Juan García García, Ahigal, 18 marzo 1918-1996, es un ejemplo de identidad con Cáceres, de amor propio por la tierra, por el estudio de la misma, de sus gentes, de sus surcos, de sus costumbres, de su pueblo, de la Ciudad Monumental cacereña, de Gabriel y Galán y de su obra, de la Virgen de la Montaña, de la hondura moral, de la sensibilidad religiosa… Unos ejemplos, inmensos, que llevaba grabadas a sangre y fuego en su alma.
Una tierra, Cáceres, a la que desde siempre elevó poesías, tanto en castúo, todo un mérito, como en castellano. Con sus poemas ganó diversos premios. Y también dejó, entre sus papeles de trabajo, obras de teatro. Estudió, cantó y exaltó la tierra que le vio nacer hasta lo más relevante de sus inquietudes y trabajos. Su origen humilde, descendiente de padres labradores, y su capacidad de superación destacan en su trayectoria tal y como se merecen. Más aún teniendo en consideración las dificultades y adversidades de los tiempos y de las circunstancias que le tocaron en vida.
Tras sus primeros estudios y pasos por la Escuela Nacional de Enseñanza, que pronto comenzó a a compaginar echando una mano a su padre en las labores del campo, porque había que ayudar a sacar la casa adelante con el esfuerzo de todos, señalaba, Juan García García, que tantas amenas tertulias protagonizara en la casa de mi padre, Valeriano Gutiérrez Macías, un día, sangrando dolor de adioses a Ahigal piensa y recapacita que el campo no es lo suyo. Le duele la reflexión, pero se impone la realidad de sus propias circunstancias y expectativas. Entonces prepara la maleta, entre lágrimas de poesía y sentimiento, y se marcha a Cáceres para prepararse en la Academia Guardiola tratando de acceder a Oficial de Correos. Lo que, a la larga, sería su medio de vida como cartero.
Con el estallido de la Guerra Civil Juan García García es cabo en el Regimiento Argel número 27 de Cáceres, ascendiendo, posteriormente, a la graduación de sargento honorífico. Durante la contienda Juan García García recibió un tiro en un muslo y quedó parcialmente sordo como consecuencia del estallido de un obús en sus cercanías.
Posteriormente contrae matrimonio con Carmen Domínguez Mayoral, natural de la localidad cacereña de Garrovillas, que ejercería, como alguna vez le escuché, como alma mater de la familia y de la casa que fundó.
Durante más de treinta años estuvo ejerciendo su profesión de cartero, sobre todo por el recorrido habitual de la Ciudad, entonces, Antigua, y que recorrería, con su cartera en bandolera, lleno de correspondencia. Cartas, periódicos, revistas, tarjetas postales.
Poco a poco se enamoró, día a día, quizás habría que decir verso a verso, de esa Ciudad Medieval. Y en la que no era extraño verle, como comentaran tantos paisanos, haciendo un alto en el camino sentado en cualquier lugar, apoyado contra el granito de las paredes monumentales, tratando de hilvanar, siquiera fuera unos escasos minutos, un poema fugaz que luego quedaría para la posteridad.
El tiempo libre que le dejaba el oficio de cartero lo dedicaba al desarrollo familiar y a su formación e inquietud cultural, a la composición de puñados de poemas en forma de sentimientos, versos, saetas, relatos de la tierra parda.
Fue uno de los miembros fundadores de la Cofradía del Santísimo Cristo de las Batallas, que desfilaba, desde el año 1959, por las calles de Cáceres, en medio del fervor popular, que arrancaba desde la concatedral de Santa María y que seguía Cánovas arriba hasta el regreso, a hombros de soldados del Regimiento Argel 27, con la compañía de gastadores y la Banda de Cornetas y Tambores.
Día a día, mientras esparcía la semilla de sus poemas, iba incrustándose, a la par, en los ambientes culturales. Entre recitales, conferencias, artículos y versos que, también, paulatinamente, iban perfilando, desde el más cuidado cultivo, su obra. Acaso se podría decir que Juan García García era, desde su sencillez, hondura y religiosidad un delicado escultor de la poesía popular. No en balde está considerado como un poeta moralista y perteneciente a la generación del 36.
Persona de profundas convicciones morales y religiosas, siempre pendiente de todo y de todos, mimó su obra hasta el máximo de su contribución a la lírica extremeña, hasta el extremo de que el mismo está considerado como uno de los poetas más señalados de la región del pasado siglo. Lo que fue llevando a cabo con una constancia y una pasión ilimitada. Poemas nacidos de lo más hondo de sus adentros, en ese esfuerzo permanente por crear versos y sembrar el conocimiento adquirido a lo largo de su vida, como una forma de dar rienda suelta a su capacidad creativa. Con lo que muy pronto fue expandiendo su poesía y su nombre en el engarce de la sensibilidad popular.
