CASAS DE PECADO EN CACERES

Un día de 1547 la Reina Isabel I de Castilla decidió sacar de la villa de Cáceres a las prostitutas, y trasladarlas al otro lado de la muralla cacereña. En la calle conocida con el nombre de Damas. Desde entonces hasta hoy, ya ha llovido. La prostitución fue cambiando de lugares, según los tiempos, y en la misma hay dos figuras de relieve en la historia cacereña: Isabel Pérez «La Folica» y Teresa Berrocal «La Berrocala». Mi artículo que hoy aparece publicado en el periódico regional extremeño «Hoy».

En 1477 la reina Isabel la Católica giró una visita a Cáceres, donde habitaban unas ocho mil almas, quinientas de ellas, judías. Un tema pendiente radicaba en que ante las quejas de corregidores, alcaides, canónigos y otros, había que sacar de la villa las casas de pecado, burdeles, para entendernos, donde se ejercía la prostitución, que entre pendejas y rufianes, celestinas y proxenetas, escandalizaban a la población con vicios carnales, placeres mundanos, tratos y secretos de alcoba, calenturas…

En el texto se señala que “ha de elegirse lugar conveniente fuera de la población, donde menos perjuicio se haga al vecindario para construir las casas donde deben habitar las mujeres del pecado», y que las mismas mostrasen una señal visible identificativa por el oficio y evitar confusiones. Se decidió, entonces, que vistieran mantilla corta, de color encarnado, y una toca de color azafrán.

El lugar elegido, extramuros del concejo, al otro lado de la Puerta de Mérida, a la vera de la Plaza de Santa Clara, es la calle conocida desde entonces como Damas.

En el correr de los tiempos han sido diversos los lugares de prostitución y numerosas las ejercientes. Sobresaliendo entre estas, sobre todo, dos nombres. Isabel Gómez, la Folica, “peliforra de alto precio”, que durante la Guerra de la Independencia mató a tres soldados franchutes, a las órdenes del general Perrín, en venganza a los vilipendios sufridos en su cuerpo, y el de Teresa Berrocal, la Berrocala, regordeta, dueña de una taberna con caldos extremeños y una ganadería de reses bravas, por las cercanías de Santa Ana, llegando a lidiar en ocasiones. Por lo que el pueblo, siempre en todo, canturreaba aquella coplilla que comenzaba del siguiente tenor: “A la Berrocala, le ha cogido el toro…”. Teresa Berrocal también regentó un prostíbulo, impulsó el barrio conocido con su apodo, junto a la ermita de santa Gertrudis, y ayudando a los más humildes, pero muriendo en la pobreza. ¡Cuántas historias cacereñas desde las casas de pecado!

 

 

 

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