LUIS ALVIZ, UN TORERO DE CUERPO ENTERO

Luis Alviz Cerro, (Cáceres, 1934), fue un gran torero, mejor dicho, un gran, excelente y fino torero, que siempre dejó el nombre de la ciudad que le vió nacer en un lugar muy alto.

Un busto, con la imagen de Luis Alviz ante la Plaza de Toros de Cáceres.
Un busto, con la imagen de Luis Alviz ante la Plaza de Toros de Cáceres.

Luis Alviz, 1934, fue un torero serio, elegante, de corte clasista, conocedor de los cánones del siempre durísimo, difícil y muy complejo mundo del toro, donde, a lo largo de su historia, tantos misterios y enigmas ha habido, hay y habrá, para que no siempre los mejores sean los primeros y los más destacados. Una serie, acaso, de elementos, que, tal vez, pudieron impedir que Luis Alviz, torero honesto, entregado y respetuoso, entregado siempre al máximo, pudiera haber llegado donde pudo y, a nuestro juicio, debiera de haber llegado en el panorama taurino español.

Hijo de Joaquín Alviz, conductor del marqués de Castronuevo, con palacio en la Plaza de San Mateo, y de Filomena Cerro, la familia del diestro vivía en la cacereñísima calle Damas, Luis sentía y llevaba, desde muy niño, sangre torera. Lo que parecía un objetivo imposible en aquella época de muchos diestros consagrados, de muchos novilleros perfectamente llevados, dirigidos y apoderados, con muchos maletillas viajeros por pueblos y ciudades de España.

Tiempos, por otra parte, de adversidades, de necesidades y austeridades económicas, familiares y sociales, en las que Luis, con cinco hermanos más, le llevaron a arrimar desde muy pronto las lides del trabajo allá en la calle Parras, en la panadería de los Hermanos García, y también como ayudante de obrador de la pastelería del Horno de San Fernando, que regentaba la señora Estila. Trabajos en los que casi nunca se sintió a gusto, sobre todo porque soñaba con el mundo de los toros, lo mismo que llegó a trabajar en otras empresas. Pero siempre con la mente puesta en el panorama taurino.

De cuando en vez, cuando se enteraba, cuando podía, con el objetivo puesto en vestirse de luces, en hacer el paseillo, en enfrentarse a todo tipo de astados, en triunfar en los ruedos, a veces tomaba el olivo, nunca mejor dicho, pero en vez de escaparse de los ruedos, se escapaba de los oficios desempeñados y otros deberes y se largaba a las capeas taurinas que se esparcían, en aquellos tiempos, por los pueblos de Cáceres.

Tal fue su voluntad y constancia, de lo que hay que dejar referencia expresa, que ya el 13 de junio de 1949, con quince años justos, se le ofrece la oportunidad de enfrentarse a unos becerros, en la localidad cacereña de Valverde del Fresno, compartiendo cartel con José Gutiérrez Iquierdo, El Mirabeleño, padre de una figura del toreo como, posteriormente, sería Juan Mora, de alto cartel en la historia del arte de Cúchares.

Un tiempo en el que el cacereño Luis Alviz Cerro comenzaba a ser conocido, inicialmente, con el cariñoso apodo taurino de Capichuli.

De ahí en adelante, con muchas peleas y debates, tanto personales, consigo mismo, como familiares, fue abriéndose alguna que otra puerta del toro, mientras emocionaba cuando se ponía del traje de luces, sencillamente, porque él mismo se emocionaba y contagiaba, con la esencia que emanaba de la sensibilidad y la hondura de la perfección artística que pisaba en los ruedos y en el toreo de salón.

La suerte, pues, de Luis Alviz Cerro, un nombre de gloria en las páginas de la historia del Cáceres de aquellos Tiempos, y, más concretamente del toreo, se escribía con letras de oro gracias al torero que tuvimos en suerte. Aunque la suerte, precísamente, no le acompaña en demasía a lo largo de su trayectoria taurina y que, visto lo visto, juzgando desde el testigo del paso del tiempo, debió de tener muchas corridas, más actuaciones y hacer logrado escalar más peldones y escalones en el siempre más que complejo mundo del toro.

Alviz en un pase en redondo en Zaragoza el 26 junio de 1960.
Alviz en un pase en redondo en Zaragoza el 26 junio de 1960.

Al tiempo iba mejorando notablemente con la capa, con la muleta, con una diversidad de pases, en los que se dejaba horas y horas toreando, como se suele decir, de salón. Donde, según testigos de la época, lo bordaba. La fotografía que reproducimos junto a estas líneas, de su actuación en Zaragoza, el 26 de junio de 1960, es un perfecto ejemplo.

