VACACIONES EN EXTREMADURA

VACACIONES EN EXTREMADURA es el título de mi artículo que hoy, 27 de agosto de 2018, aparece publicado en el periódico regional extremeño «Hoy».

Aquí os dejo el mismo, por si a alguno os interesara leerlo.

De repente, en este periodo estival, los pueblos de Extremadura, que se sienten abandonados mientras poco a poco se desmoronan demográficamente, comienzan a tener un hálito de vida mayor que el del día a día de la decadencia migratoria.

Por las callejuelas y plazoletas, por los bares, por los huertos, por los campos que se secan paulatinamente hacia la muerte por el cansancio de tanta desatención, por los arcenes de las carreteras que llevan a pueblos cercanos, se aprecia más trasiego, más bullicio, más gente, más charlas, más animación…

Los paisanos emigrantes se llegan hasta sus casas en la Extremadura veraniega aprovechando el tiempo vacacional, abren las cancelas y puertas de aquellos domicilios familiares de tanto sabor e historias, y recuperan, aunque sea por un corto puñado de días, el sabor de pueblo, desde aquellas crueles oleadas migratorias, porque no había más remedio que salir del municipio si se quería un futuro, proclamaban desde altas instancias.

Y, durante ese período, los emigrantes de vuelta temporal se reencuentran con un abanico de estampas de tantos años atrás, lo mismo que se topan con el cambio de la fisonomía del municipio y de sus gentes que aún resisten en el pueblo, de forma bravía, luchando como gigantes.

Comienzan entonces las tertulias sobre el tiempo pasado, se respira el olor de la casa cerrada durante un año, se recupera el saludo al paisanaje de siempre, las visitas a la parentela y a los conocidos, se pega la hebra con cualquiera y sin prisas, se cruza un desfile de adioses, se queda para más tarde y echar un vino de pitarra para el coleto en alguno de los bares del pueblo donde, si algo no sobra, son sabrosas conversaciones.

En esos días da tiempo para todo: Encontrarse varias veces con todos los vecinos, recorrer el pueblo en su conjunto de arriba a abajo, revisar la casa de vacías ausencias y repletas de recuerdos e imágenes familiares, aquellas mesas-camillas con faldas y de echarse unas parrafadas de forma inveterada, aquellos largos y altos aparadores con antiguas vajillas, aquellos patios con pozo y unas plantas o árboles, aquel lar de fuegos lejanos, aquellas cristaleras de los ventanales que, tras los visillos, servían de comidilla ante el paisaje humano caminante…

Salen al recuerdo, en el decorado de aquellos tiempos, las estampas de los desaparecidos que duermen el sueño eterno en el cementerio, con flores silvestres que se renuevan cada año, se largotea del cambio de la tipología de las fiestas, los lamentos por el abandono del pueblo, salen a colación los pregones sobre todos los asuntos que ocupan las páginas de los aconteceres y la actualidad del pueblo, como periódicos ambulantes, lo mismo que se expande el repaso, uno a uno, de todos los habitantes, qué es de su vida, como se trata que, de año en año, va quedando menos gentes y de mayor edad… Y con políticas muy complejas para curar las heridas de la hemorragia migratoria.

El campo y el pueblo de Extremadura, como en tantos lugares, se van sintiendo asfixiados, lentamente, por la dinámica y exigencias de la fenomenología industrial y social. Se cambia la riqueza humana y vecinal de los pueblos por barrios repletos de gentes anónimas y desconocidas en las grandes ciudades, se torna la cultura histórico-popular de ancestrales raíces por los nuevos modismos que nos sitian y, si no, nos quedamos atrasados. La escuela, el ayuntamiento, la iglesia, el lavadero, las casas, el dispensario médico, la ermita, van resquebrajándose a caballo entre el pesar de las soledades y el desasosiego de las carencias…

Pueblos de la Extremadura de siempre, que se mantienen en pie gracias a una esforzada legión de gentes que todavía luchan contra corriente ante un cambio estructural que, salvo milagros, va camino de poder llevárselos por delante. Quizás porque no interesa en determinadas esferas.

La culpa de esa falta de auxilio, dicen algunos, es que no hay votos en la España rural por lo que su asistencia anímica apenas entra en los planes de pocos despachos oficiales. Un asunto complejo, por otra parte, al que se buscan alternativas en la Administración regional.

Los pueblos de ayer, de siempre, en esencia, carecen de las motivaciones suficientes para sujetar y estimular a las nuevas generaciones. Y su recuperación ya parece inviable. Tanto que hasta las grandes ciudades extremeñas también van perdiendo gentes… Por allí, por el pueblo, una parte de las casas se encuentran repletas de silencios fantasmales durante 11 meses.

Y cada retorno vacacional, a ojo de buen cubero, regresan menos paisanos o con menos acompañantes porque parte de los hijos y nietos de los emigrantes, nacidos por los parajes industriales, carecen de conocidos en el pueblo.

«¡Vaya una excusa…!», diría cualquier paisano.

Semanas después, cuando el emigrante arranca el coche, con el maletero repleto de buenas viandas extremeñas, lo hace con los ojos humedecidos en lágrimas y el escozor de las secuencias que ya quedan atrás.

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