DE AQUELLAS NAVIDADES

DE AQUELLAS NAVIDADES. Un paseo por el recuerdo de las Navidades de Aquellos Tiempos, en los que el articulista andaba con los pantalones cortos de su niñez. Un artículo de un servidor que hoy, 26 de diciembe de 2022, aparece publicado en el periódico regional extremeño «Hoy», como una forma de manifestar el costumbrismo infantil de entonces.

Las Navidades en el Cáceres de Aquellos Tiempos, que han pasado, así, como de repente, un montonazo de años, se conformaban con unos componentes especiales para los pequeñuelos.

De esta forma, un paseo casi diario, Plaza Mayor, Pintores y Plazuela de San Juan, arriba, y Plazuela de San Juan, Pintores y Plaza Mayor, abajo, ya con la noche inundada por el cielo oscuro, y cuajada de estrellas, se llenaba de villancicos, que sonaban de modo insistente e iterativo por los altavoces en el corazón de la ciudad.

Las luces extraordinarias y festivas se adornaban con bombillas de colores, configuradas con una serie de estampas navideñas, que no de figuras abstractas, contemplábamos los nacimientos que se alzaban en las iglesias, conventos y en algunas tiendas y comercios, que siempre nos llamaban la atención, como el del Precio Fijo, por ejemplo, nos adentrábamos en la exposición de juguetes que había instalado El Siglo en el primer piso, calle Pintores, mientras preparábamos nuestra mente a la espera de la madrugada del 5 de enero…

Había tiempo para todo en la pequeña capital de provincia, que diría Miguel Delibes. Además de hacer los deberes y los correspondientes repasos, salir de andanzas y alternar, entre travesuras, con la pandilla de amigos por las calles de la vecindad y perdernos por el Paseo Alto, o disputando unos fíos, o partidos de fútbol, contra otros rivales por las campas del Rodeo, en la esperanza de mojarles la oreja y zurrarles la badana…

El aire nos salía de la boca en forma de humo, en ese inveterado anhelo de hacernos mayores –ahora que nos quisiéramos asir a aquellos tiempos– y soltar el vaho, desde los labios, con los dedos índice y corazón, como si estuviéramos fumando un pitillo clandestino, nos sorprendíamos con los regalos anónimos y las torres de obsequios que iban sitiando a los guardias municipales que dirigían el tráfico, sidra, vino, turrones y otros varios en una escena que ya desapareció de la geografía urbana. El cartero, el barrendero, el panadero, el zapatero y otros repartían, humildemente, pequeñas tarjetas deseándonos “Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo”, con un sentimiento humano y cercano, a fin de cuenta nos conocíamos casi todos, y a la espera de un aguinaldo. Que ya se sabe que un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero. Aguinaldo que, asimismo, también aguardábamos los pequeñuelos por parte de los padres, abuelos y alguno de los tíos. Si bien algunos de ellos llegaban tarde y escasos. Otros, ni siquiera llegaban en unas fechas tan entrañables.

Degustábamos en la cena de Nochebuena un manjar como el pavo, saboreábamos dulces navideños, como el mazapán, compartíamos unas vacaciones solidarias por diferentes escenarios, con la ilusión por dejar la escuela unos días, y de incrustarnos por el espíritu propio del tiempo navideño.

También nos deteníamos de forma incansable a la llamada de los escaparates en las tiendas de regalos, por donde habrían de pasar los fascinantes Reyes, a quienes escribíamos, en la más estricta intimidad personal, una carta, en una cuartilla o en una hoja de alguno de los cuadernos escolares, esmerándonos con una caligrafía, siempre mejorable, que se solía encabezar del siguiente tenor:

“Queridos Reyes Magos: Este año creo que me he portado bien, aunque…”, dejando constancia de algunos arrepentimientos personales, a fin de que al leerla se compadecieran de nosotros y con el ruego, personal, en nuestra conciencia, de que no nos trajeran en la madrugada del 5 al 6 de enero, carbón.

En el sobre azul color que se estilaba entonces, poníamos una dirección tan ambigua como la que rezaba “A Sus Majestades los Reyes Magos, Palacio de Oriente”, pasábamos la lengua por el reverso del sello, adquirido casi clandestinamente, lo pegábamos –desconociendo que de ir al extranjero la misiva tendría que ir acompañada de un mayor franqueo– y nos encargábamos de introducir la magia y el hechizo de aquel sobre, personalmente, no sé si por desconfianza de que los mayores se olvidaran del pedido, en el buzón con la figura histórica de la boca del león que había en la sede de Correos, calle Donoso Cortés…

Hacía frío de carámbanos en los pilones, sonaba el eco de panderetas y zambombas, mi madre, Dorita, que gloria haya, montaba un Nacimiento –como el que acaba de instalar nuestro amigo y compañero en “Hoy”, Alfonso Callejo– con figuras de barro, pastores con sus rebaños de ovejas y vacas, lavanderas, pescadores, norias, herreros, labradores, chozos, alfareros, el Castillo de Herodes y sus soldados, con musgo, con montañas de corcho, con cielo estrellado, con agua de plata, con Melchor, Gaspar y Baltasar, sobre los camellos, guiados por los pajes, siguiendo la ruta marcada por la Estrella de Oriente hacia el Portal de Belén, con numerosas ofrendas, ante el que cantábamos esos villancicos que nos enseñaban en la escuela de don Juan Checa Campos, por Radio Cáceres y por la calle. Mi padre, don Valeriano (Gutiérrez Macías, claro es) ante el Belén, siempre nos instruía con algún aporte histórico-documental.

¡Ay, aquellas Navidades niñas de tantos años atrás…!

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