Pero apenas surgían oportunidades. Lo de siempre. Las influencias, las amistades, los intereses.

Ya de novillero comenzó a dejar constancia de sus cualidades desde 1955 e hizo diversos paseíllos, dejando en el aliento de su historial el valor, la cultura torera de las mejores esencias, dicho sin pasión de paisanaje alguno, y estacando su buen arte.

Luis Alviz saliendo a hombros, en 1963, de la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes.
Luis Alviz saliendo a hombros, en 1963, de la Plaza de Toros de San Sebastián de los Reyes.

Como aquel, en la Plaza de Toros de Cáceres, nos remontamos al 8 de agosto de 1965, cuando tomó la decisión de dejar atrás los novillos para dar paso a la alternativa en la esperanza de que hubiera más y mejor suerte. Para ello se encerró, él solo, con seis ejemplares de la vacada del ganadero Flores Albarrán. Desplegó toda clase de suertes, de pases, entre verónicas, chicuelinas, quites por navarras, manoletinas, naturales, derechazos, ayudados por bajo, trincherazos, redondos, a pesar de las dificultades de los astados que salían por el portón de los sustos o toriles.

El balance final fue el de cortar seis orejas y un rabo. Aquel día Luis, el gran Luis Alviz, daba un paso importante mientras le temblaba el pulso de emociones y estampas toreras en lo más profundo. auténtico y sensible de todas las estampas taurinas que  iban desfilando en el panorama de sus anhelos. Y, de paso, de sus inquietudes y Objetivos. Ese era, precísamente, su gran sueño. Triunfar en el mundo taurino.

Porque una semana más tarde, muy lejos de su tierra, el 15 de agosto, tomaba la alternativa, y se doctoraba en tauromaquia en la Plaza de Toros de Gerona, con un cartel de corrida mixta con la intervención del rejoneador Cándido López Chaves, Luis Segura de padrino y Pepe Osuna de testigo.

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Cartel de la alternativa de Luis Alviz en Gerona.

Una corrida que, con toda seguridad, formaría parte inolvidable y emocionante en la vida del elegante diestro cacereño.

Y, al tiempo, una corrida que prácticamente el todo Cáceres esperaba con tanta ilusión y esperanza para que el torero de la ciudad, un ídolo para todos, pudiera dar, de forma definitiva, el gran paso para comenzar a subir puestos en el arte de Cúchares.

Así, pues, llegó el día de la alternativa y hacer el paseillo en el ruedo de la plaza de toros de Gerona. Una fecha memorable.

Y una fecha, a la vez, de la que el periódico ABC se hacía eco en sus páginas taurinas del 17 de agosto del mismo año en lo que hace referencia a la actuación de nuestro torero y paisano:

ALTERNATIVA DE LUIS ALVIZ

«Gerona: Dos novillos-toros de rejones de la ganadería de la Condesa de las Atalayas, de Madrid, para el rejoneador Cándido López Chaves, y seis toros con mucho peso, de Flores Albarrán, de Andújar, para los diestros Luis Segura, Pepe Osuna y Luis Alviz, que ha tomado la alternativa.

Luis Alviz recibiendo los trastos de matar de manos de Luis Osuna. Prensa de la época.

Segundo: Luis Segura entrega los trastos a Luis Alviz y éste, después de fijar al toro, se luce con naturales, manoletinas y otros pases. Pinchazo y dos medias estocadas. Aplausos y salida a los medios.

Séptimo: Luis Alviz está breve con la capa, aunque se aplauden dos buenas verónicas. El bicho es castigado con banderillas negras y el diestro a fuerza de porfiar, se muestra elegante en pases muy toreros. Mata de dos pinchazos y media. Ovación y saludos».

Toda una actuación en la que Luis Alviz tenía depositada una gran esperanza y una gran ilusión. El día de la alternativa y pasar a formar parte, ya, para la historia, del libro de honor de los toreros españoles.

Un dia, para un torero, con luces de oro y valor en su traje, en el que se depositaban muchas esperanzas, muchos sueños, muchos anhelos… Acaso, la luvia florida de estrellas en tantas noches de insomnio.

Ese tenía que ser, debería de haber sido, uno de los grandes días de la historia del toreo en España. Pero se cruzaron, tal vez, quién sabe, muchas adversidades. Entre otras la compleja selección que hacían los empresarios, algunos medios de comunicación y otras circunstancias en las que se entrecruzan demasiadas interrogantes.