Juan García García también fue un señalado recitador y rapsoda, con un estilo propio y que llegaba fácilmente a todos por su humildad, por su sencillez, por su capacidad coloquial, por su expresividad. Diría más: Por su saber comunicar, por el manejo del lenguaje popular, por su preocupación por la manifestación de sus versos. Lo que le aproximaba al máximo a los vecinos, a los paisanos, a los oyentes de sus versos, a los lectores de sus poemas y artículos. Y es que Juan García García, el Cartero-Poeta, era un autor, a la vez, con garra, con fuerza y hasta con poderío para expresar el cante jondo, si se me permite el término, de sus poemas.
Todo ello lo combinaba con sencillez y hondura, pero con un sentido que dibujaba, acertadamente, los temas que abordaba. Persona afable y próxima, cordial, colaborador en numerosas iniciativas sociales y de tipología religiosa.
Entre sus libros destaca «Claveles de mi tierra«, publicada el año 1977. Su primera obra, «Hogar cristiano extremeño«, la publicó en el año 1949, en 1953 saca a la luz su creación «Los beneficios del teléfono«, obra de teatro que transcurre en su población natal y que está escrita en dialecto extremeño, en 1956 publica «Reflexiones y consejos«.
Dentro de su obra teatral figuran «Un cristiano labrador y el Seminario Mayor» y «Boda típica extremeña«, escrita en verso, que recrea la tipología folklórica y social de una boda en los primeros años del siglo XX, y que fue representada en su día en el Gran Teatro, de Cáceres. Todo un pulso de autenticidad de Juan García García. Una autenticidad de esfuerzo y de constancia que dice, y mucho, en pro de la obra de un destacado autor cacereño del pasado siglo.
Fruto de tan ingente trabajo fueron sus galardones, como el Premio de Poesía «Gabriel y Galán«, de poesía extremeña, en el año 1973, el segundo premio del certamen «Hispanidad«, con su poema «De Guadalupe al cielo«, la Mención Honorífica en los Juegos Florales de Cáceres en 1974, o la nominación en 1989 como Poeta Enamorado de Extremadura, entre otras, así como sus recitales por numerosos lugares.
También fue colaborador de los periódicos «Hoy» y «Extremadura«, así como de la revista literaria «Alcántara«.
Con calle en Ahigal, municipio del que es hijo predilecto, y en Cáceres, en la barriada de Aldea Moret, lo que siempre es un lujo en la historia local cacereña para los hijos, ay, que se van yendo por el sendero de los misterios de la vida, mientras atrás, en el pálpito, ahora, del recorrido por su obra, leemos aquellos versos:
La Virgin de la Montaña
es un milagru del cielu,
que Dios mos quisu jacel
a todus los cacereñus
jaci ya más de tres siglus
por un hombri santu y güenu.
Ahora, desde hace tan solo unos días, en la fachada de la casa del cartero-poeta, como era conocido en los ambientes populares cacereños, en el número 11 de la calle Consolación, abrazada a la calle Damas, tan cerca de la Plaza de Santa Clara, se pueden leer estos versos en una placa:
¡Cáceres Monumental!
para cantarte, quisiera
ser, no un célebre Gayarre
ni un insuperable Fleta;
quisiera ser para tí,
el mejor de los poetas,
para escribir tus hazañas,
con tu historia y tus leyendas,
formando un precioso libro
de hermosísimos poemas;
porque tú, eres para mí,
¡luz, poesía y belleza!
Este es su poema titulado PARA HABLAR DE EXTREMADURA.
Para hablar de Extremadura
con propiedad hace falta
conocer todos sus pueblos
y sus virtudes cristianas.
Quien no ha visto a Extremadura
en su interior, no vio nada
sólo ha visto a un pueblo austero,
recio, seco y sin jactancia.
Sólo vio a una Extremadura
que no tenía importancia
por no poder ostentar
con orgullo, grandes fábricas.
Sólo vio a una Extremadura
con una pobre “comarca”(Las Hurdes)
que, por eso, por ser mísera
¡fue tan traída y llevada!
Sólo vio a una Extremadura
como región olvidada
a la que daban de lado
como vieja y arruinada.
Para ver a Extremadura
para poder admirarla,
hay que recorrer sus pueblos
y llevar abierta el alma,
para recibir en ella
típicas costumbres sanas
que, en el orden del espíritu
no hay quien pueda valorarlas.
Para ver a Extremadura
y, así poder apreciarla,
hay que oírla en sus canciones,
hay que escucharla en su fabla
y así poder comprender
el gran tesoro que guarda
esta vieja Extremadura
castiza, noble y bizarra
que, un día, supo en América,
¡¡ganar tierra, honor y fama!!
Y, en castúo, destacamos este poema de Juan García García titulado REFLEXIONES QUE HIZO UN DIA TÍA GABRIELA A JUAN GARCÍA.
