Hoy incorporo a esta sección, ANTOLOGÍA SOBRE CACERES, un artículo sencillamente magistral. Se trata de CACERES, escrito por José Ramón Mélida, que fuera Director del Museo Arqueológico Nacional, y que apareció publicado en el periódico cacereño El Bloque, en su número 11, correspondiente al 21 de enero de 1908. Ha resultado todo un placer escribirlo letra a letra para esta sección mientras recorría Cáceres palmo a palmo de su hondura y belleza.
José Ramón Mélida, 1856-1933, arqueólogo y escrito español fue un enamorado de Cáceres, ciudad y provincia que recorrió en numerosas ocasiones, llegando a ser el autor de la publicación CATALOGO MONUMENTAL DE ESPAÑA. PROVINCIA DE CACERES (1914-1916), así como de otros numerosos estudios del máximo rigor y erudición. Una tarea a la que se consagró de por vida. También fue el afortunado descubridor del Teatro Romano de Mérida en ese Conjunto Arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad.
Y este es su artículo titulado, sencillamente, CACERES, en el que José Ramón Mélida y Alinari, toda una autoridad y toda una eminencia, recorre, con singular esmero y detenimiento, el Casco Histórico Antiguo.
Es imposible recorrerla histórica ciudad de Cáceres, contemplando su viejo aspecto urbano con ojos de artista, sin sentir el recuerdo de la sin par Toledo. Como ésta, se halla en Cáceres sobre una colina quebrada; como en Toledo en Cáceres, todo son cuestas y desniveles, lo que aumenta el carácter pintoresco de los lugares; como en Toledo, el dédalo de las calles estrechas y tortuosas de Cáceres revelan al punto su primitivo trazado árabe, y en fin, como en la ciudad imperial, en Cáceres la abundancia de construcciones antiguas, iglesias, palacios, casas ricas y pobres, murallas y torres defensivas, se ofrecen en abundancia tal y domina en ellas el gusto y la tradición arábiga de manera que el visitante transportado a otros tiempos, sin esfuerzo de imaginación recibe la honda impresión estética de lo retrospectivo que aún vive y se mantiene en las calles que recorre y edificios que mira y escudriña. Es una antigua ciudad que hallamos entera y de cuyo marcado sabor en época gustamos deleite.
Apenas tiene nombre Cáceres entre las ciudades monumentales de España, y merece tenerle. Si de excursión artística vais a Extremadura atraídos por la bien sentada fama de la Catedral de Plasencia, de las joyas pictóricas y bellezas arquitectónicas de Guadalupe, de las grandezas romanas de Mérida y del magnífico puente de Alcántara, deteneos en Cáceres, donde una ciudad entera os hará vivir en otra Edad y admirarla.
El conocedor del arte luego advierte, al recorrer Cáceres, que en ella predomina como característica y como feliz remate de una fuerte tradición medioeval, la arquitectura de los siglos XV y XVI, con la severa traza de la arquitectura militar, los elegantes rasgos del estilo gótico y las gallardías decorativas del Renacimiento.
Pero quien desee conocer bien aquella interesante ciudad, forzoso es que rastree las etapas de su historia en sus mismos monumentos y su singular topografía.
En ella se reconoce alterado por otras civilizaciones el trazado del castro romano de la colonia Norba Caesarea y en las murallas, torres y puertas fortificadas, importantes trozos romanos entre los cuales es muy de notar el lienzo de muralla en que se apoya el mercado y la puerta conocida como el nombre de Arco del Cristo.
Bajo moderna vestidura, aún se reconoce la estructura romana de una torre reconstruida en la del reloj que figura como principal en la plaza de la Constitución o centro de la ciudad; y en un cuerpo que la domina bajo un arco, aparece colocada por los modernos una magnífica estatua de mármol de la diosa Ceres., obra antigua de primer orden. Todavía, en el patio de la casa.palacio de Torre-Mayoralgo existe otra estatua marmórea femenil, asimismo romana, más con una cabeza moderna y tan desgraciada que justificaría la decapitación.
En este mismo patio se ven dos capiteles ornamentados correspondientes a una importante fábrica visigoda, únicos testimonios que en la ciudad hallamos de la civilización siguiente a la romana.
En cambio los restos árabes denotan un nuevo engrandecimiento local. Las murallas de hormigón con unos grandes lienzos o cortinas y sus recias torres cuadradas, que recuerdan la fortaleza de la Alhambra impresionan vivamente, y hay un baluarte. Torre-Mochada, nombre moderno que denota el aspecto ruinoso de la misma, la cual cautiva los ojos con su singular fisonomía. Es una gran torre octógona, aún erguida sobre una eminencia, dominando el caserío.
