ROSTROS CACEREÑOS…

Confieso que soy un admirador profundo de los rostros, impresionantes, impresionables, duros, esforzados, severos, del Cáceres y de la Extremadura rural, de los campesinos, agricultores y de aquellas mujeres heroicas, cruzadas de pueblo y campo, que se fueron por el sendero de la eternidad, dejándose el pellejo en la dureza y severidad de las caminatas del día a día, entre los surcos, siempre inveterados, de la tierra parda…

 

Mujer de Cañamero, 1928, fotografía de Ruth Matilda Anderson.
Mujer de Cañamero, 1928, fotografía de Ruth Matilda Anderson.

Mi pequeño archivo cuenta con una serie documental de rostros cacereños desdibujados en el pulso de la historia, cansados de trasegar afanosamente en un sin parar, en un sin vivir, desgarrados, que miran quizás con una interrogante de misterio, de enigma, como preguntándose, tan solo, entre resignaciones y paciencias, a voz en grito, o, tal vez, en medio de un estrepitoso silencio «¿Por qué? o, acaso: «¿Por queeeeé?».

Como este Rostro de la izquierda, fotografía titulado CON SOMBRERO DE PAJA, captado por Ruth Matilda Anderson, en 1928, en la localidad cacereña de Cañamero.

Rostros archivados de la mano de extraordinarios fotógrafos, de buenos, muy buenos escritores, ensayistas, filósofos de la razón, ignoro si pura o no, de reportajes sobre la historia de los pueblos y aldeas de la provincia de Aquellos Tiempos, de humanistas y sociólogos, de artículos desgarradores, de personajes que faenaban entre sus andaduras y nos iban dejando ese sorprendente legado de Rostros Cacereños… Rostros de misterio como la negra pena, de sabores como la pena negra, rostros abrasados en el crujido del azar de la vida, rostros que no saben dónde mirar pero que, eso sí, cabalgan a lomos de una dignidad inmensamente infinita, hacia la justicia del juicio tras tantos avatares…

Rostros que, junto a otros testimonios de nuestra historia, sacrosanta, y otras veces, como perseguida –o, tal vez sin como– por los disparos traidores de la maldición, parecieran perseguir, uno y otro día, siempre, por las campas de cada amanecer hasta la propia oscuridad de la noche más cerrada, a nuestras buenas, humildes, esforzadas gentes en el vía crucis de esta vereda. Gente admirable, con un corazón de sortilegio para aguantar los azotes de la ira del viento, las piedras de los tropiezos, la carencia de la sonrisa, quizás, puede, acaso, por la hipotética carencia de músculos en la cara…

Campesino de una comarca del Norte de Cáceres en los años 20
Campesino de una comarca del Norte de Cáceres en los años 20

Pero gentes, siempre, muy luchadoras, pudiera decirse que eternamente luchadoras, que ganaban el pulso a la noria de los sufrimientos, aunque en ocasiones se los llevara por delante la corriente del agua y tuvieran que asirse a la esencia del aire, al misterio de la nada, y, en ocasiones, sucumbir ante la adversidad. ¡Porque la vida no son cuatro días, como señala el dicho popular…!

Me pregunto, ahora, con la mano en mi alma extremeña que he dejado y plasmado cientos de veces, siempre desde la buena fe, mis paisajes y mis parajes por las campas cacereñas y extremeñas, por numerosos lugares de la comunicación: ¿Por qué no sacaba adelante, pues, estas fotografías, en vez de morir en un archivo que, no se, un día podría desfallecer en el aburrimiento y aislamiento de un despacho, como se olvidan tantos recuerdos, tantas estampas, tantas imágenes… para la nada?

Me lo he jugado, entonces, mano a mano, en mi conciencia como si fuera un verso suelto de la paz que uno quisiera guardar y fortalecer… Pero, antes, es de justicia revitalizar esa serie de Rostros Cacereños que tanto quieren decir sin decir nada porque ya, tan solo callados, lo manifiestan, lo relatan, lo cuentan todo, absolutamente todo, cuando han estado días, semanas, meses y años, muchos años, callados en ese hipersilencio que mamaron de la propia rutina cuando sus primeros pasos…

Entonces, al cabo de unas reflexiones conmigo  mismo, pensé que merecía la pena pregonar la expresión de estos rostros que tanto tienen que apuntar en las columnas de la historia de la provincia de Cáceres…

Hurdano, años treinta, aproximadamente.
Hurdano, años treinta, aproximadamente.

Por eso hoy abro la puerta de un camino, a caballo de esos quehaceres del escritor y del periodista, con su pluma apaisajada por las veredas de la admiración y el respeto a tantas gentes que supieron escribir, como muchos, parte del recorrido de la tierra cacereña. Basta, tan solo, con detenerse en las estampas, en las miradas, en los entresijos de esas fotografías…

He de confesar, amigo lector, que al teclear el ordenador y escribir este pequeño ensayo, me tiembla el alma, contemplando esos documentos fotográficos que silban en el aire, que duelen en su reflejo y en su esencia, y que quienes hemos conocido, siquiera fuera un mínimo segmento de algunas de tantas y tantas vidas anónimas de nuestras gentes de pueblo y campo, y también de ciudad, claro, sentimos el escozor de esos hombres, de esas mujeres, de esos chicuelos, que supieron labrar con extraordinaria dignidad los surcos de la tierra parda.

También me pregunto por esas fotografías. A veces no las saqué por dolor ajeno y propio, en ocasiones porque pasaba por el tamiz de los mismos como queriendo dejar atrás una página de la historia de tanto dolor, otras, sencillamente, por olvido, y, finalmente, otras, porque uno también llora y le resulta muy cuesta arriba escribir una línea con los ojos empañados por esas lágrimas que humedecen y nublan la vista.

Aquí, por ejemplo, teneis, a la izquierda, a una lavandera cacereña de extraordinario esfuerzo humano y familiar. Su cara, su rostro pareciera un poema de lucha y de sacar adelante la casa , como lo es, de paz y esperanza. Se trata, sencillamente, de Vicente Polo Salgado, a la que, siguiendo la tradición de aquellos tiempos, conocían bajo el apodo de La Farruca, heredado, al parecer, de ese mismo apodo con el que se conocía a su padre.

Gracias, pues, mil veces mil, a esos Rostros Cacereños de los que emerge tanta Serenidad, tanta Paz, y cuyas gentes fueron capaces de recorrer los pedregales de las andaduras, entre vértigos y dolores, conformado por decenas de arrugas de trabajo, esfuerzo y padecimientos…

La voz, sí, la voz escrita, que es la palabra, me ha conmovido con esos Rostros que, paulatinamente, iré dejando para mis amigos y lectores con la voz atragantada en aquellos enormes afanes a los que se veían obligados, desde la necesidad y la exigencia, para salir adelante, en medio de todo un desgarrador marasmo y un maremagnum de interrogantes…

Gracias, pues, a esos Rostros Cacereños de tanta y tantísima Dignidad…

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