PREGONES DE VENDEDORES AMBULANTES

Aquel Cáceres de los años sesenta estaba sembrado de vendedores ambulantes de todo tipo y condición que hacían muy populares sus pregones voceando las mercancías que compraban o vendían, mientras se pateaban la ciudad y trasegaban por las calles arriba y abajo.

 

LATERO O LAÑADOR
Un lañador o latero trabajando en la calle en los años sesenta de la pasada centuria.

Con sus panas permanentes y curtidas por el uso, con sus zapatillas de esparto, con su boina o sombrero de paja, con el cigarrillo de picadura clavado de fijo en la comisura de los labios, con la cara rajada por la crudeza de la vida, mientras tiraban de las riendas de un burro, de un mulo o de una yegua, con amplios serones en su lomo y en los que se albergaba la mercancía correspondiente.

Vendedores que llegaban, por lo general, de las poblaciones cercanas. El Casar de Cáceres, Sierra de Fuentes, Malpartida de Cáceres, y otras más lejanas, a la búsqueda de unas perras para ganarse la vida como buenamente podían y salir adelante, como se quejaban todos, entre estrecheces y sacrificios.

Según las épocas se escuchaban, en similares a las de los calores estivales de ahora, los de «¡A raja y calaaa…!» o «¡Sandías coloraaaás…!«, o «¡Melones dulces y amarilloooos…!«, que estaban de moda en aquellos veranos. Sobre todo, cuenta el relato de la tradición oral, los procedentes de Madrigalejo.

melonero garrovillas en arco de la estrella
El melonero conocido como El Garrovillano con su mercancía por el Arco de la Estrella en una postal del año 1920.

El melonero, cuando se acercaba el comprador, sacaba una navaja del bolsillo y abría el melón para dárselo a catar al cliente. Si se llegaba al acuerdo en la relación calidad/precio, el vendedor colocaba el melón en uno de los platos de una romana, lo pesaba hasta nivelarla y trato hecho. Con la sandía pasaba igual. Pero había que verle el color rojo que era sinónimo de calidad y dulzor.

También voceaba por las calles el Pielero Conejero que trataba de adquirir pieles de los lepóridos, que entonces se compraban enteros, con la piel incluida, y que desguazaban las amas de casa, tirando con fuerza de la misma, para trocear posteriormente al animal o el alfarero que llamaba la atención con su mercancía voceando: «¡Piporros finooos…!«, «¡Macetas de barroooo…!«.

Semanas antes de la bajada de la Virgen de la Montaña había chicos que vendían «¡Trébol pa los borregos..!» a los críos de familias algo pudientes y cuyas familias les compraban un borreguillo, que desaparecía como por arte de magia, entre desconsuelos de los niños, en las proximidades de la romería, y al que durante unas semanas mimaba toda la pandilla con biberones y con trébol, con lazos y cascabeles y hasta vigilando su sueño. Un corderito que, menos a clase, iba a todas partes. Si trotábamos, trotaba; si andábamos, andaba; si correteábamos, correteaba; si nos subíamos a los arboles, se apoyaba con las patas delanteras en el árbol y balaba lastimosamente…

carbonero caceres calle caleros. años 60
El carbonero conocido como el Tío José Barriga recorriendo la calle Caleros con el burro y su mercancía.

Con la llegada de los días más fríos del otoño, y la proximidad de los inviernos, las calles cacereñas se embadurnaban de carboneros que, con la cara así como encogida y desgarrada por la pena negra, gritaban desde primera hora, tras caminar en plena madrugada desde sus pueblos, cobijados, encima de un jumento, y encogidos bajo una manta: «¡Carbón de encinaaa…!» y «¡Picón de olivoooo…!«. En un largo recorrido, calle arriba y calle abajo, por toda la ciudad, para tratar de calentar los hogares cacereños, con su mercancía, que salía de las carboneras de los pueblos más cercanos a la capital.