No son las murallas el único resto arábigo de Cáceres. Para contemplar uno de ellos curiosísimo, hay que introducirse en la llamada Casa de las Veletas, y recorriendo sus aposentos, bajos y pasadizos, abovedados, amalgama de construcciones de varios tiempos, asomarse a una antigua cisterna formada por amplias naves divididas por columnas con sus labrados capiteles sobre los que voltean elegantes arcos de herradura. Al ver este singularísimo resto de la arquitectura arábigo-cacerense, acudió a nuestra memoria el recuerdo de las cisternas semejantes de Constantinopla.
Otro resto peregrino es la llamada casa árabe que se encuentra en una calleja y cautiva la atención con sus arquerías de ladrillo, que están pidiendo en sus reducidos huecos las celosías de que hace largo tiempo las privaron. Verdadera reliquia, que en aquella ciudad Museo se conserva, demanda especiales cuidados de la devoción arqueológica de los cacerenses.
Pero el arte árabe perdura, como dejamos indicado, en la arquitectura cristiana del último tercio de la Edad Media.
Disputada Cáceres a los moros durante el siglo XII y los comienzos del XIII en que la conquistó Alfonso IX, repoblándola los caballeros de Santiago, de aquí data una característica de castillo fuerte. Fueron las moradas señoriales de aquellos caballeros partes de la fortaleza, como en Avila, muy adosadas a las mismas murallas, cuya defensa tenían así distinguidas a sus dueños; otras formando un segundo cerco interior; la ciudad caballeresca era, en suma un vasto castillo.
Dichas moradas históricas anuncian un carácter militar en las torres que defienden sus ángulos o flanquean sus portadas, en las barbacanas que sobresalen de torres y muros en sitios bien calculados para dominar las calles y las esquinas por donde pudieran ser vulnerables y ostentan la nobleza de sus primitivos moradores, los Ovando, los Ulloas, los Golfines, en sus escudos de armas, que, están esculpidos, resaltan en las portadas. En las casas más antiguas las puertas se perfilan en arco de medio punto de largas dovelas, dentro del recuadro o arrabaas, al modo arábigo, formado con moldura gótica, que a veces se prolonga en nuevo recuadro de coronamiento para contener una ventana y el escudo. A veces interrumpe la austeridad de aquellos moros cárdenos de granito un ajimez perfilado en arcos apuntando-túmidas, con una columnilla parteluz, de mármol blanco. A veces como en la Casa de las Veletas, aparece en el cornisamiento una arquería con columnillas de barro vidriadas.
Sobrias de ornamentación estas casas señoriales cacerenses, en pocas ya, del Renacimiento, hay cartelas o frisos decorados de exquisito gusto, y solamente en la lujosa casa de los Golfines se admira una rica fachada en la que el estilo gótico y el plateresco, campean en moldura, festones de hojarasca, escudos, cartelas, y en la calada crestería que forma el coronamiento de muros y torres.
Dos Iglesias hay dentro del recinto amurallado: las de Santa María y San Mateo; y dos hay fuera, en puntos opuestos y extremos, Santiago y San Juan, correspondientes a los antiguos barrios extramuros, interesantísimos también por la abundancia de casas plebeyas del siglo XV y XVI con sus puertas en medio punto o en arco rebajado y ventanas cuadradas con su moldura y alfeizar de gusto gótico. Dichas cuatro iglesias están construidas en el mismo estilo gótico de finales del siglo XV y principios del XVI. Consta que la de San Mateo lo fue por Pedro de Ezquerra, y bien pudiera serlo de las demás, según la uniformidad que guardan en la ligereza y gallardía de sus nervaduras y bóvedas y la amplitud y anchura de sus recintos.
En la iglesia acabada de citar sobresale entre las cosas que guarda, el bello enterramiento de Rodrigo de Ovando, típico entre esta clase de monumentos cacerenses, de estilo puramente ornamental, sin figura yacente. En Santa María es de notar el hermosísimo retablo de Renacimiento, debido a Guillermo Ferrant.
No solamente impresionan en Cáceres las citadas construcciones, iglesias, casas y murallas; impresionan el sabor arqueológico de sus calles, el aspecto pintoresco de sus rinconadas, el contraste, en fin, de las vetustas piedras de sus antiguos edificios y el viso enjabelgado con que por tradición moruna cubre el vecindario las fachadas de no pocas casas antiguas y modernas, contribuyendo todo a la visión que el visitante experimenta de una ciudad de tiempo pasado que, por lo que al arte se refiere, siempre nos parece fue mejor.