EL CLUB DEPORTIVO CACEREÑO DE AQUELLOS TIEMPOS

El Club Deportivo Cacereño se conformaba, en Aquellos Tiempos, como una institución en la pequeña capital de provincia cacereña, donde los lunes se devoraba, prácticamente, el semanario «Cáceres», que dedicaba una amplia paginación al partido del domingo del conjunto verdiblanco. Hoy, 4 de marzo, aparece en el periódico digital extremeño «Región Digital» mi artículo EL CLUB DEPORTIVO CACEREÑO DE AQUELLOS TIEMPOS. Aquí os lo dejo.

El escudo del C. D. Cacereño, siempre, un emblema.
El escudo del C. D. Cacereño, siempre, un emblema.

El escritor echa la vista hacia atrás, donde se sitúa el tiempo, con su transcurso y su paso, y que ahora, en lo que denominamos como un suspiro, nos encoge el alma…

En aquellos tiempos, anclados en el correr de los años por la década de los sesenta, inmersos de pleno en el sosiego y en el bullicio cotidiano de la pequeña capital de provincia cacereña, nuestra niñez transcurría en un marco de relieve que se identificaba de pleno entre las vivencias que se nos ofrecían por delante.

Con la identidad arraigada en la formación y en la cultura de las enseñanzas familiares, escolares, del paisanaje y callejeras. Que buena parte de la jornada la pasábamos alternando con las pandillas de amigos. Lo que nos ofrecía la panorámica de un más que sentimental paraje, con todos los fotogramas y todas las instantáneas que se iban conformando, día tras día, por un paisaje cálido, cercano, entrañable, próximo, humano, en el que, de uno u otro modo, casi todos nos conocíamos. Según los acontecimientos de cada día. Protagonistas por un lado, y, también, por otro, los figurantes. Siquiera fuera de vista.

El Club Deportivo Cacereño, siempre una pasión en el escenario ciudadano de Aquellos Tiempos, solía formar parte habitualmente y figurar en el pelotón que se enmarcaba en la cabeza de su grupo, y en el que, además, peleaba al máximo con otros potentes conjuntos de la Tercera División, como el que representaban, por ejemplo en aquellos tiempos, la Unión Deportiva Salamanca, la Cultural Leonesa o el Club Deportivo Zamora, así como otros de rivalidades muy próximas, como siempre fueron, partido tras partido, los enfrentamientos que tenían lugar ante los conjuntos del Club Deportivo Badajoz o el Club Deportivo Plasencia, en los que, de modo histórico, asimismo, rivalizaban las aficiones de los equipos respectivos en su particular enfrentamiento entre pancartas, gritos de ánimo y alientos, pitidos…

Esos días de partido de fútbol en Cáceres la ciudad capitalina se transformaba, de forma paulatina, por el ambiente que emanaba de la mañana dominical y festiva. En medio de los paseos y de las chácharas callejeras, con todos nosotros, los alipendes de la muchachada, que aguardábamos, de una forma tan inquieta y  tan expectante, el comienzo de los encuentros con el once de nuestros ídolos. Muchos de los chiquillos en aquel entonces soñábamos con ser, ni más ni menos, que jugadores de fútbol. Como ellos, como los que veíamos como nuestros ídolos. Aunque, de una forma paulatina y casi sin darnos cuenta, aquellos deseos se irían desvaneciendo a causa de esa infinidad de circunstancias que, poco a poco, van cambiando el diseño en la marcha de nuestros caminos y senderos, de nuestras andaduras.

Tras largos paseos con los amigos de la pandilla, Plaza Mayor, Pintores, San Juan, arriba y abajo, aunque muchos se estiraban por San Pedro y San Antón hasta la Cruz, mascando pipas y largando adioses y hasta luego, con el rumor ciudadano expandiéndose a los cuatro vientos, si había suerte, que la solía haber, nos caía un aperitivo, gracias a la invitación de nuestros padres. Por ejemplo en el bar El Pato, de General Esponda, con Emilio al frente, con la barra en forma de u, en la cafetería La Marina, con Virgilio, en la avenida de la Montaña, en el bar Rialto, en la plaza de la Concepción, o en el bar de Severo, sito en la calle Muñoz Chaves, con una cocina de «chupa de dómine», entre la gaseosa, la clara, la fanta, acompañadas por una ración, por ejemplo, de prueba de cerdo, de gambas al ajillo, de champiñones, de ranas…

