EL PRESIDENTE SANCHEZ Y ESPAÑA

«El presidente Sánchez y España» es el título de mi artículo que hoy, 4 de junio de 2018, aparece publicado en la Tribuna de Opinión del periódico regional extremeño «Hoy».

Pedro Sánchez ya es presidente del Gobierno de España. ¿Y ahora? Esa la pregunta que hoy se hace una inmensa mayoría de españoles, preocupados por la escandalosa corrupción en diversos partidos, comenzando por el PP, siguiendo por el PSOE y continuando por la antigua Convergencia, de Jordi Pujol, en libertad sin problema alguno, que atesora más de 3.000 millones de euros, 3.000, en paraísos fiscales, según publicó en su día ‘El Mundo’.

Lo mismo que los españoles muestran su más honda preocupación por el paro, por el panorama salarial, por las pensiones, por el déficit, por la violenta frontera que separa a las dos Cataluñas por culpa de la agresividad supremacista, fascista, independentista y golpista de Puigdemont como por la inacción de Rajoy, mirando para otro lado, lo mismo que se atisba una política de improvisaciones del nuevo Gobierno, cuyo presidente no fue capaz de traspasar en su intervención en el Congreso un mínimo programa de propuestas más allá de una serie de lugares comunes que tal vez habría expuesto con más sensibilidad el último concejal del pueblo más pequeño de España. Uno de esos miles de concejales españoles que defienden las siglas de sus partidos, sin percibir un euro, y trabajando en sus tareas habituales.

Problemas que se agigantan por la cada día más compleja dirección del país con un Gobierno, el de ayer, en el desván, y el de hoy en sus muy amplias responsabilidades, que vivirá más el día a día y sus afanes, que decía San Agustín, en el largo y denso panorama de problemas y angustias que nos invaden, mientras, probablemente, el león herido de gravedad, que es el PP, se lame de sus heridas, afila sus armas y hacer valer su mayoría absoluta en el Senado para obstruir las políticas del nuevo Gobierno… Como problemas, nada fáciles de resolver, son los que emanan de los compromisos europeos y otros muchos que abundan en el panorama social y político de España.

Ahora, una vez expulsado Mariano Rajoy del Palacio de la Moncloa, cuando debería haber actuado consecuentemente en su momento, Pedro Sánchez se encuentra con un batiburrillo de partidos en el apoyo inicial a su presidencia y cuya sopa de siglas, de intereses y de políticas difiere en sus criterios una distancia inmensa, moralmente hablando. Empezando por el largo desierto que les separa de Podemos, que le arrojó en su cara en la fallida moción de investidura la cal viva, o siguiendo por el empecinamiento ‘in crescendo’ de la política de los independentistas catalanes.

A ello hay que sumar una extraordinaria divergencia de intereses entre tantas fuerzas políticas que prestan, hoy su apoyo a Sánchez, que ha llevado, inclusive, a que cinco de dichas formaciones, tras investir al líder socialista, ya anunciaran una serie de enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado, que se aprobaban hace escasos días, con el apoyo fundamental del PNV, en contra del resto de España, el voto socialista en contra, que ahora se van a tramitar en el Senado, y que, por mor de esas artes de la política, el propio Sánchez se comprometía a apoyar, aunque fuera por corresponder, como agradecimiento, a la gran tajada que, como siempre, se lleva la astucia del PNV. Aunque el PP ya ha anunciado su veto a los 540 millones adicionales que estaban destinados en los mismos para el País Vasco.

Ese tejido de intereses tan divergentes de los partidos que forman la coalición de Gobierno, de manifiesta complejidad, con efectos en la ciudadanía, podría convertirse en el mayor escollo y quebradero de cabeza de Pedro Sánchez que, probablemente, no va disponga de los históricos cien días de gracia, como se estila habitualmente en el parlamentarismo europeo.

España se encuentra inmersa en una densidad de severos problemas, que no son meramente coyunturales, sino que precisan abordarse con una capacidad de apuesta, de riesgo, de coraje, en busca de la unión de criterios, aún desde las diferentes vertientes ideológicas de quienes pilotan ahora, de la nueva política de Estado.

Una tarea bastante delicada para la que se precisa mucha capacidad de diálogo, mucha firmeza, mucho esfuerzo, mucha comprensión y mucho malabarismo político para acercar posiciones desde la racionalidad en aras al bien común llamado España.

Ante esa densidad de aconteceres que se avecinan, baste tan solo con recordar la penosa intervención de Joan Tardá, portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña, como para que Pedro Sánchez, más allá de vestirse con el hábito de penitente tenga que ampliar de modo constante una política de aguante y encaje que se nos antoja demasiado comprometida.

Por ejemplo: ¿Es fácil soportar la nueva agresión de Quim Torra, tras la burla y el insulto en la toma de posesión de los nuevos consejeros, a la misma hora que prometía su cargo el nuevo presidente del Gobierno, denunciando a España como un estado represor y anunciando «avanzar de acuerdo con el resultado del 1-0 en construir un estado en forma de república»?

¿Resulta comprensible que los anticapitalistas de Podemos ya hayan hecho pública su manifestación de continuar con movilizaciones en la calle? Mientras que Pablo Iglesias ya le ha dicho a Pedro Sánchez qué hay de lo suyo así como un Gobierno de coalición.

¿Podrán conciliarse, pues, los intereses del presidente del Gobierno, del PSOE, los 22 partidos de la coalición de Gobierno y la de los barones territoriales más críticos, como Susana Díaz, García-Page o Lambán? Emulando a los trovadores de la antigua farsa «Se levanta el telón y empieza la función…».

 

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