Lo mismo que se encontraban vendedores de pajarillos, que cazaban a red, aún estando prohibido, porque había que salir adelante, un plato, por cierto, verdaderamente delicioso, y vendedores de ranas, sobre todo allá por la calle Pintores, musicalizando un sonsonete que se escuchaba del siguiente tenor: «¡A las ricas ranaaaaas, que se comen hasta sin ganaaaas…!«. Otro plato, por cierto, verdaderamente exquisito.

leoncia gómez
La señora Leoncia, uno de los personajes más populares, que, a partir de las siete de la tarde pregonaba en la Plaza de San Juan: «¡Ha salido el Extremaduraaa…!

Otros pregones eran el de la señora Leoncia Gómez que no paraba de gritar en la Plaza de San Juan a partir de eso de las siete de la tarde: «¡Ha salido el Extremaduraaaaaaa….!» y «¡Las últimas noticias en el Extremadura de hoooy…!«, con un fajo de periódicos bajo el brazo izquierdo y mostrando el ejemplar del diario católico, los de «¡A la rica patatita americanaaa…!«, especialidad de una señora que vivía en la calle Margallo, la mujer de un repartidor del periódico Extremadura, vendiendo su chiclosa mercancía.

Lo mismo que se escuchaban, de modo más que frecuente, las voces del lañador o latero voceando «¡El lañaoooó…!«, que caminaba con un recipiente de fuego que mantenía y avivaba moviéndolo adelante y atrás de modo permanente y que arreglaba toda clase de pucheros, ollas, cazos, cazuelas, jarrones, palanganas, cacerolas, perolas y barreños.

Otro pregonero ambulante por las callejuelas y plazoletas de aquel Cáceres del alma era el vendedor de los ricos dulces del Casar con el atractivo y sugerente grito anunciador que escuchábamos con más deseos y celeridad que los anteriores cuando voceaba: «¡Bolluelas, mantecados, rosquillas de anís, roscas de alfajor, madalenaaas…!«.

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Un afilador, a la altura de la Iglesia de San Juan, y rodeado de la típica curiosidad infantil de siempre.

También era muy frecuente escuchar al afilador que hacía sonar una especie de flautilla o silbato, con la bicicleta a cuestas sobre la que llevaba una piedra de afilar y gritaba: «¡El afiladooooor…!«, «¡Se afilan cuchillos y navajaaaas…!«, con el mismo pedaleando para hacer girar la rueda de amolar, siempre, como en la fotografía, rodeado de la grey infantil, que se asustaba entre las chispas que provocaba el roce del metal con la piedra.

Y, asimismo, se pregonaban las voces sin parar de los chamarileros, especialista en comerciar con todo tipo de trastos viejos, mientras todos ellos, venderores y compradores ambulantes, se desgañitaban por las calles y plazuelas del todo Cáceres tratando de llamar la atención de sus oficios y ocupaciones en busca de las escasas pesetas con las que, en aquella época, podían disponer las casi siempre muy apuradas amas de casa y que se las veían y se las deseaban tratando de estirar, como buenamente podían, los jornales que se ingresaban en las casas para sacar adelante día a día, el hogar, sabrá Dios, entre cuantas angustias, números, cuentas, silencios, lágrimas y puede que hasta con su correspondiente puñado de oraciones.

Lo mismo que otros viejos pregones por las calles y plazoletas del Cáceres de Aquellos Tiempos sonaban del siguiente tenor: «Tin tirirín, tin tiririn… Se arreglan sartenes, paraguas, cacerolas, y pucheros de por-celana… El estañaoooorrr...».

Digital Camera
Los cacereños llevamos ya la friolera de noventa años comiendo las patatas fritas El Gallo. Toda una delicia y un suculento manjar.

Otros vendedores llevaban en unas cestas de mimbre un montón de paquetes de patatas fritas que anunciaban al grito de «¡El Gallooo…!«, que desde 1957 se elaboraban en la fábrica ubicada en la Plaza de la Audiencia, y, previamente, en la calle Sande, desde que se le ocurrió la idea a Nicolás Condón Leal allá por los años veinte. Y que le puso el nombre del Gallo porque era el apodo con el que el mismo era conocido en los ambientes populares y ciudadanos de Cáceres.

También desde Aldea Moret llegaban vendedores de asperón, arenisca, y que utilizaban las amas de casa que se esmeraban de lo lindo en sacar brillo al menaje de cocina.