Era el año treinta y ocho,
en la estación estival,
cuando marché con permiso
al pueblecito de Ahigal.
Saludando a la familia
y a toda la vecindad,
mas cuando al fin me dejaron,
marché un ratito al corral
en el cual hay dos higueras,
una blanca, otra añegal
que, a la sazón, se encontraban
con más higos que un nopal.
Subí en ellas presuroso
para sus frutos probar,
mientras entró la vecina
en su lindante corral.
Oigo un: «Pirus, pirus, pirus»,
y un: «Recolla», quién será
aquel que está allí subíu
vestíu de melital,
comiendu jigus maurus
que paeci comu un pardal
encima de la jiguera.
¿Pos habría de sel Juan?
Pero no quieru llamarlu
porque pol causolidá
no ahiga veníu el muchachu
luegu me queu avergonzá.
Asin, que esperu a que baji,
que prontu se jartará
de esus jigus tan redulcis,
de la higuera añegal».
Disimulando yo un poco
la risa que me tentaba,
por oir a la vecina
que tan sola razonaba;
bajándome de la higuera,
en menos de dos zancadas,
me dirigí hacia donde ella
que aún mirándome se hallaba.
Muy alegre le pregunto:
«¿Cómo está usted, tía Gabriela,
cómo anda ese cuerpecito
y qué tal va con la nuera?»
-Esti cuerpu, va pa alantri,
aunque una ya va vieja,
se paeci a un tejau
llenitu to de goteras.
Yo con la nuera, ni hablal,
que no me llevu con ella
y allá se vea el mi Longinu
y le baili lo que quiera.
Y tú, ¿qué te trais paquí?
con premisu habrás veníu
pos, ya jacía seis mesis
quiciás, que te habías íu.
Siempre has estau dandu güeltas
por esus mundus perdíus;
unas vecis, en trincheras
y en hespitalis jeríus.
Pos da la causolidá
de que tu madri ha veníu
a jateal los guarrapus
y a trael unus javíus.
¿pa ondi para ahora Juanillu?
y me dici la mujel
que de cabu y mojacillu.
Ya que te llevan al Ebru,
que te vas a ondi Segundu
y que te güelvis a il
otra ves a correl mundu.
Asin que, compañeritu
estamus todus perdíus.
Pallí, si jierin y matan;
paquí, a pagus rendíus
pos mos tieni el alguacil
con la trompeta aburríu,
pusiéndusi en las esquinas
y, digu a Quicu, ¿has oyíu?
El de la Contrebución
que jaci días ha veníu.
Pos, estu que te he contau,
en todavía no es na,
luegu, vieni el de Consumu
con Cédula presonal.
Toca otru día la trompeta
y sali Quicu a escuchal
y le digu: ¿pa qué es esu?
y me dici: pa pagal,
que me entraban unas ganas
de il pallí pa ondi estaban ellus,
y, en ves de llevarli perras
¡un güen palu de carretu!
jarrealis en las motolas
pa que no andaran golviendu;
agarrarlus pol las patas
y atarlus comu a borregus
y, asina de esta manera,
tiralus al Palomeru
que tantu unus comu otrus,
se jartaban de dineru!
To estu repiti tio Quicu,
ca ves que oyi al pregoneru,
pusiéndusi encabritau
que da cuasi mieu de verlu.
To estu es la pura verdá
pos, el otru dia mesmu,
jui a pagal lo del «Suicidiu»
«Cinta Azul» y «Comeerus».
Aluegu vienin aquí
con unus líus tos nuevus
que si «Platus que son únicus»
«Día son postris y pucherus»
Te jacin tan bien las cuentas,
te dan tantus retorterus
que, al final y al cabu, terminan
¡con que les des el dineru!
Todo este gran repertorio
me contó la Tia Gabriela
desde que le pregunté
por su salud y su nuera;
mientras que se abrió la puerta
y entró mi hermana Isabel
diciéndome: «Ha dicho madre,
que vayas pronto a comer».
-Tía Gabriela, un buen consejo:
Que de los pagos y nueras,
no se agine usted por ellos
¡y que la salud sea buena!
-Igualmenti a ti te digu,
que vengas prontu aviau
que, lo jeríu en la pata,
bastanti ha síu pa dau»
Y, saliendo del corral,
juntándonos en la puerta,
ella dijo: «¡Adiós, Juanillu!»
Yo dije:»¡Adios, tía Gabriela!».
DEDICATORIA: A José Angel Martínez González, amigo, compañero, cacereñeador sublime, fervoroso y enamorado de Ahigal, con un gran abrazo.
NOTA: La segunda fotografía está captada del periódico «Extremadura«, y la tercera se corresponde con la instantánea existente, en su momento, en el despacho de mi padre, Valeriano Gutiérrez Macías, gran amigo, por otra parte, de Juan García García.
JUAN GARCIA, EL CARTERO POETA by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.