Cáceres, siempre Cáceres. En ese recorrido por sus amplias secuencias, en la película de la historia, hoy me detengo en La Callejina. Una pequeña calle, entre la del General Margallo y Barrionuevo. Eso sí, siempre en sombras, siempre en silencio, siempre en silencio… Pero con sus hilos humanos en los fotogramas de la propia dinámica cacereña. Este artículo aparece publicado hoy en el periódico regional y diario extremeño «HOY».

Al revisar los nombres populares por el que son conocidas algunas calles cacereñas, además de los propios, se suele citar, generalmente, los mismos ejemplos. La calle de la Pulmonía, la Plaza de las Cuatro Esquinas, La Ronda, que, dicho sea de paso, tiene su encanto.

Siguiendo el Cáceres de Aquellos Tiempos, hay callejones y pequeñas calles, todas con sus particularidades e historias humanas, caigo en la cuenta en una rúa más estrecha que un silbido, pequeña, y en cuesta, que une las de Margallo y Barrionuevo.

Siempre en sombras, silencio y soledad, sin atractivo mayor que el tránsito vecinal de aquella zona, cada día un poco más alejada del centro de la ciudad.

Los que subíamos desde Margallo nos encontrábamos con el comercio de Mabel, papelería y donde «se recogen puntos de media«, la casa del maestro don Licerio Granados, señalado pedagogo, un colegio-residencia para bachilleres en el esquinazo de la izquierda, o con Juan Ramón Marchena, una institución.

Quienes bajaban desde Barrionuevo, entonces José Antonio, se encontraban de cara con el colmado de Cascos.

Un  callejón que todos conocíamos popularmente como La Callejina y que tenía, probablemente, las siete casas que hay ahora pero en un estado lamentable. En ella sobresalía la figura de doña Quintina Román, maestra, madre de mi compañero y amigo Paco Sandoval y una mujer de negro, cosiendo.

Si acaso el callejón tendrá tres metros de ancho y unos sesenta de pronunciada cuesta. Por La Callejina, en ocasiones, los rapaces nos echábamos carreras hacia arriba, aunque a mitad de la cuesta nos faltaba oxígeno; de corretear hacia abajo, había que frenar casi a mitad para no acabar de bruces en el asfalto de Margallo.

La misma cuenta en la historia con sus nombres propios: Calleja de Moros y, desde 1893, Travesía de Margallo. Aunque un día a algún iluminado se le ocurrió darle el nombre de General Palafox, cuando hay paisanaje con sobrados méritos para prestar su nombre al rótulo de la que siempre fue conocida como La Callejina, un nombre tan popular y cacereño.

NOTAS AÑADIDAS:

              Aquellos días que llegaba el sol, apenas por un esquinazo pegado a la calle Margallo, siempre se encontraba una anciana, sentada en su silla de enea, de riguroso y negro total, con pañuelo blanco en la cabeza cosiendo, mientras tarareaba la musiquilla alegre y popular de las canciones tradicionales cacereñas: «El Redoble«, «La Jota de Guadalupe«, «¡Qué bonitas son las cacereñas!«…

               De otra de las casas, según se bajaba a la izquierda, emanaba un aroma de café torrefactado, con sabor, largaba la leyenda, a «contrabando» desde Portugal, el paquete se vendía a una peseta y cuyo que se esparcía por toda la calle apretujada entre su propia estrechura. Y en una de aquellas casas de La callejina encontró novia y esposa nuestro querido amigo Enrique Romero,Ruiz, bohemio, periodista, que dejó su afinada, estilizada e inquieta pluma en las páginas del diario «Hoy»…

NOTA: La fotografía está captada del periódico «Extremadura«.

 

Un comentario

  1. Leyendo este artículo le encuentro sentido a la expresión, típicamente cacereña, que toda vida he oído en mi casa: “va a salir hasta lo de la callejina”.
    No me imaginaba que pudiera existir realmente esa calle.

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