TUNA NORMALISTA CACEREÑA… «MOCITA DAME UN CLAVEL»

«¡Aúpa la Tuna…!». Y allá que marchaban en 1963 los estudiantes de Tercer Curso de Magisterio, cantando «Clavelitos», por la Avenida de la Montaña, atravesando la Avenida de España, y llegarse hasta la Casa Sindical, con las cintas de su capa estudiantil al aire, entre tantos suspiros…

Corrían, tal vez, los idus de marzo correspondientes al año 1963. Se celebraba, en aquel entonces, la Fiesta de Santo Tomás de Aquino, Patrón de los Estudiantes, que años después, el calendario, trasladaría al 28 de enero. 
Y en el Teatro de la Casa Sindical tenía lugar un Festival en conmemoración y en honor a la festividad estudiantil y también, claro es, al santo Patrón, que posibilitaba un día libre, de ausencia de las bancadas de las aulas de la Escuela Normal. Lo que hacían entre la representación de una Comedia y la actuación de la Tuna Normalista Cacereña.
Los tunos, ay, se lanzaron  por las calles de la capital, con su voz, potente, con su sin par alegría, con el derroche de la picaresca que emana de sus canciones, entre largas sonrisas, al son y al ritmo de las bandurrias, de los laudes, de las guitarras y de las panderetas, entonando «Clavelitos«, («Mocita, dame un clavel, dame un clavel de tu boca, para eso no hay que tener, mucha vergüenza ni poca…!«), «Fonseca«, («¡No te acuerdas cuando te decía., a la cálida luz de la luna, yo no puedo querer más que a una, y esa una, mi vida, eres tú..!«), la «Tuna Compostelana» («¡Cuando la tuna te de serenata, no te enamores, compostelana, que cada cinta que lleva mi capa, guarda un trocito de corazón…!«), «La Aurora» («Cuando la aurora tiende su manto, y el firmamento viste de azul, no hay un lucero que brille tanto, como esos ojos que tienes tú…!«), «Debajo de tu ventana«, «Las cintas de mi capa» («Enredándose en el viento, van las cintas de mi capa, y cantando a coro dicen: ¡quiéreme, niña del alma!«)…
… Y el gentío cacereño , con la serenata del pasacalles, se asomó corriendo a sus ventanas y balcones, ay, para ver la tuna pasar, en medio de una lluvia de flores, que hasta se escuchaba el más que dulce silbido de los pétalos volanderos a los simpáticos tunos, en medio de otra lluvia cuajada de besos regados de carmin, tanto que el aire se pintarrajeaba de rojo, y en medio, también, de una lluvia de adioses y con las espectadoras bamboleándose de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, al ritmo y la marcha que imprimía el mágico sonar de las canciones de los tunos…
Allá que se alzaba la banderola de la estudiantina, elevada, bailoteando y haciendo cabriolas en los aires cacereños, plagada de escudos, y quién sabe si de un montón enorme de arrobados corazones de muchachas… Allá que saltaba el tuno de la pandereta haciendo sonar la misma con la punta de los zapatos en un alto brinco, y en los codos, en la cabeza, y en la rodilla, en un ejercicio más propio de malabaristas… Allá que sonreían todos los estudiantes de la serenata, al unísono, como conchabados en la noche de la serenata a la luz de la luna, con las miradas tratando de buscar y encontrarse con unos ojos, con una cara, con unos labios, con una lágrimas cuajadas de luz de pasión… Allá que todos coreaban las canciones de los tunos, y, siempre, siempre, siempre, soñando… Allá que las cintas de las capas de la estudiantina revoloteaban de forma saltarina, marcando el compás de sus pasodobles, de sus melodías. y toda una larga colección de ilusiones de tantas jovencitas que suspiraban en la noche perfumada y cuajada de estrellas amorosas que llevaban el dulce cantar…
Y, cuentan, muchas jovenzuelas cacereñas se echaron a la calle, arrebatadas por todo un impulso de emociones profundas y de sentimientos en lo más hondo de sus adentros, dejando resbalar una lagrimilla transparente y naciente en los numerosos manantiales del alma.
¡Ay esos tunos robacorazones cumpliendo, una vez más, el rito de la más ancestral historia de las estudiantinas, que de casta le viene al galgo, como se suele decir de forma popular y coloquial, y que se remonta varios siglos atrás, que pugnaban, entre ellos, por seguir colocando en sus cintas variopintos escudos y sentimientos y palabras de amor y besos de tantas y tantas jóvenes, de tantos lugares, entregadas a los estudiantes y entusiasmadas por colocar en su capa las mejores galas nacidas en las inquietudes de sus amores juveniles…!
Mañana, los tunos, quién sabe, emprenderían nuevas rutas camineras, lejos de las de ayer, de las de anteayer, dejando en cada puerto un amor, con sus mandolinas al hombro, con sus acordeones enfundados, con  el rasgueo de sus aventureras guitarras, con las finas notas de sus laudes y de sus bandurrias, con sus canciones tan sugestivas, tratando de picotear de flor en flor, entre palabras y promesas de amores que tantas veces se llevaba el viento por delante…
¡Ay, esos sueños de la eterna, pero, sin embargo  pasajera juventud, ahora que, con tantas noches de ronda a sus espaldas, el articulista empuña su bandurria, repleta de esas historias que surgían, en virtud de tantas curiosidades, por las calles de una Salamanca de eternos ensimismamientos entre la Universidad, siempre de gala, y aquella legión de Colegios Mayores donde aún retumban las algarabías de las estudiantes cuando escuchaban que se aproximaban los tunos cantando palabras de conquista con el acorde de todos sus instrumentos musicales…
La tuna de la Escuela Normal de Magisterio fue fundada poco antes de la fecha de la fotografía, como se especifica al principio de estas lineas, ganadora del Primer Certamen Nacional de Tunas de Magisterio, que se celebró en Sevilla.
NOTA; A mi querido amigo de siempre, Bartolomé Ramos Rodríguez, presente en la fotografía, y que hace tan solo unos días se despedía de nosotros. Y a su viuda, Angelines Durán Mozo, que me ha facilitado la instantánea, el mejor abrazo…

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