que se jubilara en 1965, recibiendo un cálido homenaje, como debe de ser, junto a don Juan Delgado Valhondo y don Martín Duque Fuentes.

Nota: La fotografía es del año 1955.

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