GUADALUPE SIGUE EN LA DIOCESIS DE TOLEDO

Hoy, 8 de septiembre, festividad de la Virgen de Guadalupe, se celebra el Día de Extremadura. Pero, a estas alturas del siglo XXI, la localidad cacereña, capital religiosa de la región, y otros treinta pueblos extremeños, siguen perteneciendo a la diócesis de Toledo.

Lo que surge en 1222 cuando el Arzobispo de Toledo y guerrero, Rodrigo Ximénez de Rada, que en 1218 ya había fracasado en la toma de Cáceres, compra los Montes de Toledo al conde Alonso Téllez “por 8.000 morabetinos y 1.000 cahíces de trigo y cebada”.

Un anacronismo, ofensivo ante los extremeños, mientras consideramos que ya es hora que actúen con determinación quienes tienen la responsabilidad de solventar por justicia histórica, sensibilidad popular y respeto, que esos municipios pasen a una diócesis extremeña.

El periodista, al que le duele escribir estas líneas, pretende llamar de nuevo la atención de los máximos responsables eclesiásticos y políticos desde la reivindicación y recordar la gravedad moral de tamaño desacierto por parte de la Iglesia, mientras en Extremadura nos sonrojamos ante la afrenta a la región y a sus gentes. Más aún si sacamos a colación ejemplos bochornosos.

¿Cómo es posible que sigan escondiendo la cabeza debajo del ala e inhibiéndose en asunto de semejante relieve quienes crispan con su inacción al pueblo extremeño, que sienten en Guadalupe un foco de peregrinación y de fe como capitalidad religiosa autonómica?

Señalemos, desde el rubor ajeno, que en 2016, cuando unos extremeños reivindicaban a Guadalupe en una diócesis regional, Braulio Rodríguez, Arzobispo de Toledo y Primado, con mando en plaza eclesiástica, señalaba que es «un problema político”, añadiendo que es de un contenido “un poco nacionalista». Lo que, con todo respeto, nos parece inaceptable.

Habría que recordar a Su Eminencia Reverendísima, el Arzobispo y Primado, con tanta consideración como claridad, que la Virgen de Guadalupe es Patrona de Extremadura desde 1907, por decisión del Papa Pío X, y que el 12 de octubre de 1928 fue coronada canónicamente como Reina de la Hispanidad, “Hispaniarum Regina”, por parte del Cardenal Primado, Pedro Segura ante la presencia de Su Majestad el Rey Alfonso XIII.

Se trata, pues, de una exigencia ante la que deben aunarse fuerzas con las credenciales históricas, políticas, religiosas, culturales, morales y populares para proclamar que Guadalupe es Extremadura y no diócesis de Toledo, y solventar la ofensa eclesial.

Depositemos nuestros anhelos en que lo que no logró el obispo placentino Sancho de Velasco, que en 1350 llegó armado a Guadalupe solicitando que la jurisdicción eclesiástica se adecuara a la civil, revindicando sus derechos como Obispo de Plasencia, lo pueda conseguir una acción popular demandando a las autoridades de la iglesia que escuchen la voz de nuestras gentes.

En 2009 el Nuncio Apostólico en España, Manuel Monteiro de Castro, al preguntarle cuándo pasaría Guadalupe y su Virgen a una diócesis extremeña, respondió con harta insensibilidad: «¿La Virgen de Guadalupe es la patrona de Extremadura? Entonces eso hay que estudiarlo, porque ahora no tengo respuesta para dar«. Monteiro, jurista, llegó a Cardenal y alcanzó el grado Penitenciario Mayor.

Ante estos casos, que escuecen en la hondura popular extremeña, nos atrevemos a proclamar hasta la sede papal vaticana, y Su Santidad, Francisco I, tan sensible con las demandas de justicia de los pueblos, que ya es hora de que la Iglesia rectifique tal afrenta tan lejana de las estructuras de la iglesia de hoy y que Extremadura está cansada de tanto silencio y desatención. Porque los extremeños también tienen su corazón y aunque sus gentes se distingan por la capacidad de aguante, paciencia y resignación, cada día somos más conscientes de la severa injusticia de que Guadalupe continúe en la diócesis toledana.

Así lo señalamos desde la moderación, el respeto y la razón de la historia.

Entre las muchas demandas al respecto destacan las de la Plataforma “Guadalupex”, cuando su entonces presidente, Vicente Sánchez Cano, escribía en 2016 en “Hoy” que “son reminiscencias de un pasado rancio que pretende seguir conservando situaciones de privilegio y prebendas superadas por el paso del tiempo, y a los que se aferran determinados prebostes como naúfrago a tabla de salvación”.

Más claro, agua. Así es la historia y así la percibe, siente y lamenta el pueblo extremeño.

Sin embargo quienes pueden y deben de rectificar este agravio prefieren seguir obviando el tema. Lo que se agrava por tratarse de una reforma que solo puede conformar la administración religiosa, por lo que Extremadura, una vez más, eleva sus rogativas ante la insensibilidad de las autoridades religiosas.

En 2013 el entonces guardián del Monasterio de Guadalupe, fray Sebastián Ruiz, subrayaba que “El día que Guadalupe pase a Extremadura, repico las campanas”. Fray Sebastián Ruiz dejó de ser Guardián sin haber repicado las campanas.

Y si, como reza el dicho popular, doctores tiene la Iglesia, informaciones vaticanas solventes nos señalan que resulta casi imposible que un Papa cambie esta normativa sin la aprobación del Arzobispo de Toledo.

En este caso, tan duro, sobran los silencios, que tanto escuecen. La Virgen de Guadalupe, sencillamente, nunca será toledana, por mucho que lo pretenda el Arzobispo y Primado desde su palacio toledano cuajado de poder.

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