Una comida, cuyo menú, pongo por caso, podría componerse de judías blancas, tortilla española y de postre, por aquello de ser domingo, unos pasteles con los que nos solía obsequiar el abuelo. Un merengue, una bamba, un petisú, una rosca de Málaga, todos ellos exquisitos y elaborados en la pastelería Isa, en El Horno de San Fernando, o en Cabeig. Comida que enfilábamos a todo meter, nerviosos, deglutiendo como los pavos, controlando de modo permanente la hora, incluido, claro es, el tiempo de la larga caminata hasta la Ciudad Deportiva, lo que nos llevaba algo así como una media hora larga, desde la calle Moros, hoy General Margallo, hasta el campo de fútbol, deteniéndonos unos minutos por el bar Béjar, en Camino Llano, siempre con ambiente futbolístico de expectación, donde retumbaban unos amplios gritos de guerra animando e incentivando a los jugadores con elástica verde y pantalón blanco…

Valero, Tate, Ibarreche, Palma, Fabio...
Valero, Tate, Ibarreche, Palma, Fabio…

Cuando el equipo cacereño saltaba al campo de tierra, Tate, Mandés, Nandi, Fabio, Palma, Ibarreche, Ribón, Escalada, Valero, Pedrito, Santiago, Moreno Baeza, Urruchurtu, De Santos, Bemba y otros, y que me perdonen los muchos que no cito, pero que quedan, asimismo, incrustados en la semblanza emocional, toda una serie de figuras que quedan ahí, para siempre, incrustadas entre las páginas de la historia local cacereña, a través de las hemerotecas, se escuchaba hasta enronquecer por las gradas el grito de guerra que se extendía por muchas aficiones de muchos equipos:

«Un repiripipí, rá», «Un repiriripí, rá», «Un repiriripí, ra, ra, rá«… Y, acto seguido,  a continuación, sin el menor respiro, con toda la fuerza de los pulmones, por parte de una afición volcada de pleno con los suyos, retumbaba este otro: «Alabí, alabá, alabí, bon, ban”, (derivado del árabe, Alla’ibín áyya ba’ád alla’ib bón bád, “jugadores, venga ya, el juego va bien”), «Cacereño, Cacereño, y nadie más». Entonces: Un largo y gigante aplauso por parte de  los aficionados, un ambiente cabalgando a caballo entre la emoción y la expectación, así como el anhelo palpitante por la victoria local y que nos representaba todos. En el fondo de la entrada, que no se nos olvide, el bar y, por encima, el marcador del partido que se renovaba en función de los goles que se producían a lo largo del encuentro.

La jornada se remataba, posteriormente, conociendo los resultados de todos los encuentros que se disputaban en el grupo, del que formaba parte el Club Deportivo Cacereño, y que nos ofrecía antes que nadie el marcador del bar situado enfrente de Correos, gracias a la gentileza del ex futbolista Trellas, que atendía la barra y el marcador dominical, ocupando la pared de la izquierda, y a donde acudíamos muchos cacereños para saber de los resultados.

Toda una película, de especial relieve en el alma del articulista, que va proyectándose con esa gigantesca velocidad del tiempo y que, al final, queramos o no, todo se lo lleva por delante. Inclusive aquellos ambientes y aquellos partidazos de los que se hablaba durante la semana, en las oficinas, en los colegios, en los comercios, en las barras de los bares, en los despachos, en los corrillos, con el semanario «Cáceres» volcado en diversas páginas con el partido del Club Deportivo Cacereño, junto al cálido ardor que nos brindaban unos jugadores, los nuestros, como solíamos apuntar, que se dejaban la piel en el campo y a quienes mirábamos, con satisfacción y orgullo, al sentir la emoción de encontrarnos junto a ellos por las calles de la ciudad.

Tiempos aquellos que, lamentablemente, ya no volverán y que, sin embargo, se encuentran incrustados por entre las páginas de una parte de la historia cacereña, cuando, al pasar revista a aquellas apasionadas y apasionantes tardes dominicales, antes de aconeter otros pasos, retumbaba el grito colectivo de:

«Cacereño, Cacereño, ra, ra, rá».

2 comentarios

  1. Todos los artículos de Juan De la Cruz, son interesantes, gracias por compartir estos recuerdos.

    • Muchas gracias, Marisa, por tus palabras. Resulta un placer seguir escribiendo con tantos y tan buenos lectores y amigos.

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