Tampoco faltaba, claro es, el grito del «¡Piñoneroooo…!«, siempre con un gran costal a cuestas, como otros muchos que figuraban en la senda de los recorridos diarios y que se dividían por áreas geográficas de caminatas semanales o quincenales, buscando claro es, los núcleos o áreas poblaciones más habitadas y tener, de este modo, más opciones de ir liquidando poco a poco, y gota a gota de sudor, de esfuerzo y de pena, su mercancía.

La Romana era un elemento imprescindible para la mayoría de los vendedores ambulantes de aquella época.

Asimismo también lanzaban sus pregones a voz en grito aunque fuera de forma monótona y aburrida, hasta la afonía y desgañitarse, aquel que decía: «¡El Chatarrerooo…!«,  lo mismo que pasaba con frecuencia el arreglador de paragüas al grito de «¡El Paragüerooo…! ¡Se arreglan paragüaaas…!», o los traperos a la voz de «¡Trapooo…!«, y los escardadores de lana para colchones, y los mieleros, y los limpiabotas, casi todos de raza gitana, a la llamada de atención de «¡Limipiaaa…!«.

Otro pregón, monótono y constante, que se escuchaba por todas las esquinas estratégicas de la ciudad de Cáceres era el de los ciegos y vendedores de cupones y que solían ofertar su mercancía al grito de «¡Para hoyyy…!. ¡Los iguales para hoyyy…«.

Y pregón corriente era el de muchos vendedores de chucherías, con sus carrillos, más bien fijos que ambulantes, claro es, y de los vendedores de los cines que, aprovechando el descanso, llevaban una cajita con una cinta colgada al cuello y que pregonaban, también en ripio: «¡Hay chicles, pipas, caremelos, regalíz, almendras saladas y garrapiñadaaas!».

Allá en el invierno había puestos, en algunas esquinas de las calles más céntricas, claro es, de vendedores de castañas asadas, que las preparaban sobre un una especie de hornillo alimentado con carbón encendido y que gritaban: «¡Hay castañas asadas y calentitaaas…!«.

También es de destacar la figura de los habituales y frecuentes charlatanes, que solían llegar procedentes de otras ciudades con un amplio repertorio de figuras de porcelana, mantas y otros objetos. Vendedores y charlatanes, al tiempo, que trataban de captar la clientela de las amas de casa y visitantes a su puesto al grito de. «¡Y por el precio de una no se lleva ni dos ni tres. Se lleva hasta cuatro! ¡Vaya chollo!«. También, en sus ansias, apetencias y necesidades de ventas pregonaban: «¡Vamos, guapa, que hoy tiramos la casa por la ventana!«. Gritos de voceos de atención con los que trataban de hacer ver que los clientes, mejor dicho, las clientas, se encontraban ante el chollo de su vida.

A la voz de todos ellos salían los cacereños de sus casas, curioseaban las mercancías y adquirían los productos de unos vendedores artesanales y trotamundos, en una estampa ya perdida por las calles de Cáceres.

También sonaba el pregón, incansable, de aquellos areneros tirando del burro, mientras esparcían el sonsonete de su mercancía a los cuatro vientos, deambulando calle a calle, al grito de «¡Arena fina del Taaajo, si no bajais, al caraaajo…!«. O, también, el voceo incansable de aquellos vendedores, siempre errantes, trotamundos cacereños siempre, que se dejaban la voz pregonando: «¡Suero caliente, pa las viejas que no tienen dientes!«…

En este paseo por los parajes de los pregones también suenan aquellos vozarrones que irrumpían en los hogares y que se escuchaban del siguiente tenor: «¡A la rica aguamiel con «trompezones»…!» o el de «¡Señooooooras, asperón…!«…

Otro pregón que se escuchaba de modo frecuente era aquel que transmitía aquel vendedor llamado Eloy: «A er caca, ñiño a er caca, a er caca ñiño a er caca… a er cacahueeee, a er cacahueeee, a er cacahueeee… a er cacahueee...».

NOTA: La fotografía del lañador está captada del blog cronistasoficiales.com y la del melonero se corresponde con una de la serie realizada por Eulogio Blasco en 1920. La del carbonero nos ha sido facilitada por Luis Montes Quijada.

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