Luis Alviz ejecutando un pase de pecho.
Luis Alviz ejecutando un pase de pecho.

Después de ello, de tamaño acontecimiento en la vida de un torero,toca esperar la llamada del apoderado y la de los empresarios. Lo que cuesta un trabajo ímprobo. Y, como se suele decir, sangre, sudor y lágrimas.

Pero Luis Alviz Cerro ya era, sencillamente, torero. Mejor aún, todo un torero de cuerpo entero. A base, eso sí, de mucho sacrificio, de mucha capacidad de aguante y de mucha dureza. Como exigen las circunstancias del planeta de los toros. Pero también de mucho honor. Como en tantas y en tantas tardes, y en tantos ruedos, y siempre ante muy difíciles astados, fue demostrando con harta paciencia, con mucho valor, con toneladas de esmero y de amor propio mientras trataba, ay, de subir poco a poco el palo de la cucaña taurina.

A veces y en ocasiones, como ya queda reseñado, demasiado resbaladizo hasta con los buenos toreros y también hasta con la buena gente. Tal cual es el caso del torero cacereño Luis Alviz Cerro. Sencillamente.

Luis Alviz, un diestro honesto, serio, clasista, como mandan los cánones.
Luis Alviz, un diestro honesto, serio, clasista, como mandan los cánones.

Mientras tanto pasa un año y el 31 de julio de 1966, como recuerda un crítico taurino, vestido de burdeos y oro, hace el paseíllo en la Plaza de Toros de Las Ventas para confirmar la alternativa con Armando Soares de padrino y como testigo Agapito García, Serranito. Los toros correspondían a la vacada de Félix Cameno.

Luis Alviz sobresalía, sobre todo, por su temple, por su seriedad inmensa, poco amigo de desplantes llamativos ni gestos extravagantes para la galería. Le interesaba, solamente, el toro, al que nunca se llega a conocer en los quince o veinte minutos que el mismo permanece en el ruedo.

El torero cacereño destacaba por su elegancia con el capote, que dominaba con exquisitez, y por la capacidad de templanza que emanaba y salía, entre muestras de buen toreo, de su muleta.

Entregó lo mejor de su calidad torera en los ruedos, ante los astados, que es donde se demuestra, de verdad, la sensibilidad, la hondura y la garra profesional.

Tenía vitolas de arte, contaba con el aplauso de los aficionados cacereños, se le admiraba en la calle y en el ruedo… Pero el mundo del toro, como todos los mundillos, resultan la mar de complejos.

Llegó a hacer el paseíllo con grandes figuras del toreo de su tiempo como eran, sin lugar a dudas, Manuel Benítez, El Cordobés, Paco Camino, Santiago Martín «El Viti», Jaime Ostos, Diego Puerta, siempre llamado Diego Valor, con Sebastián Palomo Linares, con Manuel Cano «El Pireo«. Y hasta llegó, en su día, a hacer las Américas. Pero muy pocos, quizás demasiados pocos, se fijaron en él, que seguí su camino. Acaso con representantes y apoderados que no conseguían incrustarle en carteles y en ferias de relieve para ver si el valiente diestro cacereño podía despegar de una vez por todas.

Pasó en una serie de ocasiones, también, por el madrileño ruedo de Vista Alegre, y otros. Pero lo de siempre.

Alviz dando la vuelta al ruedo, en Cáceres, con las dos orejas de un astado. Fotografía de J. Guerrero.
Alviz dando la vuelta al ruedo, en Cáceres, con las dos orejas de un astado. Fotografía de J. Guerrero.

Un día le dijo al autor de este texto, allá por los finales de los sesenta, cuando el periodista trabajaba de becario en la COPE de Cáceres, en los sótanos del Coliseum, unas frases que se me quedaron grabadas. «Nadie sabe, hasta que no está en el ruedo, lo que es sentir a un bicho, de quinientos y pico kilos de peso, a cincuenta o sesenta por hora, pasar rozando tu estómago, tu femoral, tu yugular, tus muslos, tu corazón, tu cuerpo… Y escuchar su bufido… Y que en una fracción de segundo te puede sacar fuera de la plaza y enviar quién sabe dónde«.

Los años iban transcurriendo, lamentablemente con muy pocas actuaciones. Porque el mundo del toro también pega cornadas, y muy fuertes, fuera de los ruedos. Y, a la vez, muchas. Aunque él tiene en su cuerpo doce cornadas, doce, como se señala en los carteles, destacando por su gravedad la cicatriz que figura en su cuerpo con fecha 26 de junio de 1959 en su actuación en la Plaza de Toros de Badajoz dentro del ciclo taurino y ferial de las Fiestas de San Juan ante un peligrosísimo novillo de la ganadería de Albarrán.

