SAN JORGE EN LA IGLESIA DE SANTA MARIA

San Jorge, Patrón de Cáceres, 23 de abril, coincidiendo con la fecha en que, allá por 1229, las tropas cristianas de Alfonso IX de León arrebataron Qazrix a los árabes, es una de las imágenes que figura en el retablo plateresco de la Concatedral de Santa María.

 
Casi con toda seguridad es, por el motivo citado anteriormente, por el que, muy posiblemente, la tradición popular señala a San Jorge, como intercesor en la reconquista de la entonces villa.
 
El retablo de la catedral cacereña, de 1551, es obra de Roque de Balduque y Guillén Ferrant, elaborado en madera de cedro. En la estampa de San Jorge se le aprecia, como es habitual y dicta también la tradición, luchando contra el dragón.
 
La fotografía es obra de un eminente cacereño, como Antonio Cristino Floriano Cumbreño, catedrático, arqueólogo, director de la Escuela Normal de Cáceres, Cronista Oficial de la ciudad, director del periódico «La Montaña«…
 
El documento fotográfico referido figura como portada del libro «CACERES MONUMENTAL VISTO EN UNA HORA«, publicado en el año 1941, por Antonio Floriano Cumbreño, con el curioso y muy acertado antetítulo que reza así: «NO SE VAYA USTED SIN VER LA CIUDAD ANTIGUA«, tal como se conocía, en Aquellos Tiempos, al Casco Histórico Monumental Cacereño y hoy, también, CIUDAD MEDIEVAL.
Antonio Floriano Cumbreño es, asimismo, autor de otras publicaciones de relieve como «GUIA HISTORICO-ARTISTICA DE CACERES«, «LA VILLA DE CACERES«, y otras de manifiesto interés.
 
Jorge de Capadocia, formado en la educación cristiana, formó parte de las huestes del ejército del emperador Diocleciano, alcanzando el grado de tribuno en la guardia personal del mismo,  hasta que, en el correr del año 303, fue decapitado por negarse a participar en la persecución de los cristianos.
Posteriormente Jorge de Capadocia fue canonizado por el Papa Gelasio I.
Como anécdota curiosa señalar que en la celebración de las fiestas en honor de San Jorge, en la capital cacereña, se celebraba, con rango histórico-costumbrista, unas peleas a brevazos entre bandas rivales de muchachuelos cacereños.
 
Lo peor no eran las manchas en la ropa, sino algún que otro ojo morado. Hasta que el Ayuntamiento decidió prohibir tales enfrentamientos «bélicos» de la muchachada cacereña por el peligro para los transeúntes que, de repente, se encontraban inmersos en los campos de batalla, recibiendo impactos de la munición entre unos y otros «ejércitos«.

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