Y es que Luis Alviz, torero de cuerpo entero, sí que supo dejar constancia de su compromiso con la belleza, la hondura y el sabor del arte torero, que en España, por cierto es una modalidad de las Bellas Artes, aprobado en Consejo de Ministros, y que solamente trataba de de escribir sobre la peligrosa arena de los cosos la mezcla de su torería, una gran palabra, de su inspiración, de su dignidad torera, y, sobre todo, de ser un gran lidiador. Y eso hay que decirlo para que queda constancia en los altares de la tauromaquia.

Otra cosa bien diferente es que la suerte le volviera la espalda.

Alviz vistiéndose, en el Hotel Alvarez, de Cáceres, para el día de su retirada de los ruedos.
Alviz vistiéndose, en el Hotel Alvarez, de Cáceres, para el día de su retirada de los ruedos.

Un mal día del año 70, pero lógico, se decidió a colgar trastos. Aunque reapareciera cinco después para cortarse la coleta ante su público cacereño, sus amigos cacereños, su afición cacereña, sus gentes cacereñas. Fue el 1 de Mayo de 1975 en una corrida mixta en homenaje al propio Luis Alviz que se despedía de la afición ante dos toros de la ganadería de Francisco Galache, de Hernandinos, en Salamanca. Y con un cartel completamente cacereño, Luis Alviz, Morenito de Cáceres y Antonio Sánchez Cáceres el coso, penosamente, solo hubo media entrada.

Tras el paseíllo, en medio de una intensa ovación que ardía desde los tendidos Luis Alviz en su primero cortó una oreja, con petición de otra y vuelta al ruedo. Mientras que en el segundo de astado de su lote, tras una faena bordada y muy completa, en medio de un riachuelo de arte, cortó dos orejas y rabo y dio dos vueltas al ruedo, mientras el pulso le temblaba de emoción, del más puro sabor taurino, de todo el arte que había dejado en una fecha tan memorable como la que suponía y representaba decir Adiós a los Ruedos.

Porque finalizada la lidia y, ya en el centro del ruedo de la Plaza de Toros de Cáceres, se procedió al acto simbólico del corte de la coleta en un acto lleno, siempre, de emociones, de sabor torero y taurino, en medio, nuevamente, de una muy prolongada ovación, mientras la afición le sacaba a hombros por la Puerta Grande.

¡Qué gran despedida para una muy compleja carrera profesional…!

Pero, al menos, para la historia, queda el busto que un día se le erigió ante la fachada de la Plaza de Toros de la Era de los Mártires, lo que supone todo un brillante recuerdo para la posteridad. Una Plaza de Toros, por cierto, que se inauguró el seis de agosto del año 1846, y con la actuación de los diestros José Gómez «Chiclanero» y Manuel Díaz «Lavi», y dos corridas más los días 7 y 8 de agosto, con nueve toros de la ganadería de Gaspar Muñoz y Pereiro, de Ciudad Real, y otros nueve astados procedentes de la prestigiosa ganadería del Duque de Veragua.

Como dato ilustrativo dejamos constancia de este curioso documento, que nos ha facilitado mi querido amigo Julián Manzano Garrido, y con el que el entonces todavía novillero Luis Alviz Cerro y su apoderado, Máximo Robledo, felicitaban las Navidades a sus amigos y admiradores.

Y, también, para que figure en un lugar destacado para los amantes cacereños del toreo, en particular, y, también, para los amantes del toreo en general, el dejar constancia del pundonor que de siempre brilló y relució, sobremanera, en ese traje de luces y que, cuando se vestía con el mismo, lo iba haciendo, lenta, pausa, reflexiva, devotamente y enmendándose, siempre, claro es, a la Santísima Virgen de la Montaña, patrona de Cáceres, que, también, siempre, tenía a mano el capote milagroso cuando nuestro torero actuaba por los cosos del mundo.

Y, como nota final, este referencia que se publicaba en una revista semanal y taurina de los años sesenta.

Toda una carrera en la que tanta ilusión puso, que tantos días y semanas y meses y años aguardó con extrema capacidad de ilusión.

NOTAS:

1.- La quinta fotografía está captada del Blog Blanco y Oro.

2.- La sexta y la séptima forman parte de la colección de fotografías de Juan Guerrero.

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LUIS ALVÍZ, UN TORERO DE CUERPO ENTERO by JUAN DE LA CRUZ GUTIÉRREZ GÓMEZ is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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